Las siete palabras de Jesús en la cruz
Tercera Palabra
“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Clopás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:
“Mujer, , ahí tienes a tu hijo;
y luego dijo al discípulo:
Ahí tienes a tu madre” .
Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.” (Jn 19, 25-27)
Mientras agoniza lentamente en la Cruz, entre las sombras de la agonía, Jesús adivina la figura trémula de su Madre, toda pendiente de El, identificada con su sufrimiento y con su agonía. No puede recibir la caricia de su mano aliviando los dolores de su cuerpo, pero su sola presencia es como una brisa que acaricia su alma y alivia los duros sufrimientos de su agonía. Jesús, que es el Hijo y el Verbo eterno de Dios, es también el hijo de esta mujer bendita y llena de gracia, toda madre y toda santa. En los últimos años de su vida ha tenido que vivir lejos de ella para entregarse a la misión que el Padre del Cielo le había encomendado. Ella le ha acompañado siempre con un gran amor y ha sido del todo obediente a las exigencias de la misión de su Hijo. La presencia de su Madre junto a la Cruz, la mirada de sus ojos llenos de lágrimas y resplandecientes de ternura, son el mejor consuelo y la mejor caricia que Dios le podía ofrecer en aquellos momentos.
En algún momento dijo que su madre y sus hermanos eran todos los que cumplían la palabra de Dios. María su madre física ha sido también su mejor discípula, la que mejor ha escuchado la palabra de Dios. Jesús sabe que su madre es un tesoro de fe, su lazo de unión con sus hermanos los hombres, en el despojamiento de su muerte quiere dejar a sus discípulos ese tesoro de la fe, de fortaleza y de ternura infinita que es el corazón de su madre.
María es la Madre estremecida de Belén, la Madre suplicante de Caná, la Madre amorosa de las horas felices de Nazaret. Ella sabe bien que El es inocente, ella sabe bien que está cumpliendo el misterio de la redención del mundo, ella sabe que con su muerte está rompiendo de una vez para siempre el poder del demonio y del pecado en el mundo de los hombres. Una vez más Jesús descansa en el regazo de María, en el regazo espiritual de la fe de su Madre María, de su piedad tierna e inquebrantable.
A la vez que asiste a la agonía de su Hijo, María, está viviendo por dentro la transformación de su corazón de madre. Ella ha vivido siempre al compás de su Hijo, aceptando las exigencias de su misión, reviviendo en su corazón las palabras y los gestos de Jesús. Si ahora Jesús muere por los hombres, haciéndose más que nunca hermano de todos, de ahora en adelante los hermanos de Jesús, los discípulos fervorosos y los ladrones arrepentidos, todos serán hijos suyos. Su corazón de madre, habitado por el Espíritu Santo, se agranda y se abre a una maternidad universal en la que caben todos los hermanos de su Hijo. Una vez más el amor y la fidelidad a su hijo Jesús abre ante ella nuevas perspectivas de vida. Pierde la presencia física de su Hijo, pero gana la relación espiritual con El y con todos los que nacerán a la vida santa de los hijos de Dios por la fuerza del amor de su Hijo que desde la Cruz abraza a todos los hombres de la tierra.
Juan es el discípulo más querido, representa en esos momentos a todos los discípulos que van a creer en El y le van a amar sin haberle visto nunca. Jesús, una vez glorificado y liberado de las limitaciones de su carne, estará presente en el corazón de sus discípulos, podrá vivir con ellos y hacer de todos una gran familia acogida al amparo maternal de la Virgen María, la madre siempre fiel, la madre de la fe perfecta, la madre del amor y de la confianza inquebrantable en su Hijo Jesucristo. Esta unidad espiritual entre Jesús, María y Juan, es un momento privilegiado del nacimiento de la Iglesia, el nacimiento de la nueva humanidad encabezada y vivificada por Cristo, protegida por el amor maternal de la Virgen María, renacida por la fe en la comunicación con el Dios del amor y de la gracia.
Jesús en la Cruz nos da todo lo que tiene, nos da su vida, nos da el corazón y la vida de su madre, para que sea también Madre nuestra. Por ser miembros de la Iglesia, verdaderos hermanos de Jesús, hemos heredado a María como madre espiritual nuestra. Jesús se hace nuestro tan de verdad, que su Madre es también nuestra madre. Desde el bautismo, María es nuestra Madre, nos quiere con el mismo corazón de madre con el que recibió a su hijo Jesús en Nazaret y en Belén, nos cuida, nos enseña el camino de la fe, quiere que estemos siempre cerca de Jesús, como quieren las madres que los hermanos estén juntos y se ayuden y se lleven siempre bien. Con María, la madre común, somos la familia de Jesús. Así es de hermosa y de profundamente humana la Iglesia de Jesucristo, la gran familia universal que desborda todas las fronteras, que allana todas las diferencias, en la que todos los hombres somos hermanos.
