Las siete palabras de Jesús en la cruz
Quinta Palabra
“Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dice,
“Tengo sed.”
Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.” (Jn 19, 28-29)
Esta queja de Jesús tiene un primer sentido del todo realista. El respeto a la veracidad de los evangelistas nos obliga a aceptar el significado directo de sus palabras. Jesús dice que tiene sed. Está desangrándose, lleva horas soportando un sol abrasador sin beber una gota de agua. No se trata de una sed metafórica, ha perdido mucha sangre, está abrasado por la fiebre. Se muere de sed. En su muerte no estuvo libre de ninguna de las angustias que asaltan a cualquier agonizante. Como cualquier moribundo Jesús tiene sed.
Qué misterio y qué dolor. Nos acercamos a la cruz de Jesús, está pendiente del madero, con su cuerpo desgarrado colgando de los clavos como un guiñapo, con la cabeza caída sobre el pecho, ensangrentado, literalmente exhausto. Y es el Verbo de Dios, el Hijo único de Dios, en el cual y por el cual fueron creadas todas las cosas, la imagen del Dios todopoderoso, el primogénito de toda la creación. Ahora siente la indigencia y la extrema pobreza de la sed. Se queja y a la vez pide como el más pobre de los hombres que alguien alivie su sed con un poco de agua. También en esto Jesús comparte la pobreza y el sufrimiento de los más pobres y desamparados. Son los milagros del amor.
En la dureza de su muerte Jesús nos descubre la verdadera dignidad de la muerte. En nuestro mundo algunos confunden la dignidad de la muerte con el miedo al dolor. Jesús no tuvo cuidados paliativos. Pero su muerte fue absolutamente digna. ¿Alguien puede decir que la muerte de Jesús, llena de tormentos, no fue una muerte digna? La dignidad de su muerte, como la dignidad de todas las muertes, está en el valor de la aceptación, en la experiencia del amor y de la comunión de los seres queridos y que nos quieren, en la esperanza firme y segura del triunfo del bien y de la vida, en la filial confianza en un Dios Padre, fuente de vida y mar infinito de amor y de misericordia.
En esa situación angustiosa y humillada, este Jesús doliente es más signo que nunca del gran amor de Dios por nosotros. El Padre del Cielo ha querido dejarle morir así, en la más dura indigencia, para que nosotros nos convenciéramos del gran amor que nos tiene. Este Jesús sediento y moribundo es justamente la manifestación más conmovedora de su gran amor y del amor del Padre para la salvación del mundo.
No es imaginación pensar que Jesús, cuando se quejaba de la sed, estaba también sediento de un mundo diferente. El que prometió la bienaventuranza a los que tuvieran hambre y sed de justicia, en este momento supremo de la muerte arde en deseos de justicia y de paz para todos los hombres. Levantado sobre los pecados del mundo, Jesús tiene sed de justicia, tiene sed de misericordia, tiene sed de un mundo donde Dios sea reconocido como padre de todos y los hombres vivamos como hermanos en la justicia, en la fraternidad y en la esperanza de la vida eterna.
Le dieron a beber vinagre para que se cumplieran las Escrituras. Pero ¿cómo apagaremos la sed de Jesús en este mundo nuestro? Resulta inevitable entender también esta sed en sentido espiritual. La sed de Jesús en la cruz es la sed de todos los hombres justos, soñadores y rebeldes ante las amenazas del mal. Es la sed de la amistad de su pueblo, la sed de un mundo diferente, un mundo de hombres libres y justos que no se olviden de la grandeza y de la bondad de Dios, un mundo donde los hombres vivan como hermanos, familias con familias, naciones con naciones, un mundo en el que todos los hombres reconozcan con humildad la soberanía de Dios y sean capaces de vivir en la verdad del amor y de la esperanza, sin avaricias ni ambiciones, libre de idolatrías y ambiciones.
