Las siete palabras de Jesús en la cruz
Primera Palabra
Llegados al lugar llamado Calvario le crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
Padre perdónales porque no saben lo que hacen. (Lucas, 23, 33-34)
Lo han clavado al madero. Y ahora ha quedado enarbolado entre dos ladrones. Es una visión impresionante. Tres cruces sobre el horizonte del mundo. Es una radiografía de la humanidad. El mal mezclado con el bien, el bien más sublime envuelto en el horror de la injusticia y de la crueldad. La cruz de Jesús será para siempre el signo de la inocencia maltratada, el signo del dolor y de la esperanza.
Mientras su cuerpo se desgarra colgado del madero ignominioso y cruel, su primer pensamiento, es para los demás: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Desde el primer momento se manifiesta la gran bondad de Jesús, su infinita compasión. Jesús quiere vivir su muerte como una muerte redentora, una muerte de reconciliación y de paz. Quiere que acabe de una vez el mal en el mundo. No quiere que haya más crueldad, ni más injusticia, ni más sufrimiento. Quienes han conspirado para llevarlo hasta la muerte están muy seguros de lo que hacen. Quieren quitar de en medio a ese incómodo profeta que cuestiona sus convicciones y sus sistemas de vida. Pero son unos ignorantes, se equivocan trágicamente. No saben quién es Jesús, no han comprendido nada de lo que ha querido enseñarles. Piensan que Jesús es un peligro para el orden establecido, para el bien del pueblo y especialmente un peligro para su bienestar personal y social. “Es preciso que muera uno por el bien del pueblo”. Y ese uno que tiene que morir es precisamente Jesús, el único que está en la verdad, el único inocente, el único que puede enseñarnos el verdadero camino de la verdad, de la felicidad y de la salvación.
Desde lo más hondo de sus convicciones y de su experiencia personal, Jesús sabe que la única forma de acabar con el dolor del mundo es el perdón, la victoria del bien sobre el mal, la respuesta del amor y de la compasión a las heridas del odio y de la crueldad.
Cuando el perdón de unos se encuentra con el arrepentimiento de los otros, se cierran definitivamente las fuentes del mal y vuelve a florecer la paz y la alegría. Jesús muere pidiendo para todos el perdón de Dios, mostrando al mundo el camino verdadero de la reconciliación y de la paz.
No saben lo que hacen los hombres que hoy vuelven la espalda a Jesucristo y a su Iglesia.
No saben lo que hacen, esos sabios pretenciosos, que desprecian la fe en Dios y ensalzan el agnosticismo como condición para la verdadera modernidad.
No saben lo que hacen, los asesinos que desprecian la vida de sus hermanos y matan para imponer su voluntad por medio del terror.
No saben lo que hacen, los hombres frívolos que pretenden disfrutar de la vida y se ríen de la Iglesia, de los mandamientos de la santa ley de Dios, de las tradiciones religiosas de sus padres.
No saben lo que hacen, los hombres ambiciosos y crueles que utilizan su poder político o económico para matar, para explotar, injuriar y despreciar a sus hermanos.
Somos muy poca cosa, somos unos pobres ignorantes llenos de orgullo y de suficiencia, no sabemos lo que hacemos cuando pecamos, cuando nos alejamos de Dios, cuando despreciamos las enseñanzas de la Iglesia, cuando prescindimos del recuerdo de Dios, de las enseñanzas de Jesús, de las invitaciones de la Iglesia.
Queremos cambiar el mundo, queremos desterrar la injusticia y la violencia, queremos construir una sociedad nueva, justa y feliz. Pero antes tendríamos que aprender la verdad fundamental que Jesús nos enseña desde la Cruz,
Sin acogernos al perdón de Dios y sin perdonarnos mutuamente no seremos capaces de construir un mundo de justicia y paz.
En el fondo de nuestro corazón todos sabemos que no somos justos, que no podemos presentarnos ante Dios con el alma limpia de pecado y de injusticia. Somos egoístas, no hemos correspondido en nuestra vida al amor de Dios ni a los muchos bienes que hemos recibido de las muchas personas que nos han ayudado y nos están ayudando a vivir. Tapamos y disimulamos nuestra injusticia como podemos, fingimos una inocencia que no tenemos, ocultamos las corrupciones de nuestra sociedad, pero ante Dios no podremos ocultar nuestras injusticias.
