Ungidos con óleo de alegría

El Papa pide a los sacerdotes saber «oír la necesidad» pues la Iglesia ha de ser «casa de puertas abiertas»

Matiza que no hay nadie «más pequeño» que un sacerdote «dejado a sus propias fuerzas» y reconoce que ha atravesado «momentos oscuros» en su vida sacerdotal. El Papa ha hecho un llamamiento a los sacerdotes de todo el mundo para que sepan «oir allí donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad» pues la Iglesia ha de ser «casa de puertas abiertas», durante la homilía de la Misa Crismal, que ha presidido este Jueves Santo en la Basílica de San Pedro.

(EP/InfoCatólica)  Según el Pontífice, «la disponibilidad del sacerdote» hace de la Iglesia «casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los pequeños de primera comunión».»Donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que sabe oir» ha aseverado.

Francisco ha centrado así su mensaje de Jueves Santo para todos los sacerdotes del mundo, haciendo hincapié en aspectos como «la alegría» y «el gozo sacerdotal». «La alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para todo el pueblo fiel de Dios», ha dicho.

El Papa ha detallado que es una alegría que «unge», no que unta a los sacerdotes para volverlos «untuosos, suntuosos y presuntuosos», sino «una alegría incorruptible» y «misionera que irradia y atrae a todos».

En cualquier caso, ha puesto de manifiesto que la «grandeza del don» dada para el ministerio relega a los sacerdotes «entre los más pequeños de los hombres» y ha puntualizado que el sacerdote es «el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza». Según el Santo Padre, no hay nadie «más pequeño» que un sacerdote «dejado a sus propias fuerzas».

Ha añadido que «el sacerdote es pobre en alegría meramente humana» y ha enfatizado que muchos, al hablar de «crisis de identidad sacerdotal», no caen en la cuenta de que la «identidad supone pertenencia», «activa y comprometida» al pueblo fiel de Dios. En este punto, ante cardenales, obispos, arzobispos, sacerdotes y cientos de fieles de todo el mundo, Francisco ha reconocido que también él en su vida sacerdotal ha atravesado «momentos de tristeza, en que todo parece oscuro» o momentos de «aislamiento, apatía, aburrimiento».

Por ello, ha hecho un llamamiento a los sacerdotes a salir de sí mismos pues «si no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda», ha argumentado. También ha explicado que la alegría sacerdotal se hermana a la «fidelidad» entendida como «renovada fidelidad» a la única Esposa, es decir la Iglesia, y ha matizado que no se trata de ser todos «inmaculados» ya que todos son «pecadores».

Así, ha subrayado que las personas a las que el sacerdote «bautizó, las familias que bendijo y ayudó a caminar, los enfermos a los que sostiene, los jóvenes con los que comparte la catequesis y la formación, los pobres a los que socorre» son esa «Esposa» a la que «le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel».

El Papa ha destacado que la obediencia a la Iglesia es servicio que se traduce en «disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera». Por eso ha explicado que «la disponibilidad del sacerdote» hace de la Iglesia «casa de puertas abiertas».

Francisco ha señalado a los sacerdotes de todo el mundo que el que «es llamado» tiene que ser «consciente de que existe en este mundo una alegría genuina y plena» que consiste en ser «dispensador de los dones y consuelos de Jesús» al tiempo que ha rezado para que muchos jóvenes descubran «ese ardor del corazón que enciende la alegría».

Además, ha pedido que Dios cuide «el brillo alegre en los ojos» de los recién ordenados, «que salen a comerse el mundo, a desgastarse en medio del pueblo fiel de Dios, que gozan preparando la primera homilía, la primera misa, el primer bautismo, la primera confesión», y que confirme «la alegría sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio».

 


 

Homilía del Santo Padre Francisco en la Santa Misa Crismal

Basílica Papal de San Pedro, Vaticano

Jueves Santo, 17 de abril de 2014

Ungidos con óleo de alegría

Queridos hermanos en el sacerdocio:

En el Hoy del Jueves Santo, en el que Cristo nos amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), hacemos memoria del día feliz de la Institución del sacerdocio y del de nuestra propia ordenación sacerdotal. El Señor nos ha ungido en Cristo con óleo de alegría y esta unción nos invita a recibir y hacernos cargo de este gran regalo: la alegría, el gozo sacerdotal. La alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es llamado el sacerdote para ser ungido y al que es enviado para ungir.

