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24.11.09

Católicos y vida pública

Católicos y Vida Pública

Los sé de buena tinta, porque mi informador no tiene necesidad engañarme. Mi buen amigo me contó con todo lujo de detalles cómo surgió hace once años lo de los Congresos de Católicos y Vida Pública. La verdad de la historia es que ni el lujo era tanto ni muchos los detalles: sólo había unas tazas de café y aunque era por las mañanas, ni siquiera había bollos ni churros madrileños. Porque fue en una cafetería de la Castellana donde a los remolinos que hacían las cucharillas en las tazas, en movimiento concéntrico, se le empezó a dar vueltas a una idea, a una buena idea.

Por entonces las fechorías de algunos católicos en la vida pública, su doble vida no se justificaba todavía con el recurso del mal menor. Hace once años la coartada era muy tosca. Hace poco más de una década la esquizofrenia moral se justificaba estableciendo esta distinción: existía una vida pública y otra privada. Por eso en aquel café, presidido por Alfonso Coronel de Palma, cuando alguien dijo que no, que sólo había una vida cuajada de unidad y de publicidad, porque la vida de los cristianos no se puede ocultar debajo del celemín, el presidente del CEU de entonces expuso la necesidad de convocar a unas sesiones bajo el lema “Católicos y Vida Pública”. No era fácil poner en marcha la iniciativa, pero para eso ya estaba Carla Díaz de Rivera, que además de patas y ruedas para que echase a andar la idea de Alfonso, le puso alma, vida, y las oraciones que mendigó por muchos conventos de clausura. Y así año tras año hasta hoy, en que Alfredo Dagnino y Francisco Serrano han cogido el testigo de Alfonso, de Carla y de cuantos detrás de ellos han trabajo tanto para hacer posible estos congresos.

Y contra esta iniciativa, el sistema que cobija el mal de la hipocresía y de la doble vida ha sabido protegerse al perfeccionar la mentira sobre la que se asienta con un doble recurso. En primer lugar hizo creer a la sociedad que el bien no existe y que sólo es posible actuar en la vida pública guiados por el mal menor, que les permite a los rectores de la vida publica en cualquier momento hacer de mangas capirotes. Y en segundo lugar convenció a gran parte de la sociedad de que España era un jardín florido y hermoso, y un buen día, cuando llegó Zapatero al poder, todas las flores se marchitaron; por eso, el día que se entronice a Rajoy en la Moncloa, el jardín volverá a florecer, con más rosas incluso de las que había antes.

Lo que sorprende es que a pesar de la simpleza y la brutalidad del argumento anterior, esté tan generalizada la aceptación de la muerte y la regeneración floral. Y lo está por lo que de comodidad ofrece, porque si Zapatero tiene la culpa de todo entonces nadie tiene nada que rectificar. Y además, si todas las soluciones de nuestros males se resuelven llevando a Rajoy a la Moncloa, no es necesario que nadie mueva un solo dedo. De manera que por este camino sobran todas las soluciones que no sean las políticas, y de este modo se eleva a dogma el lema totalitario de que fuera del PP no hay salvación, auténtica apoteosis de la esquizofrenia moral que convierte a la vida pública y la vida privada en dos líneas paralelas que jamás se juntan. Y como el sistema no va a permitir que le destruyan su coartada, en consecuencia se deduce que en un futuro, el éxito moral de los Congresos de Católicos y Vida Pública será inversamente proporcional a la presencia de los peperos en los mismos.

Javier Paredes