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19.12.14

¿Cuántos de vosotros sabíais que San Josemaría era profeta además de santo? (II)


Seguimos paladeando la primera campanada de San José María Escrivá de Balaguer, profeta. Recordad. Lo que importa de este post es lo que él dijo, no lo que yo comento:

Considerad, hijos míos, que la lucha interior no es una simple ascesis de rigor humano. Es la consecuencia lógica de la verdad que Dios nos ha revelado acerca de Él mismo, acerca de nuestra condición y acerca de nuestra misión en la tierra. Sin esa batalla interior, sin participación en la Pasión de Cristo, no se puede ir detrás del Maestro

Muchos hemos querido, o queremos, el gozo del evangelio sin cruz. Muchos queremos la resurrección sin el Calvario, sin la angustia del huerto de Getsemaní. Pero ya dijo Cristo que “el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10,38) y “no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20).

Quizá por esto participación en la Pasión de Cristo, no se puede ir detrás del Maestro. Quizá por esto contemplamos una dolorosa desbandada: muchos pretenden componer una vida según las categorías mundanas, con el seguimiento de Jesucristo sin Cruz y sin dolor

Ay de los que quieren aguar el evangelio, presentándolo como una donación de perdón sin arrepentimiento, como un camino de rosas sin espinas, como una santidad sin santificación y transformación del alma, que pasa de estar presa del pecado a la libertad gloriosa de la gracia en la que viven los verdaderos hijos de Dios.

La lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos prepara para esta otra vertiente del combate cristiano, que implica el cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth.XXVIII, 19), con el único bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la gracia.

Yerran todos aquellos que piensan que pueden combatir la batalla de la fe sin haber forjado el alma en el crisol de la voluntad de Dios. No basta con conocer la sana doctrina. Hay que ser santos, cada uno en la medida que Dios le da.

Mi dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura, precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera dentro de la Iglesia, al haberse cedido ante planteamientos y actitudes incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la Iglesia ha custodiado durante siglos. 

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14.12.14

¿Cuántos de vosotros sabíais que San Josemaría era profeta además de santo?

Prácticamente todo el mundo católico conoce la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Los vídeos con sus charlas a los miembros de la Obra están en youtube. Sus obras están al alcance de cualquiera. Lo que no tantos conocen, más bien pocos, es que al final de su vida el santo y fundador del Opus Dei envió  a los fieles de la Prelatura algunas cartas importantes, conocidas como las Tres Campanadas. 

Las cartas no estaban destinadas al publico en general, sino a un uso restringido de los miembros de la Obra. Sin embargo, dado que hoy es un santo de toda la Iglesia, creo que es necesario contribuir a su difusión. ¿Por qué? Por dos razones:

1- Describen la situación de la Iglesia en el postconcilio.

2- Describen la situación de la Iglesia hoy.

Obviamente no son palabra de Dios en el sentido que tiene la Escritura. Pero sí son palabras de profeta, de un hombre que se sumió en la gracia divina para ser instrumento de salvación de muchos. El pueblo de Dios tiene derecho a conocerlas. Los textos completos de dos de las campanadas están en la red. Es fácil encontrarlos mediante Google. Ya he usado párrafos de la tercera campanada en algunos posts de los últimos meses. Este está dedicado a citar textos de la primera. Pero recomiendo que se lea entera.

Un último consejo. Mis comentarios a las palabras de San Josemaría son solo algo de paja que separa los lingotes de oro. Podéis pasar tranquilamente sin leerlos. Os basta con leer al santo y profeta:

Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.

Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.

Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas.

La salvación de muchas almas está en peligro, decía el santo. ¿Qué no diría hoy, cuando vemos lo que ha avanzado la secularización dentro de la propia Iglesia?

No es tiempo para el sopor; no es momento de siesta, hay que perseverar despiertos, en una continua vigilia de oración y de siembra.

