InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Obipos

14.02.10

A un religioso le dan pena los obispos. A mí también.

Un religioso director de un centro sanitario de su orden siente compasión por los obispos cuando estos se ponen a hablar de la eutanasia. Me le imagino pensando para sí mismo: “¿De qué hablan estos pobres ignorantes que no tienen ni repajolera idea de lo que es tratar con enfermos en coma, tetrapléjicos desesperados, etc? Lo mejor es que se callen y nos dejen a nosotros, los expertos, hacer lo que creamos oportuno".

Pero hete aquí que entre los obispos españoles contamos ya, que yo sepa, con dos médicos: Monseñor Iceta y Monseñor Mazuelos, obispo auxiliar de Bilbao y de Asidonia-Jerez respectivamente. Obviamente no ejercen esa profesión, pero saber, saben. Y no poco. Mucho.

En todo caso, no creo que haya que ser médico para entender que retirar la alimentación y la hidratación a un enfermo para lograr que se muera es algo que atenta contra la caridad cristiana. Tampoco hace falta ser director de un hospital para comprender que retirar el respirador artificial a una tetrapléjica que no quiere seguir viviendo, es como darle una pistola a uno que se quiere suicidar. Y lo que es seguro es que no hace falta ser católico para saber que este religioso se pasa la doctrina católica sobre bioética por el refajo de su “misericordiosa alma”. Y que además, lo hace de forma pública, notoria y escandalosa para los fieles que estamos hasta los mismísimos de que la Iglesia no haga nada con quienes se burlan de sus enseñanzas y, por tanto, de nosotros.

Leer más... »

5.02.10

El arzobispo de Oviedo llama a las cosas por su nombre

Frente a los que creen que hay que moderar el contenido de determinados mensajes, frente a los que confunden la cobardía con la prudencia, frente a los que prefieren evitar salir en los medios, no vaya a ser que alguien les critique, el nuevo arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, no se anda por las ramas y llama a las cosas por su nombre. Por ejemplo, acaba de definir el aborto como “¡…el crimen de un ser humano sin que pueda rechistar!“. No se ha quedado ahí. Ha asegurado que “junto al infanticidio horrendo se da al mismo tiempo el matricidio fatal” y, por si fuera poco, ha acusado a los que lo justifican de “propiciar un cruel fusilamiento en un paredón entre algodones cuya fosa común será luego un vulgar cubo de basura“. El resto de la intervención del arzobispo asturiano puede leerse en InfoCatólica.

En la batalla contra la cultura de la muerte, una de las armas más poderosas que tenemos los defensores de la vida es la palabra que anuncia la verdad y denuncia la mentira. Contra el derecho a nacer pueden exhibir leyes, argumentos engañosos, falsedades patentes y derechos inexistentes. Ante semejante “poderío” al servicio del mal, podemos sentirnos apocados, tentados de tomar un posicionamiento defensivo o buscar consensos en los que renunciemos a aquello que no podemos renunciar. Pero cuando lo que está en juego es la vida, no caben medias tintas. Si el aborto es un crimen, y lo es, los que lo practican son criminales. Y los que lo legalizan y lo apoyan desde el mundo de la política y los medios de comunicación, son cómplices de esos criminales, en el mismo sentido que los batasunos son cómplices de Eta. No son menos inocentes los embriones y fetos “fusilados entre algodones” que los asesinados a tiros por la banda terrorista. El que la sociedad no lo vea así, no cambia la realidad. Y es nuestro deber, si realmente queremos ser luz del mundo y sal de la tierra, intentar que las cosas cambien y se vea como horrendo aquello que horrendo es.

Leer más... »

13.01.10

Apenas un uno por ciento de los franceses son católicos practicantes y fieles al Magisterio

Santa Juana de ArcoEl Instituto Francés de Opinión Pública (IFOP) ha realizado una encuesta sobre la realidad del catolicismo en Francia, que ha sido publicada por el diario La Croix. El resultado revela que en el país galo apenas quedan católicos que practiquen y profesen íntegramente su fe. Mientras que el porcentaje de franceses que aún se declaran católicos llega al 64% -17 puntos menos que en 1965-, tan sólo un 4.5% acude a misa regularmente -un 27% lo hacía en 1965-. Pero incluso entre los que son practicantes, el 63% opina que todas las religiones son iguales, el 75% está en desacuerdo con la doctrina católica sobre la anticoncepción e incluso un 68% cree que la Iglesia debería cambiar su postura sobre el aborto. Además, sólo un 27% de los católicos franceses que van a misa están de acuerdo con que Benedicto XVI defiende bien los valores del catolicismo, mientras que un 34% sostiene que lo hace mal. Todo ello supone que en Francia, apenas un 1% de la población es católica fiel al Papa y al magisterio de la Iglesia.

