El medio de la virtud

El medio de la virtud

Es la prudencia la que señala a las demás virtudes cuál es el justo medio de su perfección, evitando las desviaciones por exceso o defecto.

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Las virtudes humanas adquiridas mediante la repetición de actos y la perseverancia, son purificadas y elevadas por la gracia divina; no obstante, la herida del pecado en nosotros no nos permite fácilmente alcanzar el equilibrio moral. Por ello, debemos pedir esta gracia de luz y de fortaleza mediante los medios habituales, para seguir más fácilmente sus invitaciones a obrar el bien y evitar el mal (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1810s).

En el ejercicio de las virtudes morales es muy fácil caer en el error de que todas ellas, para procurar la propia santificación, dando por sentado el estado de gracia habitual necesario, han de practicarse hasta la exageración, y que cuanto más exacerbemos la práctica de ciertos actos aparentemente virtuosos, mayor será nuestro mérito y nuestra santificación.

El defecto en la práctica de un acto parece fácil de entender a simple vista que no origina un acto virtuoso. Sin embargo, como veremos, el exceso en la práctica de dicha virtud tampoco, y tiende a confundirse con la heroicidad. Y no son la misma cosa.

De hecho, el exceso en la virtud en realidad deja de ser una virtud y se convierte en un vicio. Toda virtud moral debe practicarse siempre en un término medio, sin defectos ni excesos pues tanto uno como otro, son vicios. El P. Palau, en el Catecismo de las Virtudes, define el término medio de las virtudes morales diciendo que «así como la perfección de una cosa consiste en que sea conforme a su regla y medida, del mismo modo la bondad de los actos humanos está en que éstos sean conformes a su regla y medida».

Cuando se habla del término medio de una virtud no hay que confundirlo con la mediocridad. «La virtud ha de tender siempre a perfeccionarse más y más, hasta llegar a ejercerse de una manera espléndida y heroica. El término medio significa tan solo que ha de huir cuidadosamente de las desviaciones viciosas por exceso o por defecto, moviéndose siempre en ascensión vertical dentro de los límites impuestos por la recta razón, habida cuenta de todas las circunstancias que rodeen el acto».

La heroicidad en la práctica de una virtud consiste en afinar exquisitamente ese término medio de la virtud y llevarlo hacia Dios en un movimiento ascendente, sin contaminarse ni a un lado ni a otro.

Veamos un ejemplo con la virtud cardinal de la fortaleza que nos puede ayudar a explicarlo. Se define la fortaleza como «una de las cuatro virtudes cardinales que hace al hombre firme y constante en seguir el dictamen de la razón contra todos los obstáculos e impedimentos que pueden presentársele» (Catecismo de las Virtudes, n. 59

En la práctica de esta virtud, tenemos varios vicios, uno por defecto y dos por exceso.

El vicio por defecto es el temor o cobardía que consiste en «temblar desordenadamente ante los peligros que es menester afrontar para la práctica de la virtud o en rehuir las molestias necesarias para conseguir el bien difícil».

Por exceso, tenemos dos vicios, la impasibilidad o indiferencia, y la audacia o temeridad.

La impasibilidad o indiferencia «no teme los peligros, aunque sean de muerte, pudiendo y debiendo temerlos. Suele provenir del desprecio de la vida o de la soberbia o de la necedad».

Por otro lado, la audacia o temeridad «sale al encuentro del peligro sin causa justificada y procede de las mismas causas que el vicio anterior». O en palabras del Catecismo de las virtudes, «no temer donde hay verdadero peligro».

Si nos fijamos en los excesos y defectos de la virtud de la fortaleza podemos entender fácilmente que el término medio de la práctica de la virtud no ha revestirse de cobardía que nos haga desfallecer ante los esfuerzos necesarios para conseguir el bien arduo, ni tampoco de una inconsciencia tal que nos lleve a ser impasibles ante los riesgos del peligro sin sopesarlos en nuestra acción.

En la búsqueda del medio en que ha de consistir la práctica de cualquier virtud moral, la virtud de la prudencia juega un papel fundamental puesto que ilumina al entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones en orden al fin sobrenatural. «Las virtudes morales son desiguales en excelencia y perfección. Entre las cardinales ocupa el primer lugar la prudencia, que … rige y gobierna a las demás».

Por esto es la prudencia la que señala a las demás virtudes cuál es el justo medio de su perfección, evitando las desviaciones por exceso o defecto. «La prudencia es tan importante que es necesario su control incluso para el ejercicio de las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) que no consisten en el medio, como las morales, pero que deben ejercitarse dentro de nuestras limitaciones y con arreglo al buen juicio.

Veamos esto más despacio: Dios es el objeto que regula las virtudes teologales que siempre se refieren a Él. Por ello, las virtudes teologales no pueden practicarse nunca con exceso, puesto que la fe en Dios, el amor de Dios y la esperanza que ponemos en Él deben ser cuanto más arraigadas y mayores, mejor.

