Madre Teresa: el Amor que duele, nunca muere.
Foto de conjunto, frente a su capilla. ¡Gracias, queridas hermanas, por su entrega absoluta a Cristo Jesús, y su amadísima Iglesia! (Benavídez, 12 de Diciembre de 2018).

Madre Teresa: el Amor que duele, nunca muere.

A 25 años de su partida al Cielo, la diminuta religiosa es uno de los faros de la Iglesia en este Tercer Milenio, que estamos comenzando; amenazado por el globalismo ateo, antivida, antifamilia, y antipobres.

«Se murió la Madre Teresa de Calcuta. Hoy hay menos luz en la Tierra», se escuchó desde la pantalla encendida, en la sala de periodistas del Congreso Nacional, en Buenos Aires. La frase, pronunciada aquel 5 de septiembre de 1997, cortó por un instante la respiración en ese ámbito, compuesto, en su mayoría, por hombres de prensa ateos, laicistas, y hasta declaradamente anticatólicos. Era evidente que, más allá de toda creencia, y hasta de cualquier ideología pura y dura, el mundo perdía con ella mucho de su escondido brillo.

Estaba, por entonces, cubriendo la actividad legislativa para la televisión porteña; y, en ese ambiente, aún oscurecido por las logias, el pesar se apoderó de no pocos corazones. No faltó, de cualquier modo, algún marxista que dijera: «Fue una contrarrevolucionaria. A los pobres hay que fomentarles el odio anticapitalista, para la revolución». Su conocido «cuanto peor, mejor»; que no duda en aniquilar personas, por el hipotético e imposible triunfo de una descabellada idea…

Yo estaba volviendo a la Iglesia; después de una adolescencia, y una primerísima juventud, contestataria y anticlerical. Me faltaba mucho, aún, para el discernimiento vocacional, y mi entrada al Seminario. La figura de la Madre Teresa había sobrevivido, de cualquier modo, a las rebeldías de mi corazón; y eso, en buena medida, se debió a una querida tía abuela, Angelita, quien aun cuando la querida religiosa no era mundialmente famosa, conocía perfectamente su obra, y se encargaba de divulgarla. Lectora ávida e infatigable, mucho antes del premio Nobel de 1979, nos hablaba con pasión a sus sobrinos nietos de la diminuta, y al mismo tiempo gigante, monja.

Al ingresar al Seminario, en 2004, tuve el honor --como parte de mi formación- de colaborar con sus hijas, las Misioneras de la Caridad, en la Casa «Don de María» (para mujeres con discapacidad mental), de Béccar, San Isidro. Y conocer, así, en profundidad, su vida, su obra, y su carisma. «De tal palo, tal astilla», decimos en estas latitudes; en referencia a la huella que dejan en sus hijos los buenos padres. Y, por cierto, eso es algo que se nota en todas las casas de la Congregación. Sus capillas, con las palabras del Señor «Tengo sed», junto a la Cruz, son auténticos santuarios de paz y amor; en medio de los humanos dolores, que solo desde el Crucificado encuentran su sentido.

Pude comprobar, una y otra vez, la admirable entrega silenciosa de las religiosas; siempre lejos de micrófonos y pantallas. Cada mañana se levantan a las 4.40; y tienen, desde entonces, de rodillas ante el Santísimo, su primerísimo encuentro con su Divino Esposo. Allí se llenan del Amor de sus vidas; para poder servirlo, luego, entre los pobres más pobres. Y, como bien les enseñó su Santa Fundadora, tienen bien en claro que no son «asistentes sociales», sino que lo hacen «por Jesús». De esa manera, por no encajar en parámetros mundanos, ni mucho menos partidarios; por estar más allá de todo prejuicio, y por hacer una liberadora, cristiana y sin ideología, opción por los pobres, cosechan al mismo tiempo admiradores y detractores. Como la Madre Teresa; que tuvo, en todo el mundo, almas caritativas que se esmeraban en colaborar con su obra, y furibundos atacantes que pretendieron --y aun pretenden- mancharla con toda clase de calumnias. No hay santo sin Cruz; ni, por supuesto, Cruz sin Luz… Y el mismo Cristo nos lo advirtió: «Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí. Si vosotros fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, sino que yo os elegí, y os saqué de él, el mundo os odia» (Jn 15, 18-19).

