(UNAV/InfoCatólica) –¿Puede resumir de manera breve cuál es la idea principal del mensaje del Papa en Sydney?
El Papa dijo a los jóvenes que para seguir a Cristo no hace falta ser personas extraordinarias ni perfectas, sólo se requiere ser personas que sepan amar a los demás y a Dios, que es Amor. Y en la perspectiva cristiana, esto significa hacerse dóciles a la acción del Espíritu Santo, buscarle, conocerle, actuar con él. Por decirlo con la terminología de la película la Guerra de las Galaxias, con el Espíritu Santo se hace presente “el poder de la fuerza”, es decir el amor.
– ¿Qué dijo Benedicto XVI en Sydney durante los cuatro días que estuvo allí?
Expresó las paradojas de la situación actual (junto al asombro por la belleza del mundo creado, les confía la pena por las heridas de la tierra, que aparece destruida en amplias zonas, como consecuencia de un consumismo insaciable. Les muestra su dolor más aún por las heridas en la vida de las personas y en la sociedad: la violencia y la explotación sexual, el relativismo y la mentira, la confusión y la desesperación).
Señaló que hoy se proponen falsos dioses que desvían de la verdad y destruyen el amor: el dios de los bienes materiales (la codicia, que aparta de los hambrientos y de los pobres), el amor posesivo (que no es amor sino manipulación) y el poder injusto (que lleva al dominio de los otros y a la explotación del medio ambiente natural). El Papa propone a los jóvenes un proyecto de vida que abre a una gran aventura, de amor y de servicio con generoso: estamos ante la nueva era del Espíritu Santo, que puede ayudarnos a vencer todo eso, a condición de un amor entregado y auténtico.
– ¿Cuál es el problema de la sociedad actual?
Benedicto XVI siempre se dirige a todos, y promueve una verdadera humanidad, que no acabe autodestruyéndose.
- A los no cristianos, y en general a los no creyentes, les anima a salir de sí mismos y abrirse al mundo del espíritu, a Dios, que nos da la verdadera dimensión de lo real. Sin Dios, no es posible la felicidad humana, ni un verdadero desarrollo ni un orden social justo.
- A los creyentes, y sobre todo a los cristianos, nos interpela para que seamos auténticos: que creamos de verdad en la luz y el amor del mundo, que vienen de Dios, y que actuemos en consecuencia, cada día. Esto es, que respetemos a la Naturaleza y no la destruyamos; y que respetemos a cada persona, más aún que la amemos, porque ha sido querida por Dios.
–¿Cómo podemos superar la superficialidad, el consumismo insaciable...?
Esto se puede lograr, como han hecho muchos antes que nosotros, abriéndose a Dios y a los demás. Es decir, dejando de mirarnos a nosotros mismos, como único centro de nuestro horizonte vital, y dándonos cuenta de que las personas que están a nuestro lado nos necesitan, material y espiritualmente. Teniendo presente que no tenemos derecho a ser indiferentes y vivir de espaldas a los problemas de los que se cruzan en nuestro camino.
Creo que fue Terencio el que dijo lo que, muchos después han repetido, también Antonio Machado: “Soy hombre y nada de lo humano” me es ajeno. Un cristiano lo afirma con la convicción que da el mirar todo con los ojos de Cristo.
San Josemaría escribió: "No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona, un pariente, un amigo, un colega..., ése que no conoces es tu hermano" (Surco, 251).
–¿Qué tenemos que hacer para que reverdezca el desierto espiritual de nuestra sociedad?
Si somos cristianos, hemos de volver a empezar por conocer a Dios hasta compartir con Él nuestra existencia; y para ello, leer el Evangelio, adorar a Cristo oculto en el Sagrario, ser trabajadores o estudiantes competentes, proyectar la propia vida efectivamente como una aventura de servicio. No sólo a largo plazo, sino hoy, mañana: ¿qué hago yo, realmente, por los que me rodean? ¿por quién vivo, qué me mueve? ¿Cómo quiero emplear mi vida, el día de hoy?
–¿Quién es para mí el Espíritu Santo? ¿Cómo podemos reconocerlo?