Ungidos con óleo de alegría para ungir con óleo de alegría. La alegría sacerdotal tiene su fuente en el Amor del Padre, y el Señor desea que la alegría de este Amor «esté en nosotros» y «sea plena» (Jn 15,11). Me gusta pensar la alegría contemplando a Nuestra Señora: María, la «madre del Evangelio viviente, es manantial de alegría para los pequeños» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288), y creo que no exageramos si decimos que el sacerdote es una persona muy pequeña: la inconmensurable grandeza del don que nos es dado para el ministerio nos relega entre los más pequeños de los hombres. El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas; por eso nuestra oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración de nuestra Madre: soy sacerdote porque Él miró con bondad mi pequeñez (cf. Lc 1,48). Y desde esa pequeñez asumimos nuestra alegría. ¡Alegría en nuestra pequeñez!

Encuentro tres rasgos significativos en nuestra alegría sacerdotal: es una alegría que nos unge (no que nos unta y nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a todos, comenzando al revés: por los más lejanos.

Una alegría que nos unge. Es decir: penetró en lo íntimo de nuestro corazón, lo configuró y lo fortaleció sacramentalmente. Los signos de la liturgia de la ordenación nos hablan del deseo maternal que tiene la Iglesia de transmitir y comunicar todo lo que el Señor nos dio: la imposición de manos, la unción con el santo Crisma, el revestimiento con los ornamentos sagrados, la participación inmediata en la primera Consagración… La gracia nos colma y se derrama íntegra, abundante y plena en cada sacerdote. Ungidos hasta los huesos… y nuestra alegría, que brota desde dentro, es el eco de esa unción.

Una alegría incorruptible. La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar (cf. Jn 16,22). Puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada. La recomendación de Pablo a Timoteo sigue siendo actual: Te recuerdo que atices el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (cf. 2 Tm 1,6).

Una alegría misionera. Este tercer rasgo lo quiero compartir y recalcar especialmente: la alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente misionera. La unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar, para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar.

Y como es una alegría que solo fluye cuando el pastor está en medio de su rebaño (también en el silencio de la oración, el pastor que adora al Padre está en medio de sus ovejitas) es una «alegría custodiada» por ese mismo rebaño. Incluso en los momentos de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal (y por los que también yo he pasado), aun en esos momentos el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría.

«Alegría custodiada» por el rebaño y custodiada también por tres hermanas que la rodean, la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la pobreza.El sacerdote es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto! Y como es pobre, él, que da tantas cosas a los demás, la alegría tiene que pedírsela al Señor y al pueblo fiel de Dios. No se la tiene que procurar a sí mismo. Sabemos que nuestro pueblo es generosísimo en agradecer a los sacerdotes los mínimos gestos de bendición y de manera especial los sacramentos. Muchos, al hablar de crisis de identidad sacerdotal, no caen en la cuenta de que la identidad supone pertenencia. No hay identidad –y por tanto alegría de ser– sin pertenencia activa y comprometida al pueblo fiel de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). El sacerdote que pretende encontrar la identidad sacerdotal buceando introspectivamente en su interior quizá no encuentre otra cosa que señales que dicen «salida»: sal de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y dale a tu pueblo lo que te fue encomendado, que tu pueblo se encargará de hacerte sentir y gustar quién eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te alegrará con el ciento por uno que el Señor prometió a sus servidores. Si no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda. Salir de sí mismo supone despojo de sí, entraña pobreza.

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la fidelidad. No principalmente en el sentido de que seamos todos «inmaculados» (ojalá con la gracia lo seamos) ya que somos pecadores, pero sí en el sentido de renovada fidelidad a la única Esposa, a la Iglesia. Aquí es clave la fecundidad. Los hijos espirituales que el Señor le da a cada sacerdote, los que bautizó, las familias que bendijo y ayudó a caminar, los enfermos a los que sostiene, los jóvenes con los que comparte la catequesis y la formación, los pobres a los que socorre… son esa «Esposa» a la que le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel. Es la Iglesia viva, con nombre y apellido, que el sacerdote pastorea en su parroquia o en la misión que le fue encomendada, la que lo alegra cuando le es fiel, cuando hace todo lo que tiene que hacer y deja todo lo que tiene que dejar con tal de estar firme en medio de las ovejas que el Señor le encomendó: Apacienta mis ovejas (cf. Jn 21,16.17).

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la obediencia. Obediencia a la Iglesia en la Jerarquía que nos da, por decirlo así, no sólo el marco más externo de la obediencia: la parroquia a la que se me envía, las licencias ministeriales, la tarea particular… sino también la unión con Dios Padre, del que desciende toda paternidad. Pero también la obediencia a la Iglesia en el servicio: disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera, a imagen de «Nuestra Señora de la prontitud» (cf. Lc 1,39: meta spoudes), que acude a servir a su prima y está atenta a la cocina de Caná, donde falta el vino. La disponibilidad del sacerdote hace de la Iglesia casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los pequeños de primera comunión…. Donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que sabe oír (ob-audire) y siente un mandato amoroso de Cristo que lo envía a socorrer con misericordia esa necesidad o a alentar esos buenos deseos con caridad creativa.

