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2.11.17

Naturaleza y providencia cristiana frente al helenismo.

Desde cualquier punto que quiera considerarse, en el cristianismo la naturaleza tiene como origen y como fin un orden sobrenatural. El hombre es, en última instancia, una imagen de Dios y la felicidad a que aspira es a la de la bienaventuranza eterna para la que fueron establecidos su intelecto y su voluntad. Definitivamente el cristianismo no puede concebir otro objeto más noble del intelecto y la voluntad humana que el de un ser trascendente ante el que ha de responder. Pero además del hombre, todo el universo físico es una creación de Dios hecha para su propia gloria. De modo que todo el mundo lleva implícito el amor que atrae toda su acción hacia Dios. Cada existente, está en dependencia en su eficacia y en su ser, de la Voluntad omnipotente de Dios que lo ha creado, lo conserva y le provee de todo lo necesario para desarrollarse. Por eso la visión de la naturaleza en el cristianismo no es la de la filosofía griega ni la de las ciencias experimentales modernas. En el cristianismo, los entes de la naturaleza son substancias activas, cuya esencia es causa de movimiento, mientras la naturaleza es el conjunto de los entes naturales. En el cristianismo las causas manifiestan la esencia o naturaleza, es decir, su carácter necesario. Porque de hecho los efectos que se producen generalmente nos conducen a la necesidad de las causas.[1]

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