Los niños, apóstoles de sus los padres

La fe se transmite en los hogares y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. Unos padres creyentes que estimen, vivan y practiquen su fe deben intentar, por puro sentido común, que también sus hijos vivan y participen de lo que para ellos es un gran valor: su fe.

Hace unos días me encontré en la calle con unos conocidos y surgió el tema religioso. Uno de ellos me comentó, que aunque seguía yendo a Misa todos los domingos, hacía algún tiempo que no confesaba ni comulgaba y que su hijo pequeño, todavía sin hacer la primera comunión, le había preguntado directamente: “¿Papá, porqué no comulgas?”.

Este pequeño incidente me recuerda una realidad, que hoy también se da, como se ha dado en todos los tiempos: los hijos evangelizadores y educadores de sus padres, y es que también los niños influyen, y además con frecuencia muy positivamente, en sus padres.

El cariño hacia los hijos es una de las mejores cosas que tienen los seres humanos, y este cariño, este amor indudablemente hace mejores a los padres, pues les hace sacar a la luz sus mejores sentimientos. Pero además  los padres se dan cuenta de que si quieren enseñar valores, y especialmente los valores cristianos, deben ir ellos por delante dando ejemplo, por lo que unos cuantos vuelven a vivir la fe que en otros tiempos dejaron o cayeron en la indiferencia. Este cariño es un motivo muy importante para autoexigirse, ya que  les impulsa a no decepcionar a sus hijos, por lo que hacen cosas que por ellos no harían, pero sí las hacen por sus hijos.

Otras veces hay que ir incluso más lejos: ante el ejemplo de algún buen hijo, incluso de muy temprana edad,  que vive la fe, los padres a su vez la redescubren y se hacen mejores, y es que el comportamiento de los hijos también influye, y mucho, en el de los padres. Y es que no son sólo los niños los beneficiados por la fe infantil, pues un efecto de ella es el replanteamiento y profundización en los padres de su vida cristiana, que les lleva en ocasiones a volver a la Iglesia. Muchos niños  son bastante religiosos, pues en el bautismo recibieron la fe y el Espíritu Santo, especialmente si encuentran un ambiente favorable, en donde los padres y familiares le hablan de un Dios bueno y de un Niño Jesús al que le enseñan a quererle, dirigirle su corazón y rezarle con oraciones breves, pero que le inician en un diálogo con un Dios que es Amor y cuya Palabra empezará pronto a escuchar.

 Podemos hablar por ello no sólo de transmisión de valores, sino también de intercambio de valores entre padres e hijos, y es que generalmente la ayuda que un ser humano presta a otro, casi nunca es unidireccional, sino que va en ambas direcciones, aunque sea entre personas tan distintas como un padre y su hijo pequeño. Ambos, aunque no estén ni deban situarse en el mismo plano, de hecho se ayudan recíprocamente en su formación cristiana. La educación no es un proceso unidireccional, sino de ayuda mutua.

Pero volviendo a la pregunta del inicio, ¿por qué no comulgas?,  el niño hace la pregunta porque ha detectado una incoherencia entre lo que su padre le está enseñando y lo que, con su alejamiento de la comunión, está viviendo. Evangelizar y educar están íntimamente relacionados, pues la educación integral comprende también la dimensión religiosa. Son los padres, ayudados con frecuencia por los abuelos, quienes al enseñar a rezar, transmiten las primeras nociones de la fe e inician la formación religiosa. La fe se transmite en los hogares y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. Unos padres creyentes que estimen, vivan y practiquen su fe deben intentar, por puro sentido común, que también sus hijos vivan y participen de lo que para ellos es un gran valor: su fe. El inicio del cristianismo es un encuentro de fe con la persona de Jesús (cf. Jn 1,35-39). La mejor riqueza que unos padres creyentes desean transmitir a sus hijos es  la experiencia de Dios, el que sus hijos se sepan y sientan profundamente amados por Dios. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite  y la testimonia. Educar es educar en el amor, y un creyente no puede olvidar que “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), y por tanto su creador e inventor, pero es a través de la educación en la fe y del amor que recibe de sus padres, el modo como el niño puede llegar a entender el amor de Dios hacia él y que el sentido de la vida humana es amar y ser amado. Gracias a la fe, al niño le va a ser mucho más fácil encontrar el sentido de su existencia, y, gracias al ejemplo del hijo, también al padre y a la madre les va a ser mucho más fácil no desorientarse.

Pedro Trevijano, sacerdote

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