El que es llamado sea consciente de que existe en este mundo una alegría genuina y plena: la de ser sacado del pueblo al que uno ama para ser enviado a él como dispensador de los dones y consuelos de Jesús, el único Buen Pastor que, compadecido entrañablemente de todos los pequeños y excluidos de esta tierra que andan agobiados y oprimidos como ovejas que no tienen pastor, quiso asociar a muchos a su ministerio para estar y obrar Él mismo, en la persona de sus sacerdotes, para bien de su pueblo.

En este Jueves sacerdotal le pido al Señor Jesús que haga descubrir a muchos jóvenes ese ardor del corazón que enciende la alegría apenas uno tiene la audacia feliz de responder con prontitud a su llamado.

En este Jueves sacerdotal le pido al Señor Jesús que cuide el brillo alegre en los ojos de los recién ordenados, que salen a comerse el mundo, a desgastarse en medio del pueblo fiel de Dios, que gozan preparando la primera homilía, la primera misa, el primer bautismo, la primera confesión… Es la alegría de poder compartir –maravillados– por vez primera como ungidos, el tesoro del Evangelio y sentir que el pueblo fiel te vuelve a ungir de otra manera: con sus pedidos, poniéndote la cabeza para que los bendigas, tomándote las manos, acercándote a sus hijos, pidiendo por sus enfermos… Cuida Señor en tus jóvenes sacerdotes la alegría de salir, de hacerlo todo como nuevo, la alegría de quemar la vida por ti.

En este Jueves sacerdotal le pido al Señor Jesús que confirme la alegría sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio. Esa alegría que, sin abandonar los ojos, se sitúa en las espaldas de los que soportan el peso del ministerio, esos curas que ya le han tomado el pulso al trabajo, reagrupan sus fuerzas y se rearman: «cambian el aire», como dicen los deportistas. Cuida Señor la profundidad y sabia madurez de la alegría de los curas adultos. Que sepan rezar como Nehemías: «la alegría del Señor es mi fortaleza» (cf. Ne 8,10).

Por fin, en este Jueves sacerdotal, pido al Señor Jesús que resplandezca la alegría de los sacerdotes ancianos, sanos o enfermos. Es la alegría de la Cruz, que mana de la conciencia de tener un tesoro incorruptible en una vasija de barro que se va deshaciendo. Que sepan estar bien en cualquier lado, sintiendo en la fugacidad del tiempo el gusto de lo eterno (Guardini). Que sientan, Señor, la alegría de pasar la antorcha, la alegría de ver crecer a los hijos de los hijos y de saludar, sonriendo y mansamente, las promesas, en esa esperanza que no defrauda. Así sea.

 

14 comentarios

María de las Nieves
ESCUCHAR a la vida en todos los hombres desde la necesidad que todos tenemos, pero desde la grandeza de sentirnos hijos.

Gracias por todas las palabras llenas de vida, son las que abren las puertas de la impotencia y de la muerte.

Oir continuamente la Palabra de vida para salir del abismo y del exilio, caminando con el Señor a la Resurrección.

Dejar nuestro egoismo y otorgar a los demás la vida regalada, es lo que nos brinda el Creador en la sencillez de la naturaleza y el Señor Jesús nos redime para salir de la esclavitud.

Gracias Santo Padre
17/04/14 3:17 PM
Jeannette Jablonicky
Que claridad la del Papa Francisco.
Con tan sencillas palabras nos expresa una inmensidad de cosas que las sabiamos pero no las analizabamos.
Los sacerdotes son seres iguales a nosotros y no tienen quien los este mimando, cuidando, alimentando y por que no decirlo escuchandolos.
Cuánto santo padre nos hace reflexionar, gracias porque con esa sencillez y clarodad nos transporta a querer contribuir en la iglesia grandemente. Solo tenemos que buscar esoa sacerdotes que nos van a estimular y nosotros a ellos.
Bendiciones Santo Padre.
17/04/14 4:52 PM
Antonio
La verdad es que soy cura y que me ha hecho mucho bien lo que dice el Papa...
¡Cuántas veces por tratar de imitar a Jesús, uno va en busca de un almita... y sus cruces, sus males, sus dolores, son más fuertes que lo que podríamos enfrentar con nuestras fuerzas!
Seríamos "los más indefensos de los cristianos si el Buen Pastor no nos fortaleciera en medio del rebaño"... Por eso toda la Gloria sea para Él...

