Los homosexuales tienen su lugar en la Iglesia

«Quiero dejar de sufrir»

Los homosexuales tienen su lugar en la Iglesia

«He encontrado una comunidad en la que Dios me dice que me quiere y me ama», dice uno de los chicos que participa en el Itinerario de Maduración que ofrece la Iglesia en España a las personas que sufren por su AMS (atracción hacia el mismo sexo). Lejos de descartarlos, la Iglesia les ofrece un camino de acompañamiento hacia la verdad de su vocación al amor

(Alfa y Omega/Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo) «Al final, mi corazón estaba vacío. Siempre buscaba una relación tras otra, tras otra, tras otra… Pero mi corazón estaba muy triste. Compartíamos la misma herida, pero estábamos vacíos. En el fondo, me decía: Yo no soy así. Iba a los bares de ambiente gay, y veía a todo el mundo contento. Y pensaba: ¿Es que soy el único que sufre? Pero me he dado cuenta de que no era el único, y de que hay una comunidad en la que Dios me expresa que me quiere y me ama. Antes de eso, en la Iglesia, cuando pedía ayuda, me decían dos cosas: o me animaban a seguir caminando por un estilo de vida homosexual, o me espetaban: Tú te vas a ir al infierno».

Este es el testimonio de un chico que sigue el Itinerario de Maduración de la masculinidad que ofrece el Grupo Juan Pablo II a través de Es posible la esperanza y el cambio (EPEC), la principal herramienta de ayuda de la Iglesia en España a las personas que sufren por su atracción hacia el mismo sexo (AMS). En la salida de la Iglesia hacia las heridas de la gente, se encuentran también quienes sufren por este motivo. Y si muchas veces no se ha sabido dar respuesta desde la Iglesia a los problemas específicos de las personas con AMS, las cosas están empezando a cambiar. Hoy, se les hace una propuesta de libertad, de autoconocimiento y, sobre todo, de amor y de verdad, desde la acogida, sin juicios ni condenas.

El Grupo Juan Pablo II es el responsable en España y en Iberoamérica del Itinerario de Maduración Integral que ofrece a través de las web esposiblelaesperanza.com y esposibleelcambio.com. Lo forman un grupo de orientadores, educadores, psicólogos, psiquiatras, biólogos, sacerdotes, padres y madres… que ofrecen a estas personas un acompañamiento on line y también presencial.

En primer lugar, sus responsables prefieren hablar de personas con AMS, y no homosexuales, para «no aceptar la homosexualidad como una identidad sexual más», pues «no existen personas homosexuales, sino varones y mujeres con AMS»; y también evitan la expresión terapia, para no clasificar a nadie como enfermo y hablar de una patología, pues «la AMS no es una enfermedad».

«Todas las personas que han llamado y llaman a la puerta de EPEC lo hacen movidos por un deseo profundo del corazón: quieren dejar de sufrir; pues descubren que la AMS es la manifestación de una herida más profunda», explican.

El Itinerario persigue una maduración integral de la masculinidad y de la feminidad, afrontando heridas, vacíos, traumas, ausencias o conflictos, generalmente con el padre o la madre, los hermanos, los compañeros… Se propone un trabajo con 120 fichas durante 45 minutos diarios a lo largo de tres o cuatro años y dialogadas semanalmente, personalmente o en grupo, con un orientador, para ayudar a madurar todos los aspectos de la personalidad y sanar las heridas del corazón.

A medida que las heridas se van sanando, cambia la relación con uno mismo, con los demás (especialmente con la familia), con la realidad, con Dios. Hasta el punto de que hoy la mitad de los orientadores han realizado ellos mismos el Itinerario y acompañan a los recién llegados desde su propia experiencia. «Este es uno de los frutos más hermosos: el herido sanado se convierte en testigo y misionero de la sanación», explican.

En su atención a las personas que sufren por su AMS, la Iglesia pide una acogida «con respeto, compasión y delicadeza», señala la Congregación para la Doctrina de la Fe en una Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. Y el mismo Catecismo pide «evitar, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta». Entre otras cosas, porque aquellos que llaman a sus puertas lo hacen después de «muchos años sufriendo en silencio unos sentimientos o emociones que no han elegido y que han ido surgiendo a lo largo de su vida con mayor o menor intensidad», afirma otro grupo de orientadores vinculados con los Centros de Orientación Familiar (COF) de la Iglesia en España. Estas personas «han experimentado insatisfacción y angustia, y buscan ayuda para madurar su masculinidad o feminidad y poder formar una familia. Otros han tenido durante muchos años experiencias con personas del mismo sexo en las que han comprobado que nada de ello ha colmado sus expectativas de realización personal», señalan.

Por eso, la Iglesia les ofrece a través de estos orientadores «acogida, escucha, un espacio de encuentro donde pueden expresar sus sentimientos, sufrimientos y dudas», así como «argumentos desde la razón iluminada por la fe, para que puedan comprender sus vivencias y sanar sus heridas». Todo, en un planteamiento integral, que abarca «las tres dimensiones de la persona (física, psíquica y espiritual), porque la afectividad atraviesa estos tres ámbitos de la persona».

Así, no se trata de presentarles simplemente el camino de la continencia –«La propuesta de una vida de castidad sin una maduración integral ha llevado al sufrimiento y a una doble vida a muchas personas», advierten desde el Grupo Juan Pablo II–; sino que, junto al acompañamiento personal, se les ofrece ayuda espiritual para que «puedan experimentar que son amados profundamente en su dignidad de hijos de Dios».

«EPEC ha sido para muchos de nosotros el instrumento del que se ha servido Dios Padre para acercarnos, incluso a algunos muy alejados, a Cristo y a su Iglesia», reconoce uno de los chicos que participa en el Itinerario del Grupo Juan Pablo II.

Hay historias preciosas de conversión y de vuelta a la casa del Padre, pero sus responsables subrayan que «es fundamental que esta acogida desde la misericordia sea una acogida también desde la verdad. Pues no hay misericordia sin verdad ni verdad sin misericordia». De este modo, este Itinerario se convierte en muchas ocasiones en un camino de conversión, de descubrir «el Amor de Dios como lo que verdaderamente sana, ilumina, purifica, libera, redime, reconcilia,… ¡y salva!»; y en descubrir a la Iglesia «como una Madre que abre sus brazos, acoge y abraza todas las soledades y sufrimientos del mundo».

Siempre habrá sitio para ellos porque «en el centro del corazón de la Iglesia estará siempre el que sufre, el herido, el crucificado, rostro vivo y sacramental de Cristo crucificado, pobre y herido».

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