Voderholzer cuestiona la representatividad del Comité Central de los Católicos Alemanes
Mons. Rudolf Voderholzer, obispo de Ratisbona (Alemania)

Muchos fieles no se sienten identificados

Voderholzer cuestiona la representatividad del Comité Central de los Católicos Alemanes

Mons. Rudolf Voderholzer, ha concedido una amplia entrevista a un medio regional del estado de Baden-Württemberg, al sur de Alemania, en la que renueva su crítica al Camino Sinodal alemán defiende una sinodalidad centrada en la escucha del Evangelio, no en modelos parlamentarios y cuestiona la representatividad del ZdK dentro de la Iglesia alemana. Además destaca iniciativas evangelizadoras en su diócesis.

(Schwäbische/InfoCatólica) El obispo de Ratisbona, Rudolf Voderholzer, es, junto con el cardenal Woelki, uno de los críticos más severos del Camino Sinodal en la Iglesia católica alemana. En esta entrevista, explica su visión de la Iglesia y de la política.

Obispo Voderholzer, cuando oyó quién era el nuevo Papa, ¿cuál fue su primera impresión?

Realmente me sorprendió la fuerza innovadora y la capacidad de sorpresa del Espíritu Santo. Conocía al papa León XIV como cardenal Prevost por algunas reuniones del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Me causó una impresión muy serena, pausada, muy reflexiva y sensata, inteligente. No hablaba mucho, pero lo que decía tenía coherencia y fundamento.

¿Qué nos dice su biografía sobre él?

Por su origen en Norteamérica y su labor en Perú, une las dos partes del continente americano. Eso es una gran bendición, un gran símbolo. Como superior general de los Agustinos, ha acumulado experiencia a nivel mundial, ha viajado mucho, conoce la Iglesia universal. Ha aceptado el cargo con gran humildad, pero también con las formas y los signos que le corresponden.

¿También con aquellas formas y signos que Francisco, a diferencia de su predecesor Benedicto XVI, no utilizaba?

Se ha interpretado mucho de forma errónea. La prensa creyó ver a menudo una diferencia que, desde mi punto de vista, no existía. Benedicto era tan humilde como Francisco, solo que lo expresaba de otra manera.

¿Reconoce usted otras similitudes entre el nuevo Papa y Benedicto XVI?

Para eso aún es demasiado pronto. Pero los discursos que ha pronunciado hasta ahora León XIV me han convencido mucho. Siempre ha hablado sobre el primado de Dios y sus implicaciones, también en el ámbito político. Ha citado con frecuencia a san Agustín, tal como lo hacía Benedicto XVI.

El Papa también es responsable de la unidad de la Iglesia. ¿Está hoy más amenazada esa unidad que hace 100 o 200 años?

La unidad de la Iglesia siempre ha estado en peligro, también después del Concilio Vaticano I, cuando los Veterocatolicos se separaron. Es una unidad que debe conquistarse constantemente de nuevo. Es un don increíble que exista esta Iglesia universal. Es una red de comunidades eucarísticas y se mantiene unida por el principio episcopal bajo la cabeza del Papa. Por eso se mencionan los nombres del Papa y del obispo en cada plegaria eucarística: no se trata de un culto a la persona, sino que tiene una función eclesiológica, es decir, define la naturaleza misma de la Iglesia. Hemos sido fundados como Iglesia para anunciar la salvación de los hombres y el Evangelio. Y para pedir el Espíritu que puede obrar esa unidad por sí solo. Ése debe ser el camino. Y para ello se necesita mucho contacto, mucho diálogo, mucho hablar y orar juntos.

¿Cómo percibe usted esto en la Iglesia en Alemania? ¿Sigue existiendo el diálogo?