Por lo tanto, no ha de existir un término medio en la práctica de las virtudes teologales puesto que no tienen techo en su ejercicio. Esto en cuanto a Dios que es su objeto final.

Pero sí tienen un medio en cuanto a nuestra parte puesto que todos tenemos que creer, amar y esperar en Dios según nuestra condición, estado o grado de perfección. (cfr. Catecismo de las Virtudes, n. 13). Y esto ha de ser así «por razón del sujeto y el modo de ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias, ya que sería imprudente ilusión vacar (entregarse enteramente) todo el día en el ejercicio de las virtudes teologales, descuidando los deberes del propio estado».

Por todo ello, en el ejercicio de todas las virtudes deberemos siempre huir de los excesos y defectos iluminados por la virtud de la prudencia y en la búsqueda de dicho punto medio tendremos que hallar en la recta razón iluminada por la gracia la guía segura que nos conduzca a la santificación.

«La ciudad santa de Jerusalén está edificada en la más sublime y en la más alta de todas las montañas; la virtud es la que nos conduce a ella. El pecado original abrió por todos lados despeñaderos, precipicios y abismos, como son las tinieblas del entendimiento, la malicia de la voluntad, la concupiscencia de la carne, la flaqueza del corazón para operar el bien, la violencia de las pasiones para el mal. La virtud es el camino, tiene a derecha e izquierda precipicios de exceso y defecto; caer en el fuego o en el agua, caer en el abismo de un defecto o en el pozo de un exceso, todo es caer» (Francisco Palau, Catecismo de las virtudes, n. 13).

Todos los textos entrecomillados que no estén reseñados específicamente, correspondiente a la Teología Moral para Seglares, del P. Antonio Royo Marín, O.P.

Manuel Pérez Peña

 

3 comentarios

Ecclesiam
Cuando se habla de prudencia es necesario hablar también de las falsas prudencias, que son vicios semejantes a la prudencia pero que nada tiene que ver con ésta última. Pues tanto el defecto como el exceso de la prudencia reside en un vicio de la voluntad, que no alcanza o sobrepasa la recta disposición de los medios respecto del fin último, pero las falsas prudencias es más un vicio de la inteligencia que de la voluntad, pues éstas ponen el fin último en otras cosas.

Es importante aclarar, porque muchos entienden por prudencia lo que santo Tomás llama prudencia carnal, y que según el santo Doctor puede ser incluso pecado mortal. Uno puede comportarse ''muy prudentemente'' pero bajo una falsa prudencia, no la prudencia real, sobrenatural.

«La prudencia —según hemos expuesto (q.47 a.13)-se ocupa de los medios ordenados al fin de toda la vida. De ahí que por imprudencia de la carne se entiende el proponer los bienes carnales como el fin último de la vida. Esto, manifiestamente, es pecado, ya que introduce en el hombre el desorden respecto al fin último, que no consiste en los bienes del cuerpo, como ya hemos expuesto (1-2 q.2 a.5). La prudencia, pues, de la carne es pecado» (S. Th, II-II, q. 55, a.1 )
16/03/20 9:34 PM
Manuel Perez Peña
Estimado Eclesiam:

Ciertamente lo que dice es verdad. La virtud de la prudencia tiene hasta siete vicios: la imprudencia, la negligencia, la prudencia de la carne, la astucia, el dolo, el fraude y la solicitud excesiva.

Pero este no era el tema del artículo, que forzosamente tiene que ceñirse a un espacio y una materia. Y en este caso era el constatar que la práctica de toda virtud exige un medio y eso exige un esfuerzo de nuestra razón ayudada por la gracia y guiada por la prudencia. No propiamente el estudio de esta virtud.
16/03/20 11:29 PM
hornero (Argentina)
Asunto fundamental éste de la virtud, tratado en el artículo.



"El P. Palau, en el Catecismo de las Virtudes..: «así como la perfección de una cosa consiste en que sea conforme a su regla y medida, del mismo modo la bondad de los actos humanos está en que éstos sean conformes a su regla y medida».



Entiendo que se refiere al plano en que se halla el ?hombre viejo?, esto es, el hombre sostenido y elevado por la gracia, pero no transfigurado por la gloria. Ahora bien, San Pablo nos dice en Rom,8 que ?la creación espera participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios?, lo que ha de suceder ?cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros os manifestaréis en gloria con Él? (Col 3, 4).



La cuestión, creo merece alguna atención, en consideración de los tiempos que vivimos, cuyo acontecer está señalado por anomalías extremas, tanto en la vida de la Iglesia, como en la del mundo pervertido por el irracionalismo y la apostasía. Un estado de crisis afecta a la una y al otro. Frente a esta situación, escuchamos palabras no humanas sino celestiales, pronunciadas por la Virgen en Fátima, cuando anuncia el triunfo de su Corazón Inmaculado en el mundo. Este triunfo está vinculado a nuestro tiempo histórico actual, el contexto del mensaje mariano parece indicarlo así. 
17/03/20 4:16 PM

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