Hasta ahí los datos. El análisis de los mismos puede plantearse desde muchos puntos de vista, pero sin lugar a dudas estamos ante unas circunstancias que nos han de llevar a afirmar que el catolicismo en Francia es prácticamente inexistente. La Hija Primogénita de la Iglesia se ha amancebado con multitud de amantes. Desde el relativismo hasta el indiferentismo religioso, pasando por el de la heterodoxia abierta y recalando en la apostasía más burda.

¿Quién o quiénes son los máximos responsables de lo ocurrido? Parto de que todos los fieles tienen parte de culpa. La transmisión de la fe es algo que se hace sobre todo en la familia. Y obviamente, ha habido una quiebra casi absoluta en esa tarea de la generación anterior a la actual. Dice la Escritura que si los padres educan a sus hijos en los mandamientos del Señor, estos no se apartarán de ellos cuando sean mayores. Está claro que siempre habrá hijos rebeldes que no hagan caso a sus padres, pero no es menos cierto que por lo general, una buena educación religiosa y cívica da como resultado una descendencia sensata, de hombres y mujeres que pueden lleva verdaderamente el nombre de cristianos. Por tanto, la primera -que no necesariamente mayor- responsable del fracaso del catolicismo en Francia es la familia católica.

Ahora bien, sabemos que la Iglesia es madre y maestra. Y que dentro de la Iglesia, la tarea de cuidar y alimentar al rebaño es de los pastores. Por tanto, los cardenales, arzobispos y obispos franceses -y a otro nivel los sacerdotes y religiosos- son absolutamente responsables de la catastrófica situación de la Iglesia en Francia. Han fracasado porque la mayor parte de los franceses pasan absolutamente de la práctica religiosa. Y, sobre todo, han fracasado radicalmente porque entre los poquísimos que sí practican la fe católica, la mayoría es contraria al magisterio y al Papa. Y eso sí que es grave. La Iglesia puede hacer relativamente poco cuando una sociedad decide paganizarse y tirarse de cabeza por el abismo del infierno. El libre albedrío tiene “estas cosas". Ahora bien, la Iglesia no sólo puede sino que debe asegurarse de que al menos sus fieles lo sean de verdad. ¿Qué hace en una misa católica un señor o una señora que estén a favor de que la Iglesia cambien su postura sobre el aborto? ¿qué hacen en la comunión católica aquellos que piensan que el Papa, precisamente ESTE PAPA, defiende mal los valores del catolicismo? ¿en manos de qué sacerdotes han dejado esos obispos el cuidado y la formación espiritual de los fieles? ¿a quién y a cambio de qué han entregado el alma católica de Francia esos pastores? ¿a quiénes piensan que va a pedir Dios cuentas de lo ocurrido?

Se me preguntará si pienso decir algo aparte de acusar a unos y otros. Pues sí, pero ocurre que yo no soy precisamente la persona más adecuada para plantear soluciones. No he recibido mandato divino ni eclesial para hacerlo. A pesar de lo cual, me atrevo a sugerir esta hoja de ruta:

Leer más... »

10.01.10

Monseñor Munilla, permítame que le diga que usted no es el burro

Cuando ayer asistí a la retransmisión que Popular TV (*) hizo de la toma de posesión de Monseñor Munilla como obispo de San Sebastián, fui de esa gran mayoría a los que le pareció perfecta la “comparación” que hizo don José María entre el recibimiento que recibió de sus fieles -con ese histórico e impresionante aplauso- y lo acontecido cuando Cristo fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Dijo monseñor: “… me he acordado del borriquillo que Jesús montaba aquel Domingo de Ramos en su entrada en Jerusalén. ¿Os imagináis qué ridículo hubiese hecho aquel asno si hubiese creído que aquellas aclamaciones y aquellos saludos estaban dirigidos a él, en vez de a quien llevaba sobre sus lomos? Le pido al Señor no ser tan `burro´ como para engañarme así“.