Esto es lo que Jesús dice a su Madre: No te quedas sola, no has acabado todavía tu maternidad, ahora tienes que ser madre de todos mis amigos, de todos mis discípulos, de todos los que yo quiero como hermanos. Tienes que ser Madre de la Iglesia, de la gran familia de los hijos de Dios. Tienes que cuidar de ellos, enseñarles a creer en mí y a creer en el Padre del Cielo, tienes que ayudarles a crecer en la verdad y en el amor, en la justicia de Dios y en la esperanza de la vida eterna.
Los cristianos sabemos que María es nuestra Madre, por eso la queremos y confiamos en Ella. Por eso multiplicamos sus santuarios, sus ermitas, sus imágenes y advocaciones, hasta llenar con el nombre de María todos los rincones de nuestra tierra. Por eso la saludamos y la invocamos todos los días de nuestra vida.
Esta maternidad de María nos permite descubrir la profunda humanidad de la intercesión de Jesucristo a favor nuestro ante el Padre del Cielo: Jesús no entra solo en el Cielo, se presenta ante el Padre formando parte de una familia, nos lleva a todos nosotros como el hermano mayor lleva a sus hermanos más pequeños cogidos de la mano. “Estos son mis hermanos, estos son tus hijos. No por obra de la carne sino por obra del Espíritu”. “Quiero que los que han creído en mí estén siempre conmigo” La redención es un misterio de amor, un misterio de familia, el misterio de estar unidos por el amor y de ser todos uno por medio de Jesucristo con la Santa Trinidad. Más verdadero y más profundo que todos los parentescos de este mundo, es este parentesco espiritual con Cristo y con la Virgen María que nos hace ser una familia de hermanos en la casa de nuestro Padre celestial. No es un sueño, es la verdad más real y más verdadera de nuestra vida. Qué pena que no acabemos de creerlo! Qué pena que no lo vivamos de verdad! Qué pena que tantos hermanos nuestros que un día fueron cristianos hayan perdido esta fe y el gozo de esta gran realidad!
¿Cómo se puede decir que la religión cristiana es fuente de conflictos y enemiga de la convivencia?. La fe cristiana nos descubre que el misterio de la redención consiste en la superación de las divisiones y la reunificación fraternal de todos en el amor. La redención es el reconocimiento de Dios como Amor y el renacimiento de cada uno, por su misericordia, en esta vida nueva y verdadera que es el amor como forma suprema de la vida. Ser cristiano es vivir con gozo y gratitud este proceso de reconciliación y de unidad en la familia de Dios que es la Iglesia. Verlo de otra manera, luchar contra los planes de Dios es luchar ciegamente contra la única esperanza de unidad y de paz que tenemos a nuestro alcance.
Junto a la Cruz de Jesús, en la renovación permanente y universal de la Eucaristía, nace cada día la Iglesia, nacemos los cristianos con María, unidos a Jesús, en el amor, en la obediencia, viviendo y muriendo en la verdad, la verdad de Dios y la verdad de la humanidad. Como Juan cuidó a María, la Madre de Jesús, nosotros tenemos que cuidar a la Iglesia que es nuestra Madre. El amor de Cristo a su Madre, el amor de su Madre por Jesús y por todos nosotros son la escuela y el manantial del amor que hace fuertes y generosas nuestras familias, como centros de fe y de amor, como manantiales de vida y servidoras de la fe.
Te damos gracias Señor por el don de tu Madre María, te damos gracias por poder llamar madre a tu misma madre, porque podemos sentirla cerca de nosotros, amándonos como hermanos tuyos. Te damos gracias porque podemos tener a María en nuestro corazón y con Ella los tesoros de su fe y de su amor.
7 comentarios
Un cordial saludo
La palabra diablo, significa el que separa al hombre de Dios, y por consiguiente al hombre del hombre. El separatismo es anti-cristiano y por lo tanto diabólico (se origina desde el egoismo, la soberbia y el odio y engendra odio). Lo verdaderamente cristiano es la fraternidad universal. La "hoja de ruta" de cualquier politico que se dice cristiano, y de cualquier cristiano (sobre todo si pertenece a la jerarquia) debe ser, hacer realidad politica, social y económica; la hermandad entre todos los hombres. La división solo genera confrontación. Solo hay partido cuando hay dos equipos en el estadio.
CON AMOR PARA TODOS USTEDES
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