Benedicto XVI ante la ONU.

La Declaración supone igualmente la superioridad, según el Papa, de la justicia, valor inmutable y eterno, sobre la legalidad, obra del ser humano y por tanto contingente y mutable.

En estos tiempos de confusión de ideas, varias de las frases del Papa ante la ONU pueden servirnos para aclararnos.

El Papa ha empezado diciéndonos que “los principios fundacionales de la Organización –el deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria– expresan las justas aspiraciones del espíritu humano”.

Con respecto a la relación entre ciencia y ética y frente a aquéllos que piensan que la ciencia no debe tener limitaciones éticas, que, además serían inútiles, porque supondrían ponerle puertas al campo, Benedicto XVI afirma que “entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos”. Otra cosa sería dar la razón a los nazis y sus terribles experimentos.

En cuanto al fundamento de los derechos humanos, éstos se formulan tras la Segunda Guerra Mundial, como resultado de “la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre”. “Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos”.Es decir para el Papa el sustrato de los derechos humanos es mucho más profundo que el basado en el mero subjetivismo y relativismo, porque se basa en un orden moral objetivo con el que el hombre se encuentra y que no es ni creación ni invención suya. “La Declaración Universal tiene el mérito de haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales. La Declaración fue adoptada como un “ideal común” (preámbulo) y no puede ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos”. La libertad supone una correlación entre derechos y deberes.

La Declaración supone igualmente la superioridad, según el Papa, de la justicia, valor inmutable y eterno, sobre la legalidad, obra del ser humano y por tanto contingente y mutable. “La experiencia nos enseña, nos dice, que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia cuando la insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por las diversas agencias de los que están en el poder. Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales. Los derechos humanos han de ser respetados como expresión de justicia, y no simplemente porque pueden hacerse respetar mediante la voluntad de los legisladores”.

Pedro Trevijano Etchevarría

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