InfoCatólica / Scriptorium / Archivos para: Mayo 2015

22.05.15

El martirio de la coherencia

Jesús lo dijo bien claro para que no hubiera dudas. Y tampoco sus palabras se pueden prestar a esas interpretaciones acomodaticias, que sostienen que hay que ser graciosetes con el mundo para que hablen bien de uno en los telediarios. Su mensaje es inequívoco: «Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros (…) Acordaos de la palabra que ya os dije: «no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán».

Pero seguimos sin enterarnos, porque la enfermedad que padecemos los católicos, y muy especialmente los católicos españoles es la esquizofrenia, cuya consecuencia inmediata es la infecundidad. La esquizofrenia y la tibieza –cara y cruz de la falsa moneda religiosa-, no solo no atraen, sino que repelen, e incluso a Dios que es la Misericordia infinita la tibieza le provoca el vómito. Así las cosas, la vida privada y la vida pública de los esquizofrénicos espirituales se convierten en dos líneas paralelas que -como aprendimos en el colegio- por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse. La falta de conexión entre estas dos líneas, la esquizofrenia, en definitiva, está muy extendida sobre todo entre los católicos que trabajan en la actividad política y en los medios de comunicación, en realidad dos actividades que hoy en España son una sola cosa, dando la razón a Juan Rico y Amat cuando escribió, a mediados del siglo XIX, que «los periodistas son los campaneros de las iglesias políticas».

Ese gran obispo que tengo en Alcalá de Henares, lo ha dicho por escrito mejor que yo en su carta pastoral de 24 de septiembre de 2014, que llevaba el elocuente título de «Llamar a las cosas por su nombre» y con toda claridad y gran valentía denunciaba responsabilidades dentro las instituciones eclesiásticas. Decía lo siguiente:

«Con afecto hacia las personas y con dolor, también debo decir que, en ocasiones, algunas instancias de la Iglesia Católica que camina en España no han propiciado, más bien han obstaculizado, la posibilidad de que aparezcan nuevos partidos o plataformas que defiendan sin fisuras el derecho a la vida, el matrimonio indisoluble entre un solo hombre y una sola mujer, la libertad religiosa y de educación, la justicia social y la atención a los empobrecidos y a los que más sufren: en definitiva la Doctrina Social de la Iglesia. Gracias a Dios el Papa Francisco ha sido muy claro respecto del aborto en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (nn. 213 y 214)».

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13.05.15

Mañana a las ocho nos vamos a Jaén

-         “Mañana a las ocho nos vamos a Valladolid…”

Que no…, que no me he equivocado en el título, un poco de paciencia y se entenderá. Sucedió hace años… Efectivamente eran otras épocas, pero aquel personaje se sobreponía a todos los tiempos. Y, por supuesto, estas cosas solo pueden ocurrir en una Facultad de Derecho. Repitamos y sigamos…

-         “Mañana a las ocho nos vamos a Valladolid.”

Eso es lo que le dijo el catedrático al profesor ayudante de Historia del Derecho, que había acudido a su despacho, convocado por Lolita. Porque Don Conegundo, catedrático y académico de muchas campanillas, nunca llamaba a sus subordinados docentes directamente y siempre lo hacía a través de Lolita, que era su secretaria desde la época de los visigodos, en opinión del muy rufián y taimado colectivo de alumnos, porque la Historia del Derecho que enseñaba Don Conegundo empezaba y acababa con los visigodos.

Así es que si había que salir a las ocho para Valladolid, eso quería decir que el profesor ayudante se tenía que personar en el portal de la casa de Don Conegundo a las siete y media de la mañana.  Y como era de esperar, Don Conegundo apareció a las ocho, pero a las ocho y cuarenta y cinco y con cara de sorpresa le preguntó al PNN (profesor no numerario), que es como toda la vida se ha llamado a los profesores de Universidad que todavía no han ganado una oposición.

-         ¿Pero qué hace usted aquí a estas horas…?

-         Como me dijo ayer “mañana a las ocho nos vamos a Valladolid…” Y no le dejó seguir.

