No es la economía ni la política, es la moral

Son precisamente las viejas ideas redivivas de La Modernidad del siglo XIX y XX las que han vuelto a provocar la quiebra de los valores que nos dan fundamento y que han sustentado nuestro desarrollo y bienestar hasta la crisis actual, la cual que vuelve a ser esencialmente moral y, sobre ella, se levantan todas las demás.

Desde hace aproximadamente un año que se oye hablar de crisis económica y social. Pero hace mucho más tiempo -desde que el Sr. Rodríguez renovó su permanencia en la Moncloa- que se oye hablar de crisis política. Y desde hace mucho más tiempo aún se oye hablar de la secularización de nuestra sociedad occidental, del relativismo que lleva a la pérdida de valores, que son sustituidos por nuevos parámetros de vida (porque el corazón del ser humano necesita y reclama parámetros de vida) ¿Pueden, estas tres cuestiones, estar intrínsecamente relacionadas? Para responder a esta pregunta es necesario acudir a la historia.

Fijémonos por ejemplo en el último tercio del siglo XIX y en los veinte primeros años del siglo XX. Fijémonos en la revolución filosófico-ideológica y científica, así como en los cambios técnicos y sociales que vivió Occidente.

Nominalismo, Racionalismo, Positivismo: bases de la filosofía de La Modernidad.

Por lo que respecta a la Filosofía-Ideología, recordemos que con la construcción de la sociedad de masas tomó cuerpo un nuevo compuesto filosófico-ideológico fácil de absorber por las masas: el nominalismo, el racionalismo y el positivismo. Sus intelectuales (de Hegel a Marx pasando por Feuerbach, Nietzsche, Krause) negaron la capacidad del hombre para hacer actos libres y trascendentes con lo cual la libertad, la moral y la responsabilidad quedaron como conceptos trasnochados y anulados. Preconizaron que por la razón se explica todo, por lo que ya no había límite a lo que la razón de la mayoría demandase en cada momento si la capacidad técnica y científica lo posibilitaba.

Por lo tanto, la persona debería ser absorbida por la sociedad, dirigida política y éticamente por un ente superior a la sociedad: el Estado. A partir de este punto es fácil dar el salto a la Muerte de Dios y a la construcción de nuevos valores, haciendo del ser humano un superhombre al frente el Estado, situándolo Más allá del Bien y del Mal.

No es de extrañar que el ideal de la sociedad modernista occidental fuese la construcción de una gran Sociedad-Estado, única que podría dictar las normas morales y legales. Por lo tanto, la gran Sociedad-Estado no podría aceptar ninguna religión porque toda religión tiende a proporcionar modelos morales alternativos y absolutos. Y en el ámbito occidental cristiano, las iglesias cristianas son las que más insisten en ofrecer una propuesta moral alternativa y absoluta, de ahí que el cristianismo se convirtiese en el enemigo a abatir. El nuevo dios-Estado debía ser objetivamente laico, como mucho podría tolerar un sentimiento trascendente y sincrético en las personas siempre y cuando tal sentimiento se mantuviese oculto en el ámbito íntimo de la persona, y que no trascendiese socialmente. Ahí tenemos a los filósofos-ideólogos de esta modernidad como por ejemplo Heinrich Ahrens, Giner de los Ríos o Auguste Comte.

El arte al servicio de La Modernidad

Artistas y arquitectos se unieron en la divulgación de esas ideas. Posiblemente uno de los que mejor describió el modernismo en arquitectura fue Bruno Taut. En su libro Die neue Baukunst in Europa und Amerika reseñaba las características de la modernidad en arquitectura, que pueden ser resumidas en dos: el fin de cada edificio es alcanzar la mejor utilidad posible (aquí tenemos la ideología del utilitarismo). En base a esto, la relación entre edificio y finalidad consiste en la utilidad racional de las obras humanas. Utilitarismo y racionalidad debían ser los factores fundamentales en la ordenación mental-espacial de la nueva sociedad de masas.

