InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

10.10.09

Cristo Ancor, derecho al cielo

La escena debió ser impresionante. Cristo Ancor Cabello, cabo del ejército español, acababa de ser herido de muerte en un acto de guerra en Afganistán. El “blindado” que conducía -un cacharro propio de la guerra de Cuba- no soportó la explosión de una mina y sus ocupantes sufrieron las fatales consecuencias. Cristo Ancor se dio cuenta de que se moría. Y justo en ese momento, pidió ser bautizado. El capellán castrense, que previamente había catequizado al soldado, derramó sobre su cabeza el agua de vida que limpiaba todos sus pecados pasados. Cristo pasó entonces a ser de Cristo y se fue con Cristo. Directamente, sin necesidad de pasar por ningún purgatorio. Del infierno de la guerra en la tierra a la paz del cielo con Dios.

La gracia de Dios es así. No importa cuál sea la situación del que se acerca a Él para recibir su abrazo de amor. Dios no rechaza jamás a quien le busca, aunque sea un segundo antes morir. Aunque nadie debería de esperar a estar delante de la muerte para entregarse a Dios, nadie debería de pensar que es tarde para hacer tal cosa. El “buen” ladrón que supo reconocer la santidad de Cristo en la cruz, salvó su alma. Y son muchos los casos de personas que se encuentran con el Señor antes de pasar a mejor vida. Yo he sido testigo de ello en algunas ocasiones. Nunca se me olvidará aquella vez que fui a visitar a un primo hermano de mi madre al hospital de La Princesa en Madrid. Ese hombre fue alcohólico toda su vida, pero yo le tenía cierto aprecio porque las pocas veces que coincidí con él en mi infancia me había tratado con cariño y alegría. Cuando me enteré de que se moría, quise ir a hablarle del Señor. Me acerqué al lecho y cuando le hablé de Cristo me dijo: “No te preocupes hijo. Él está conmigo aquí“. Salí de la habitación del hospital con lágrimas en los ojos. Luego supe que un amigo suyo le había invitado a recibir los últimos sacramentos. Es una de esas ocasiones en las que Dios te da la gracia de ver como su evangelio de salvación se encarna delante de tus ojos.

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4.09.09

Es mejor dejar la hoja en blanco que meter la pata

Llevo prácticamente toda la semana intentando escribir sobre un tema difícil, arriesgado, complicado y, posiblemente, superior a mi actual capacidad espiritual, teológica e intelectual. Incluso lo he anunciado estos dos días atrás. Pues bien, por el momento desisto. Como dice el Señor: “Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: `Este comenzó a edificar y no pudo terminar´“(Lucas 14:28-30). Mejor esperar y ganar que precipitarse y perder.

Ocurre a menudo en el mundo de los blogs, que los bloggers se fuerzan a sí mismos a escribir aunque no sepan sobre qué ni para qué. Reconozco que así lo he hecho en algunas ocasiones aunque cada vez tengo más tendencia a, simple y llanamente, dejar pasar un día sin escribir antes que cubrir el expediente recurriendo al “oficio” que se adquiere tras años publicando posts un día sí y otro también.

Ahora bien, lo que sí que no tiene perdón de Dios es forzar la escritura de tal manera que se meta la pata bien metida. Por ejemplo, acabo de leer un post escrito en un blog de otro portal católico en el que el autor, para salvar el buen nombre de un sujeto al que habría que borrar de la memoria del catolicismo del último medio siglo, tiene el cuajo de decir que “hoy la Iglesia no debe mostrar al mundo grandes santos y personas ejemplares, sino hombres débiles que han sido salvados por la misericordia infinita“. Hombre, pues yo juraría que lo que salva al mundo es otra cosa. Por ejemplo dice el Señor: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos“(Mt 5,16). Sin embargo, san Pablo recuerda el gran daño que causan los hipócritas, que enseñan la verdad y viven en la mentira: “Tú, en suma, que enseñas a otros, ¿cómo no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se debe robar, robas? ¿Tú, que dices que no se debe adulterar, adulteras?…. Pues escrito está: `Por causa vuestra es blasfemado entre los gentiles el nombre de Dios´” (Rom 2,21-24).

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22.08.09

A por la medalla

Desde la semana pasada están teniendo lugar en Berlín los mundiales de atletismo, que tantos titulares están dando a los medios de comunicación por causa de ese jamaicano fuera de serie llamado Usain Bolt y por esa sudafricana, que lo mismo resulta ser un sudafricano, llamada Caster Semenya. Pero esto del atletismo viene de lejos. El mismísimo san Pablo lo usó en su primera epístola a los corintios, animándoles a entrar en esa carrera espiritual que tiene como destino la salvación:

1ª Cor 9,24-25
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno sólo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; mas nosotros para alcanzar una incorruptible.

Ocurre que para el maratón espiritual que corremos en este mundo con destino al estadio olímpico de la Jerusalén celestial, no nos basta con nuestras fuerzas. Al menos a mí no me vale. Sin la ayuda de la gracia de Dios, no podría correr más allá de cien metros. Para empezar, soy torpísimo y me caigo con mucha frecuencia. Para continuar, me gusta el esfuerzo menos que a un crío estudiar en vacaciones. Para finalizar, tengo una tendencia a bajar los brazos y abandonar la carrera ciertamente peligrosa. Menos mal que ahí está Cristo para levantarme cuando caigo, el Espíritu Santo para transformar mi desidia en coraje cristiano y la Iglesia para animarme cuando creo que no puedo más. Sin duda el Padre me ama mucho, pues de lo contrario no me habría dado todo lo que necesito para llegar a Él. Y lo que vale para mí, vale para todos.

