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18.05.15

Conviene empezar la casa de la evangelización por los cimientos, no por el tejado

¿Quién no quiere un mundo mejor? ¿Quién no desea el fin de la pobreza, el fin de los crímenes, la paz mundial, la fraternidad entre todos los hombres, etc? Y ya puestos, ¿qué cristiano que merezca llamarse como tal no quiere que el resto de la humanidad acepte a Cristo como Señor y Salvador?

Entre estas dos realidades, ¿cuál es la deseable?

Ahora bien, están claras cuáles son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. 

Gal 5,19-21

Y

En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley.

Gal 5,22-23

Ahora bien, toda tarea que quiera llegar a buen término, ha de tener un base sólida, arraigada, firme. Por ejemplo, si hablamos de la nueva evangelización, habrá que empezar por reconocer y enseñar un hecho incontestable, del que nos hablaba la lectura el evangelio del día de ayer:

El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará.

Mc 16,16

Y leemos también en el evangelio de Juan:

Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios.

Jn 3,17-18

En otras palabras. O se cree en Cristo, o no hay más de qué hablar, al menos en relación a la salvación. 

Ahora bien, ¿basta con creer en Cristo? O mejor dicho, ¿basta con decir que se cree en Cristo? Veamos lo que Él nos dijo:

¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Luc 6,46-49

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25.03.15

Respecto al pecado mortal del adulterio

Como ya he comentado en alguna ocasión, las palabras “pecado mortal” parecen haber sido arrancadas del lenguaje habitual de multitud de pastores y fieles. Sobre todo si dicho pecado tiene algo que ver con el sexto mandamiento del Decálogo. Siempre se ha dicho que la Iglesia parecía obsesionada con dicho pecado, pero ahora parece que la obsesión consiste en restarle importancia.

Me produce enorme tristeza que se esté dando en la Iglesia la imagen de que el pecado del adulterio o el de la fornicación ha de tener un tratamiento especial, en plan “bueno, no está bien, pero no os obsesionéis, que tampoco es para tanto” o llamándolo simplemente “situación irregular".

¿Cómo que no es para tanto? ¿Acaso no escribió San Pablo que ese tipo de pecados son especialmente graves?:

Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. 

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 

Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. 
1ª Cor 6,18-20


El apóstol nos pide que huyamos de ese pecado, ¿y nosotros nos ponemos a discutir sobre si los que VIVEN en él que pueden acercarse a comulgar al altar como si tal cosa? ¿a cuento de qué?

No piensen ustedes que esto es cosa solo de los prelados alemanes o de algún obispo cuasi-apóstata. El otro día el cardenal Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, hizo unas declaracions a TV3 de las que se hace eco Europa Press de la siguiente manera:

… Martínez Sistach, se mostró convencido de que se hallarán soluciones para que separados y divorciados católicos vueltos a casar puedan comulgar y vivir su fe de forma normal, aunque dejó claro que no se cambiarán cuestiones doctrinales.

Recordó, asimismo, que el Papa Francisco está preocupado por esta cuestión, y por ello la abordó en dos sínodos, uno de ellos extraordinario. Y explicó que los divorciados que se han vuelto a casar o se han juntado con otra persona son miembros de la Iglesia, no están excomulgados y la comunidad cristiana les debe ayudar y acoger.

“Tengo la esperanza de que se encontrarán caminos, algún camino que ayudará si no a una solución total, sí a una solución de misericordia y fidelidad“.

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12.02.15

O volvemos a San Agustín y Santo Tomás, o no hay nada que hacer

Pero gracias sean dadas a Dios, porque siendo esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados,  y libres ya del pecado, habéis venido a ser esclavos de la justicia.

Romanos 6,17-18

Corren recios tiempos para aquellos que creen que aunque el cristianismo no es una mera recopilación de doctrinas fundadas en la Escritura y la Tradición y acrisoladas por siglos de Magisterio eclesial, sin la sana doctrina es de todo punto imposible desarrollar una pastoral adecuada que pueda conducir a los hombres al encuentro con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre y, en cuanto tal, único mediador entre Dios y los hombres.

Aun más, quienes así piensan y lo dicen, suelen ser acusados de fariseos, escribas, fundamentalistas y toda una catarata de adjetivos similares. Los acusadores pretenden poco menos que convertir el cristianismo en una religión de sentimientos buenistas que busca hacer que el paso por este valle de lágrimas que es la vida sea lo más “fácil y cómodo” posible, sin tener en cuenta que precisamente lo que está en juego en los años que vivimos a este lado de la frontera determinará nuestro destino en toda la eternidad. Y créanme, esa eternidad dura mucho. De hecho, no tiene fin. Si tuviéramos un mínimo de sentido de lo eterno, entenderíamos que las pocas o muchas décadas que nos toque vivir ahora son la nada comparadas con lo que llegará después. 

