Sin villancicos no hay Navidad

Los ideólogos de Satanás, con azufre infernal, quieren neutralizar el buen olor de Cristo de la sociedad, imponiendo un laicismo feroz en la mayoría de estados de Occidente. Llevan décadas, conspirando en la tiniebla, para acabar con el espíritu de la verdadera Navidad, para desterrar al país del olvido las buenas costumbres católicas y socavar los cimientos de la cristiandad. Mucho peor que el avariento Scrooge, de la novela de Dickens, que se conmueve y recapacita, pues ellos han iniciado un camino de no retorno para dinamitar el Reinado Social de Cristo, tratando de apagar el rescoldo que queda en las brasas humeantes de muchos corazones.


Son legión los ciudadanos españoles, neopaganizados e infantilizados, que no sólo han renunciado al sentido trascendente del catolicismo, que constituye la esencia de España, sino también al pensar y al mismo sentido común, en frase de Jaime Balmes, el menos común de los sentidos.
Tal vez el nombre de Juan Manuel de Rosas no diga gran cosa hoy en día a la mayoría de los españoles pero en Argentina es un nombre que todavía hoy no deja indiferente a nadie. Se trata de una de las mayores figuras de la historia de la nación argentina desde su independencia de España a principios del siglo XIX. No dudó en desafiar, con cierto éxito a las potencias europeas más poderosas de la época, Gran Bretaña y Francia en defensa de los intereses de su Patria. Sincero católico, puede ser considerado como una referencia no solo para su patria, sino para toda la Hispanidad. Fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1829 hasta su derrocamiento en 1852, cargo que en aquel momento venía a equivaler al de presidente de Argentina. Su importancia en la historia de la nación austral es tanta que en Argentina a aquel período se le conoce como la época de Rosas.




