Nostalgia del Misterio
Fotograma de Toy Story, Buzz Lightyear | © Pixar

Nostalgia del Misterio

Seguir a Cristo, imitándole en el amor y en el equilibrio personal, requiere hacerse un maestro en el arte de recomenzar.

Tuve pocos síntomas en mi segundo Covid. Estaba mejor preparado, me traían la comida con cariño y abundancia (ahora el cinturón se está quejando un poco…), conversé por videollamadas y me puse al día con algunas películas que no había visto, como Toy Story 4 (Pixar nunca falla). Con todo, el aislamiento me resultó bastante desafiante.

Estamos acostumbrados a socializar; cuando pierdes eso, te adaptas más o menos, incluso te puedes alegrar un día o dos por estar ganando tiempo, pero, al poco andar, echas de menos la vida normal, las relaciones con los demás. Al menos eso me sucedió durante estos días: sentí con frecuencia la tentación de extraviarme en el tiempo, de dispersarme en la variedad de deseos; mi imaginación fue perdiendo entusiasmo y noté un aletargamiento de la creatividad por falta de sol.

Me gustó el episodio de la «voz interior» de Buzz Lightyear (los mensajes pregrabados que sonaban al apretar los botones de su pecho), pues me hizo pensar en el complejo ecosistema de nuestra alma, tan difícil de descifrar y de exponer. Y me animó a escribir estas líneas, para ver si conseguía devolver a la luz algunas sombras que todavía deambulan. Adelanto la conclusión: hay tres cosas que echaba de menos desde mi habitación: la amistad, la Misa presencial y la confesión.

Seguir a Cristo, imitándole en el amor y en el equilibrio personal, requiere hacerse un maestro en el arte de recomenzar. Cuando la silueta del Señor pierde nitidez en el corazón, empezamos a fijarnos en los reclamos de la señalética del mundo, que nos confunden, paralizan nuestro juicio y muchas veces terminan llevándonos a un laberinto.

Dicho de otro modo, hay múltiples distracciones disponibles, pero solo el faro de la fe nos permite navegar con orden. Yo veo esa luz en los ojos de los demás y en la Trinidad que habita en mi corazón (el «interior» del hombre que solo Dios conoce). Ahí recuerdo que Dios tiene un plan para mí y que me quiere; eso conforma la clave de sentido que me reúne y orienta en la aventura cotidiana. Los laberintos, bien lo sabía Borges, nos producen una cierta fascinación; siempre que los admiremos desde fuera, digo yo, porque para edificar la vida y hacernos capaces de dar fruto necesitamos seguir la luz que nos lleva hacia nosotros mismos, es decir, la luz de Cristo.

«Solo una cosa es necesaria» (Lc 10, 42), todos los días debemos recordarlo y recomenzar. Por eso echaba en falta recargar las energías en la Santa Misa y recibir la gracia del perdón en la confesión: con esos dos medios nos hacemos capaces de electrizar nuestra vida e incorporarla a la historia de la salvación. Mientras estuve confinado, me quedaba la oración, que es mucho, pero cuando regresé al mundo exterior y a recibir los sacramentos, me acordé otra vez de Buzz Lightyear, con quien ahora puedo volar «hasta el infinito y más allá».

 

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