La ciencia: abanderada de la filosofía Modernista.

Muchos científicos también quedaron absorbidos por la nueva mentalidad moderna y se pusieron al servicio de la construcción de una nueva ciencia que llevaba aparejada la necesidad de una nueva moral. Se consideró que desde la ciencia positiva y utilitaria se podrían componer las leyes generales y universales -sobre el individuo, la sociedad y el Estado- con las que solidificar y perpetuar La Modernidad.

De tal manera surgió toda una epistemología de vida que legitimaba que el individuo y la sociedad podían convertirse en objeto de experimentación por razón de lograr un supuesto progreso: nuevos métodos educativos, imponer nueva moral, nueva ciudadanía, un nuevo sistema económico, una nueva ordenación social, nuevas formas políticas.

Aquí destacan gentes como Darwin con su teoría de la evolución biológica en On the Origin of Species by Means of Natural Selection, o Lewis Henry con su “darwinismo social”, componiendo la teoría sobre la evolución y selección natural de las sociedades. Lo mismo podemos decir de funcionalistas como Emile Durkheim y Bronislav Malinowski, para los cuales era lícito que al ser humano se le impusiesen unas pautas psicológicas, mentales y culturales en función de los objetivos y fines de La Modernidad.

También podemos escoger a Francis Galton, quien formuló la propuesta eugenésica tras leer On the Origin of Species. Para Galton y los eugenistas de 1900-1920 la eugenesia evitaría la degeneración biológica entre los humanos y suavizaría la lucha por la existencia, por lo que las sociedades mitigarían sus conflictos internos y externos -tanto la lucha de clases como la lucha entre estados- avanzando más fácilmente hacia la sociedad perfecta y feliz. Por su parte Christoph Wilhelm Hufeland desarrolló el moderno concepto de eutanasia. En su Enchiridion medicum oder anleitung zur medicinischen praxis (1836) señalaba que quien decide si una vida vale la pena vivirla es el médico y el Estado (p.734). Así, médico y Estado se convierten en dioses.

La semilla sembrada fue recogida por otros científicos como Samuel Williams con su Euthanasia, donde señalaba que “en todos los casos de enfermedad sin cura y dolorosa, se debería reconocer la tarea del médico tratante (…) administrar cloroformo u otro anestésico (…) de manera de destruir la conciencia de una vez y llevar al enfermo a una muerte rápida y sin dolor” (popular science monthly, mayo 1873).

En The new cure Tollemache se preguntaba por qué la sociedad y el Estado deben gastar en mantener a seres que no producen y que no sirven, frenando el bienestar de la sociedad: “la ciencia moderna nos dice que en un mundo superpoblado se da una dura lucha por la existencia, de manera que al hombre enfermo, infeliz e inútil, de alguna manera se le empuja (…) a no disfrutar o a no ser alguien que, probablemente, sería más feliz, más saludable y más útil”. Y el único facultado para dar el certificado de inútil e infeliz es el Estado, y en base a este certificado tales individuos pueden ser, legal y moralmente, eliminados (The new cure of incurables, fortnightly review febrero, 1873).

La lista de científicos avalaban estas ideas es bien larga, destaco como botón de muestra a: Adolf Jost con El derecho a la muerte (Göttingen, 1895) y Elisabeth Rupp con El derecho a la muerte (Stuttgart 1913) o Karl Binding en Autorización para acabar con una vida indigna (Leipzig 1920).

Llegados a este punto fue fácil dar nuevos pasos. En su Historia de la Medicina (Stuttgart, 1904) Ernst Haeckel planteaba que matar tanto a niños no-nacidos como a niños recién nacidos enfermos no debería estar penalizado: “como lo practicaban, por ejemplo, los espartanos con el fin de seleccionar a los más capaces (…) debemos aprobarlo como una medida conveniente y útil tanto para los implicados como para la sociedad”. Es decir, la muerte es también un bien útil para aquel a quien se asesina porque se le libera de su propia desgracia, asesinarle sería hacerle un bien que él mismo debería desear (p.130).