Esta sed de Jesús no se ha apagado todavía. Hay muchos millones de hombres que no saben lo que ocurrió en el Calvario. Muchos millones de hombres que no saben que son hijos de Dios ni reciben el trato que les corresponde. Y hay muchos millones de cristianos bautizados que se han alejado de la Iglesia, muchas familias que viven al margen de la fe que recibieron, muchos jóvenes y muchos niños que ya no crecen en la fe católica porque nadie les habla de Dios ni de Jesús ni de su Iglesia. Sin Dios, sin fe no es extraño que aumenten las injusticias y se multipliquen los sufrimientos. Jesús tiene sed de un mundo diferente, tal como Dios lo quiere, ordenado en la piedad y en la honestidad, en la justicia y en el amor.
Señor, esta sed tuya rompe nuestros corazones y hace brotar en nosotros deseos sinceros de ser mejores. No queremos que sufras por nosotros, no te olvidaremos nunca, no permitiremos que se debilite tu memoria en nuestra tierra, llena nuestros corazones de entusiasmo para que llevemos a todos la buena noticia de tu amor, de tu verdad, de tu salvación. Abrenos los ojos del corazón para que veamos en nuestros hermanos necesitados el reflejo de tu rostro doliente, danos un corazón justo y valiente para trabajar por un mundo reconciliado en la fe del Padre común y en el reconocimiento sincero de la igualdad y de la dignidad de todos los hombres como hijos de Dios.
En nombre de todos los que me escuchan, yo me atrevo a preguntarte, Señor, ¿cómo podemos aliviar tu sed los cristianos y las cristianas de España? Pensemos hermanos qué es lo más serio y lo más grave que le estamos negando a Cristo en estos momentos de nuestra vida. Jesús tiene sed de nuestra estima, tiene sed de la fe de tantos cristianos que se avergüenzan de El y han abandonado la práctica de la fe. ¿Cómo no vas a tener sed ante una sociedad cada vez más olvidada de Dios y de la vida eterna, cada vez más cautiva de los bienes efímeros de la tierra? ¿Cómo no vas a tener sed ante tantas familias jóvenes que no aceptan tus mandamientos, familias cristianas que niegan el don de la vida a sus hijos y no son capaces de educar cristianamente a los pocos hijos que tienen? ¿Cómo no vas a tener sed ante tantos miles de jóvenes bautizados para los que no eres nadie en su vida? ¿Cómo no vas a tener sed ante una Iglesia dividida, acobardada y cobarde que no es capaz de hablar de Ti con autoridad en un mundo cada vez más roto y dolorido?
Haz Señor que seamos humildes y volvamos a Ti, que no intentemos mitigar tu sed con el vinagre de la hipocresía sino con el agua limpia de la penitencia, del amor y de las buenas obras. Danos Señor la fuerza de tu Espíritu para que seamos capaces de vivir fielmente de acuerdo con tus enseñanzas en este oscuro mundo nuestro. Ayúdanos a ser fieles y valientes para dar testimonio de la verdad de tu mensaje, de la necesidad de tu amor, de la belleza de tu Iglesia que nos conserva tu memoria y nos enseña a vivir en el mundo como hijos de Dios y servidores de nuestros hermanos.
7 comentarios
Un cordial saludo
La palabra diablo, significa el que separa al hombre de Dios, y por consiguiente al hombre del hombre. El separatismo es anti-cristiano y por lo tanto diabólico (se origina desde el egoismo, la soberbia y el odio y engendra odio). Lo verdaderamente cristiano es la fraternidad universal. La "hoja de ruta" de cualquier politico que se dice cristiano, y de cualquier cristiano (sobre todo si pertenece a la jerarquia) debe ser, hacer realidad politica, social y económica; la hermandad entre todos los hombres. La división solo genera confrontación. Solo hay partido cuando hay dos equipos en el estadio.
CON AMOR PARA TODOS USTEDES
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