InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Cristo

16.02.16

Humberto y Lucy, testimonio incompleto

El Papa se reunió ayer con las familias mexicanas. Según recoge Zenit y reproducimos nosotros, dieron testimonio público varias personas. Entre ellas, esta pareja:

El Santo Padre ha escuchado el testimonio de Humberto y Lucy, él soltero y ella divorciada, se casaron por lo civil hace 16 años. Hace 3 años que el Señor les habló y se acercaron a la Iglesia. Saben que no pueden acceder a la eucaristía, pero que pueden «comulgar a través del hermano necesitado, del hermano enfermo, del hermano privado de su libertad».

Es motivo de alegría que el Señor tocara la vida de Humberto y Lucy para que se acercaran a la Iglesia. Dios llama al pecador para que vuelva sus ojos a Él. Ahora bien, también nos llama para que dejemos atrás nuestros pecados. Y esa pareja vive, según palabras de Cristo, en adulterio. Han pasado ya tres años desde que regresaron a la Iglesia. ¿Cuántos tienen que pasar para que abandonen ese pecado? ¿acaso la gracia que operó en ellos ha dejado de funcionar?

El problema que tienen Humberto y Lucy no es que no puedan comulgar. El problema es que si no dejan de vivir en adulterio, la Palabra de Dios, que para algo está, indica que van camino de la condenación eterna. Y eso es muy serio. No pueden alegar desconocimiento de lo que Dios quiere. No valen excusas cuando tenemos que ponernos delante del Señor. No existe pecado invencible si permitimos al Espíritu Santo obrar en nuestras vidas. Y no se debe dar un testimonio incompleto viviendo en una situación pública y notoria de pecado, a menos que se reconozca que se está pidiendo la ayuda del Señor para superarlo.

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9.01.16

La puerta hacia la salvación sigue siendo estrecha

Si Cristo ha enseñado algo, ya puede pararse el mundo, ya se le puede dar todas las vueltas que se quiera, ya puede quien sea intentar contradecirle, que la palabra del Señor permanece para siempre.

Y Cristo enseñó esto:

Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.
Mt 7,13-14

Y:

Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
Luc 13,23-24

Eso no lo dice quien tiene interés en que la gente se condene, sino Aquél que dio su vida en la cruz para que todos puedan salvarse

La puerta a la salvación tiene como jambas la conversión, la confesión y la penitencia. Nadie les equivoque con otra idea. Quien no se convierte de sus pecados, quien no hace propósito de enmienda, quien no se confiesa, quien no cumple la penitencia que le sea impuesta, está atrevesando la puerta ancha. Y lo peor de todo, puede creer que es la estrecha bajo la que está pasando. De hecho, en el evangelio de Mateo, justo después de decir lo de las puertas, Cristo nos advierte:

Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.
Mt 7,15

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24.11.15

Esto hizo Dios por ti antes de que existiera el mundo

Palabras de San Pablo a los fieles que estaban en Éfeso y que valen igualmente para nosotros hoy:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos. (Ef 1,3)

Somos bendecidos en Cristo, nuestra Redentor. Y no cortamente, sino con TODA bendición espiritual. No hablamos de bendiciones mundanas, carnales. La bendición es de orden espiritual. Se entiende entonces que es para aquellos que viven en y por gracia.

ya que en Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; (Ef 1,4)

Pensemos por un momento en lo que indica el apóstol, inspirado por el Espíritu Santo. No es que Dios elija a sus fieles antes de nacer, antes de ser concebidos. Los eligió antes de crear siquiera el mundo. Cuando las tres personas de la Trinidad estaban en esa perfecta comunión sin una creación a la que manifestarse, Dios ya pensó en todos y cada uno de aquellos a los que habría de salvar. Y en la elección iba la obra que habría de hacer en ellos: convertirlos en santos y sin mancha en su presencia. Y ello por el amor. 

Santos y sin mancha, no llenos de pecado sin arrepentimiento y conversión. Pecados cometen todos. Arrepentimiento, conversión, penitencia, no todos.

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20.11.15

Quien se sabe salvo por gracia no presume de nada

Llevamos tiempo escuchando la idea de que hay una serie de cristianos que se creen más santos que nadie, más perfectos que el resto y que, instalados en esa presunción, se dedican a acusar a los que se arrastran por el fango del pecado.

Demos por hecho que existen cristianos así. No creo conocer a ninguno, pero acepto que los hay. Son unos pobres miserables. Lo son por dos razones:

1- No tienen nada que no se les haya dado. No hay un gramo de santidad en sus vidas, si es que lo hay, que no sea puro don. Hasta sus méritos personales, de tenerlos, son fruto de la gracia operante de Dios en sus vidas. Por tanto, ¿de qué presumir? ¿de qué gloriarse? Como dijo San Pablo:

 ¡Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! (Gal 6,14)

2- Todos, absolutamente todos, han pasado y/o pasan por un proceso en el que han estado enfangados en el pecado. Ciertamente estamos llamados a la santidad, pero quienes por pura gracia han avanzado más en el camino que otros hermanos en la fe, deben ser mano tendida en el proceso de esos hermanos y no dedo acusador.

Ahora bien, esa mano tendida que han de ofrecer los que han progresado en su camino de santidad no puede consentir en pretender que quienes están atados a un cristianismo carnal y esclavizados todavía por graves pecados sigan en esa situación, como si la misma fuera invencible o incluso deseable. Quien vive en santidad es fuente de gracia para los demás, es prueba viva de que el pecado no tiene la última palabra. No puede haber orgullo espíritual. La soberbia es quizás el pecado más peligroso y no puede formar parte de quienes andan guiados por el Espíritu Santo.

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6.11.15

Ni fariseos ni mercaderes de una falsa misericordia

Empecemos reconociendo una verdad que no admite discusión. Todos, sin excepción, somos pecadores. Unos más, otros menos, pero todos estamos lejos de cumplir a la perfección la voluntad del Señor en nuestras vidas. Una perfección a la que estamos llamados, a menos que creamos que Cristo se equivocó al decir: “Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Y como también enseña Santiago la paciencia producida por nuestra fe nos ha de llevar a ser ”perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia” (Stg 1,4).

La necesidad de reconocer nuestra condición de pecadores es absoluta. Jesucristo puso un ejemplo bien claro para que lo entendiéramos:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Luc 18-10-14

No hay cosa más peligrosa para la salvación que considerarse en un grupo distinto del de los pecadores. Quien se cree ya lo suficientemente santo como para que Dios tenga que premiarle, sí o sí, con la salvación, está a las puertas del abismo de la condenación. Y si encima desprecia a los que, según su criterio, son pecadores sarnosos dignos de la aniquilación, es harto probable que haya cruzado ya esas puertas.

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