La Iglesia en Alemania es una estructura muy compleja. Permítame destacar un ámbito que considero muy decisivo para nuestra situación actual: hasta los años 80 existía en Alemania una especie de ley no escrita según la cual los dos arzobispos de Múnich y Colonia se alternaban en la presidencia de la Conferencia Episcopal. Eso lo rompió el obispo de Maguncia, Karl Lehmann, cuando se presentó a las elecciones contra Friedrich Wetter, de Múnich. Eso politizó el cargo: ya no se elegía al siguiente por turno, sino en función de una determinada orientación político-eclesial. Y ahí es donde empiezan a formarse mayorías, surgen minorías, y eso resquebraja la unidad.

Usted aboga desde hace tiempo por una despolitización del cargo de presidente.

En casi todas las conferencias episcopales del mundo que conozco, se hace de otro modo. Ya en 2020 propuse que volviéramos a un sistema rotatorio, ampliado a los metropolitanos (es decir, los arzobispos). Le tocaría primero a Berlín, luego a Friburgo, Hamburgo, etc. Sigo convencido de que es una idea que merece la pena considerar, para eliminar la dimensión política-eclesial y así lograr una reconciliación por otras vías.

¿Cómo ejerce el obispo Bätzing su cargo desde su punto de vista? Si mira a los últimos años, ¿cuál es su impresión?

Se ha implicado por completo en el proyecto del Camino Sinodal, aunque lo heredó de su predecesor. Yo le conozco desde hace tiempo. En realidad, nos llevábamos bien. Compartíamos una base teológica común en la obra de Hans Urs von Balthasar y nos sentíamos en casa teológicamente dentro de la Comunidad San Juan, fundada por este teólogo suizo. Lamentablemente, he tenido que constatar en los últimos tiempos que se ha alejado de algunas ideas fundamentales de Balthasar. En cuanto a la cuestión de género y sus repercusiones en la teología sacramental, el obispo Bätzing sostiene que Hans Urs von Balthasar pensaría hoy de otro modo. Eso, en mi opinión, no se puede sostener de ninguna manera.

¿Cómo ve usted la relación de la Iglesia con la política? ¿Qué tan política debe ser la Iglesia?

La Iglesia, en la figura de sus ministros y obispos, no debería hacer política, sino hacerla posible. Y eso mediante el anuncio del Evangelio y la difusión de la doctrina social católica. Ése es uno de los mayores tesoros que tenemos. La doctrina social católica ofrece los criterios para una buena política, y lo hace por encima de partidos.

¿Cuándo debería pronunciarse la Iglesia directamente?

Como obispos, por supuesto que tenemos una posición respecto a la defensa de la vida o la dignidad humana —una posición que coincide con la de la Ley Fundamental alemana—. Pero las cuestiones concretas del día a día, los procesos legislativos en el Parlamento, corresponden a quienes han sido elegidos para ello. Afortunadamente, entre ellos hay muchos cristianos convencidos. Como obispos les damos orientación, y los políticos también deben aceptar cuando decimos que, en nuestra opinión, algo no es compatible con la fe cristiana. Me importa subrayar, en lo que respecta a la defensa de la vida, que la Iglesia no defiende aquí una opinión religiosa particular, sino que en primer lugar defiende derechos fundamentales consagrados en la Constitución.

La Conferencia Episcopal Alemana ha publicado recientemente un documento sobre Alternativa para Alemania (AfD). ¿Cuál es su posición personal al respecto?

Apoyé el documento, porque dada la gravedad de la situación es importante que tomemos una postura clara en esta cuestión. Sin embargo —y esto ya lo he dicho públicamente en varias ocasiones—, estuve de acuerdo con el texto solo después de haber conseguido que se incluyera en la declaración la defensa de la vida como uno de los criterios fundamentales que defendemos como Iglesia. Quería evitar a toda costa que se ignorase este punto tan importante, que siempre ha sido una causa que hemos representado con coherencia, y que se dejara en manos de otros. Lo que, lamentablemente, no logré fue evitar que el documento se construyese en torno a una identidad puramente negativa. Por identidad negativa entiendo definirse únicamente por lo que uno rechaza. Deberíamos haber expresado con mucha más claridad que animamos expresamente a las jóvenes cristianas y cristianos a comprometerse políticamente en el centro del espectro, inspirados en la doctrina social católica.