-         Claro que sí. Nos, la cátedra, nos vamos a Valladolid, pero usted se queda en Madrid dando clase…

Pues bien, yo que ni soy Don Conegundo ni hablo en plural mayestático quiero informar a mis lectores “que mañana a las ocho nos vamos a Jaén”. A esa hora he quedado con un colega, porque nos ha invitado la Facultad de Económicas de la Universidad de Jaén, para participar en un seminario sobre la Historia del empresariado español. Y, aprovechando el viaje, por la tarde en la sede del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Jaén doy una conferencia sobre el sentido histórico de las apariciones marianas en la Edad Contemporánea. ¿Y por qué cuento mis andanzas por tierras andaluzas? Pues naturalmente, con la intención de que los lectores de Infocatólica de Jaén se enteren y puedan asistir el próximo jueves día 14 a las ocho de la tarde.

Y en atención a que ni todos los lectores de Jaén ni, por supuesto, los que no viven en Jaén, podrán acudir y que hoy, día 13, es el día de la Virgen de Fátima, voy a anotar aquí algunas de las ideas que pienso desarrollar.

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5.05.15

Del inglés sin esfuerzo a la santidad sin virtudes

     -  Oye Lola, ¿tú hablas inglés?

     -  ¡Ni Dios que lo consienta!, contestó al instante la artista y con un gesto en la cara mostró un rasgo de indignación, porque preguntar eso a Lola Flores era lo mismo que ofenderla en su españolidad.

Y en efecto, es que por entonces estudiar inglés no es que estuviera mal visto, es que ese aprendizaje no se veía por ninguna parte. Los chicos de Preu nos examinábamos todos de francés en la asignatura de idioma moderno. Pero como en aquellos años buena parte de las canciones de los guateques las importábamos de Inglaterra y Estados Unidos, empezamos a sentir la necesidad de comprender algo más, porque solo éramos capaces de descifrar lo de “I love”, y a partir de ahí todo era un  enigma. Y como siempre hay algún espabilado que no duda en hacer negocio con la ignorancia ajena, apareció en las librerías una publicación que se vendió como rosquillas, porque llevaba en su tapa un título que era todo un reclamo: “El inglés sin esfuerzo”. Y sucedió lo que tenía que suceder, que nos sacaron las pesetas y seguíamos estancados en la comprensión de aquellas dos palabras, “I love”, hasta que la necesidad profesional nos obligó a esforzarnos para aprender inglés, y entonces comprobamos que el avance era directamente proporcional al esfuerzo que íbamos poniendo, pero eso ya sucedió anteayer, cuando ya habíamos entrado en años.

Todavía no acierto a comprender como pudimos caer en  la trampa de lo del “inglés sin esfuerzo”, porque mi generación era la del continuo esfuerzo; nosotros teníamos que esforzarnos para portarnos bien hasta en el cine, donde los acomodadores tenían también sobre todo el encargo de vigilar el orden y la moralidad en la sala oscura, donde lo más que se solía hacerse eran “manitas”, y así y todo con mucho tiento porque te podían poner de patitas en la calle en lo mejor de la película, si es que sacabas los pies del tiesto.

Y si el esfuerzo era compañero inseparable de nuestros momentos de ocio, ni que decir tiene que ese esfuerzo se redoblaba cuando estábamos en el colegio. Al colegio íbamos a educarnos cristianamente, porque como todavía no se había impuesto la moda de la aconfesionalidad, hasta en los colegios públicos además de la clase de religión se rezaba el Rosario y se hacía el mes de mayo. Y en los colegios de frailes y monjas daban mucha más ración, porque tenían capilla y capellanes. Y se nos hablaba sin tapujos de la virtudes humanas y cristianas, a las que identificábamos con el esfuerzo, porque bien a las claras se nos explicaba que virtud era lo mismo que fuerza y esfuerzo. Y como nuestros educadores llamaban a las cosas por su nombre nos hablaban del cielo y del infierno, y nos advertían que solo de los que se esforzaban por entrar por la puerta estrecha llegaban a la meta celestial. Y como no nos traumábamos por escuchar las verdades fuertes, pues no nos tenían ni que llevar a los psicólogos, que ni los había ni falta que hacían. Y como es sabido que la cabra tira al monte y nuestros maestros nos consideraban como pequeños cabritillos, nos ponían ejemplos de niños santos, para que cuando estuviéramos fuera de su vigilancia supiéramos cómo debíamos portarnos.

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