¡Alerta y rezando!, que nadie se considere inmune del contagio, porque presentan la enfermedad como salud y, a los focos de infección, se les trata como profetas de una nueva vitalidad.

Ay de aquellos que llaman profetas a los que arrancan al catolicismo del alma de millones de fieles, vendiéndoles como cosa del Espíritu Santo lo que es la profanación de una Tradición bimilenaria. Toca rezar, rezar y rezar.

Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por falsas ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos - a lo largo de los siglos - han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos.

Como bien decía San Agustín: ”El mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes” (Sermón 46, sobre los pastores). Se ha pretendido y se pretende que el mundo sea luz de la Iglesia en vez de la Iglesia luz del mundo. Y se abre la puerta a los pecdos del mundo para que sean aceptados, y considerados invencibles, entre los propios fieles, ignorando el poder de la gracia y la obra del Espíritu Santo en las almas. 

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10.12.14

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro

¿Hay algo más maravilloso en esta vida que ver a un pecador arrepentirse y ser perdonado por Dios? Dijo Cristo:

Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Lucas 15,7

Es por ello que el evangelio de el anuncio de la buena nueva. Pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de andar en comunión con el Señor, para así poder adorarle en espíritu y verdad, es el mayor regalo que puede recibir el ser humano

Pero ese regalo, inmerecido, no le costó poco a Dios. El Padre envió al Hijo a dar la vida por nosotros, a morir en la cruz como cordero inocente para satisfacer su justicia:

Y a vosotros, que muertos estabais por vuestros delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó con El, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.

Col 2,13-14

No parece poca cosa que, a cambio, nos pida el arrepentimiento de nuestros pecados. Sobre todo si ese arrepentimiento es también fruto de su gracia, porque ¿quién podrá arrepentirse si Dios no se lo concede?

San Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et penitentia, citó al papa Pío XII diciendo que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado“. Es posible que hoy tuviera que decir que ese gran mal ha pasado a la vida de multitud de cristianos, que se enfrentan al pecado como si fuera un tema menor, algo irremediable, que no ofende a Dios y que va a ser perdonado así como así porque “Dios es amor".

Y, sin embargo, en la Escritura leemos otra cosa:

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro. No digas: «Su compasión es grande; Él perdonará la multitud de mis pecados», porque en Él está la misericordia, pero también la ira, y su indignación recae sobre los pecadores. No tardes en volver al Señor, dejando pasar un día tras otro, porque la ira del Señor irrumpirá súbitamente y perecerás en el momento del castigo.

Eccl 5,5-7

Asistimos a la propagación de la perversa idea de que Dios perdona a todos siempre, sin condición, sin necesidad de contrición. Vemos atónitos como se ningunea la gravedad de determinados pecados, que aparecen en la Escrituta como incompatibles con la entrada en el Reino de los cielos. Nos alarmamos ante propuestas de pastoral que en vez de ir encaminadas a ayudar a los fieles a librarse de la soberanía de Satanás en sus vidas, parecen dirigidas a concederles una falsa sensación de paz en nombre de una perversión de la misericordia divina. Contemplamos estupefactos como se promueve un falso cristianismo que consiste en que solo unos pocos pueden vivir en santidad, mientras el resto tiene que conformarse con seguir atados a las cadenas del pecado. Y todo eso alcanza además la calificación blasfema de obra del Espíritu Santo guiando a la Iglesia. Y a quien, por amor a Dios y a las almas, se opone a semejante despropósito, recibe la calificación de fundamentalista, fariseo, hipócrita, falto de caridad, etc.

Mas dice el Señor:

No dejes de hablar cuando sea necesario, ni escondas tu sabiduría. Porque la sabiduría se reconoce en las palabras, y la instrucción, en la manera de hablar.
Eccl 4,23-24

Y:

Lucha hasta la muerte por la verdad, y el Señor Dios luchará por ti.

Eccl 4,28

Y:

Hermanos míos, si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra reducirle, sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados.

