Francisco: «No hay salario mayor que la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón»
El Papa preside la Misa Crismal en San Pedro, Jueves Santo del 2022 ©Vatican media

El Papa advierte a los sacerdotes contra la mundanización de su ministerio

Francisco: «No hay salario mayor que la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón»

El Papa presidió en la mañana del Jueves Santo la Misa Crismal en San Pedro, dando inicio al Triduo Pascual. En su homilía, Francisco señaló tres espacios de idolatría escondida en los que el Maligno utiliza sus ídolos para depotenciar la vocación de pastores: la mundanidad, el pragmatismo y el funcionalismo.

(Vatican.news/InfoCatólica) «Ser sacerdotes es, queridos hermanos, una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente», lo afirmó el Papa Francisco en su homilía al presidir esta mañana, en la Basílica de San Pedro, la concelebración de la Misa Crismal, con los patriarcas, cardenales, arzobispos, obispos y presbíteros presentes en Roma, en la que el Pontífice bendice los santos óleos y consagra el crisma y los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales.

El Papa, refiriéndose a la lectura del profeta Isaías leída durante la celebración, recordó que es el Señor mismo quien paga el salario del sacerdote, su recompensa, es decir, «su Amor y el perdón incondicional de nuestros pecados a precio de su sangre derramada en la Cruz».

«No hay salario mayor que la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón. No hay precio más costoso que el de su Sangre preciosa, que no debemos permitir que se desprecie con una conducta que no sea digna».

Es decir, subraya a continuación el Obispo de Roma, «estas son invitaciones del Señor a que le seamos fieles, a ser fieles a su Alianza, a dejarnos amar, a dejarnos perdonar; no sólo son invitaciones para nosotros mismos, sino también para poder así servir, con una conciencia limpia, al santo pueblo fiel de Dios».

«Fijar los ojos en Jesús es una gracia que, como sacerdotes, debemos cultivar»

«Al terminar el día – fue el consejo del Papa - hace bien mirar al Señor y que Él nos mire el corazón, junto con el corazón de la gente con la que nos encontramos. No se trata – precisó - de contabilizar los pecados, sino de una contemplación amorosa en la que miramos nuestra jornada con la mirada de Jesús y vemos así las gracias del día, los dones y todo lo que ha hecho por nosotros, para agradecer. Y le mostramos también nuestras tentaciones, para discernirlas y rechazarlas».

Se trata de entender qué le agrada al Señor y qué desea de nosotros aquí y ahora, en nuestra historia actual, añadió Francisco, y «dejar que el Señor mire nuestros ídolos escondidos nos hace fuertes frente a ellos y les quita su poder».

Tres espacios de idolatría: mundanidad, pragmatismo y funcionalismo

A continuación, el Santo Padre compartió con los presentes tres espacios de «idolatría escondida» en los que el Maligno utiliza sus ídolos para depotenciar la vocación de los pastores y alejarlos «de la presencia benéfica y amorosa de Jesús, del Espíritu y del Padre».

El primer espacio de idolatría escondida es aquella que se abre donde hay mundanidad espiritual que es «una propuesta de vida, es una cultura, una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje». Su criterio es el triunfalismo, un triunfalismo sin Cruz.

«Es la mundanidad de andar buscando la propia gloria nos roba la presencia de Jesús humilde y humillado, Señor cercano a todos, Cristo doloroso con todos los que sufren, adorado por nuestro pueblo que sabe quiénes son sus verdaderos amigos. Un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado».

Otro espacio de idolatría escondida – explica el Papa - echa sus raíces allí donde se da la primacía al pragmatismo de los números. Los que tienen este ídolo escondido se reconocen por su amor a las estadísticas, pero las personas no se pueden «numerar», y Dios no da el Espíritu «con medida», advierte Francisco.

«Una característica de los grandes santos es que saben retraerse de tal manera que le dejan todo el lugar a Dios. Este retraimiento, este olvido de sí y deseo de ser olvidado por todos los demás, es lo característico del Espíritu, el cual carece de imagen propia simplemente porque es todo Amor que hace brillar la imagen del Hijo y en ella la del Padre. El reemplazo de su Persona, que ya de por sí ama «no aparecer», es lo que busca el ídolo de los números, que hace que todo «aparezca» aunque de modo abstracto y contabilizado».

El tercer espacio de idolatría escondida es el que se abre con el funcionalismo, afirma el Papa explicando que se trata de un ámbito seductor en el que muchos, «más que con la ruta se entusiasman con la hoja de ruta». «La mentalidad funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. De a poco, este ídolo va sustituyendo en nosotros la presencia del Padre».

«El sacerdote con mentalidad funcionalista tiene su propio alimento, que es su ego. En el funcionalismo, dejamos de lado la adoración al Padre en la pequeñas y grandes cosas de nuestra vida y nos complacemos en la eficacia de nuestros planes».

Jesús es el único camino para no equivocarnos

En estos dos últimos espacios de idolatría escondida (pragmatismo de los números y funcionalismo) se reemplaza la esperanza, que es el espacio del encuentro con Dios, por la constatación empírica, explica el Papa. «Es una actitud de vanagloria por parte del pastor» que lastima la fidelidad de la alianza sacerdotal y entibia la relación personal con el Señor.

«Queridos hermanos, Jesús es el único camino para no equivocarnos en saber qué sentimos, a qué nos conduce nuestro corazón. Él es el único camino para discernir bien. Jesucristo, digo, hace que se revelen estos ídolos, que se vea su presencia, sus raíces y su funcionamiento, y así el Señor los pueda destruir. Y debemos recordarlos, estar atentos, para que no renazca la cizaña de esos ídolos que supimos esconder entre los pliegues de nuestro corazón».

El Papa se dirige finalmente a San José, pidiéndole la liberación «de todo afán de posesión, ya que este, el afán de posesión, es la tierra fecunda en la que crecen los ídolos. Y que nos dé también la gracia – concluye el Papa - de no claudicar en la ardua tarea de discernir estos ídolos que, con tanta frecuencia, escondemos o se esconden».

 

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