Hay hoy una casi absoluta falta de entendimiento de la verdadera naturaleza de Dios. Nos han dibujado un Dios al que apenas importa el pecado. Creen que el hecho de que Dios sea amor está por encima de su condición de santo, como si su amor y su santidad fueran dos fuerzas contrapuestas. La realidad es que la santidad de Dios es incompatible con el más leve de los pecados. Y tanto nos ama Dios que envió a su Hijo a redimirnos, a salvarnos no solo de la consecuencia de nuestros pecados, sino a liberarnos verdaderamente de la esclavitud en la que vivimos cometiéndolos. 

Porque Dios es santo nos ama. Porque nos ama tanto, quiere hacernos santos. Y su gracia es el instrumento para edificar nuestras almas como templos de santidad en los que su Espíritu Santo habite, transformándonos a imagen y semejanza de su Hijo Jesucristo, el Santo de los santos. 

Equivocada sería igualmente la imagen de un Dios justiciero, que esperara cualquier fallo grave nuestro para enviarnos de cabeza y sin remedio al infierno. Un Dios deseoso de condenar a los hombres no habría enviado a su Hijo a salvarlos.

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6.02.15

Aconfesionalismo autoimpuesto: ¿Por qué escondemos a Cristo?

Hay algo peor que el intento del laicismo radical de reducir la fe al ámbito de lo privado, a una expresión meralmente cultual -de culto-, de piedad personal, a la que se prohibe que impregne la sociedad. Se trata de esa especie de aconfesionalismo que se autoimponen muchos cristianos, tanto a nivel particular como grupal o institucional.

Lo vemos en instituciones dedicadas a la labor social en la Iglesia. Cuesta mucho encontrar en sus campañas una referencia a Cristo,al Evangelio, a la fe. En poco o nada se diferencia de las campañas de ONGS cívicas.

Ocurre también con algunas revistas “católicas". Sí, defienden valores que emanan del evangelio. Sí, están hechas por gente que profesa la fe de la Iglesia. Pero no se ve directamente la fe y el evangelio por ninguna parte. Ni una cita, ni una referencia directa. Parecen publicaciones hechas para que te las dé una azafata en un viaje en el AVE o en un vuelo de avión trascontinental.

Lo mismo ha de decirse en referencia a la predicación y la catequesis. Quien piensa que así evangeliza, suele partir del error de que a través de la buena moral y los buenos principios se puede llegar a la fe. Más bien es al revés. Solo la fe y la gracia capacitan al hombre caído para andar en la verdad y en la virtud.

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20.12.14

Pretenden curar la desgracia de mi pueblo como cosa leve

Leemos en la segunda epístola de San Pedro:

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

2ª Ped 1,19-21

Días atrás he traído a este blog y a este portal las advertencias proféticas de uno de los santos más importantes del siglo pasado, coetáneo nuestro. Toca hoy traer a un profeta del que no cabe la menor duda que habló inspirado por el Espíritu Santo, pues sus palabras forman parte de la Escritura. Sus textos fueron escritos en una época muy concreta pero sirven para iluminar la realidad de la Iglesia, el Israel de Dios, hoy en día.

Antes que nada, conviene recordar lo que el apóstol San Pablo dijo de aquellos que siendo gentiles, han sido injertados en la viña del Señor:

Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.  Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.
Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.

Rom 11,17-22

Teniendo esa advertencia en mente, leamos:

Déjate amonestar, Jerusalén, no sea que mi alma se aparte de ti y te convierta en desierto, en tierra inhabitada.

(Jer 6,8)

Cosa buena, y sabia, es estar dispuestos a recibir la corrección del Señor. Una corrección destinada a nuestro bien, para que no caigamos en la tentación de entrar por la puerta ancha que conduce a la perdición y que nos ayuda a volver sobre nuestros pasos si ya hemos entrado por ella. Si no hacemos tal cosa, nuestra alma, y también gran parte de la Iglesia, se convertirá en desierto. Un desierto lleno de almas que vagan por el Sinaí, dando tumbos de acá para allá, sin confiar plenamente en la realización de la promesa de una tierra prometida, que para nosotros es la Jerusalén celestial.

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