(InfoCatólica) El encuentro, que forma parte del Jubileo de la Santa Sede, dio comienzo con una intervención del Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, quien agradeció a León XIV por confirmar la periodicidad trienal de esta reunión, una decisión ya establecida por el Papa Francisco. Asimismo, recordó las palabras del Papa cuando era cardenal prefecto del Dicasterio para los Obispos, cuando en la última Asamblea Plenaria resaltó la «irremplazable colaboración de los nuncios» con dicho Dicasterio. «Gracias por estas palabras», concluyó Parolin, «porque realmente significan la importancia que usted atribuye a esta misión en la Iglesia».
Precisamente a esas palabras suyas siendo cardenal se ha referido el Papa al iniciar su discurso:
«Lo que el Cardenal ha mencionado no lo dije por sugerencia de nadie, sino porque lo creo profundamente: vuestro papel, vuestro ministerio, es insustituible. Muchas cosas no serían posibles en la Iglesia si no fuera por el sacrificio, el trabajo y todo lo que hacéis, permitiendo que una dimensión tan importante de la gran misión de la Iglesia siga adelante, precisamente en ese caso del que hablaba, es decir, la selección de candidatos para el episcopado. ¡Gracias de corazón por lo que hacéis!»
El Papa ha agradecido la presencia de todos los Nuncios «afrontando un viaje que para muchos de vosotros ha sido muy largo. ¡Gracias! Vosotros sois, ya con vuestra sola presencia, una imagen de la Iglesia católica, porque no existe en ningún país del mundo un Cuerpo diplomático tan universal como el nuestro».
La unidad de dicho cuerpo, ha asegurado, «no es solo funcional, ni solo ideal, sino que estamos unidos en Cristo y estamos unidos en la Iglesia»
El Papa ha relacionado su ministerio y el del cuerpo diplomático de la Santa Sede con el relato de la curación del tullido por parte del apóstol San Pedro que relata el capítulo tres del libro de Hechos
«Un hombre tullido está sentado pidiendo limosna a la puerta del Templo. Parece la imagen de una humanidad que ha perdido la esperanza y se ha resignado. También hoy la Iglesia encuentra a menudo hombres y mujeres que ya no tienen alegrías, que la sociedad ha dejado al margen, o a los que la vida ha obligado, en cierto modo, a mendigar la existencia».
Y ha añadido:
«Hace pensar la petición que Pedro le hace a este hombre: «¡Míranos!». Mirarse a los ojos significa construir una relación. El ministerio de Pedro es crear relaciones, puentes; y un Representante del Papa está, ante todo, al servicio de esta invitación, de esa mirada a los ojos. ¡Sed siempre la mirada de Pedro! ¡Sed hombres capaces de construir relaciones allí donde más difícil resulta! Pero al hacer esto, conservad la misma humildad y el mismo realismo de Pedro, que sabe muy bien que no tiene la solución a todo: «No tengo ni oro ni plata», dice; pero también sabe que tiene lo que cuenta, es decir, a Cristo, el sentido más profundo de toda existencia: «En nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y anda».
El Papa ha dicho a los nuncios:
«Dar a Cristo significa dar amor, dar testimonio de esa caridad que está dispuesta a todo. Cuento con vosotros para que, en los países donde vivís, todos sepan que la Iglesia está siempre dispuesta a todo por amor, que siempre está del lado de los últimos, de los pobres, y que siempre defenderá el sacrosanto derecho a creer en Dios, a creer que esta vida no está a merced de los poderes de este mundo, sino que está atravesada por un sentido misterioso».
Y ha añadido:
«Solo el amor es digno de fe, ante el dolor de los inocentes, de los crucificados de hoy, que muchos de vosotros conocéis personalmente porque servís a pueblos víctimas de guerras, de violencias, de injusticias, o también de ese falso bienestar que engaña y defrauda.»
Bajo Pedro, obedeciendo a Pedro
El Pontífice les ha recordado que su servicio es sub umbra Petri, y les ha pedido que se sientan «siempre unidos a Pedro, custodiados por Pedro, enviados por Pedro. Solo en la obediencia y en la comunión efectiva con el Papa vuestro ministerio podrá ser eficaz para la edificación de la Iglesia, en comunión con los Obispos locales».
