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29.08.15

El Tercer Camino

Arrojado a la vida para caminar, el escritor se encontró ante “dos sendas que nacían de un mismo lugar, una era tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos”. Y preguntando a un mendigo que sentado a la vera descansaba, si por aquella senda había ventas y mesones le respondió:

“¿Cómo queréis que les haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida -dijo- el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo de ella, es una jornada sola y breve desde él a la pena o a la gloria. Diciendo esto se levantó y dijo: -¡Quedaos con Dios!; que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho.”

Ante la seca respuesta, decidió probar por la otra  senda, a sabiendas de el segundo camino acababa en una puerta con entrada y sin salida del Infierno. Nuestro escritor nunca había visto “tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros (…)  todo eran bailes y fiestas, juegos y saraos, y no el otro camino, que por falta de sastres iban en él desnudos y rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios. Pues ventas, a cada paso, y bodegones sin número”.

Y de repente se quedó sobrecogido al ver a lo lejos un tercer camino “por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, y la mortificación, que en otros son mercancía del Cielo, es noviciado del Infierno”.

Acierto pleno el de Quevedo, que se adelantó unos cuantos siglos a diagnosticar la carcoma del catolicismo actual, porque si en el siglo XVII los hipócritas ya caminaban por senda propia, ahora por aglomeración haría falta construirles una gran autopista con muchos carriles. No, el verdadero y grave problema de la Iglesia nunca ha estado fuera, sino dentro, como la carcoma que opera desde el interior. Los verdaderos enemigos de los católicos no son los que solo pueden matar el cuerpo, sino los que emponzoñan la doctrina para envenenar el alma.

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