Epifanía del Señor

Adoremos a Jesús que se manifiesta como Rey de todos los pueblos

Epifanía del Señor

Los Magos de Oriente, guiados por la estrella, entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.

(J.M.Iraburu/InfoCatólica) «Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Así rezamos cada día en la Misa. Están perdidos aquellos que viven «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). Y la esperanza ha de ser incondicional, porque no se apoya en la situación presente del mundo, de Israel, el del A.T., ni de la Iglesia: se apoya en Dios, en su bondad, en su misericordia, en sus promesas.

Abraham

«Dijo Yavé a Abraham: “Salte de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será bendición… Y en ti serán bendecidas todas las familias de la tierra». Partió Abraham conforme Dios le había dicho… Al salir de Jarán tenía Abraham setenta y cinco años» (Gén 12,1-4), y ningún hijo.

Increíble: dejarlo todo, salir de su tierra y de su tribu familiar, hacia una tierra desconocida, esperar contra toda esperanza, a los setenta y cinco años, sin hijos, llegar a ser padre de un gran pueblo, esperar que en él, en su descendencia, serán bendecidas por Dios, salvadas, todas las naciones de la tierra… Fantasía, locura, quizá lenguaje simbólico. La fe de Abraham.

Los profetas de Israel

«Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, y bendecirán tu Nombre: “Grande eres tú, y haces maravillas. Tú eres el único Dios”» (Sal 85,10; cf. Tob 13,13; Is 60; Jer 16,19; Dan 7,27; Os 11,10-11; Sof 2,11; Zac 8,22-23; Mt 8,11; 12,21; Lc 13,29; Rm 15,12; etc.).

El pueblo judío, sostenido por la Palabra de Dios que patriarcas y profetas le transmiten, siendo una nación de segunda categoría, siempre sujeta a otras naciones más poderosas, que sufre exilios prolongados –Egipto, Babilonia–, desde lo más profundo de su humildad y de su humillación, cree y espera que de él saldrá un Salvador del mundo: el Mesías Salvador, que atraerá finalmente la adoración de todos los reyes y naciones.

Nace Jesús, el Salvador, en la plenitud de los tiempos

En Belén, María, desposada con José, «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre» (Lc 2,7). «Le fue impuesto el nombre de Jesús» (2,21). Obedecieron así al Señor, que por el ángel Gabriel les había mandado: «le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).

El Verbo divino eterno, hecho hombre en María por obra del Espíritu santo, entra en el mundo del modo más humilde, por la puerta de servicio. María no se duele ni se avergüenza por eso, sino que se alegra de esa pobreza con un gozo inefable, como lo manifiesta en el Magnificat. Y comienza la Epifanía…

Los pastores y los ángeles

«Unos pastores, acampados al raso, velaban por su rebaño. Un ángel se presentó ante ellos y la gloria del Señor los envolvió en su resplandor. Y  temieron mucho. Pero el ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría… Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David”… Y de pronto aparició con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios» (Lc 2,8-13).

Primera Epifanía modestísima, a unos pastores que más sabrían de sus animales que de las Escrituras. Pero que fueron «con prisa» a donde estaba Jesús, y lo adoraron bien ciertos de que era el Salvador del mundo prometido ya a Abraham. Una epifanía, sin embargo, grandiosa por la aparición esplendorosa de los ángeles.

Simeón y Ana

A los pastores se añaden dos ancianos. Se amplía un poquito la Epifanía del Unigénito divino. Presentado Jesús en el Templo, es reconocido por Simeón, avisado por el Espiritu Santo. Era Simeón un anciano «justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Le fue dado tener en sus brazos al Niño, y alabando lleno de gozo al Señor,  podía ya morirse en paz. Y también Ana, anciana de 84 años, que «no abandonaba el templo, sirviendo día y noche, en oración y ayunos», conoció y reconoció al Mesías: «glorificaba a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Israel» (Lc 2,36-38).

Unos pastores y dos ancianos… Algo es algo… La llama de la fe y de la esperanza ardía en el corazón de algunos judíos piadosos, que no apagaban esa llama a pesar de estar humillados en la servidumbre del Imperio romano. Movidos por el Espíritu Santo, se acercaban a Jesús y lo adoraban como Mesías Salvador.

Los Magos venidos del Oriente

«Después que nació Jesús en Belén de Judea», llegaron a Jerusalén unos sabios el Oriente. Traídos por el Espíritu Santo, que los guió por medio de una estrella, llegaron con gran alegría a Belén, «y vieron al niño con María, su madre. Y postrados lo adoraron. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra» (Mt 2,1-11).

