InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Evangelio

24.06.07

Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista

No es poca cosa lo que Cristo dijo de su precursor, de aquel que, en cumplimiento de las profecías, preparaba el camino delante de Yavé. Efectivamente, el Señor dijo de Juan el Bautista: "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista" (Mt 11,11a). Impresionante, ¿no?

El caso es que la Escritura no recoge el dato de que el Bautista realizara ningún milagro. No parece que fuera un Elías ni un Eliseo, facedores o mediadores de sucesos asombrosos. Tanto que incluso los huesos de Eliseo provocaron que resucitara un muerto (2 Rey 13,21). Mas la grandeza del Bautista no estaba en las señales que le acompañaban sino en las palabras que decía y en Aquel a quien anunciaba. Siendo el más grande de los profetas habidos hasta entonces, San Juan el Bautista no era un hombre de discurso políticamente correcto. No se andaba por las ramas y llamaba al arrepentimiento de pecados. Y, oh misericordia divina y señal para el hombre moderno, hete aquí que el pueblo respondía a esa predicación dura, sin concesiones a la galería, con aristas que sin duda herían las almas orgullosas de quienes dándoselas de justos eran tan pecadores como el que más. Volvía a cumplirse lo ocurrido con Nínive y el profeta Jonás. Destinados a ser aniquilados, los ninivitas se salvaron cuando se les predicó su pecado y pudieron arrepentirse.

¿Y hoy? ¿pensamos que vivimos en una sociedad mejor que la de Nínive? ¿acaso somos mejores que los israelitas que oían la voz profética del Bautista? ¿quizás un pueblo que sacrifica diariamente ante el altar del aborto a cientos de inocentes, es mejor que aquellos pueblos que sacrificaban a sus hijos ya nacidos ante Moloc? ¿acaso en Sodoma y Gomorra aprobaron en un parlamento el matrimonio gay? ¿qué nos diferencia?

Leer más... »

16.06.07

La misericordia invitada (Lucas 7,36-8,3)

La misericordia invitada (Lucas 7,36-8,3)

Invitar a comer es uno de los signos de amistad más comunes en todas las culturas. El Evangelio de hoy nos narra un episodio de un fariseo que rogaba a Jesús que fuera a su casa porque le quería invitar a comer. Así fue. Pero se coló una mujer conocida en la ciudad por sus pecados, y discretamente comenzó a llorar a los pies de Jesús, a besárselos y enjugarlos con los cabellos, a perfumarlos con el frasco de perfume que había traído. El fariseo viendo aquello, se puso a murmurar contra el maestro. Es decir, invitó a Jesús a comer como quien invita a una persona famosa, acaso para pavonearse de haber sido anfitrión del afamado maestro que estaba en la boca de todos.

Es tremendo eso de esperar a Dios en los caminos que Él no frecuenta o empeñarse en enmendarle la plana cuando le vemos llegar por donde ni nos imaginamos. En esta entrañable escena, no obstante, lo más importante no era la desilusión defraudada del fariseo, sino la enseñanza de Jesús ante el comportamiento de aquella pobre mujer. Ella hizo lo que le faltó al fariseo en la más elemental cortesía oriental: acoger lavando los pies, secarlos y perfumarlos. Ella no lo hizo como gesto de educación refinada, pues no estaba en su casa y era ella quien había invitado a Jesús, sino como gesto de conversión, como petición de perdón y como espera de misericordia. Ciertamente el Señor respondería con creces: no banalizaría el pecado de la mujer, pero valoraría infinitamente más el perdón que con aquel gesto ella suplicaba. El fariseo sólo vio en ella el error, mientras que Jesús acertó a ver sobre todo el amor: a quien mucho ama, mucho se le perdona.

Leer más... »

11.03.07

Si no nos convertimos, morimos.

