InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

23.03.10

Ser sacerdote hoy en España

Me lo contaba ayer un buen sacerdote y amigo mío. Este fin de semana, durante una de las misas que oficiaba, entró en el templo un hombre con evidentes síntomas de desequilibrio mental. El individuo empezó a hablar en voz alta, a ir de acá para allá y a montar el numerito. Pues bien, de todos los fieles sólo una mujer intentó reconducir la situación sin mucho éxito. Por ello, y ante la posibilidad de que el perturbado cometiera alguna barbaridad una vez realizada la consagración, el sacerdote decidió suspender la misa y llamar a la policía desde la sacristía. Esta llegó en seguida y cuando se hicieron cargo del desequilibrado, ocurrió algo que si llego a estar yo delante, hubiera provocado mi reacción furibunda. Estaba hablando este cura amigo con los agentes de la autoridad cuando uno de los asistentes a misa, habitual de la parroquia, le espetó que cómo era posible que siendo él cura pudiera actuar con tanta falta de caridad hacia el loco. Como digo, si estoy allí me como crudo con patatas a ese parroquiano. El sacerdote hizo lo que tenían que haber hecho cualquiera de los fieles. Llamar a la policía desde el móvil. Y como ninguno llamó, hizo lo que era de sentido común: salvaguardar a Cristo sacramentado de una posible profanación a manos de un enfermo mental. Acusarle de falta de caridad es propio de un imbécil.

El problema es que en nuestras parroquias hay muchos personajes así. Son ese tipo de fieles a los que todo le parece mal, que no paran de buscar motivos para meterse con el cura y que ejercen de pepitos grillos toca narices. No son mayoría, pues ésta suele estar formada por fieles “indiferentes", pero molestan. No es menos cierto que también existe la contrapartida. Es decir, parroquianos la mar de buenos, que hacen que el párroco o sacerdote de turno no desespere del todo.

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13.02.10

Jesús el judío, no el protestante

Pocos escritores hay en España, y yo diría que en el mundo, con una capacidad semejante a la de César Vidal a la hora de escribir todo tipo de libros. No tengo ni idea de cuántas obras suyas hay en el mercado, entre otras razones porque habrá bastantes descatalogadas, pero si me dicen que ya le han publicado más de ciento cincuenta, no me parecería una exageración. Libros de Historia, de teología -protestante-, novelas históricas, cuentos para niños, ensayos, su campo de actuación es muy amplio.

Uno de sus últimos libros, nunca se puede decir el último porque lo más probable es que haya sacado otro hace unas cuantas horas, es “Jesús, el judío". Ni lo tengo ni, por tanto, me lo he leído, aunque viendo cómo lo describe el propio autor, tengo la sensación de que no me mucho encontraré material nuevo que no haya aparecido, de forma dispersa, en otras obras suyas en las que ha tratado, siquiera indirectamente, al protagonista de este libro. Ahora bien, lo que sí he leído es la reseña que en Libertad Digital ha escrito Lorenzo Ramírez y que se titula “La Verdad os hará libres”. Y en dicha reseña se encuentra un párrafo muy significativo:

El arrepentimiento y la Fe en Cristo son compromisos suficientes para lograr la salvación. Las obras no son determinantes, sino la recepción de Jesús y de su mensaje sin reparos, un enfoque que después desarrollaría Pablo de Tarso y que permitiría a los gentiles celebrar la llegada del Reino y ser, por primera vez en la historia, totalmente dichosos.

Supongo que don Lorenzo se hace eco de la visión que César Vidal hace de la cuestión de la salvación en su libro. Y claro, como no podía ser de otra manera, nos encontramos ante la exposición de la herejía solafideísta, que ni tiene base en la Escritura ni muchísimo menos en los evangelios, que recogen directamente la predicación de Cristo.

