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7.01.15

Sabiendo la verdad, ¿haremos caso a los que proponen la mentira?

Sabiendo que:

- Dios ha enviado a su Hijo unigénito para que todo el que en Él cree sea salvo (Jn 3,16).

- Cristo dijo que de nada vale creer en Él si no se hace caso a lo que dice (Luc 6,46-49.

- Dios es paciente con nosotros, no queriendo que nadie se condene sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped 3,9).

- Dios ha derramado su Espíritu sobre sus hijos para que sean libres y puedan ser transformados de gloria en gloria a imagen de Cristo (2 Cor 3,17-18).

- El que vive constantemente en pecado, no es de Dios (1 Jn 3,8-9), conociendo igualmente que cuando pequemos ocasionalmente, abogado tenemos para con el Padre: Jesucristo (1 Jn 2,1).

- Dios no permite que seamos tentados más allá de lo que podamos soportar, pues Él mismo nos da fuerzas para vencer la tentación (1ª Cor 10,13). 

- En ninguna manera la misericordia y la gracia suponen vía libre para pecar (Rom 6.15).

- El Dios que nos llama a ser santos como Él es santo (1 Ped 1,6), que nos pide que trabajemos arduamente, con temor y temblor, en nuestra salvación (Fil 2,12), es el mismo Dios que produce en nosotros tanto el deseo de santidad y salvación (Fil 2,13) como la capacidad para llevar a cabo las obras que Él preparó de antemano con ese fin (Efe 2,10), para mayor gloria suya (Mat 5,16). 

- Si alguien nos predica otro evangelio, debe ser rechazado radicalmente (Gal 1,8-9).

- Si a Cristo el mundo le rechazó porque amó más las tinieblas que la luz (Jn 3,19), los que son de Cristo también serán rechazados y perseguidos por ese mismo mundo (Jn 15,18-20).

Es evidente que:

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1.01.15

Año nuevo, misma fe, misma determinación

Hoy comenzamos un nuevo año de gracia. El 2015 de la era cristiana. Y en cuanto que hay gracia de Dios, hay fe, hay esperanza, y debe haber caridad

No hay nada que pueda derrotar a los elegidos por Dios si con su ayuda se mantienen fieles.:

Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Rom 8,38-39

Por más que a veces podamos caer en el desánimo, por más que en nuestras vidas, e incluso en la vida de la Iglesia, se den circunstancias que nos parecen desoladoras, hoy sigue siendo cierto que:

Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados. Porque a los que de antemano conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó. ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?

Rom 8,28-31

Somos conscientes de que se aventuran, como decía Santa Teresa de Jesús, tiempos recios. Hay una batalla dentro de la Iglesia, en la que está en juego ni más ni menos que la integridad de la fe católica. Mas el enemigo, aunque a veces use a hombres que viven en la herejía o la apostasía  rampante, es el mismo. Y nuestras armas no han cambiado:

Por lo demás, confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; revestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que habitan en los espacios celestes.
Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la paz.
Abrazad en todo momento el escudo de la fe, conque podáis hacer inútiles los encendidos dardos del maligno.  Tomad el yelmo de la salud y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo tiempo con fervor y siempre en continuas súplicas por todos los santos.

Ef 6,10-18

No estamos solos. Además de Dios mismo, la Madre de Dios y los santos nos acompañan:

Teniendo, pues, nosotros tal nube de testigos que nos envuelve, arrojemos todo peso y el pecado que nos asedia, y por la paciencia corramos el combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y perfeccionador de nuestra fe, Jesús; el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. 
Traed, pues, a vuestra consideración al que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo, para que no decaigáis de ánimo rendidos por la fatiga. Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado.

Hen 12,1-4

Nos equivocaremos si pensamos que la Iglesia se salva solo a través de la defensa de la fe por medio de la apologética. Como dijo San Anselmo: “Non in Dialéctica complacuit Deo salvum faceré populum suum” ("Dios no ha querido salvar a su pueblo a base de dialéctica"). Sí, la fe ha de ser defendida. Sí, la verdad ha de ser expuesta y el error combatido. Pero solo la santidad salvará a la Iglesia. Y no la santidad de los demás, sino la propia, la de cada uno de nosotros.