A 25 años de su partida al Cielo, la diminuta religiosa es uno de los faros de la Iglesia en este Tercer Milenio, que estamos comenzando; amenazado por el globalismo ateo, antivida, antifamilia, y antipobres. Hay muy buenos libros sobre ella. Especialmente recomendable es «Ven, sé mi luz», del padre Brian Kolodiejchuk, MC; en el que se aborda, también, su aridez, de varias décadas. Todas sus expresiones, por cierto, me conmueven. Pero una, de modo particular, es mi preferida; por pintarla de cuerpo entero y ser, por extensión, una clara síntesis de cualquier consagrado: «Mi sangre y mis orígenes son albaneses, pero soy de ciudadanía india. Soy monja católica. Por profesión, pertenezco al mundo entero. Y por corazón, pertenezco por completo al Corazón de Jesús». Claro que sí: solo perteneciendo por completo al Corazón de Jesús, desde Él, podemos hacer obras grandes para Dios.

Junto a San Juan Pablo II, en la segunda parte del siglo XX, constituyó un auténtico modelo de santidad; bien cercano y accesible. Las imágenes que se conservan en los medios, y en las redes, de los dos, ya ancianos, y con evidentes problemas de movilidad; y que, así y todo, no dudaban en recorrer importantes distancias para encontrarse, son una muestra de cómo el Señor nos llama a salir siempre de nosotros mismos, e ir en búsqueda de aquellos que nos necesitan. Ambos nos enseñaron que nunca será mucho lo que hagamos por Jesús (cf. Mt 25, 31-46), en los más pobres. Y que, como dijera el amado Papa polaco, al momento de inaugurar un comedor de Cáritas, en Roma: «El hombre que sufre, nos pertenece».

Nuestra admirada religiosa es la síntesis precisa de cómo vivir un cristianismo sin complejos; nutrido de la Eucaristía, y los sacramentos; testimoniado en el servicio, y anunciado no solo con palabras, sino también con el contundente mensaje de los hechos. «El fruto del silencio --decía- es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor, es el servicio; y el fruto del servicio es la paz». La paz tan ansiada, como se ve, solo nos viene del Príncipe de la Paz; y no de frágiles «consensos» y acuerdos de los poderosos, que solo son disparadores de más y más sangrientas guerras.

¡Gracias, Dios nuestro, por habernos regalado durante 87 fecundísimos años a la Madre Teresa! ¡Y gracias, querida Madre Teresa, por habernos traído, aun desde tu noche oscura, buena parte de Luz sobre la Tierra! Este domingo 4, junto a tus queridas hijas --a quien tanto enseñaste el amor a la Iglesia y, especialmente, a los sacerdotes-; y a muchachos y adultos, con enfermedades gravísimas, que ellas rescataron de la calle, celebraré la Santa Misa de conclusión de tu Novena. No dejes de interceder por nosotros; para que se multipliquen las vocaciones de las Misioneras de la Caridad y, claro está, al Sacerdocio. Sí, enséñanos «a tiempo y a destiempo» (2 Tm 4, 2), que el verdadero amor es amar hasta que duela. A ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Buena Noticia del Padre; que nunca muere. Y que Resucita, a cada momento, en todos aquellos que para este mundialismo sin Dios, son descartables…

 

+ Pater Christian Viña
Cambaceres, martes 30 de agosto de 2022
Santa Rosa de Lima, virgen.
Primera flor de santidad de América.-

 

1 comentario

Marcelo de Versailles
Gracias padre!
7/09/22 6:15 AM

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