Vamos a partir de un hecho innegable. Somos salvos por gracia. Como bien dijo Trento “si alguno dijere que el hombre puede justificarse delante de Dios por sus obras que se realizan por las fuerzas de la humana naturaleza o por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina por Cristo Jesús, sea anatema“. No sólo eso, aquel concilio que tanto detestan los progres de hoy, explicó que “somos justificados por la fe, porque “la fe es el principio de la humana salvación, el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios (Hebr 11, 6) y llegar al consorcio de sus hijos; y se dice que somos justificados gratuitamente, porque nada de aquello que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece la gracia misma de la justificación; porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo (como dice el mismo Apóstol) la gracia ya no es gracia“.

Pero una cosa es decir que somos salvos por gracia, por medio de la fe, y otra que las obras no son determinantes. La Escritura es clara: la fe sin obras no salva (Stg 2,17) y el hombre es justificado por sus obras y no solamente por su fe (Stg 2,24). Pero vayamos a lo que el propio Cristo dice sobre la importancia de las obras. Fue precisamente Él quien dijo que no bastaba con recibir y aceptar su mensaje:

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16.01.10

¿Por qué permite Dios las catástrofes naturales?

Muchas personas se preguntan dónde está Dios cuando tiene lugar una catástrofe natural que deja un elevado número de víctimas humanas. Ocurrió tras el tsunami que asoló Indonesia y ha vuelto a ocurrir tras el terremoto que ha destruido Haití. ¿Puede ser bueno un Dios que permite estas cosas? ¿por qué no hizo nada para evitarlo?

Supongo que hay varias maneras de responder a esas preguntas. Yo no pretendo tener las respuestas perfectas, pero sí quiero compartir algunas reflexiones. Como supongo que alguna no será políticamente correcta, doy un aviso a navegantes: absténganse de cualquier interpretación que pueda indicar que no estoy profundamente conmovido por lo que ha ocurrido, y lo que ocurre, en el país caribeño.

En realidad la pregunta no debería ser el por qué Dios permite este tipo de desgracias sino por qué permite la muerte. Todos los días mueren miles y miles de personas en muy diversas circunstancias, lo cual provoca el dolor de sus seres queridos. Es cierto que cuando se produce una catástrofe natural, un accidente o un atentado con muchas víctimas, la sociedad se siente más conmovida. Yo lo sé bien porque mi padre murió mientras su avión se acercaba al aeropuerto de Bilbao. Si hubiera muerto en un accidente de coche o en un robo a mano armada, me habría quedado igual sin padre, pero la repercusión mediática habría sido inexistente. El dolor parece que se multiplica cuando lo sufren muchos a la vez. Sin embargo, Dios es el mismo cuando se muere de cáncer a los veinte años en la cama de un hospital que cuando se fallece aplastado por un edificio que no ha soportado un temblor de tierra.

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3.01.10

La teología moral liberal es la peor rama del liberalismo teológico

Hay cristianos que piensan que Satanás es el peor enemigo del hombre. Que el príncipe de la mentira tiene especial interés en llevarnos hacia la perdición. Ciertamente los ángeles caídos buscan arrastrar a la humanidad hacia el pozo del infierno al que están destinados, pero el principal enemigo del hombre no es Lucifer y su corte angélica, sino el pecado. Lo que nos separa de Dios no es la actividad de los ángeles de las tinieblas, sino las decisiones morales que tomamos y que atentan contra la santidad, “sin la cual, nadie verá a Dios” (Heb 12,24). Por más que seamos tentados por circunstancias “exteriores", el pecado es un acto propio, no atribuible a nadie más que a nosotros mismos. Al fin y al cabo, “fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla” (1ª Cor 10,13). Tenemos a nuestra disposición gracia más que suficiente para no pecar. E incluso “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn 2,1).

Ciertamente Dios no nos quiere lejos de Él. No quiere que nos condenemos. Por ello el Padre envió al Hijo, que se hizo hombre para que el hombre pudiera tener de nuevo amistad con Dios: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14). Ya en tiempos del profeta Ezequiel, el Señor dijo: “Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir, casa de Israel? Que no quiero yo la muerte del que muere. Convertíos y vivid” (Ez 18,31-32).