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19.12.14

¿Cuántos de vosotros sabíais que San Josemaría era profeta además de santo? (II)


Seguimos paladeando la primera campanada de San José María Escrivá de Balaguer, profeta. Recordad. Lo que importa de este post es lo que él dijo, no lo que yo comento:

Considerad, hijos míos, que la lucha interior no es una simple ascesis de rigor humano. Es la consecuencia lógica de la verdad que Dios nos ha revelado acerca de Él mismo, acerca de nuestra condición y acerca de nuestra misión en la tierra. Sin esa batalla interior, sin participación en la Pasión de Cristo, no se puede ir detrás del Maestro

Muchos hemos querido, o queremos, el gozo del evangelio sin cruz. Muchos queremos la resurrección sin el Calvario, sin la angustia del huerto de Getsemaní. Pero ya dijo Cristo que “el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10,38) y “no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20).

Quizá por esto participación en la Pasión de Cristo, no se puede ir detrás del Maestro. Quizá por esto contemplamos una dolorosa desbandada: muchos pretenden componer una vida según las categorías mundanas, con el seguimiento de Jesucristo sin Cruz y sin dolor

Ay de los que quieren aguar el evangelio, presentándolo como una donación de perdón sin arrepentimiento, como un camino de rosas sin espinas, como una santidad sin santificación y transformación del alma, que pasa de estar presa del pecado a la libertad gloriosa de la gracia en la que viven los verdaderos hijos de Dios.

La lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos prepara para esta otra vertiente del combate cristiano, que implica el cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth.XXVIII, 19), con el único bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la gracia.

Yerran todos aquellos que piensan que pueden combatir la batalla de la fe sin haber forjado el alma en el crisol de la voluntad de Dios. No basta con conocer la sana doctrina. Hay que ser santos, cada uno en la medida que Dios le da.

Mi dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura, precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera dentro de la Iglesia, al haberse cedido ante planteamientos y actitudes incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la Iglesia ha custodiado durante siglos. 

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14.12.14

¿Cuántos de vosotros sabíais que San Josemaría era profeta además de santo?

Prácticamente todo el mundo católico conoce la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Los vídeos con sus charlas a los miembros de la Obra están en youtube. Sus obras están al alcance de cualquiera. Lo que no tantos conocen, más bien pocos, es que al final de su vida el santo y fundador del Opus Dei envió  a los fieles de la Prelatura algunas cartas importantes, conocidas como las Tres Campanadas. 

Las cartas no estaban destinadas al publico en general, sino a un uso restringido de los miembros de la Obra. Sin embargo, dado que hoy es un santo de toda la Iglesia, creo que es necesario contribuir a su difusión. ¿Por qué? Por dos razones:

1- Describen la situación de la Iglesia en el postconcilio.

2- Describen la situación de la Iglesia hoy.

Obviamente no son palabra de Dios en el sentido que tiene la Escritura. Pero sí son palabras de profeta, de un hombre que se sumió en la gracia divina para ser instrumento de salvación de muchos. El pueblo de Dios tiene derecho a conocerlas. Los textos completos de dos de las campanadas están en la red. Es fácil encontrarlos mediante Google. Ya he usado párrafos de la tercera campanada en algunos posts de los últimos meses. Este está dedicado a citar textos de la primera. Pero recomiendo que se lea entera.

Un último consejo. Mis comentarios a las palabras de San Josemaría son solo algo de paja que separa los lingotes de oro. Podéis pasar tranquilamente sin leerlos. Os basta con leer al santo y profeta:

Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.

Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.

Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas.

La salvación de muchas almas está en peligro, decía el santo. ¿Qué no diría hoy, cuando vemos lo que ha avanzado la secularización dentro de la propia Iglesia?

No es tiempo para el sopor; no es momento de siesta, hay que perseverar despiertos, en una continua vigilia de oración y de siembra.

¡Alerta y rezando!, que nadie se considere inmune del contagio, porque presentan la enfermedad como salud y, a los focos de infección, se les trata como profetas de una nueva vitalidad.

Ay de aquellos que llaman profetas a los que arrancan al catolicismo del alma de millones de fieles, vendiéndoles como cosa del Espíritu Santo lo que es la profanación de una Tradición bimilenaria. Toca rezar, rezar y rezar.

Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por falsas ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos - a lo largo de los siglos - han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos.