La ciencia y los científicos Modernistas no sólo sembraron, hicieron germinar y progresar el desagüe moral de la persona convertida en individuo masificado, solitario en medio de la nueva masa urbana, quedando merced del dios-Estado. De aquí viene el vacío existencial que todavía arrastra el ser humano occidental moderno. Vacío que necesita ser llenado con supuestas novedades que se suceden unas a otras sin fin y sin sentido.

Los frutos metales y culturales de La Modernidad: hedonismo, relativismo, nihilismo.

Desde hace 150 años La Modernidad siempre nos trae supuestas novedades pero en el fondo son siempre más de lo mismo: el hedonismo y la inferencia, el subjetivismo y el relativismo, el nihilismo. Aquí hunden sus raíces los conflictos más importantes del siglo XX y del siglo XXI. Consecuencias de este desagüe moral del hombre occidental fueron: en el ámbito político-militar, las revoluciones comunistas y las dos guerras mundiales; y, entre unas y otras, una brutal crisis económica y social. Vemos aquí claramente interconectados la crisis moral, la crisis económica y la crisis política (comunismo, nacional-socialismo, fascismo, crisis moral de las democracias occidentales). Era lógico que el siguiente paso fuese la crisis militar y el triunfo de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (revoluciones, absolutismos y dictaduras, I y II Guerras Mundiales…)

Estas reseñadas bases filosóficas, ideológicas y científicas siguen sustentando los ejes mentales y culturales de La Modernidad del siglo XXI. Aquí hunde sus raíces cuestiones como el aborto, la eutanasia, la eugenesia. Estos parecen ser problemas del hombre moderno del siglo XXI pero, como vemos, no es así.

Las consecuencias y efectos de todo este pensamiento de La Modernidad llevado a la práctica durante los últimos 150 años ha ocasionado la devastación física y espiritual de Europa y Occidente en su conjunto. Mentalidad y cultura que llega a extremos como el desear la muerte propia o de los demás, incluido el propio hijo nacido o por nacer; o el procrear a personas en función de la utilidad para otras personas; o lleva a intentar duplicar personas, ya sea en parte o por entero.

Hay Esperanza

Siempre hay esperanza porque tras ella está Dios. Así nos lo ha recordado Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi. Esto es lo que enseña la Iglesia Católica. Y, efectivamente, los políticos europeos de 1945 entendieron esto y volvieron su mirada al cristianismo y a la Iglesia Católica. Entendieron claramente que la única posibilidad de levantar Europa era mediante el rearme moral y esto requería volver a los principios cristianos.

Entre 1945 y 1948 se crearon por toda Europa grupos de Rearme Moral que se reunían en retiros de oración, reconciliación y paz proclamando la vuelta a los valores y moral cristianos, y proponiendo partir del Perdón: hacia todos, de todos y para todos. Esto hizo posible que los enemigos se viesen como cristianos, quedando el odio relegado. Entre los participantes había personalidades como Adenauer, Monet y Schuman, obispos católicos y protestantes, sindicalistas, empresarios, profesores, todos de acuerdo en que para levantar Europa era necesario algo más que el dinero americano, era necesario volver a las base de su identidad común, el Cristianismo.

Pasados 60 años de aquel nuevo comienzo en Occidente, y especialmente en Europa, vuelven a triunfar aquellas viejas ideas de La Modernidad. Y son, precisamente, esas las viejas ideas redivivas de La Modernidad del siglo XIX y XX las que han vuelto a provocar la quiebra de los valores que nos dan fundamento y que han sustentado nuestro desarrollo y bienestar hasta la crisis actual, la cual que vuelve a ser esencialmente moral y, sobre ella, se levantan todas las demás. Pero, no tengamos miedo, tengamos esperanza y las puertas del Hades no prevalecerán. Dios es nuestra Esperanza. Dios nunca se jubila y nunca abandona.

Antonio R. Peña

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