InfoCatólica / Caritas in Veritate / Categoría: santoral

2.06.15

(86) Las "Cartas Espirituales" (Abadía San José de Clairval)

huertoyterrazasabadToda planta para crecer, necesita ser regada.

Asimismo, la mayoría de los lectores estarán persuadidos de la imperiosa necesidad de nuestras almas de ser regularmente alimentadas, y además del Pan primero de los sacramentos y la Palabra de Dios, no podemos olvidar la importancia de la lectura espiritual para nuestro crecimiento, consuelo y remedio interior.

Sin embargo, hay que admitir que no todos los fieles tienen hoy lugares donde proveerse de buenas lecturas, ya sea por no contar con una buena biblioteca, como por estar atravesando situaciones adversas, que le impiden procurársela, ya sea material o digitalmente. Cuesta creerlo, pero hay aún una buena cantidad de católicos para quienes internet sigue siendo algo remoto, casi fuera de su alcance.

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14.11.14

(57) La inquietud y las armas

“Revestíos de las armas de Dios,

para poder resistir las insidias del enemigo”

(San Pablo a los Efesios 6, 11)

En estos tiempos en que vemos que más de la mitad del mundo parecería haber decidido empezar a caminar con la cabeza, es difícil mantener la calma y hacer como si no pasara nada. Y sin embargo, lo difícil nunca debe amilanarnos, sabiendo que nunca nos faltará la gracia de Dios para enfrentarlo.

Por eso, para consuelo y edificación de algunos de nuestros lectores, comparto este aire suave que son las líneas siempre oportunas de San Francisco de Sales:

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SFcode Salesvitral“La  inquietud no es una simple tentación, sino una fuente  de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones: diremos,  pues, algo acerca de ella.

La tristeza no es otra cosa que  el dolor del espíritu a causa del mal que se  encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea  exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior,  como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación.  Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se  disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y,  enseguida desea verse libre de él y poseer los medios  para echarlo de sí. Hasta este momento tiene  razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y  huimos de lo que creemos que es un mal.

 Si  el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse  del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad  y tranquilidad, y esperará su liberación  más de la bondad y providencia de Dios que de su  industria y diligencia; si busca su liberación por  amor propio, se inquietará y acalorará en pos  de los medios, como si este bien dependiese más de  ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que  se afanará como si así lo pensase.

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6.08.14

(44) La confesión frecuente y una homilía del Santo Cura de Ars sobre la tibieza

Es contradictorio que mientras se reconoce la fuerte crisis que atraviesa el sacramento de la confesión, por otra parte no son pocos los sacerdotes que se muestran fastidiados cuando hay quienes acuden con cierta frecuencia a este sacramento (no me refiero a dirección espiritual, sino a la simple confesión de los pecados; a la necesidad del sacramento cuando el fiel sabe que ha pecado y requiere el perdón de Dios y su gracia para seguir el combate espiritual cotidiano).

En efecto, aunque los últimos pontífices hayan recomendado vivamente en varias oportunidades la confesión frecuente, lo cierto es que para hablar de misericordia todos están prontos, pero para facilitar el acceso al tribunal de Misericordia por antonomasia, algunos “miran para otro lado”. ¿Cómo se explica? Muy fácilmente, tal vez algo más o menos así: “¿para qué necesitan los fieles la misericordia de Dios si con la mía es suficiente?; si soy tan generoso como para darles mi poderosa absolución de opinión, tranquilizando sus conciencias ¿para qué tanto trámite?”

vitralcurArs

Palabras más, palabras menos, no se puede negar que para muchos -incluso para ciertos ministros ordenados- la confesión parece que se ha reducido a un trámite, a lo sumo una necesidad humanitaria dispensadora de consuelo psicológico, pero sustancialmente…
-¿Y la gracia? -dirá algún incauto que cree que el Catecismo es compartido por todos los fieles-
-Bien, gracias.
Por eso, entonces, nunca será suficiente nuestra insistencia en ella.

Porque en última instancia, este escamoteo del sacramento es una auténtica usurpación, una estafa a los fieles, y es justo y necesario reclamar lo que Dios quiere darnos como a hijos suyos que somos. Es usurpación del poder exclusivamente divino de perdonar nuestros pecados a través del sacramento; mentira y estafa a los fieles, a quienes muchas veces se “despacha” sin perdón y sin el fortalecimiento que nos otorga la gracia sacramental, necesaria como el agua para seguir creciendo.

Lo más penoso en este panorama es la gran cantidad de almas de buena fe que van siendo así alejadas de este precioso manantial de “agua viva", anestesiadas tal vez por su trato amistoso con el padre Tal o Cual, pero que van acostumbrándose a vivir casi exclusivamente “a lo humano”, renunciando a lo divino…y hay que decir una y otra vez que eso, para un cristiano, es una verdadera monstruosidad, como si en el plano físico nos conformásemos con vivir “a lo animal”.

En el comienzo de la novena de la Asunción, que nos insta a levantar decididamente el alma, me ha parecido oportuno compartir con los lectores algunos párrafos de una homilía del Santo Cura de Ars (*), ya que también acabamos de celebrar su fiesta. Él, como nos recordaba la carta de convocatoria al Año Sacerdotal, “parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”.

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3.08.14

(43) Contra las vanas componendas, San Alfonso, doctor moral, y poeta

El mes de agosto para mí es uno de los más luminosos del año. No por razones personales (aunque en él celebro el cumpleaños de mi esposo, uno de los regalos más grandes que Dios me ha dado), sino por las maravillosas fiestas marianas de la Asunción  y de María Reina, además de las de santos que me son particularmente queridos: San Alfonso, San Pedro Julián Eymard, S. Juan M. Vianney, S. Pío X, S.Bernardo de Claraval. Bendito agosto, pues.