¿Cómo aborda usted en su diócesis la cuestión de los votantes de la AfD?

No hacemos ningún tipo de examen de conciencia o control ideológico. Y debo partir del supuesto de que también entre los católicos hay votantes de la AfD. Pero también sé distinguir entre una actitud de protesta y una postura ideológicamente endurecida. Si damos crédito a los expertos, una gran parte del electorado de la AfD —igual que el de Die Linke, por ejemplo— está compuesto por votantes de protesta, personas que simplemente no ven que los partidos del centro estén abordando los problemas urgentes. Y estos partidos del centro también deben aceptar que, en ciertos temas, no han logrado ofrecer soluciones.

En su diócesis también está activa la Hermandad de San Pío X. ¿Dónde traza usted los límites?

El límite está muy claro: el reconocimiento del Concilio Vaticano II y de la enseñanza de la Iglesia y su Tradición. No se trata del latín o de la liturgia. También tenemos a la Hermandad de San Pedro, que celebra la misa según el antiguo rito, pero reconoce el Concilio. En el caso de los seguidores de Mons. Lefebvre (la Hermandad de San Pío X), nos encontramos con una teología política en la que se coloca la verdad por encima de la libertad. Eso no es aceptable.

Con respecto a la polarización social en el país: ¿Puede hacer algo la Iglesia para que las personas entren en contacto más allá de su propio entorno ideológico?

Al menos en dos aspectos. Cuando escucho antiguas grabaciones de Wehner y Strauß, me doy cuenta de que antes existía una cultura del debate en la que volaban realmente los trapos. Hoy ya no conocemos algo así. Eso por un lado. Por otro, y esto lo he repetido muchas veces al inicio del Camino Sinodal: ya no tenemos una base común de conversación en la Iglesia. En el Camino Sinodal, por ejemplo, no hay consenso sobre qué constituye un argumento teológico, ni sobre cómo deben ponderarse, por un lado, la Escritura y la Tradición y, por otro, los supuestos conocimientos consolidados de las ciencias humanas. Todo es bastante confuso, y se habla sin llegar a entenderse. Es una situación difícil. Y eso no sólo se aplica al Camino Sinodal, sino también a la política.

¿Qué esperaría usted personalmente de un Camino Sinodal o de un proceso similar en Alemania? ¿Qué tendría que pasar para que usted saliera satisfecho de una sesión de ese tipo?

Ya tenemos muchos formatos sinodales en Alemania. En mi diócesis, por ejemplo, existen el comité diocesano, la comisión diocesana de asuntos financieros, y mucho más. Son órganos sinodales en los que se debate en conjunto para tomar decisiones. La imagen del obispo todopoderoso que decide solo es una caricatura. Vivo suficientes espacios de intercambio sinodal en los que realmente puedo decir: es hermoso ser cristiano, ser católico y formar parte de una comunidad que se siente enviada a vivir el Evangelio, a anunciarlo y a entusiasmar a otros con él. En el Camino Sinodal, el cardenal Woelki y yo presentamos una propuesta alternativa de estatuto, basada en la carta del papa Francisco de junio de 2019. No estamos en contra de la sinodalidad, sino de una forma concreta de sinodalidad que se asemeja más a un debate parlamentario entre partidos que a una escucha común de la Palabra de Dios.

¿Está el Camino Sinodal demasiado influido por el modelo de los sínodos protestantes?

Está influido por la experiencia de una forma concreta de democracia dentro de las asociaciones católicas. Pero allí no se trata de cuestiones de fe, sino de temas relacionados con la orientación de una asociación católica.

¿Es representativo este “catolicismo de comités”, como lo vemos en el ZdK, para la Iglesia católica en su conjunto?

