Discurso del Santo Padre Francisco al Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos

Santidad, queridos hermanos en Cristo:

Es para mí una gran alegría y un verdadero momento de gracia poder recibirlos aquí, ante la tumba del Apóstol Pedro, en el recuerdo del histórico encuentro que hace cuarenta años unió a nuestros Predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Shenouda III, fallecido recientemente, en un abrazo de paz y de fraternidad, después de siglos de recíproca lejanía. Por tanto, con profundo afecto le doy la bienvenida a Usted, Santidad, y a los distinguidos Miembros de Su Delegación, y le agradezco sus palabras. A través de ustedes extiendo mi saludo cordial en el Señor a los Obispos, al clero, a los monjes y a la entera Iglesia Copta Ortodoxa.

La visita de hoy refuerza los lazos de amistad y de hermandad que ya unen a la Sede de Pedro y a la Sede de Marcos, heredera de un inestimable legado de mártires, teólogos, santos monjes y fieles discípulos de Cristo, que durante generaciones y generaciones han testimoniado el Evangelio, con frecuencia en situaciones de gran dificultad.

Hace cuarenta años, la Declaración común de nuestros Predecesores representó una piedra miliar en el camino ecuménico, y de ella se desarrolló una Comisión de diálogo teológico entre nuestras Iglesias, que ha dado buenos resultados y ha preparado el terreno para el más amplio diálogo entre la Iglesia católica y la entera familia de las Iglesias Ortodoxas Orientales, que prosigue fructuosa hasta hoy.

En aquella solemne Declaración, nuestras Iglesias reconocían que confiesan, en línea con las tradiciones apostólicas, «una única fe en un solo Dios Uno y Trino» y la «divinidad del Único Hijo Encarnado de Dios […] Dios perfecto con respecto a Su Divinidad y perfecto hombre con respecto a Su humanidad». Reconocían que la vida divina nos es dada y alimentada a través de los siete sacramentos, y se sentían asociadas en la veneración común de la Madre de Dios.

Estamos dichosos de poder confirmar hoy cuanto nuestros ilustres Predecesores declararon solemnemente, estamos felices de reconocernos unidos por el único Bautismo, del que es expresión especial nuestra oración común, que anhela el día en que, cumpliéndose el deseo del Señor, podremos comulgar en el único cáliz.

Ciertamente, también somos conscientes de que el camino que nos espera es quizá aún largo, pero no queremos olvidar el largo camino ya recorrido, que se ha concretado en luminosos momentos de comunión, entre los cuales me agrada recordar el encuentro de febrero del año 2000 en el Cairo entre el Papa Shenouda III y el Beato Juan Pablo II, durante el Gran Jubileo, peregrino en los lugares de origen de nuestra fe. Estoy convencido de que, con la guía del Espíritu Santo, nuestra perseverante oración, nuestro diálogo y la voluntad de construir día tras día la comunión en el amor recíproco nos permitirán dar nuevos e importantes pasos hacia la plena unidad.

Santidad, conozco los múltiples gestos de atención y de fraterna caridad que Usted ha reservado, desde los primeros días de su ministerio, a la Iglesia Copta Católica, a su Pastor, el Patriarca Ibrahim Isaac Sidrak y a su Predecesor, el Cardenal Antonios Naguib. La institución de un «Consejo nacional de las Iglesias cristianas», que Usted ha querido fuertemente, representa un signo importante de la voluntad de todos los creyentes en Cristo de desarrollar en la vida cotidiana relaciones cada vez más fraternas y de ponerse al servicio de la entera sociedad egipcia, de la que son parte integrante. Sepa que su esfuerzo en favor de la comunión entre los creyentes en Cristo, así como su atento interés por el destino de su país y por el papel de las comunidades cristianas en la sociedad egipcia, encuentran un eco profundo en el corazón del Sucesor de Pedro y de la entera comunidad católica.

«Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo» (1 Co 12, 26). Ésta es una ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que existe también un ecumenismo del sufrimiento: como la sangre de los mártires ha sido semilla de fuerza y de fertilidad para la Iglesia, del mismo modo el compartir los sufrimientos cotidianos puede llegar a ser instrumento eficaz de unidad. Y estos es verdad, en cierto modo, también en el ámbito más amplio de la sociedad y de las relaciones entre cristianos y no cristianos: en efecto, del sufrimiento común, pueden germinar, con la ayuda de Dios, perdón y reconciliación.

Santidad, al asegurarle mi oración a fin de que la entera grey que ha sido encomendada a sus atenciones pastorales sea siempre fiel a la llamada del Señor, invoco la común protección de los Santos Pedro Apóstol y Marcos Evangelista: que ellos, que colaboraron eficazmente durante su vida en la difusión del Evangelio, intercedan por nosotros y acompañen el camino de nuestras Iglesias.