InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

1.09.17

Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad

Primera lectura del viernes de la vigésimo primera semana del Tiempo Ordinario:

Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que, conforme aprendisteis de nosotros sobre el modo de comportaros y de agradar al Señor, y tal como ya estáis haciendo, progreséis cada vez más.
Pues conocéis los preceptos que os dimos de parte del Señor Jesús. Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación: que cada uno sepa guardar su propio cuerpo santamente y con honor, sin dejarse dominar por la concupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios.
En este asunto, que nadie abuse ni engañe a su hermano, pues el Señor toma venganza de todas estas cosas, como ya os advertimos y aseguramos; porque Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad.
Por tanto, el que menosprecia esto no menosprecia a un hombre, sino a Dios, que además os concede el don del Espíritu Santo.
1 Tes 4,1-8

¿Cómo pues? ¿San Pablo hablando de “no hagáis esto, no hagáis lo otro, guardad preceptos, ser santos"? ¿no será que todavía le quedaba un resabio fariseo? 

No, más bien el fariseo, y el escriba, y el falso maestro, y el falso profeta, es quien quiere hacer trampas con la ley de Dios, que engaña a los fieles asegurándoles que la ley de Dios es un buen ideal pero que tampoco hace falta cumplirla siempre y en toda circunstancia.

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28.08.17

Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé

Del Oficio de lecturas del lunes de la vigésimo primera semana del Tiempo Ordinario:

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 7, 10, 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255)

Qué preciosidad las palabras de un santo contando cómo el Señor le llevó de las tinieblas a la santidad. Qué gozo para el cristiano comprobar esa “obra de arte” de nuestro Dios. 

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27.08.17

A Él sea la gloria por los siglos de los siglos

Segunda lectura del vigésimo primer domingo del Tiemo Ordinario

¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
Porque de Él, por Él y para Él existe todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.
Rom 11,33-36

Todo existe por Dios y para Dios. Nosotros también. Por tanto, ¿cómo no entregarmos por completo a Él? Mas esa entrega no es don nuestro a Él, sino al contrario, un don que nos concede. Primero, porque Él se entregó por nosotros en la Cruz. Segundo, porque solo por el Espíritu Santo podemos reconocerle como Padre:

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26.08.17

Colmados de dulzura espiritual, revestidos de santidad

Del Oficio de Lecturas del sábado de la vigésima semana del Tiempo de Cuaresma:

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.

Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo de su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: La causa de la condenación es ésta: Que la luz ha venido al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue en verdad sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque en realidad no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y por esto hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.

Pero también ahora es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés
(Libro 10, 2: PG 98, 1138-1139)

Si miramos al sol en el cielo, quedamos cegados en breves momentos. Si fijamos nuestra mirada en el Sol de Justicia que es Cristo, quedamos iluminados para andar en santidad.

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25.08.17

Has puesto alegría en nuestro corazón

Del Oficio de Lecturas del viernes de la vigésima semana del Tiempo Ordinario:

Del libro de Eclesiastés:
Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya contento con tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos con razón que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos nuestro vino con alegre corazón, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber con alegre corazón el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados.» Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.» En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.

Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés
(Libro 8, 6: PG 98, 1071-1074)

Otro santo más, ¿y van?, que exhortan a caminar en rectitud y santidad ante Dios. Y es que, como dice el libro del Eclesiastés, quien así se comporta, es feliz. La felicidad de cumplir la voluntad de Dios llena la vida de los santos y de todo aquel fiel que busca agradar al Señor.

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