Tras exhortales a promover «en todas partes relaciones sinceras y constructivas con las autoridades con las que seréis llamados a cooperar» y pedirles que busquen la santidad, les ha recordado cuál es el papel de Pedro, de quien deben ser mensajeros:
«Queridísimos, vuestra presencia hoy aquí refuerza la conciencia de que el papel de Pedro es confirmar en la fe. Vosotros, los primeros, necesitáis esta confirmación para convertiros en sus mensajeros, en signos visibles en todas las partes del mundo».
Discurso completo
A los participantes en el Jubileo y en el encuentro de los representates pontificios
Sala Clementina
Martes, 10 de junio de 2025Eminencias, Excelencias, Monseñores:
Un saludo especial a todos vosotros, queridísimos Representantes Pontificios. Antes de compartir las palabras preparadas, quisiera deciros a Su Eminencia y a todos vosotros que lo que el Cardenal ha mencionado no lo dije por sugerencia de nadie, sino porque lo creo profundamente: vuestro papel, vuestro ministerio, es insustituible. Muchas cosas no serían posibles en la Iglesia si no fuera por el sacrificio, el trabajo y todo lo que hacéis, permitiendo que una dimensión tan importante de la gran misión de la Iglesia siga adelante, precisamente en ese caso del que hablaba, es decir, la selección de candidatos para el episcopado. ¡Gracias de corazón por lo que hacéis! Ahora tened un poco de paciencia.
Después de la celebración de ayer por la mañana, con motivo del Jubileo de la Santa Sede, me alegra poder estar un rato con vosotros, que sois los Representantes del Papa ante los Estados y las Organizaciones internacionales de todo el mundo.
Os agradezco, ante todo, que hayáis venido, afrontando un viaje que para muchos de vosotros ha sido muy largo. ¡Gracias! Vosotros sois, ya con vuestra sola presencia, una imagen de la Iglesia católica, porque no existe en ningún país del mundo un Cuerpo diplomático tan universal como el nuestro. Pero, al mismo tiempo, creo que se puede decir igualmente que ningún país del mundo tiene un Cuerpo diplomático tan unido como lo estáis vosotros: porque vuestra comunión, nuestra comunión, no es solo funcional, ni solo ideal, sino que estamos unidos en Cristo y estamos unidos en la Iglesia. Es interesante reflexionar sobre este hecho: que la diplomacia de la Santa Sede constituye, en su propio personal, un modelo —no ciertamente perfecto, pero muy significativo— del mensaje que propone, es decir, el de la fraternidad humana y la paz entre todos los pueblos.
Queridísimos, estoy dando los primeros pasos en este ministerio que el Señor me ha confiado. Y siento también hacia vosotros lo que confié hace unos días al hablar con la Secretaría de Estado, es decir, el agradecimiento hacia quienes me ayudan a realizar día a día mi servicio. Esta gratitud es tanto mayor cuando pienso —y lo constato al afrontar las diversas cuestiones— que vuestro trabajo muchas veces me precede. Sí, y esto vale de manera particular para vosotros. Porque, cuando se me presenta una situación que concierne —por ejemplo— a la Iglesia en un país determinado, puedo contar con la documentación, las reflexiones, las síntesis preparadas por vosotros y vuestros colaboradores. La red de las Representaciones Pontificias está siempre activa y operativa. Esto es para mí motivo de gran aprecio y gratitud. Lo digo pensando ciertamente en la dedicación y en la organización, pero aún más en las motivaciones que os guían, en el estilo pastoral que debería caracterizarnos, en el espíritu de fe que nos anima. Gracias a estas cualidades, podré yo también experimentar lo que escribía San Pablo VI, es decir, que mediante sus Representantes, que residen en las distintas Naciones, el Papa se hace partícipe de la vida misma de sus hijos y, casi introduciéndose en ella, llega a conocer, de modo más rápido y seguro, sus necesidades y también sus aspiraciones (cf. Carta ap. Motu Proprio Sollicitudo omnium Ecclesiarum, Introducción).