El Espíritu Santo es la Persona divina que condensa, por así decirlo, el amor de Dios, y que nos lo comunica. Con el Padre y el Hijo, ha creado el mundo, ha inspirado las Escrituras, ha hecho posible la vida de Cristo y le ha acompañado siempre en su entrega por su Padre y por todos los hombres: le ha llevado a entregarse por nosotros en la Eucaristía, como adelanto de su Pasión. Y le ha acompañado con su fuerza divina para resucitar. Ahora el Espíritu Santo sigue actuando entre nosotros, para instaurar, a través de la Iglesia, una civilización del amor. Y cuenta con cada persona, comenzando por cada cristiano, porque nos da mucho y es lógico que no nos quedemos atrás.
–¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual?
El Espíritu Santo siempre nos lleva a Cristo, pero hay que hacerse capaz de vivir con Cristo, y para eso, decía antes, es necesaria la oración y también los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Confesión de los pecados. Así ya tenemos más de la mitad del camino andado. Luego, poco a poco, hay que dejarse aconsejar por quienes pueden hacerlo, en la dirección espiritual. Y sentirse realmente responsables de la misión de la Iglesia en todo el mundo; porque la vida espiritual no se puede entender como un “espiritualismo”, es decir, un encerrarse en uno mismo buscando ser “perfecto”. Dios no necesita personas perfectas, sino personas que sean humildes y capaces de entregarse para que Él haga cosas grandes con nuestro granito de arena. Así será posible la “nueva era” de que hablaba el Papa en Sidney.
–¿Qué sucede si nos olvidamos del Espíritu Santo?
Pues que no acabamos de comprender quién es Dios y cómo Él ha querido salvarnos, es decir, hacernos felices ya en esta tierra, y definitivamente en el Cielo. Y tampoco acabaríamos de comprender quien es Cristo y qué nos pide a cada uno.
–¿Existe cierta analogía en la necesidad que tuvieron los apóstoles, una vez muere Cristo, de que aparezca el Espíritu Santo, con la necesidad de que vuelva a renovar a la sociedad actual carente de valores, superficial y con tendencia al laicismo?
Efectivamente, así se puede ver. Sólo que el Espíritu Santo ya estaba con los apóstoles cuando estaba Cristo. A partir de Pentecostés, el Espíritu Santo comenzó a actuar de modo nuevo, por medio de la Iglesia (por ejemplo asistiendo al Papa y a los Obispos, y a cada cristiano en las tareas que nos corresponden), y al mismo tiempo desde dentro del corazón de cada cristiano, en lo que llamamos la vida de la gracia.
–¿Al igual que el Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles,es necesario que renueve a la sociedad actual?
Eso es lo que pedimos siempre en la liturgia de la Iglesia: que no cese de actuar, que nos renueve, que cambie nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, que nos haga como un injerto o un verdadero transplante de nuestro corazón por uno más capaz de amar, que es el de Jesucristo. Sí: hoy necesitamos una especial renovación, para poder dar a nuestro mundo el “alma” que necesita.
–¿Cuál es nuestra misión como cristianos que somos?
Como predicaba San Josemaría, lo más importante es que seamos santos, para santificar lo que nos rodea y ayudar a los demás a que lo sean. El Concilio Vaticano II proclamó solemnemente la llamada universal a la santidad. Ahora el Papa viene a decirnos que los verdaderos reformadores del mundo son los santos, porque son los que se abren al amor de Dios y de los demás; no en teoría, sino en concreto, en lo de cada día: siendo buenos padres o madres de familia, buenos hijos, buenos amigos; viviendo las obras de misericordia con los más necesitados; sintiendo la responsabilidad por todos en lo pequeño que nos toca hacer.
–¿Cómo podemos contribuir para que los frutos del Espíritu inunden este mundo herido y frágil?
A Benedicto XVI le gusta mucho hablar de dar un gran “sí” a Dios con nuestra vida, aunque pensemos que somos poca cosa (y lo somos, como un pequeño grano de mostaza o de levadura). Pero con la ayuda del Espíritu Santo podemos hacer que nuestro pequeño granito se convierta en un pan que alimente a mucha gente. Que los alimente en el cuerpo (por nuestro trabajo y nuestra solidaridad: el Papa ha recordado que hemos de ser sensibles a la pobreza y al hambre de mucha gente) y también que los alimente en el espíritu (al comprobar que somos alegres y coherentes). Para eso necesitan ver que nuestra fe no es una teoría, sino una luz y una fuerza que nos impulsa a cambiar las cosas que hay que cambiar, empezando cada uno por sí mismo.