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera." Y les dijo esta parábola: - "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: `Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?´ Pero el viñador contestó: `Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas´".
(Luc 13,1 y ss)

O conversión o perdición. No hay opción. No hay una tercera vía. No hay un gris que medie entre el negro y el blanco, ni una tibieza que pacte con talante entre el frío y el calor. O hacemos de nuestra vida un camino de conversión continua, o hemos equivocado el camino hacia la salvación.

Como el enfermo que se aferra a la vida medicándose, como el bebé que busca el abrazo materno para ser amamantado, el cristiano debe agarrarse como una lapa al Espíritu de gracia que le renueva, le transforma a imagen de Cristo, le limpia de impurezas. En definitiva, le convierte.

"El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti", decía San Agustín. Es nuestro deber trabajar con temor y temblor en nuestra salvación, pero siempre sabiendo que es Dios el que produce en nosotros tanto el querer como el hacer, de forma que nadie pueda gloriarse en sus propias fuerzas ni pretender presentarse delante de Dios con una factura que ponga: `Por esto, aquello y lo de más allá….. se me debe la salvación.´ Somos salvos por gracia, pero una gracia que actúa eficazmente por el amor, no una gracia etérea, pasiva y ajena a nuestro obrar.

Toda conversión es dolorosa. Nadie abandona el pecado y toma camino de la santidad, sin dejarse por el camino jirones de su alma. Ese alma que sabe que necesita ser podada para llevar mejor fruto, pero que cuando ve las tijeras del podador se acobarda y a veces huye. Mas si nuestra identidad está en Cristo, no podemos desear otra cosa que ser transformados a su imagen, libres de toda imperfección, por pequeña que sea. Pidamos pues a Dios que corte nuestras ramas enfermas, nuestros vicios, grandes y pequeños. Pidamos que la savia del Espíritu Santo nos renueve y vivifique para que podamos dar fruto agradable. Fruto que a su vez sirva de alimento al prójimo necesitado de amor cristiano.

Señor, conviértenos a ti, renueva nuestro entendimiento, transforma nuestro corazón. Límpianos de todo mal, abónanos con tu Santo Espíritu y riéganos con la sangre de tu Hijo Jesucristo. Sólo así podremos ser dignos de contarnos entre los que te alabarán eternamente por tu bondad, tu misericordia y tu infinita santidad.
Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante

7.02.07

Lo que sale de dentro

Marcos 7, 14-23
En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: -"Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga." Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: -"¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina." Con esto declaraba puros todos los alimentos. Y siguió: -"Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro."

Tanto en tiempos de Jesús como hoy en día, hay un tipo de religiosidad que pretende reivindicar su autenticidad por su fidelidad a normas externas, las cuales, sin embargo, tienen su razón de ser sólo como reflejo de lo que ha de ser una actitud interna del creyente.
Es decir, se podía guardar la ley como hoy se puede ir a misa todos los domingos; se podía evitar alimentos impuros como hoy se puede hacer abstinencia de carne. Pero de nada vale la fidelidad a la ley y la norma escrita si el corazón está gravemente enfermo por el pecado.

Leer más... »

13.01.07

Seamos el vino bueno de Caná

"Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."

Cuando el Señor hace un milagro, no hace cualquier milagro. No convierte el agua en vino corriente, sino en el mejor de los vinos. No convierte los corazones de piedra en corazones de carne muerta, sino en corazones de carne viva, que laten con fuerza extendiendo la sangre salvífica por todo el cuerpo de la Iglesia.

La vida del cristiano fiel a Dios es un constante milagro, pues la naturaleza humana no tiende por sí misma hacia la santidad, hacia el bien. Como dice la Escritura, no hay quien busque a Dios (Romanos 3,11). Y si alguno le busca y le ama, no es fruto de su bondad intrínseca sino de que previamente Dios le amó y le buscó. Como dice el apóstol San Juan, Dios nos amó primero (1ª Jn 4,10). A ese amor respondemos por gracia y nos convertimos en agentes del amor de Dios para los demás.

Leer más... »