InfoCatólica / Caritas in Veritate / Categoría: cansancio

28.03.15

(77) Apóstoles dormidos ante la voluntad del Padre (de Sto.Tomás Moro: "La Agonía de Cristo", II)

Sugeríamos uno de los libros más oportunos y fecundos para Cuaresma, y ya casi a las puertas de Semana Santa: “La agonía de Cristo”, de Sto. Tomás Moro. 

Decíamos que nos parece de una vigorosa actualidad para rogarle nos alcance a todos los bautizados, fidelidad al Evangelio a toda costa, sin ceder a componendas fáciles con el mundo, cada día más tentador.

En esta presentación que sintetizamos, Sto. Tomás Moro -en espera de su martirio- medita sobre nuestra pereza en la oración (imprescindible para la fidelidad), que es de alguna manera una resistencia ante la voluntad del Padre.

Vemos también que el Buen Pastor no nos ofrece mejor gesto de misericordia que insistir a sus apóstoles que se despierten; les insiste en la vigilancia, y no arrulla su sueño con cantos de sirenas…

¡No permitas, Señor, que nos durmamos, y despiértanos del modo más eficaz que creas necesario!  ¡Despierta, Señor, a nuestros pastores, cuando el rebaño corre peligro!

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26.03.15

(76) Sobre la tristeza, el miedo y la oración (de Sto. Tomás Moro: "La Agonía de Cristo", I )

stomMoro Uno de los libros más oportunos y fecundos para el tiempo de Cuaresma es sin duda, “La Agonía de Cristo", de Sto. Tomás Moro. Teniendo en cuenta que se trata de un laico, y además, patrono de los políticos católicos, creo que en esta hora que vivimos es de una vigorosa actualidad para prestarle oídos más atentos y rogarle nos alcance fidelidad al Evangelio a toda costa, sin ceder a componendas fáciles con el mundo.

Quién sabe por qué aires “primaverales", lo cierto es que a menudo vemos a nuestro alrededor a algunos cristianos muy desanimados, atemorizados, atenazados por la tentación de bajar los brazos y dejar de remar contra corriente, para dejarse arrastrar o salir corriendo…Y es muy conveniente que no perdamos jamás de vista que el mismo Jesucristo ha sufrido primero -antes de consumar la entrega que fue nuestra Victoria-  el temor y el cansancio por el abandono y la traición.

Personalmente, en las prédicas del Jueves Santo echo siempre de menos unas palabras sobre la Agonía de Cristo.  Al menos en mi experiencia, normalmente he notado que las predicas de ese día se centran en el lavatorio de los pies y el servicio al prójimo (incluso sin mucho detenimiento en la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio, pues eso lo dejan seguramente para la misa crismal, pero a la que no asiste todo el pueblo…), y el Viernes contemplamos el sufrimiento físico de Cristo, como si la Pasión comenzara en el Via Crucis.

Pero lo cierto es que -a excepción del I Misterio Doloroso del Rosario- tal vez no tenemos suficientemente presente el dolor infinito del alma de Nuestro Señor, en el tiempo previo a su captura. Por eso, la detenida meditación que realiza Sto.Tomás Moro, mientras él mismo espera su muerte en la torre de Londres, se halla en perfecta “sintonía” espiritual para interpretarla viviéndola en carne propia. ¿Cuántos hermanos nuestros están hoy también viviendo similares situaciones, sobre todo en Oriente?…Podríamos leer estas líneas pensando en ellos, y pidiendo que, en la Comunión de los Santos, reciban nuestro consuelo y se fortalezca su fidelidad.

Esperando entonces que a nuestros lectores les haga tanto bien como a mí, compartiré en dos o tres partes, una selección de este texto, que pueden también hallar completo aquí.

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21.01.15

(67) La verdadera Paz, que NO nos dará la ONU....

Qué es la “verdadera” paz? Tranquilidad en el orden. ¿Y qué más? Saber que la voluntad de Dios no se dobStaCatalinaSIenalega, El es rey soberano, y así siempre podemos decir que, finalmente, como repite una bella poesía navideña, “todo está bien”.

Hay una diferencia sustancial entre tener “sangre de pato” (ya sea por no entender nada de lo que sucede, o por tener un corazón de piedra), y la gracia de buscar la conformidad con la voluntad de Dios, porque éste es, en definitiva, el núcleo precioso y raíz tanto de la paz como de la santidad.

Muchos se precipitan y angustian por la enormidad de noticias que recibimos del mundo y especialmente de la Iglesia, creciendo los escándalos y apostasía, asombrándonos de la capacidad y vitalidad de los hijos de las tinieblas, y la primera tentación que asoma es la desesperanza cuando se mira todo apresuradamente (¡porque no podemos dejar de correr!).

En otras ocasiones, no se concibe que hasta los propios fieles -quien más nos quiere, en nuestra propia familia natural o religiosa- puedan ser instrumentos de prueba para sus hermanos, causando su confusión o incluso persecución.

