15.11.17

Santa Gertrudis, la confianza y el insomnio

Santa Gertrudis, Miguel Cabrera 1763

Preparando la celebración del día de Santa Gertrudis (16 de noviembre), hemos copiado para nuestros lectores dos textos de la principal obra de esta gran mística medieval, el “Heraldo del amor divino”.

Para quienes no la conozcan bien, Santa Gertrudis de Helfta, también conocida como Gertrudis la Grande, (+ Helfta, 1302), fue una monja benedictina o cisterciense (no hay consenso en este punto) y escritora mística. Entró al Monasterio a los 5 años de edad, y hasta los 26 años vivió una vida tibia. El 27 de enero de 1281 tuvo su primera experiencia mística, que supondría un profundo cambio en su vida. Se trató de una visión de Cristo adolescente, que le decía: “No temas, te salvaré, te libraré… Vuélvete a mí y yo te embriagaré con el torrente de mi divino regalo”. ​ A partir de este momento dejó los estudios profanos por los estudios teológicos y espirituales. Entre sus obras destacan el “Heraldo del amor divino” y los “Ejercicios espirituales”. Toda su espiritualidad está centrada en la Liturgia, la devoción al Corazón de Cristo y la confianza en su misericordia.

Los textos que a continuación copiamos destacan el tema de la confianza, verdadero núcleo del camino espiritual de Santa Gertrudis, terminando por una bella oración que le fue revelada por el Señor para quien padece de insomnio.


Del Heraldo del Amor Divino, Libro III, Cap. VII:

Como deseara la santa prepararse para la comunión y se viera molestada por muchas distracciones, imploró la ayuda divina y recibió del Señor esta respuesta: “Si un alma, molestada por la tentación, se refugiare en Mí, podré muy bien decir de ella: Una est columba mea, tamquam electa ex millibus, qui in uno oculorum suorum transvulnerat cor meum divinum: “Mi paloma es única, escogida entre mil; con una sola de sus miradas ha traspasado mi Divino Corazón”. Si creyera no poder socorrerla en dicho peligro, sentiría mi alma un dolor tan profundo por ello, que todas las alegrías del cielo no bastarían para endulzar mi pena. Mis amados encuentran siempre en mi humanidad, unida a mi divinidad, un poderoso abogado, que me obliga a tener piedad de sus miserias”.

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30.10.17

Para guardar la paz del alma

San Doroteo de Gaza, ícono de autor desconocido

San Doroteo de Gaza o de Palestina, también conocido como Doroteo el eremita (505-565) fue un monje y archimandrita palestino. Tradicionalmente se le considera discípulo de Juan de Gaza, llamado el Profeta, que le curó de una enfermedad que sufrió durante años. Ingresó en el monasterio basilio de Abba Serid, cerca de Gaza, bajo la tutela de Barsanufio de Palestina y Juan. Hacia el 540 fundó un monasterio propio, ejerciendo el cargo de abad. Escribió una regla para los monjes, conservadas en parte con el título Directrices de aprendizaje espiritual. Fue maestro de Dositeo de Gaza.

Entre sus obras, destacan las llamadas “Conferencias” acerca de los grandes temas de la espiritualidad monástica. De la VII conferencia titulada “De la acusación de sí mismo”, copiamos para nuestros lectores el siguiente pasaje, que aunque ciertamente está muy asociado al camino de perfección propiamente “monástico”, no deja de ser enriquecedor meditarlo y vivirlo en el contexto de cualquier otra vocación, que siempre es una vocación a la santidad.


De las conferencias de San Doroteo de Gaza:

“¡Qué alegría, qué paz disfrutará donde sea que vaya, aquel que se acusa a sí mismo, como lo ha dicho abba Poimén! Cualquiera fuere el daño, la ofensa o la pena que le infieran, si a priori se juzga merecedor de ella, no se sentirá perturbado nunca. ¿Hay algún estado que esté más exento de preocupación que este?

