(InfoCatólica) «¿Por qué existe el mal y el sufrimiento en el mundo? La respuesta teológica es el “pecado original”». Con esas pocas palabras la Conferencia Episcopal Española ha confirmado la ortodoxia de las palabras de Mons. Juan Antonio Reig Pla en la homilía que predicó el 11 de mayo en Alba de Tormes.
Durante su predicación, Mons. Reig citó varios pasajes del Catecismo de la Iglesia Católica con el fin de ofrecer una visión teológica sobre el sufrimiento y la condición humana tras el pecado original. En concreto, se refirió a los números 418, 1264 y 2448, donde se aborda la realidad del sufrimiento, la enfermedad y la muerte como consecuencias temporales del pecado, así como la necesidad de misericordia y asistencia para quienes viven en situaciones de miseria o debilidad.
Estas palabras causaron un gran revuelo mediático:
«También para los niños que nacen con discapacidad física o intelectual o psíquica, pero esto ya es herencia del pecado y del desorden de la naturaleza, pero han sido llamados por Dios y tienen también, como nosotros, todo el fundamento de nuestra existencia en Dios, que es origen, fundamento y es meta».
El absoluto desconocimiento por parte de gran parte de la sociedad, creyentes incluidos, de la doctrina bíblica y católica sobre el pecado original y sus consecuencias, hizo que las palabras del obispo emérito de Alcalá de Henares se intepretaran como un desprecio hacia los discapacitados. El gobierno social-comunista de España, que lleva tiempo metiéndose a supervisor y censor de la doctrina católica, ha denunciado la homilía del prelado ante la Fiscalía General.
Texto completo
Personas con discapacidad, reconocidas, protegidas, acompañadas y promovidas
Como afirma el reciente documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita (2024), la Iglesia, a la luz de la Revelación cristiana, reafirma y confirma absolutamente la dignidad ontológica de cada hombre y de cada mujer, creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos en Cristo Jesús (n. 1). De ahí la convicción de que todo ser humano posee un valor único, que ha de ser reconocido, respetado, protegido y promovido en cualquier circunstancia en la que pueda encontrarse (n. 7).
Apreciamos que la sociedad actual haya ido tomando conciencia de manera progresiva de la centralidad de la dignidad humana y que muestre una sensibilidad especial hacia los más débiles. Expresa el compromiso efectivo del cuidado hacia los más frágiles y los que experimentan una discapacidad que los hace especialmente vulnerables, pues reconocemos que, en nuestra realidad existencial, todos somos discapacitados y tenemos necesidad de los demás. El mensaje del papa Francisco cobra en este sentido una fuerza especial: ¡nadie se salva solo!
La reflexión cristiana ha querido dar respuesta a esta situación de indigencia y debilidad congénita en la que se encuentra el ser humano. Así, si la Escritura explica que la creación entera es obra del amor de Dios, cabría preguntarse: ¿por qué existe el mal y el sufrimiento en el mundo? La respuesta teológica es el “pecado original”, por el que la naturaleza humana quedó debilitada, sometida a la ignorancia, al sufrimiento, dominada por la muerte e inclinada al mal (CCE 418). De ahí la asociación de la enfermedad con el pecado, especialmente en el Antiguo Testamento, y que Jesús, como signo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, curara toda dolencia al tiempo que perdonaba los pecados, ofreciendo una salvación integral capaz de restaurar a la humanidad herida por el pecado y sus consecuencias. Solo desde esta perspectiva puede vincularse la enfermedad al pecado, en tanto que este afecta existencialmente a todo ser humano y abre nuestra vida al amor de Jesucristo, en quien somos sanados y salvados.
Todos, a pesar de la fragilidad de nuestra existencia, gozamos de una dignidad infinita e inalienable, de la que la Iglesia ha sido firme defensora a lo largo de la historia, antes incluso de que fuera reconocida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Reiteramos la llamada del papa Francisco a reconocer en cada persona con discapacidad, incluso con discapacidades complejas y graves, una contribución singular al bien común a través de su biografía personal, sabiendo que la dignidad de cada persona no depende de la funcionalidad de sus cinco sentidos (Fratelli tutti, 98).
En nuestra tarea de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad, la Iglesia hoy en día plasma esta atención en centros educativos, parroquias y otros organismos eclesiales. Y promueve el acompañamiento a través del área de atención a personas con discapacidad de la Conferencia Episcopal Española, colaborando con la tarea que ya realizan otras asociaciones tanto religiosas como civiles.
Área para las personas con discapacidad de la Conferencia Episcopal Española