(P.J. Ginés/La Razón/Zenit) El Papa lamentó las noticias sobre violencia y muertes juveniles en accidentes. Lo relacionó con el «nihilismo» y con «la banalización de la propia vida para refugiarse en la transgresión, en la droga y en el alcohol, que para algunos se ha convertido en el rito habitual del fin de semana». Más aún, «incluso el amor tiende a reducirse a una simple cosa que se puede comprar y vender y hasta el hombre mismo se convierte en mercancía», añadió.
Por todo ello, el Papa advierte de que existe una «emergencia educativa», a la que los poderes públicos, las familias y la Iglesia deben responder, dedicándose «seriamente» a los jóvenes. Eso implica «no dejarles a merced de sí mismos» sino «comprometerles en iniciativas serias, que les permitan comprender el valor de la vida en una familia estable, fundada en el matrimonio».
Por eso, con una intuición que para el Papa es profética, «la Iglesia concentra sus esfuerzos desde hace años en el tema de la educación». Esa educación requiere «formación en el respeto de las normas, en la asunción de las propias responsabilidades, una actitud de vida que reduzca el individualismo» y poner una atención especial en «los sujetos más débiles de la población». Como algo positivo reconoció que «quizás nunca como ahora la sociedad civil comprende que sólo con estilos de vida inspirados en la sobriedad, la solidaridad y la responsabilidad es posible construir una sociedad más justa y un futuro mejor».