Stg 5,19-20

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29.11.14

Demostremos que somos lo que creemos

No me cansaré de repetir que en la Liturgia de las Horas la Iglesia nos regala joyas de la sabiduría patrística, como es el caso del siguiente texto de San Cipriano de Cartago, mártir. Es de su Tratado sobre la muerte:

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si, como yo, te sientes apelado por esas palabras, si te ves acusado, recuerda: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad” (1 Jn 1,9).

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos el mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo -dice- ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no posee el amor del Padre, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

¡Demostremos que somos lo que creemos! Grábate a fuego esa frase en tu alma como me la grabo yo.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Ay de mì, que todavía no he renunciado del todo al mundo. Menos mal que, como enseñó el apóstol amado por Cristo: “Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo” (1 Jn 1,11). Pide a Dios conmigo que nos libre del amor errado por las cosas terrenales que nos alejan de la comunión con el Señor. Y una vez en su amor, añoraremos la patria celestial, que es el destino de los elegidos por el Altísimo, entre quienes le clamamos que nos tenga.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.

La comunión de los santos es una de las cosas más bellas de la creación redimida. Deseamos estar con los que ya gozan de la presencia de Dios en el cielo. A tantos de ellos hemos pedido que intercedan por nosotros que ¿cómo no desear abrazarles y agradecerles sus oraciones? ¿Y qué no decir de nuestra Madre? ¿no queréis besar su mejilla como el Niño Jesús la besó?

Pensemos en el cielo, con Dios, María, los santos y los ángeles, cada vez que carguemos nuestras cruces en esta vida terrena, cuya duración no llega a ser ni como una gota de agua en el océano comparada con la eternidad.

¡Santidad o muerte!

Luis Fernando Pérez Bustamante

28.11.14

De creados y caídos a redimidos y santificados

Todos, sin excepción, procedemos de esa primera pareja primigenia, de esos primeros padres a los que el Génesis da el nombre de Adán y Eva. Sin entrar en el carácter literario de esos primeros capítulos de la Biblia, no hay manera de negar la doctrina que se contiene en los mismos. La vemos a lo largo del resto de la Escritura y muy especialmente en los textos de San Pablo, que dan fe de las consecuencias de la caída para todo el género humano.

La práctica totalidad delos fieles conocen que Adán y Eva fueron los primeros padres, pero no tantos saben que la Escritura da testimonio de que Cristo es el segundo Adán y la Tradición afirma que la Virgen María es la segunda Eva

De Cristo:

pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían pecado con prevaricación semejante a la de Adán, que es tipo del que había de venir. Mas no es el don como fue la transgresión” Pues si por la transgresión de uno solo han muerto los que son muchos, con más razón la gracia de Dios y el don de la gracia, que nos viene por un solo hombre, Jesucristo, se ha difundido copiosamente sobre los que son muchos.

Rom 5,14-15

Y:

por eso está escrito: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente”; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, después lo espiritual.  El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales.”

1ª Cor 15,45-48

De María:

“Si por medio de la Virgen Cristo se hizo hombre, es porque el plan divino establece que por el mismo camino en que comenzó la desobediencia de la serpiente se encontrara también la solución. En realidad, Eva era virgen e incorrupta cuando acogió en su seno la palabra que le dirigió la serpiente y dio a luz la desobediencia  y la muerte, por el contrario la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le anunció la buena nueva de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, de manera que el ser santo nacido de ella sería Hijo de Dios (Lc 1,35). Ella respondió: Hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38)".

(San Justino Mártir, Diálogo con Trifón. Siglo II)

Y:

“De la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen…”

(San Ireno de Lyon, Adverus Haereses., 5, 19, 1. Siglo II).

La diferencia entre el cristiano y el que no lo es, es que mientras que tanto el uno como el otro son hijos del primer Adán y la primera Eva, solo el cristiano es hijo del segundo Adán (Dios encarnado) y de la segunda Eva (la Madre de Dios). 

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