(VaticanNews/InfoCatólica) El pasado 8 de mayo, cuando el recién elegido Papa León XIV apareció por primera vez ante el mundo desde la Logia Central de la Basílica de San Pedro, no solo presentó su imagen como nuevo Pontífice, sino también un profundo mensaje de fe a través de la cruz pectoral que llevaba sobre su pecho. Esta no era una simple insignia, sino un auténtico programa de santidad, pues en su interior guarda reliquias de santos y mártires vinculados a la Orden de San Agustín, símbolos de fidelidad, reforma, servicio y martirio.
En el centro de la cruz se encuentra un fragmento de los huesos de San Agustín, el gran Doctor de la Iglesia, cuya vida y escritos invitan a buscar a Dios en la interioridad del corazón y a comprender su Palabra desde la fe y la razón. Junto a él, otras cuatro reliquias completan este mensaje espiritual: en la parte superior, un fragmento de Santa Mónica, la madre perseverante que con lágrimas y oración alcanzó la conversión de su hijo; en el brazo izquierdo, Santo Tomás de Villanueva, reformador incansable; en el derecho, el beato Anselmo Polanco, mártir de la fe; y en la base, el venerable Giuseppe Bartolomeo Menochio, testigo de fidelidad inquebrantable en tiempos de persecución.
Esta cruz fue un obsequio de la Curia General Agustiniana, entregada a Robert Prevost el 30 de septiembre de 2023, cuando fue creado cardenal. El padre Josef Sciberras, postulador general de la Orden, fue quien seleccionó cuidadosamente las reliquias que debía contener, con la intención de reflejar las grandes virtudes que deben guiar a un pastor de la Iglesia. «El entonces cardenal Prevost se emocionó al recibirla», recordó Sciberras, quien no oculta su alegría al ver que el Papa León XIV eligió precisamente esa cruz para el día de su elección y la conservó incluso durante el juramento solemne. «La víspera del Cónclave, el martes pasado, le envié un mensaje recomendándole que llevara la cruz que le habíamos regalado, para tener la protección de los santos Agustín y Mónica», añadió con emoción.
La reliquia de San Agustín es, sin duda, el corazón de este símbolo, recordando la herencia de una orden fundada oficialmente por la Sede Apostólica en 1244, que ha producido abundantes frutos de santidad a través de la vida en comunidad, la actividad apostólica y un profundo amor al estudio. La presencia de Santa Mónica, inseparable de la historia de conversión de su hijo, subraya también la importancia de la oración perseverante y la fortaleza maternal, valores que marcaron la vida de San Agustín y que siguen siendo un pilar de la espiritualidad agustiniana.
Santo Tomás de Villanueva, por su parte, es recordado como un gran reformador y pastor de almas, preocupado por los pobres y la formación del clero. Fundó en 1550 un seminario en Valencia que aún hoy sigue activo, anticipándose a las reformas del Concilio de Trento. Su figura es un modelo de pastor «con olor a oveja, para utilizar la expresión tan querida del Papa Francisco», comentó el padre Sciberras.
El beato Anselmo Polanco, obispo de Teruel y mártir durante la persecución religiosa en España, se mantuvo fiel a su pueblo y a la Iglesia hasta el final, pronunciando aquellas palabras inolvidables: «Mientras quede una sola alma de mi diócesis, me quedaré». Su testimonio de fe le costó la vida, convirtiéndose en un ejemplo de fidelidad hasta el martirio.
Finalmente, el venerable Giuseppe Bartolomeo Menochio, obispo y prefecto del Sagrario Apostólico, destacó por su valentía durante la ocupación napoleónica. Se negó a jurar fidelidad a Napoleón y defendió a la Iglesia de Roma en tiempos de gran tribulación, muriendo con fama de santidad en 1823.
Estas reliquias, cuidadosamente conservadas por la Lipsanoteca de la Postulación General Agustiniana, fueron integradas en la cruz por el reconocido artesano Antonino Cottone. «No se trata de una simple decoración —precisa el padre Sciberras—, sino de una visible profesión de fe y una auténtica orientación pastoral».
Así, la cruz pectoral de León XIV no solo adorna, sino que proclama silenciosamente los valores que inspirarán su pontificado: fidelidad inquebrantable, espíritu de reforma, servicio humilde y, si fuera necesario, el testimonio del martirio.