Esta Epifanía implica un crecimiento cualitativo, y es la que como tal se celebra en el Año litúrgico de la Iglesia. San León Magno la contempla en un sermón sobre la Epifanía:

«Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel… Celebremos, pues, con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos… Abraham vió este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos… También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: “Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, y bendecirán tu nombre”».

El bautismo de Jesús

En el río Jordán bautiza a Jesús su precursor Juan Bautista. Pasados unos treinta años de vida oculta en Nazaret, inicia Cristo su ministerio público evangelizador del Reino con una formidable Epifanía de la Santísima Trinidad. La voz del Padre, la presencia visible del Hijo, y el Espíritu Santo en figura de paloma, revelan por vez primera en ese momento inefable el misterio de la Santísima Trinidad (Mt 3,13-17; + Mc y Lc).

Todo el ministerio público de Jesús es una revelación del Padre («quien me ve a mí, ve al Padre»; Jn 14,9) y del Espíritu Santo («el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre»; Jn 14,26).

La vida pública de Jesús

La vida de Cristo, toda ella, es una Epifanía siempre creciente: su oración, su predicación, sus milagros, su pasión, su resurrección, su ascensión a los cielos, el envío del Espíritu Santo en Pentecostés… Jesucristo es la Epifanía de la Santísima Trinidad. Por el misterio de su encarnación, «la luz de su gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible» (Pref. I Navidad).

La vida de la Iglesia

En medio del mundo la Iglesia es revelación de Cristo, Epifanía por tanto de la Santísima Trinidad. Ella, como Esposa de Cristo, como Cuerpo de Cristo, como «sacramento universal de salvación» (Vat. II, LG 48; AG 1), por la predicación y los sacramentos, revela y comunica al Verbo encarnado. Y realiza misteriosamente, a pesar de los errores y pecados de sus miembros, la promesa de Jesús: «el Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa» (Jn 16,13).

La Parusía será la Epifanía total

La segunda venida de Cristo al fin de los tiempos en gloria y majestad, acompañado de sus ángeles y santos, será la Epifanía del Señor plena y definitiva. Nadie podrá negarla, tampoco los incrédulos. Ya quedaron vencidos el Anticristo y la Apostasía de tantos.

Y será al mismo tiempo la Epifanía de los cristianos, que somos su Cuerpo: «Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando [Cristo] aparezca, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). «Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que reformará el cuerpo de nuestra miseria conforme a su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas» (Flp 3,20-21).

 Finalmente, como enseñó Cristo, «habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). Y resonará grandioso entre los pueblos el clamor litúrgico de la Iglesia: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios, soberano de todo; justos y verdaderos tus designios, Rey de las naciones. ¿Quién no te respetará? ¿quién no dará gloria a tu Nombre, si sólo tú eres santo? Todas las naciones vendrán a postrarse en tu presencia» (Ap 15,3-4).

Libres del mundo

Siendo ésta la altísima esperanza de los cristianos, no tenemos ante el mundo ningún complejo de inferioridad, no nos asustan sus persecuciones, ni nos fascinan sus halagos, y tampoco se nos pasa por la mente la idea de que la Iglesia viva retrasada dos siglos en relación al mundo presente. No nos atemorizan los zarpazos de la Bestia, azuzada y potenciada por el Diablo, que «sabe que le queda poco tiempo» (Ap 12,12). Los cristianos sabemos con toda certeza que el Príncipe de este mundo ha sido vencido por Cristo, y por eso mismo no tenemos ni siquiera la tentación de establecer complicidades oscuras con su mundo de pecado.

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo

Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan… Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra… Bendito por siempre su Nombre glorioso; que su gloria llene la tierra. ¡Amén, amén! (Sal 71).

José María Iraburu, sacerdote

 

2 comentarios

Maximiliano
* SEGUIRTE ( Fernández Aura )



SEGUIRTE,

SEGUIRTE YO QUIERO.

.

SEGUIRTE,

HASTA LA MUERTE ESPERO.



SEGUIRTE,

AÚN CUANDO ME QUEDE EL ALMA

EN CARNE VIVA.



SEGUIRTE,

COMO LA MAR EMBRAVECIDA.



SEGUIRTE,

PORQUE ASÍ YA NO MUERO.



Rezala cuando puedas, y en cualquier momento de

tu existencia. Y hazte a la realidad que " llevas siempre a CRISTO a tu lado". No estas sólo. Que DIOS te bendiga ahora y siempre.
6/01/21 11:44 AM
Nicodemo
Señor Dios, Todopoderoso, gracias por haberte encarnado y hecho hombre para salvarnos. Perdoname mis múltiples y ayúdanos a llegar un día al cielo contigo. Gracias Señor.
6/01/21 6:30 PM

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