El cardenal Koch dice que el apoyo de Kirill a la guerra viene dado por la concepción ortodoxa de la relación entre Iglesia y Estado
Encuentro del Cardenal Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos con el Patriarca de Moscú en noviembre del 2016

Dice que deberían adoptar la actual postura de la Iglesia Católica

El cardenal Koch dice que el apoyo de Kirill a la guerra viene dado por la concepción ortodoxa de la relación entre Iglesia y Estado

En una entrevista concedida a Kath.net, el cardenal Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, asegura que el apoyo religioso del Patriarca de Moscú, Kirill, a la invasión rusa de Ucrania, irrita y sacude todo corazón ecuménico. Y ha sugerido que la Iglesia Ortodoxa debe aprender a separarse del Estado como lo ha hecho la Iglesia en Occidente.

(Kath.net/InfoCatólica) Entrevista de kath.net con el cardenal Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, sobre la invasión de Rusia a Ucrania y cómo afecta al ecumenismo

La Iglesia Ortodoxa Rusa está enfadada por las críticas del Papa al Patriarca Kirill I esta semana - palabra clave «ministro de Putin». ¿Significa esto que el diálogo con la Iglesia Ortodoxa Rusa ha llegado a su fin?

No significa el fin del diálogo con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Pero el hecho de que la terrible guerra que Putin está librando en Ucrania, que está causando tantos muertos y refugiados y una destrucción masiva, se legitime incluso religiosamente, como hace el Patriarca ortodoxo ruso Kirill, debe irritar y sacudir todo corazón ecuménico. Sin duda, esta actitud ha cambiado mucho el diálogo con los dirigentes de esta iglesia. Pero el diálogo no debe romperse. Por el contrario, hay que hacer todo lo posible para que se inicie el fin de la guerra. Pero esto no será posible si se queman los puentes existentes.

¿Cómo de difícil es el diálogo con una Iglesia local que apoya de facto una guerra de agresión contra otro país?

El diálogo ecuménico debe afrontar estos graves problemas. Sobre todo, debe discutir la cuestión que está en el fondo de estos problemas y a la que se ha prestado muy poca atención en los diálogos ecuménicos hasta ahora, es decir, la cuestión de la relación entre la Iglesia y el Estado. A este respecto, se han desarrollado diferentes concepciones en la Iglesia de Oriente y Occidente: La Iglesia en Occidente ha tenido que aprender y ha aprendido en una larga y enmarañada historia que en la separación de la Iglesia y el Estado con la asociación simultánea entre ambas realidades se encuentra la formulación adecuada de su relación. Por el contrario, en la Iglesia de Oriente se ha impuesto una estrecha relación entre el gobierno estatal y la jerarquía eclesiástica, que suele describirse como una «sinfonía» de Estado e Iglesia. Se expresa sobre todo en las concepciones ortodoxas de la autocefalia y del territorio canónico, que no pocas veces están ligadas a tendencias nacionalistas.

La «sinfonía» de Estado e Iglesia sigue viva en la Iglesia de Oriente hoy en día; sin embargo, siempre está más cargada de graves hipotecas, como demuestra la problemática actitud del Patriarca ortodoxo ruso Cirilo ante la guerra de Putin en Ucrania. Como resultado, este modelo de la sinfonía de la iglesia y el estado ha sido severamente desacreditado. Sin embargo, a pesar de toda la justificada indignación por tales posiciones, no debemos suprimir de nuestra conciencia histórica el hecho de que en el pasado hubo posiciones similares aquí en Occidente. ¿Cuántos cristianos dieron legitimidad religiosa a las guerras mundiales en el siglo pasado y -hasta la institución del Obispo del Reich en la Iglesia Protestante en Alemania- apoyaron el estado injusto nacionalsocialista? Estas memorias históricas y las experiencias de hoy deben ser una ocasión para abordar por fin una cuestión en las relaciones ecuménicas que es uno de los temas más olvidados, precisamente la cuestión de la relación entre la Iglesia y el Estado, que debe plantearse en el signo de la libertad religiosa. Pues toda iglesia está obligada, en la apertura ecuménica, a dar cuenta de si su relación con el Estado está regulada de manera que corresponda al principio de libertad religiosa.