Y a todos mis hermanos sacerdotes, ¡feliz JUEVES SANTÍSIMO!
17/04/14 5:21 PM
diego caceres benitez
Gracias padre santo por tu bendita palabra...que nos interceda por todos los fieles..amen...
17/04/14 5:29 PM
MARIO COYOL PÉREZ
Que palabras tan sabias, de nuestra Santo Padre Francisco para los siervos de Dios y su Iglesia, no dejemos solo ese mensaje para nuestros Sacerdotes, también hay que tomarlas como nuestras nosotros los laicos y trabajar Unidos con nuestros Sacerdotes para gloria de Dios y salvación de nuestras almas
17/04/14 7:15 PM
marta
cada palabra, cada gesto del Papa Francisco, me maravilla y me emociona. "Que Dios te bendiga siempre. amèn.
17/04/14 11:42 PM
a mi me pareció muy c
Lo que nosdise
18/04/14 1:58 AM
karmen Martinez
Es tan claro y humilde lo que pide nuestro Papa, pero que lastima que los sacerdotes, aclaro no todos pero si unos cuantos son personas cerradas al diálogo, a la atención y a la colaboración de u pueblo. Acá donde yo vivo se nota la diferencia de trato de un sacerdote con otro.Que Jesús envié mas mensajeros de la paz.
18/04/14 2:41 AM
Pepito
Cierto, la Iglesia debe tener las puertas abiertas a todos, siempre que quieran entrar verdaderamente por la puerta y no saltando la cerca como ladrones y salteadores.

El problema es que no todos quieren entrar por la puerta aceptando con humildad la verdad tal como la propone la Iglesia, sino que muchos pretenden entrar saltando la cerca, expandiendo y defendiendo con soberbia y arrogancia doctrinas contrarias a la verdad propuesta por el Magisterio.

Cierto que la Iglesia debe ser también refugio de pecadores, pero no refugio de los pecados que cometen los pecadores. Es cosa abominable que un pecador se ampare en la Iglesia para seguir pecando, aunque más ruin sería que la propia Iglesia acogiese al pecador, bajo la excusa de una falsa caridad, para que siguiese pecando.
18/04/14 4:05 AM
Maria
A veces he sentido la necesidad de confesarme y no he encontrado las puertas de la Iglesia abiertas, hoy día puede ser por seguridad . Un sacerdote me dijo que siempre que le necesitara para confesarme o preguntar cualquier duda o que estuviera en un mal momento le llamara porque siempre estaría ahí para cualquier persona. Que bien me siento ahora .Doy gracias a Dios porque haya sacerdotes así.
18/04/14 12:17 PM
Sonia Villalobos
Que hermoso mensaje Papa Francisco,tan claro, tan certero,tan lleno de amor, nos compromete a todos los laicos a orar y contribuir a la alegría de todos los sacerdotes que nos impartido los sacramentos a nosotros y a nuestros hijos y que día a día nos proclaman tu palabra y nos acercan a tu amor y misericordia. También oramos por ti Papa Francisco.
18/04/14 6:03 PM
ALBA ESTELA RIGAZIO
Como aiempre sabias palabras las del Santo Padre y al que quiera oir que escuche y si no se vaya
19/04/14 5:10 PM
Gladis Castaño Vélez
Hermosas las palabras que el Santo Padre dirigió a los sacerdotes, nuestros sacerdotes. Bendigo a Dios por habernos dejado a sus santos sacerdotes para que nos apacentaran, para que nos cuidaran y nos guiaran en el camino de la vida. Te doy gracias Señor porque me bendices a través de las manos santas de los sacerdotes, por darme tu cuerpo y tu sangre a través del sacerdote que instituíste para seguir guiando a tu pueblo a la Santidad. Ver al sacerdote en el altar celebrando la Santa Misa me hace ver la Majestad de Dios que quiere ser adorado y alabado como se merece. El sacerdote con olor a oveja me hace sentir en la tierra prometida, tierra que mana leche y miel,siento el deseo de estudiar más, conocer la iglesia, amarla, quererla, respetarla, defenderla, obedecerla. Así experimento el Amor de Dios cuando veo a un sacerdote entregado a su pueblo, el rebaño que Dios le encomendó. También pido perdón a los sacerdotes que he juzgado porque ya están cansados, ya dieron su vida por el evangelio y ya no tienen el vigor de la juventud para guiar al rebaño al encuentro con el Señor.
Oro diariamente a la Virgen María por todos los sacerdotes del mundo para que ella los cuide, los proteja, los bendiga, los purifique y los santifique.
5/05/14 6:08 AM
mara fuentes
Maravilloso, una vez mas el Papa Francisco expresa su grandeza con tanta humildad.
6/05/14 5:10 AM

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