Creo que nunca lo fue, ni siquiera aspiraba a serlo. Recibo muchas cartas de personas que me dicen: «Yo no me siento representado por eso». Por supuesto, es difícil decir qué es realmente representativo de la población católica. Pero mi impresión es que el grueso de los fieles no se identifica mucho con el ZdK. Cuando visito las parroquias, escucho otras preocupaciones: por ejemplo, «¿cómo consigo enseñar a rezar a mis hijos?». Entonces otros responden: «Mientras no bendigáis a las parejas homosexuales, no vas a lograr que tu hijo rece». Personalmente, no creo que eso funcione así. Porque, de ser así, la Iglesia evangélica debería estar floreciendo.

¿Dónde ve usted los límites del Camino Sinodal?

Los objetivos del Camino Sinodal fueron poco realistas desde el principio. El cardenal Woelki y yo propusimos temas como la evangelización, la pastoral vocacional o la enseñanza de la religión. Son ámbitos en los que podemos volcar toda nuestra fuerza de fe, pasión e imaginación para reposicionar mejor a la Iglesia. El Estado nos brinda la oportunidad de impartir clases de religión. Pero cada vez tenemos menos profesoras y profesores de religión. Ésos son los temas sobre los que deberíamos estar hablando: ¿cómo logramos anunciar la fe de manera creíble?

¿Cómo se logra anunciar la fe de forma creíble en la diócesis de Ratisbona?

Si se logra o no, no lo sé. En cualquier caso, tenemos varios proyectos innovadores. He retomado la carta del papa Francisco de 2021, en la que reintrodujo el antiguo ministerio de la catequista y del catequista. Hemos desarrollado un programa de formación para ello. Las personas participantes se dedican durante diez sábados a la pregunta de cómo llegar a ser capaces de hablar de la fe. Después pueden, por ejemplo, encargarse de acompañar a los monaguillos, porque los niños y jóvenes que se implican en la Iglesia son uno de nuestros mayores tesoros.

Con esta formación también se prepara a personas para dirigir grupos bíblicos o acompañar peregrinaciones. No se trata de formar «mini pastores», sino de personas que colaboran activamente en la Iglesia y que para ello reciben una misión formal del obispo.

Otro proyecto es nuestra Biblia dominical de Ratisbona, un libro de uso doméstico que retoma formas tradicionales ya probadas. Con ella queremos fomentar la cultura del domingo. Las familias pueden beneficiarse enormemente en su vida cotidiana —con todos sus desafíos— de una vivencia consciente del domingo a lo largo del año litúrgico. Eso quiero promover. Y me importa mucho también la dimensión pastoral de la música sacra.

¿Y cómo se acerca usted a una persona que nunca ha sido bautizada y para quien la Iglesia siempre ha sido algo ajeno?

Eso depende, por supuesto, de los párrocos, a quienes animo a hacer visitas domiciliarias. Promuevo los Cursos Alpha, donde se aprenden las bases de la fe. También tenemos grupos que hablan con la gente directamente en la calle, como en Night Fever, por ejemplo. Gracias a Dios, hay muchas iniciativas en las que los jóvenes sienten un auténtico impulso misionero y quieren transmitir la fe.

Algunas personas se sienten atraídas por esto, otras, más bien rechazadas. O tome usted el caso de los Domspatzen de Ratisbona: también hay niños no bautizados entre ellos. Hace poco pude bautizar a un chico de 13 años que, por iniciativa propia, fue a ver a su profesor de religión para pedirle el bautismo. Porque, a través de la música, había experimentado algo de la fe y quiso formar parte de ella.

No podemos hablar con Rudolf Voderholzer sin mencionar al menos una vez los belenes. Aquí, en la sala de visitas, poco antes de Pentecostés, hay un enorme belén navideño. ¿Qué le fascina tanto de ellos?