Su valoración personal: ¿viajará el Papa a Moscú? ¿Hay alguna posibilidad aquí?

El Papa Francisco ha expresado claramente su deseo de viajar a Moscú para persuadir al presidente Putin de que ponga fin a la guerra. Sin embargo, el hecho de que pueda viajar a Moscú, y en su caso, cuándo, no depende de él, sino de Moscú. Sería sin duda un paso importante, pues el Papa ya visitó la embajada rusa en el Vaticano poco después del estallido de la guerra para ofrecer sus esfuerzos de paz.

Magisterio pontificio sobre la relación entre Iglesia y Estado

Gregorio XVI, encíclica Mirari vos:

«No podríamos augurar resultados felices para la Iglesia y para el Estado de los deseos de quienes pretenden con empeño que la Iglesia se separe del Estado, rompiendo la concordia mutua del imperio y del sacerdocio. Todos saben muy bien que esta concordia, que siempre ha sido tan beneficiosa para los intereses religiosos y civiles, es muy temida por los fautores de una libertad desvergonzada»

León XIII, encíclica Inmortale Dei:

«Hay que admitir igualmente que la Iglesia, no menos que el Estado, es una sociedad completa en su género y jurídicamente perfecta; y que, por consiguiente, los que tienen el poder supremo del Estado no deben pretender someter la Iglesia a su servicio u obediencia, o mermar la libertad de acción de la Iglesia en su esfera propia, o arrebatarle cualquiera de los derechos que Jesucristo le ha conferido. Sin embargo, en las cuestiones de derecho mixto es plenamente conforme a la naturaleza y a los designios de Dios no la separación ni mucho menos el conflicto entre ambos poderes, sino la concordia, y ésta de acuerdo con los fines próximos que han dado origen a entrambas sociedades».

San Pío X, encíclica Vehemente Nos

«Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis absolutamente falsa y sumamente nociva. Porque, en primer lugar, al apoyarse en el princípio fundamental de que el Estado no debe cuidar para nada de la religión, infiere una gran injuria a Dios, que es el único fundador y conservador tanto del hombre como de las sociedades humanas, ya que en materia de culto a Dios es necesario no solamente el culto privado, sino también el culto público. En segundo lugar, la tesis de que hablamos constituye una verdadera negación del orden sobrenatural, porque limita la acción del Estado a la prosperidad pública de esta vida mortal, que es, en efecto, la causa próxima de toda sociedad política, y se despreocupa completamente de la razón última del ciudadano, que es la eterna bienaventuranza propuesta al hombre para cuando haya terminado la brevedad de esta vida, como si fuera cosa ajena por completo al Estado. Tesis completamente falsa, porque, así como el orden de la vida presente está todo él ordenado a la consecución de aquel sumo y absoluto bien, así también es verdad evidente que el Estado no sólo no debe ser obstáculo para esta consecución, sino que, además, debe necesariamente favorecerla todo lo posible. En tercer lugar, esta tesis niega el orden de la vida humana sabiamente establecido por Dios, orden que exige una verdadera concordia entre las dos sociedades, la religiosa y la civil. Porque ambas sociedades, aunque cada una dentro de su esfera, ejercen su autoridad sobre las mismas personas, y de aquí proviene necesariamente la frecuente existencia de cuestiones entre ellas, cuyo conocimiento y resolución pertenece a la competencia de la Iglesia y del Estado. Ahora bien, si el Estado no vive de acuerdo con la Iglesia, fácilmente surgirán de las materias referidas motivos de discusiones muy dañosas para entre ambas potestades, y que perturbarán el juicio objetivo de la verdad, con grave daño y ansiedad de las almas. Finalmente, esta tesis inflige un daño gravísimo al propio Estado, porque éste no puede prosperar ni lograr estabilidad prolongada si desprecia la religión, que es la regla y la maestra suprema del hombre para conservar sagradamente los derechos y las obligaciones».

 

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