Como bien decía San Agustín: ”El mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes” (Sermón 46, sobre los pastores). Se ha pretendido y se pretende que el mundo sea luz de la Iglesia en vez de la Iglesia luz del mundo. Y se abre la puerta a los pecdos del mundo para que sean aceptados, y considerados invencibles, entre los propios fieles, ignorando el poder de la gracia y la obra del Espíritu Santo en las almas. 

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6.12.14

¿Ama Dios a todos los hombres por igual?

Este es el primer post de una posible serie en la que plantearé preguntas sobre la fe católica. Cabe la posibilidad, aunque espero que no ocurra, de que yo crea que la respuesta correcta es la equivocada. En ese caso, doy por hecho que saldréis todos a ayudarme y sacarme del error.

Si veo que sale bien la cosa, vendrán más. Si no, pues será el primero y último.

De estas dos afirmaciones, ¿cuál creéis que es cierta según la fe católica?

- Dios ama a todos los hombres por igual.

- Dios ama a todos los hombres, pero ama más a los más santos. De hecho, son más santos porque Dios les ama más.

Al final del día, la solución.

Si queréis razonar vuestras respuestas, mejor. No publicaré ningún comentario hasta que dé la respuesta correcta, que incorporaré al post.

Luis Fernando Pérez

—-

Respuesta.

Tomado de:

Gracia y libertad –VI. Santo Tomás de Aquino

Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si alguien es más santo, es porque ha sido más amado por Dios. Es evidente que las criaturas existen porque Dios las ama: «Tú amas todo cuanto existe, y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna» (Sab 11,25). También es evidente que entre los seres creados, concretamente entre los hombres, hay unos mejores que otros, hay unos que tienen más bienes que otros. ¿Y de dónde viene que unas personas sean mucho más buenas que otras? Del amor de Dios. Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si uno es más bueno, es porque ha sido más amado por Dios.

Recuerdo un principio previo. El amor de Dios es muy diferente del amor de las criaturas. El amor de éstas es causado por los bienes del objeto amado: «la voluntad del hombre se mueve [a amar] por el bien que existe en las cosas» o personas. Por el contrario, «de cualquier acto del amor de Dios se sigue un bien causado en la criatura» (STh I-II,110, 1).

El amor de Dios es infinitamente gratuito, es un amor difusivo de su propia bondad: Dios ama porque Él es bueno. Así la luz ilumina por su propia naturaleza luminosa, no por la condición de los objetos iluminados. Y amando Dios a las criaturas, causa en ellas todos los bienes que en ellas pueda haber. Consecuentemente, si todos los hombres en alguna medida han recibido bienes de Dios, aquellos que han recibido más y mayores bienes los deben todos a un mayor amor de Dios hacia ellos.

Los santos, en sus autobiografías, dan con frecuencia testimonio agradecido de esta gran verdad, y a Dios atribuyen todo el bien que ellos tienen, que ciertamente es mucho mayor que el de otros hombres. «El Señor ha hecho en mí maravillas» (Lc 1,49). «¿Qién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes tú, que no hayas recibido?… Gracias a Dios soy lo que soy» (1Cor 4,7; 15,10).

Por tanto, Dios no ama más a una persona porque sea más perfecta y santa, sino que ésta es más santa y perfecta porque ha sido más amada por Dios. Esta verdad es constantemente proclamada en la Escritura. En ella resplandece el amor especial de Dios por su pueblo elegido, Israel, «el más pequeño» de todos los pueblos (Dt 7,6-8); por María, haciéndola inmaculada ya antes de nacer; por los cristianos, «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12); por «el discípulo amado», etc. Por eso Santo Tomás enseña que,

«por parte del acto de la voluntad, Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varía jamás. Pero por parte del bien que se quiere para lo amado, en este sentido amamos más a aquel para quien queremos un mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma… Así pues, es necesario decir que Dios ama unas cosas más que a otras, porque como su amor es causa de la bondad de los seres, no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (STh I,20, 3). Es éste un principio teológico fundamental, que aplica el santo Doctor al misterio de la predestinación (I,23, 4-5) y a toda su teología de la gracia (I-II,109-114).

Son muchos los cristianos que hoy ignoran estas grandes verdades, pues casi nunca les son predicadas. Y por eso se desconciertan cuando las oyen. Pero un cristiano que apenas las conozca, conoce mal, muy mal, el misterio de Dios y el de su gracia. Apenas entiende la maravilla sobrenatural de la vida cristiana.

José María Iraburu, sacerdote