InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

13.04.10

¿Haz el amor y no la guerra?

Desde hace ya unos cuantos años, diversos sectores eclesiales, prelados incluidos, están lanzando un mensaje “defensivo” que consiste en asegurar que la Iglesia no quiere imponer nada. Que el evangelio se propone, no se impone. Que debemos ser más la Iglesia del sí que del no. Que nos debemos llevar bien con todos sí o sí. Y que debemos evitar enfrentamientos con las autoridades y con el resto del mundo. O sea, que tenemos que ser la Iglesia chachi-guay, molona y resultona.

Da la sensación de que esos católicos, sean seglares, sacerdotes o incluso obispos, arzobispos y cardenales, han comprado la mercancía averiada del progresismo que nos acusa de querer imponer nuestros valores al resto de la sociedad. Ellos, precisamente ellos, que son los que se han lanzado por la pendiente de la ingeniería social y la cultura de la muerte sin buscar el más mínimo consenso social, nos tiran la piedra que debería de caer sobre sus propias cabezas. Y sin embargo, hay católicos que van por la vida pidiendo perdón por creer lo que creen. “Ay, mira… yo no imponogo, sólo propongo” o “¿enfrentarme yo al gobierno más radical de la democracia en España? Jamás de los jamases. ¡Líbreme Dios de esa tentación!“.

¡¡COBARDES!! A ver, ¿en qué parte del evangelio o del magisterio de la Iglesia aparece la idea de que hay que llevarse bien con cualquier gobierno, sea el que sea? ¿hay que llevarse bien con quienes promueven el aborto, la degeneración social, con quienes atacan la institución familiar equiparándola a uniones contra natura, con quienes quieren adoctrinar a los niños y jóvenes en una ideología contraria a la cristiana? A ver, que me respondan los católicos “buenistas” o directamente vendidos al socialismos gobernante.

Nadie dice que haya que tirarse al campo o hacer barricadas en las puertas de nuestros templos. Pero basta ya de pedir perdón por creer lo que creemos. Basta ya de pretender que “tol mundo es bueno". Basta ya de pasar la mano por el lomo a los nuevos Herodes. Basta ya de cenas, comidas, risas, complaciencias y medias tintas con políticos y gobernantes que no sirven al bien común sino a sus intereses bastardos. Basta ya de pactar con el mal. Basta ya.

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4.04.10

Aleluya

Cristo ha resucitado, ¡Aleluya!. Las tinieblas no pudieron vencer a la luz. La muerte no pudo retener a la vida. El bien tuvo la última palabra.

Si Cristo ha resucitado, nosotros también resucitaremos. Si Cristo está a la derecha del Padre, nosotros también estaremos a su lado por toda la eternidad.

Hoy es día de alegría y de celebración. El árbol de la Cruz da su fruto más precioso: el sello de nuestra redención, de nuestra salvación.

Hagamos presente a Cristo resucitado en nuestras vidas. Seamos sus testigos. Creamos sin necesidad de ver y palpar. Trasmitamos el gozo de la salvación.

Felicidades a todos los lectores de este blog y de InfoCatólica.

Luis Fernando Pérez

30.03.10

La Cruz, parada obligatoria

Todos los que hemos recibido el don de sabernos amados por Dios, paso previo a poder amarle, tenemos por delante un camino largo hacia nuestro destino final, que no es otro que la eternidad en compañía de Aquél que nos amó primero. Y en dicho camino, hay una estación inevitable, en la que habremos de parar varias veces: se trata de la cruz.

No hay salvación sin cruz. No hay redención sin sacrificio, sin renuncia, sin pasión. De la cruz de Cristo emana toda la gracia salvífica que Dios pone a nuestra disposición. Nuestra cruz es nada sin la Cruz del Calvario. Pero precisamente es gracias a la Cruz que Cristo llevó sobre sus hombros y en la que fue clavado, que nuestras cruces personales adquieren sentido.

Partimos de un hecho evidente. La cruz no es agradable desde un punto de vista humano. Si Cristo mismo pidió al Padre que pasara de Él ese cáliz, es normal que nosotros no nos sintamos especialmente dispuestos a pasar por nuestro propio Calvario. Pero el “hágase tu voluntad” del Señor debemos hacerlo nuestro siempre que nos encontremos ante circunstancias difíciles que, en ocasiones, parecen sobrepasar nuestra capacidad humana de sobrellevarlas.

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29.03.10

De los "¡Hosanna!" al "¡Crucifícale!"

Una de las cosas que me costaba entender siendo pequeño era el contraste entre la actitud de la población de Jerusalén cuando Cristo entró en la ciudad montado en un pollino y la que tomó pocos días después pidiendo su crucifixión a Pilatos. ¿Cómo era posible semejante cambio en tan poco periodo de tiempo? ¿acaso se les había olvidado las enseñanzas, señales y milagros del Señor? Luego he aprendido que las masas son fácilmente manejables. Tanto para lo bueno como para lo malo.

Ahora bien, no hace falta ser masa para comportarse erráticamente en las cosas de Dios. Nosotros mismos podemos pasar en muy poco tiempo de vivir alabando al Señor en nuestras vidas a alejarnos de Él. Las razones para ello pueden ser múltiples: desidia, dejadez, enfado ante unas circunstancias existenciales complejas, etc. Y sin embargo, Dios siempre permanece fiel. Siempre espera que nos volvamos a Él. Siempre nos ayuda a regresar al domingo de Ramos.

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28.03.10

No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia

¿Quién podría mantenerse en pie si Dios no perdonara nuestros pecados? ¿quién podría evitar ser aniquilado por la santidad de Dios si su gracia no nos limpiara de todo mal? ¿cómo resistiría nuestra alma entenebrecida la luz cegadora del Altísimo si antes no hubiera sido transformada por la acción del Espíritu Santo?

No nos engañemos. Nosotros no podemos ser santos por nuestras propias fuerzas. Todo intento humano de servir a Dios sin su ayuda está destinado al fracaso. La obra de salvación es suya. La obra de la justificación es suya. La obra de santificación es suya. Y aun así, nos permite ser protagonistas de dicha obra. Incluso llegamos a ser instrumento de la salvación de otros, tal y como explica la Escritura.

La Iglesia misma, como Esposa de Cristo, hace de madre de los hijos de Dios. En unión a su Señor imparte los sacramentos, la gracia salvífica. En su seno está el tesoro de valor incalculable de la salvación. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre. Si amamos de verdad al Padre, amaremos a nuestra madre. Y a su vez, el amor a la Iglesia nos abre las puertas al amor al Padre.

Pero la Iglesia, como nosotros, necesita de la savia nueva y constante de la conversión. Sin dicha savia, el árbol se seca y los frutos mueren y se pudren antes de caer al suelo. De Cristo tenemos la promesa de que las puertas del Hades no prevalecerán, pero no que la lucha por la santidad será un camino de rosas sin espinas.

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