Y sin embargo, por más que se ame con todo el corazón a nuestra Iglesia, por más que se quiera dar todo por ella (“siento la vocación de apóstol, guerrero, mártir”, decía Sta. Teresita, que resumió todo en la caridad del Carmelo), si descuidamos el combate supremo –en el fondo de nuestra alma, con nuestra propia y débil voluntad y amor propio- todo se derrumba como castillo de naipes, haciéndonos desfallecer.  Allí es donde se nubla la vista y se entorpece la marcha: cuando llega la estocada de donde menos se espera, y por eso “bajamos la guardia", y nos perturbamos.

Así lo expresa magníficamente Sta. Catalina de Siena (Diálogo, Oraciones y Soliloquios, BAC, 1980) -penúltima hija de una prole de 25 hijos, dicho sea de paso-:

“…¡La doctrina de la Verdad! Das tanta fortaleza al alma revestida de ti, que nada viene a menos ni por la adversidad ni por el sufrimiento, sino que en todo combate obtiene la victoria. Es fuerte mientras te sigue a ti, que has venido de la suma Fortaleza.

Para nada le valdría tu fortaleza al alma si ella no te sigue. Miserable de mí, que nunca te he seguido a ti, verdadera Doctrina. Por eso me encuentro tan débil, que desfallezco ante la menor tribulación…”

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8.01.15

(63) ¿Todos los cardenales y obispos de la Iglesia son católicos?

Una de las primeras tareas que realizan los misioneros en los nuevos destinos, imagino que debe ser el aprender el idioma, porque ¿para qué evangelizar, si no es para incorporar nuevas almas a la unidad de la familia católica? ¿Y cómo acercarnos unos a otros, si no nos podemos comprender? Paralelamente, uno de los principales oficios misioneros es enseñar el “idioma católico”, es decir, la fe. ¿Hasta aquí de acuerdo?

Bien; la pregunta es ahora: ¿puede haber unidad verdadera sin compartir algún tipo de “idioma común” a través del cual se comuniquen y asocien los corazones?rebañoinv

No; no hablaré del latín, enristrad las lanzas o cerrad los paraguas, que “los tiros” no vienen por ahí, y ni siquiera hay tiros, sino sinceras preguntas, que buscan misericordiosas respuestas.

Me determino a exponer algunas inquietudes, porque sigo creyendo a pie juntillas (otro año más, por gracia de Dios) que somos hijos de la Luz, y que la luz rompe las tinieblas: no se “une” a ellas (puede ser que la Luz sea un poco intolerante…). 

La cuestión es, entonces: ¿qué sentido tiene hablar de unidad si se renuncia al factor que la procura? ¿Qué valor tiene la unidad, si no es para un fin en común? ¿Significa lo mismo unidad que rejunte? Nuestro Señor dice “Padre, que sean uno, como Tú y Yo somos Uno…”, y ese “como” tiene un valor modal y condicional: que no sean uno “a costa de cualquier cosa”, “de  cualquier manera”, sino “bajo condición de ser” como las Personas Divinas. ¿Cómo se unen el Padre y el Hijo? En el Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad. Se trata, pues, de la Caridad en la Verdad, no de un “pegoteo” con chicle.

¿Por qué no puede concebirse la unidad de Dios con los espíritus infernales? ¿Por qué, si Nuestra Señora es Reina de la Paz, sigue aplastando a la Serpiente?

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7.04.14

(34) Educación católica en Argentina, “¿Hay alguien en casa?”

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Hace unos años, se notaba con relativa frecuencia en ambientes católicos argentinos, la subsistencia del sentido común que reconocía la necesidad de resistir ante la avalancha de basura que se nos venía encima con la Ley de Educación -ya vigente-, apelando a diferentes estrategias más o menos aceptables, pero insisto, con la intención clara de oponer un dique ante el diluvio de inmundicia. No reinaba el fervor de San Francisco Javier,  pero sí de cierto sentido común al menos.

Hoy la verdad es que no sé si serán los cambios climáticos, o el olor a azufre que nos va embotando los “reflejos”, el caso es que me parece vivir eclesialmente en la ciudad de la Bella Durmiente del Bosque. Sí, muchos piensan que yo sigo “creyendo en los cuentos de hadas”, pues ya he pasado hace rato los 12 años, pero sigo completamente convencida de que la Verdad debe ser servida y para ello, debe ser amada, y que si a las almas se las acostumbra a nadar en la mentira y a respirar falacias, ese amor no puede crecer y desarrollarse como debe.

En el mundo de Tolerandia, pienso que no debe tolerarse el error sistemáticamente impartido, pertinazmente sostenido y cínicamente defendido. Pero quienes pensamos así, recibimos como respuesta de más de un sacerdote, representante legal, obispo y vicarios, miradas atónitas y urticarias súbitas, como si pidiéramos carrozas de calabazas.

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