Pues bien, aunque se entiende muy bien lo que ha querido decir el obispo, creo que él no puede compararse con el burro y sí con Aquel a quien el burro llevaba. De hecho, monseñor Munilla es Vicario de Cristo en San Sebastián. Si Sta. Catalina de Siena llamó al Papa “nuestro dulce Cristo en la tierra", los fieles guipuzcoanos tienen en don José Ignacio a su “dulce Cristo en la tierra". De hecho, él es sucesor de los apóstoles y uno de ellos, San Pablo, no tuvo reparo en reconocer que los gálatas le habían recibido “como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Gal 4,14).

Sí, es obvio que Monseñor Munilla no es nadie sin Cristo. Como todos nosotros. Pero un obispo no es como todos nosotros. No es igual ser apóstol que no serlo. No es igual ser obispo que no serlo. Ni es igual ser presbítero o diácono, que no serlo. Tan cierto es, como recordó el propio don José Ignacio, que no hay mayor título que el de “hijos e hijas de Dios", como que en la Iglesia debemos honra a quien honra merece, y que los obispos, en cuanto que vicarios de Cristo, han de ser especialmente honrados y, por supuesto, obedecidos. Lo recordó el Nuncio de Su Santidad -vuelvo a decir que creo que nos ha tocado en suerte un gran nuncio- en la alocución previa a la entrega del báculo, cuando citó a San Ignacio de Antioquía en su carta a los tralianos: “Porque cuando sois obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que estáis viviendo no según los hombres sino según Jesucristo, el cual murió por nosotros, para que creyendo en su muerte podamos escapar de la muerte“. También dijo San Ignacio a los efesios: “Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo“. Por cierto, bien haríamos en tener todo esto en cuenta a la hora de juzgar a aquellos obispos que, según nuestro entender, no desarrollan adecuadamente su labor. Incluso aunque tengamos razón, hay líneas que no deberíamos cruzar a la hora de hablar y escribir de ellos. Y esto me lo digo a mí mismo el primero.

Leer más... »

2.12.09

El Papa y los eruditos de la nada

Hace ya dos años y medio -¡cómo pasa el tiempo!- escribí un post al que titulé “El Jesús histórico y los eruditos de la nada”. Empezaba diciendo:

“Quien parte del apriorismo de que no existen los milagros difícilmente puede aceptar la historicidad de los que hizo Cristo, incluida su propia resurrección".

Y añadía:

“…si ustedes, señores eruditos de la nada, niegan que Cristo dio la vista a los ciegos, hizo hablar a los mudos, limpió la lepra a los leprosos, resucitó a los muertos y resucitó Él mismo, nieguen también que dio el Sermón del monte, que nos enseñó el padrenuestro, que habló por parábolas y que, en definitiva, predicó el evangelio. Eso de tomar sólo lo que les encaja en sus mentes racionalistas no es racional, no es serio, no es ciencia".

Pues bien, ayer el Papa Benedicto XVI les dio una soberana lección a los miembros de la Comisión Teológica Internacional. En una homilía dirigida no sólo a ellos, de hecho más bien creo que pensaba en teólogos de otro perfil, sino a todos los habidos y por haber en el mundo mundial, el Santo Padre puso los puntos sobre las íes. Por ejemplo, afirmó esto:

“Se pesca en las aguas de la Sagrada Escritura con una red que permite sólo una cierta medida para los peces, y todo aquello que está más allá de esta medida no entra en la red y, por lo tanto, no puede existir. Y así, el gran misterio de Jesús, del Hijo hecho hombre, se reduce a un Jesús histórico, realmente una figura trágica, un fantasma sin carne y hueso, uno que ha quedado en el sepulcro, está corrompido, es realmente un muerto. Se trata de un método que “sabe pescar ciertos peces pero excluye el gran misterio porque el hombre se hace él mismo la medida y tiene esta soberbia que, al mismo tiempo, es una gran necedad, que absolutiza ciertos métodos que no son aptos para las grandes realidades (…) Es la especialización que ve todo los detalles pero ya no ve la totalidad”.

Al leer las palabras del Papa no he podido por menos que acordarme de lo que dijo el teólogo Torres Queiruga en una entrevista concedida a Tempos Dixital este mismo año:

Leer más... »