(Análisis Digital) En su homilía, el Cardenal recordó que san Benito fue «una figura excelsa en la historia europea», por lo que ha sido declarado Patrono de Europa. Y apuntó que tanto la Abadía como la Basílica del Valle de los Caídos fueron «erigidas y fundadas por el pontificado del beato Juan XXIII. Y desde entonces hasta hoy, han venido sirviendo a la Iglesia y a la sociedad española, poniendo de relieve todo lo que significa la visión del ser cristiano a la luz de esa figura excepcional que es san Benito de Nursia, santo italiano, santo europeo, también santo español. La reforma benedictina, esa nueva figura del monacato que nace en torno a su figura, primero en Subiaco, pero sobre todo en Montecasino, es muy pronto aceptada en España. De hecho, se extiende en una múltiple red de monasterios que cubren toda la geografía, primero de los reinos de Castilla y de León y de Aragón, y luego de la España unida a partir del reinado de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel».
«San Benito, explicó, vive en un mundo y en una sociedad que se encontraba en una profunda crisis. La Iglesia se había afianzado, y se había extendido el conocimiento de Cristo. La integración de lo que llamamos los pueblos bárbaros estaba por lo menos cuajando, aunque con problemas y muchísimas dificultades. De algún modo, aquel mundo clásico del paganismo se hundía, y la visión del hombre y de la historia clásica, contemplada a la luz de la grandeza de Roma -con un trasfondo ideológico e intelectual de la cultura helénica- sufría quebrantos muy grandes». «La gran pregunta del tiempo, añadió, era la pregunta por Dios». En este contexto, «la experiencia de san Benito es la de una especie de fracaso del mundo. Hay que encontrar a Dios en la vida. Él hace la opción por Dios. Lo deja todo: la vida en la familia, en la sociedad… y se dedica al servicio de Dios, a la oración, a la liturgia… Sin dejar de cuidar el mundo e incluso a los hombres, quiso apartarse de la vida mundana, de su sociedad, de su cultura. A través del servicio a Dios iba a conseguir para los hombres, para sus hermanos y para la historia de su tiempo, mucho más».
«San Benito, prosiguió, elige un camino de monacato donde el apartarse del mundo es muy radical en el servicio a Dios. La liturgia es absolutamente central en su vida y en la de los suyos. Y la preocupación por el hombre está muy viva: hay que llevar a Dios a los hombres que viven en el mundo. Pero también descubre que eso sólo se consigue colocando a Cristo en la relación íntima y profunda del hombre con Dios». «Él no antepuso nada a Cristo, aseguró, y por eso pudo llevar a los hombres de su tiempo a Dios, y pudo llevar a Dios a los hombres de su tiempo. Así quedó abierta la vía de la experiencia cristiana benedictina, que sigue viva aquí, en este monasterio, y en esta Europa y en esta España del 2012. Sigue viva y orante, porque el servicio de Dios también es el servicio de los hombres, afirmando con el símbolo de la Cruz, del Crucificado, que no debemos anteponer nada a Cristo». «Si eso fue la regla, la clave para salir de las crisis de aquella Europa, también puede y debe ocurrir ahora», afirmó. «No se puede anteponer nada a Cristo es la gran lección que se da aquí, que se vive y que se quiere transmitir a los demás».
Por eso, exhortó a «volver a mirar a Cristo». Y aludió al Santo Padre, Benedicto XVI, quien en su encíclica ‘Deus Caritas est’ «invita a mirar al corazón traspasado de Cristo si queremos saber quién es, si queremos conocerle y vivir de acuerdo con Él de tal manera que todo lo veamos a su luz, lo comprendamos y lo realicemos con su gracia, y lo llevemos a buen término con la fuerza y la dulzura de su amor. Así hay y habrá futuro. Un futuro realista, de los que saben que amar es amarle a Él, y amarle a Él es amar su cruz. Pero que amar su cruz es vivir con la esperanza de que la gloria llega».
Además, el Cardenal señaló que «la devoción mariana de San Benito quizá no sea tan subrayada y conocida como la de su espiritualidad cristológica». Pero «el amor de Cristo no se consigue, no se realiza y no se mantiene fiel en nuestra vida, la personal de cada uno y la de la Iglesia, si no es con la ayuda del amor de su Madre. Ella es la primera gran mediadora del amor de Dios y del servicio de lo que Dios nos ofrece y de lo que tenemos que servir con respecto a nuestra vida, a la vida del hombre».
Por la intercesión de San Benito, concluyó pidiendo al Señor «que podamos ser testigos, difusores del amor de Cristo en Madrid, en España, en Europa y en el mundo, que lo necesita mucho».