SAlfonso

Pensando en San Alfonso, recordaba uno de los sucesos que prácticamente determina su abandono de la abogacía, profesión que ejercía brillantemente en Nápoles, presionado por la arrogancia de su padre. En efecto, nunca había perdido ningún caso que se le hubiera encomendado, hasta que en una oportunidad, el juez falla en su contra debido a un fraude con unos documentos, y la respuesta terminante del santo es “¡Mundo, te conozco!, ¡adiós tribunales!”.

Como patrono de los abogados, nos ha legado unas maravillosas máximas para el abogado católico:

1. “No aceptar nunca causas injustas, dado que son peligrosas para la conciencia y la dignidad propias”.
2. “No defender causa alguna con medios ilícitos”.
3. “No cargar sobre el cliente expensas inútiles; de lo contrario, deberás reembolsarle”.
4. Defiende la causa de tu cliente con el mismo calor que si lo fuera tuya propia”.
5. “Estudia concienzudamente las piezas de los autos con el fin de sacarles los argumentos útiles a la defensa de la causa”.
6. “El retraso o la negligencia pueden comprometer los intereses del cliente; de ahí, que debe éste ser indemnizado de los perjuicios resultantes, si no se quiere contravenir la justicia”.
7. “Ha de implorar el abogado la ayuda divina para defender las causas porque Dios es el primer amparo de la Justicia”.
8. “No es digno de elogio el abogado que se empeña en la defensa de causas superiores a su talento, a sus fuerzas y al tiempo de que dispone, a fin de aparejarse para defenderlas concienzudamente”.
9. “Ha de tener siempre muy presentes el abogado la justicia y la honradez y guardarlas como la pupila de los ojos”.
10. “El abogado que por su propio descuido pierde la causa, queda en deuda con su cliente y debe resarcirle todos los daños que le ha ocasionado”.
11. “En su informe debe el abogado ser veraz, sincero, respetuoso y razonador”.
12. “Por último, las virtudes propias de un abogado han de ser la competencia, el estudio, la verdad, la fidelidad y la justicia”.

Hoy, podemos decir que la mayor parte de los sofismas, persecuciones, guerras, injusticias y aberraciones que presenciamos, vienen de la mano del mundillo de las leyes humanas, que pretenden reírse de las leyes de Dios. No quepa duda de que el Anticristo, ánomos por antonomasia, reinará en el mundo multiplicando leyes por doquier.

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31.05.14

(39) Santa Juana de Arco, plenamente vigente

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Hoy el pensamiento dialéctico se nos ha colado hasta la médula, aún a los católicos, y esto es muy lamentable, y tiene consecuencias más que graves en diferentes ámbitos de la vida de la Iglesia. Lo estamos padeciendo, sin ir muy lejos, en el binomio sofístico que opone la justicia a la misericordia, el amor al castigo, la paz al combate, la Cruz a la alegría.  Y también, por supuesto, se cuela este criterio entre los santos. Me llega así, hoy, propuesto para “debate” en las redes sociales, un artículo de Manuel Morillo Rubio,  quien plantea una suerte de “competencia” entre Sta. Juana y Sto. Tomás Moro, como modelo para los políticos cristianos. Y creo que esto nos deja el alma dentro del “gallinero”, es decir, a un nivel muy por debajo de donde debemos apuntar como católicos, para mirar donde las águilas, y desde su perspectiva.

Benedicto XVI señalaba hace unos años precisamente que “con su luminoso testimonio Juana nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea, vivir la caridad sin favoritismos, sin limites y sacar fuerzas del amor a Jesús para amar profundamente a su Iglesia”.

Traigo el tema no sólo en honor a la muy querida Santa Juana en su día, sino porque pienso que no se trata de un planteo aislado. Recuerdo que hace unos 20 años por lo menos, mantuve con una católica “progre” una discusión en la que ella planteaba -con la soberbia que sólo alcanza la ignorancia- que la Iglesia debería contar con algún tipo de ceremonia para “descanonizar” o al menos revocar como modelos a santos que “ya nada tienen que decir” a los católicos “evolucionados” de este pobre siglo. También un sacerdote -hoy obispo con cargos académicos…- me sugería que ni se me ocurriera acudir para mi formación espiritual a “santas  viejas” como Sta. Catalina de Siena, que ya nada pueden enseñar a los jóvenes de hoy. Y podría seguir dando ejemplos, que no alargo para no agotar ni deprimir al lector.

Dice el autor del artículo mencionado (con quien probablemente tengamos más coincidencias que diferencias) que “A mi me resulta mucho más atractiva como santa patrona de los hombres públicos, es decir como modelo para los políticos, Juana de Arco que Tomás Moro.
Aunque, bien pensado, quizá la Iglesia, que es muy sabia, considere, que, dado el tipo humano del político actual, es imposible ponerles como modelo lo bueno, como Santa Juana, por inalcanzable y se conforma con que algún polítco, llegado el momento, tras haber intentado salirse por la tangente, evitar el compromiso y el conflicto, y no poder, en ese momento,  no traicione la Verdad, como es lo corriente en la actualidad, y, fijándose en el ejemplo de Tomás Moro, al verse en esa tesitura dé la cara y se enfrente a las mentiras y la opresión, a las estructuras de pecado del Sistema.”

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