Ahora bien, toda carrera tiene sus normas, que no pueden ser burladas si no se quiere caer en la descalificación. La pelea contra el dopaje en todos los deportes es bien conocida. En las carreras largas no se pueden tomar atajos. En las carreras de obstáculos, no se puede rodear los mismos para llegar antes. En longitud no se puede pisar más allá de donde está la marca desde la que se mide el salto. En pértiga no vale evitar derribar el listón saltando por debajo del mismo. Pero sobre todo, quienes usan sustancias prohibidas para aumentar su rendimiento suelen acabar siendo expulsados de la práctica del deporte profesional.

Pues bien, quien quiere recibir el premio al final de su carrera espiritual no puede hacer trampas tampoco. Para empezar, Dios no puede ser burlado. Quien escudriña el corazón sabe más sobre nosotros que nosotros mismos y no hay nada que se le pueda esconder. El camino hasta la meta tiene un solo nombre: Cristo. Y hay tres reglas fundamentales contra las que no se puede atentar: la fe, la esperanza y la caridad. Sin fe, no hay premio. Sin esperanza, no hay energías para acabar la carrera. Y sin caridad, es mejor ni salir de tacos. Analicemos brevemente las tres:

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24.07.09

Mikal, estéril por burlarse del rey danzante

Los cristianos sabemos que la Biblia está llena de relatos que guardan enseñanzas que valen para todas las épocas. Uno de los que más me ha llamado siempre la atención está en el segundo libro de Samuel:

2 Sam 6,14-23
David danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahveh, ceñido de un efod de lino. Él y toda la casa de Israel hacían subir el arca de Yahveh entre clamores y resonar de cuernos. Cuando el arca de Yahveh entró en la Ciudad de David, Mikal, hija de Saúl, que estaba mirando por la ventana, vio al rey David saltando y girando ante Yahveh y le despreció en su corazón.
Metieron el arca de Yahveh y la colocaron en su sitio, en medio de la tienda que David había hecho levantar para ella y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión en presencia de Yahveh. Cuando David hubo acabado de ofrecer los holocaustos y sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre de Yahveh Sebaot y repartió a todo el pueblo, a toda la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas a cada uno de ellos, y se fue todo el pueblo cada uno a su casa.
Cuando se volvía David para bendecir su casa, Mikal, hija de Saúl, le salió al encuentro y le dijo: “¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose hoy ante las criadas de sus servidores como se descubriría un cualquiera!”
Respondió David a Mikal: “En presencia de Yahveh danzo yo. Vive Yahveh, el que me ha preferido a tu padre y a toda tu casa para constituirme caudillo de Israel, el pueblo de Yahveh, que yo danzaré ante Yahveh, y me haré más vil todavía; seré vil a tus ojos pero seré honrado ante las criadas de que hablas".
Y Mikal, hija de Saúl, no tuvo ya hijos hasta el día de su muerte.

Hagamos el esfuerzo de imaginarnos la escena. El rey de Israel, experto guerrero, danzando delante del Arca de la Alianza como si fuera un locuelo descontrolado. Es fácil que algunos se burlaran en su corazón por semejante muestra de “alegría mística". Al fin y al cabo, ¿no debía ser él, siendo el rey, quien mostrara más respeto hacia el icono de la presencia de Dios en medio de Israel? ¿dónde quedaban la solemnidad y el decoro? ¿dónde la seriedad ante las cosas santas de Dios?

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28.05.09

Bautizarse a los noventa

Se llama Kimani Ng’ang’a Maruge, vive cerca de Nairobi, la capital de Kenia, y se hizo famoso hace 5 años al convertirse en el alumno más anciano del mundo. Pero esa fama mundana no es comparable con la fama que acaba de alcanzar allá donde se celebra fiesta cada vez que un pecador se arrepiente y pone su vida a los pies de Cristo. Y es que Kimani ha recibido el bautismo a sus 90 años de edad. Nunca es tarde si la dicha es buena, y en este caso la dicha es enorme. A la edad en que la mayoría piensa en la muerte, Kameni ha nacido a la vida eterna. Dios no mira la edad sino el corazón que le ama.

Al fin y al cabo, ¿qué es la vida de un hombre en el contexto de la eternidad? Nuestra vida en este mundo es un simple parpadeo en el océano del tiempo sin fin y sin embargo nuestro futuro eterno depende de lo que hagamos en el valle de lágrimas por el que transitamos. Nos basta ser fieles durante unas décadas para vivir contemplando a Dios por siempre jamás. Y además nuestra fidelidad no depende sólo de nuestras fuerzas. Sin la gracia nada podríamos conseguir. ¿Qué excusa tenemos, pues, para no vivir ya en comunión con el Dios que nos ama tanto que envió a su Hijo Unigénito para salvarnos?

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