Jesucristo, inocente, justo, desde la Cruz pide perdón por todos nosotros. Tiene ante El al pelotón de soldados que le han clavado a la cruz, sabe que detrás de estas torturas que está pasando está la conspiración de los dirigentes de su pueblo, y en un horizonte infinito tiene sobre El el peso de todos los pecados del mundo, nuestras cobardías, nuestros egoísmos, nuestros olvidos, nuestra tremenda debilidad moral.
Su oración es como un manto de misericordia que se extiende por el mundo, un rocío de paz y serenidad que cubre nuestros pecados y renueva nuestros corazones. Gracias Señor, Tú nos perdonas y pides perdón a Dios por todos nosotros. Esa inmensa oración con la que Tú has querido envolver y proteger nuestra vida ha sido capaz de devolvernos la inocencia y la paz. Junto a tu Cruz estamos tranquilos, podemos mirarnos al espejo sin sonrojarnos por nuestros pecados, podemos esperar la muerte y levantar nuestros ojos hacia Dios sin sentir miedo ni estremecimiento. Dios es tu Padre y nuestro Padre, Dios te escucha y nos perdona, Dios te envió al mundo para que le pidieras perdón para todos desde esta tierra de ignorantes y pecadores.
Alejarse de Dios es condenarse a vivir siempre de espaldas a la luz, es como encerrarse en el calabozo de uno mismo sin querer salir a la verdad y a la belleza de nuestra vida que es el amor de Dios que nos perdona y nos renueva interiormente, que nos devuelve la esperanza de la alegría de la salvación. Desde lo alto de su sabiduría, desde la cumbre de su perfección infinita, Dios es todo compasión. Nos conoce, sabe lo ignorantes que somos, conoce de sobra el orgullo de nuestro corazón. Lo sabe también Jesús, que tiene la sabiduría de Dios, y por eso está siempre dispuesto a perdonarnos.
No sabemos lo que hacemos cuando queremos edificar una sociedad sin Dios, sin Jesucristo, sin cristianismo, y nos extraña que nos crezca una sociedad cada vez más violenta, más injusta, más corrompida. No sabemos lo que estamos haciendo. No sabemos apreciar lo que Jesús inauguró con su muerte inocente. El mundo de Jesús es un mundo de pecadores arrepentidos, un mundo de perdón y de fraternidad. Dios nos perdona y nos enseña a perdonar a los hermanos que nos ofenden, con un amor que nos libera de nuestros pecados, de los pecados ocultos y de los pecados públicos, del orgullo y de la injusticia, del egoísmo y de la ambición, de todas las discriminaciones, de todas las injusticias, de todas las violencias.
La oración de Jesús mantiene siempre abierta para nosotros la puerta del corazón de Dios. La oración de Jesús pone en manos de la Iglesia el sacramento del perdón, ofrecido siempre para ayudarnos a recuperar nuestra justicia interior, la conformidad con nosotros mismos, la paz con Dios y con los hermanos. Este sacramento que ahora descuidamos con tanta facilidad es un fruto maravilloso del sufrimiento y de la intercesión de Jesús por nosotros. Con Jesús te pedimos, Dios nuestro, “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
7 comentarios
Un cordial saludo
La palabra diablo, significa el que separa al hombre de Dios, y por consiguiente al hombre del hombre. El separatismo es anti-cristiano y por lo tanto diabólico (se origina desde el egoismo, la soberbia y el odio y engendra odio). Lo verdaderamente cristiano es la fraternidad universal. La "hoja de ruta" de cualquier politico que se dice cristiano, y de cualquier cristiano (sobre todo si pertenece a la jerarquia) debe ser, hacer realidad politica, social y económica; la hermandad entre todos los hombres. La división solo genera confrontación. Solo hay partido cuando hay dos equipos en el estadio.
CON AMOR PARA TODOS USTEDES
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