Y ahora quisiera compartir con vosotros una imagen bíblica que me vino a la mente al pensar en vuestra misión en relación con la mía. Al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (3,1-10), el relato de la curación del tullido describe bien el ministerio de Pedro. Estamos en los albores de la experiencia cristiana y la primera comunidad, reunida en torno a los Apóstoles, sabe que puede contar con una sola realidad: Jesús, resucitado y vivo. Un hombre tullido está sentado pidiendo limosna a la puerta del Templo. Parece la imagen de una humanidad que ha perdido la esperanza y se ha resignado. También hoy la Iglesia encuentra a menudo hombres y mujeres que ya no tienen alegrías, que la sociedad ha dejado al margen, o a los que la vida ha obligado, en cierto modo, a mendigar la existencia. Así relata esta página de los Hechos: «Pedro, con Juan, fijando en él la mirada, le dijo: “Míranos”. Él los miró con atención, esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y anda”. Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, y de un salto se puso en pie, comenzó a andar, y entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios» (3,4-8).
Hace pensar la petición que Pedro le hace a este hombre: «¡Míranos!». Mirarse a los ojos significa construir una relación. El ministerio de Pedro es crear relaciones, puentes; y un Representante del Papa está, ante todo, al servicio de esta invitación, de esa mirada a los ojos. ¡Sed siempre la mirada de Pedro! ¡Sed hombres capaces de construir relaciones allí donde más difícil resulta! Pero al hacer esto, conservad la misma humildad y el mismo realismo de Pedro, que sabe muy bien que no tiene la solución a todo: «No tengo ni oro ni plata», dice; pero también sabe que tiene lo que cuenta, es decir, a Cristo, el sentido más profundo de toda existencia: «En nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y anda».
Dar a Cristo significa dar amor, dar testimonio de esa caridad que está dispuesta a todo. Cuento con vosotros para que, en los países donde vivís, todos sepan que la Iglesia está siempre dispuesta a todo por amor, que siempre está del lado de los últimos, de los pobres, y que siempre defenderá el sacrosanto derecho a creer en Dios, a creer que esta vida no está a merced de los poderes de este mundo, sino que está atravesada por un sentido misterioso. Solo el amor es digno de fe, ante el dolor de los inocentes, de los crucificados de hoy, que muchos de vosotros conocéis personalmente porque servís a pueblos víctimas de guerras, de violencias, de injusticias, o también de ese falso bienestar que engaña y defrauda.
Queridos hermanos, os consuele siempre el hecho de que vuestro servicio es sub umbra Petri, como encontraréis inscrito en el anillo que recibiréis como don mío. Sentíos siempre unidos a Pedro, custodiados por Pedro, enviados por Pedro. Solo en la obediencia y en la comunión efectiva con el Papa vuestro ministerio podrá ser eficaz para la edificación de la Iglesia, en comunión con los Obispos locales.
Tened siempre una mirada que bendice, porque el ministerio de Pedro es bendecir, es decir, saber ver siempre el bien, incluso el que está oculto, el que está en minoría. Sentíos misioneros, enviados por el Papa para ser instrumentos de comunión, de unidad, al servicio de la dignidad de la persona humana, promoviendo en todas partes relaciones sinceras y constructivas con las autoridades con las que seréis llamados a cooperar. Vuestra competencia esté siempre iluminada por una firme decisión por la santidad. Son ejemplo para nosotros los Santos que han estado al servicio diplomático de la Santa Sede, como San Juan XXIII y San Pablo VI.
Queridísimos, vuestra presencia hoy aquí refuerza la conciencia de que el papel de Pedro es confirmar en la fe. Vosotros, los primeros, necesitáis esta confirmación para convertiros en sus mensajeros, en signos visibles en todas las partes del mundo.
La Puerta Santa que ayer por la mañana atravesamos todos juntos, nos impulse a ser testigos valientes de Cristo, que es siempre nuestra esperanza. Gracias.