Sabiendo, pues, que el pecado nos aleja de Dios y que la santidad es el camino hacia Él, ¿alguien duda de que el papel de la teología moral, y sus consecuencia pastorales, es fundamental para la salud del cristiano? El que quiere agradar a Dios, ¿no querrá saber también qué es lo que le disgusta para no incurrir en ello? El corazón sincero, ¿no buscará incluso conocer cuáles son sus pecados ocultos para que el Señor le libre de ellos (Ps 19,12)?

Sin embargo, vivimos en tiempos recios para las conciencias de los católicos. Si la teología liberal y modernista tiene una rama especialmente corrupta y peligrosa, esa es el de la teología moral. En vez de ayudar a la gente a formarse su conciencia para no pecar, busca la manera de convencer al personal de que lo que es pecado, en realidad no lo es. Es decir, los teólogos moralistas liberales hacen exactamente la labor contraria a la del Espíritu Santo (”y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado” Jn 16,8), son impedimento para que cumplamos el mandato de “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48) y cierran la puerta a la salvación, porque sin arrepentimiento verdadero, ¿cómo puede el Señor perdonar los pecados?: “Si decimos: `No tenemos pecado´, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: `No hemos pecado´, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros” (1Jn 1,8-10).

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30.12.09

España: país de misión

No sé bien si los datos que ha dado la última encuesta del CIS suponen una modificación sustancial respecto a los de pasadas encuestas, pero en todo caso reflejan una realidad que no por conocida no deja de ser triste. Más de la mitad de los españoles (52,3%) que se declaran católicos no asoman por misa ni por un casual. Ni que decir tiene que los que son católicos por bautismo pero no se consideran tales, tampoco pisan nuestros templos.

Lo primero que uno piensa es a cuento de qué alguien que no practica el catolicismo se considera a sí mismo católico. Posiblemente sea por costumbre social o porque creen en la existencia de Dios aunque la misma les tenga bastante sin cuidado. Cada persona tendrá sus propias razones. Supongo que será abundante el grupo de los que dicen “yo creo en Dios pero no en los curas", típico argumento del que busca excusas en la Iglesia para no ser de la Iglesia.

Existe un porcentaje importante de católicos (18,6%) que no van a misa todos los domingos y días de precepto pero sí lo hacen varias veces al año. Apostaría que esos días son precisamente ahora, en Navidad, en Semana Santa y en la fiesta del patrón del pueblo. Ese tipo de personas tienen un sentimiento más “real” de su condición de católicos que los que nunca van a misa, pero no es lo suficientemente fuerte como para motivarles a dedicar una hora de su fin de semana a encontrarse con Cristo en la Eucaristía.

Sólo el 13,1% de los católicos que se declaran tales van entre una vez al mes a misa y varias veces a la semana. Eso supone que el porcentaje de católicos practicantes sobre el total de la población española es de apenas un 10%. O, en otras palabras, decir que España es hoy católica puede ser en cierta parte verdad desde un punto de vista sociológico -aunque yo no lo pienso así- e incluso sacramental -el bautismo imprime carácter- pero es una mentira como una catedral de grande desde el punto de vista de la realidad espiritual de este país. Los católicos practicantes somos una minoría cada vez más exigua. Sólo 4 millones de españoles cumplen con el precepto dominical aunque otros 4 ó 5 millones más vayan de vez en cuando a misa.

Eso significa que este es un país de misión. Pero me pregunto si aparte de hablar -y de sacar documentos- sobre la nueva evangelización, se está haciendo algo para evangelizar de verdad. Es decir, ¿hay algún tipo de pastoral en las diócesis encaminada a buscar el regreso a la práctica de la fe en aquellos que se han alejado de la misma parcial o totalmente? Yo sé que hay movimientos eclesiales que sí apuestan por esa tarea, pero ¿lo hace la Iglesia en bloque? Es más, pregunto, ¿se sabe hacer? ¿saben hacerlo nuestros sacerdotes? ¿saben hacerlo los laicos “comprometidos"?

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