Mi madre era originaria de Bohemia. Y Praga es, probablemente, la cuna del belén. Un belén muestra la concreción de la fe. Cuando uno lo contempla, está presente, forma parte de la escena. Como obispo, además, me parece muy acertado valorar un medio tan eficaz de transmisión de la fe. En ese sentido, para mí es también un elemento de evangelización, accesible y atractivo.

Se ve claramente también en Chequia, donde la secularización está mucho más avanzada que en nuestro país. Para muchas personas allí, el belén es el único puente que les queda hacia Cristo. La Ilustración expulsó los belenes de las iglesias, y entonces pasaron a los hogares. Allí han resistido todas las tormentas de la secularización. El belén de Navidad está profundamente arraigado en el corazón de la gente.

¿Y cómo transmite usted a las personas el sentido de la fiesta de Pentecostés?

Pentecostés es, en cierto modo, algo abstracto, pero en realidad muy concreto. Muchas veces lo he debatido con otras personas y reflexionado sobre ello en relación con las tradiciones populares: en Navidad hay regalos, llega el Niño Jesús; en Pascua viene el conejo y trae huevos. ¿Y el Espíritu Santo? ¿Qué trae él? Trae la comunidad de la Iglesia, nuevos hermanos y hermanas. Pero esa comunidad hay que vivirla. Como cristianos, somos el regalo de Pentecostés los unos para los otros. Pentecostés es el momento del nacimiento de la Iglesia universal. Es la superación de la confusión de lenguas de Babel.

En la diócesis de Ratisbona, Pentecostés es también la gran peregrinación a pie hacia Altötting. Para muchos es una experiencia de fe importante vivida en comunidad. Este año, en la ciudad, se reúnen más de 1.000 jóvenes para el Prayer Festival. Y eso sin contar las formas más tradicionales como la cabalgata de Pentecostés en Bad Kötzting o la peregrinación de las velas al monte Bogenberg. El Espíritu Santo es quien reúne a las personas.

4 comentarios

Feligres
Excelente entrevista y muy buenas respuestas.
Gracias al obispo de Ratisbona por mantenerse fiel al Papa y a la iglesia, eso nos llena de esperanza.
Tiene mucha razon la mayoria de catolicos en Alemania no apoyan al Zdk. Es más deberìa desaparecer.
14/06/25 3:39 AM
javidaba
Es verdaderamente esperanzador el testimonio de que en las tormentas que sacuden a la Iglesia, el Señor Espíritu Santo suscita "Atanasios" santos, que mantienen la mirada hacia el Camino, la Verdad y la Vida.
14/06/25 8:13 AM
Alvar
"La Iglesia no se mete en política".
Vamos a ver, lo que no puede ser, y demuestra la hipocresía de los jerarcas contemporáneos es que esa afirmación sea cierta solo cuando la rueda gira hacia la izquierda. Pero cuando la rueda gira a la derecha se pasan esa premisa por el forro...
Si se aprueba el aborto, el divorcio, el gaymonio, la introducción de la ideología de género en colegios, etc, etc... y un sin fin de crímenes contra Dios, resulta que todos a callar porque "la Iglesia no se mete en política". Pero cuando surge un partido político que dice más verdades que todos los demás juntos, y por tanto amenaza el sistema y amenaza el statu quo entonces... Ayh entonces! A estos hay que demonizarlos y hay que amenazar con el infierno a sus votantes, porque antes que a Dios, también ponemos una velita a Satanás, que nos llena la buchaca y nos asegura que nos librará del martirio si somos considerados con él.
La Iglesia Católica no puede seguir así, con esta doble moral (cristiana a ratos y modernista el resto) ni un minuto más.
14/06/25 9:12 AM
Juan Mariner
Hay "grupos sociales" ninguneados por los jerarcas, abrazados a la clase media alta y alta, que es de donde provienen todos o la mayoría (los que no provienen son de su entera confianza). A muchos católicos de a pie se les dice: "Paga y calla". Así vamos...
14/06/25 10:12 AM

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