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5.10.17

La utilidad y el gozo divino de la soledad

San Bruno, Jean-Antoine Houdon (1741-1828)

En estas primeras Vísperas de San Bruno (+1101), Solemnidad para nosotros, miembros de Schola Veritatis, reproducimos aquí una de las 2 cartas que se conservan de este gran santo fundador de la Cartuja, la carta a su amigo Raúl le Verd, el cual habiendo hecho con él voto de vida monástica, no lo complía retenido por sus cargos eclesiásticos.  


Al venerable señor Raúl, preboste de Reims, envía Bruno sus saludos, con un espíritu de caridad muy puro.

   Brilla en ti la fidelidad a una antigua e inquebrantable amistad, tanto más admirable y digna de elogios cuanto más rara es encontrarla entre los hombres. A pesar de la distancia y el tiempo que han separado nuestros cuerpos, jamás tu afecto se ha separado de su amigo. Lo atestigua la extrema amabilidad de tus cartas en las que me repites lo entrañable de tu amistad, los numerosos favores que me has prestado a mí y al hermano Bernardo por mi causa, y otras muchas atenciones. Mi agradecimiento no está, por cierto a la altura de lo que tú mereces, pero brota de la fuente límpida del amor, en pago a tanta bondad.

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22.06.17

Texto de la espiritualidad cartujana para el día del Sagrado Corazón

Mosaico del Sagrado Corazón de Jesús

Como un alimento para la oración personal en este día que la Iglesia ha consagrado a la celebración del misterio del Sagrado Corazón de Jesús, hemos traducido para nuestros lectores un texto del cartujo Dom Jean Anadon, quien fue Prior de la Cartuja de Zaragoza, fallecido en 1682.

He aquí el texto. 


In me, omni spes vitae (Eccl. XXIV, 25, traducido : en mí, toda esperanza de vida)

Longinus apparuit mihi latus Christi lancea (dit saint Augustin) et ego intravi et requiesco securus. Longino (el centurión) me ha abierto, con su lanza el costado de Jesús y yo he entrado, habito ahí con toda seguridad, reposo dulcemente, me reconforto con delicias y me nutro con deleite. Sí, el costado de Jesús ha sido traspasado justamente cerca de su corazón, para abrirnos el camino y la puerta que da el acceso a él. Es la apertura del arca por la cual entran todos aquellos que escapan al naufragio.

Examinad esta herida del Sagrado Corazón, ¡es ahí el origen de nuestra vida! Ahí, efectivamente, nuestro Padre celestial nos ha regenerado para la vida del Cielo; ahí, se puede contemplar, abiertamente, el incomprensible amor de Jesús por nosotros, cuando se le ve entregarse entero por nosotros. Él no se ha reservado nada para Él mismo en el fondo de su Corazón, sino que lo ha dado todo por nosotros. ¿Qué más podía hacer? Todo lo que podía hacer, lo ha hecho. Nos ha abierto su Corazón, este santuario escondido donde Él nos introduce como unos íntimos amigos, porque Él pone toda su felicidad en estar con nosotros, en una tranquilidad silenciosa, y en reposar cerca de nosotros en un tranquilo silencio.

Él nos ha dado su Corazón, todo cubierto de crueles heridas, a fin de que nosotros permanezcamos ahí hasta que, completamente purificados y conformes a su Corazón, seamos dignos de ser lanzados con Él en el seno del Padre Celestial. Jesús nos dona su Corazón a fin de que él sea nuestra morada, y nos pide también el nuestro para hacerlo su morada. Él nos dona su corazón como un lecho cubierto de rosas enrojecidas con su sangre, y nos pide nuestro corazón que debemos ofrecerle adornado de los blancos lirios de la pureza. ¿Quién osaría negarle aquello que Él nos ha dado con tanta liberalidad y profusión?

He aquí que Él nos invita a entrar en sus heridas más dulces que la miel, en su amable costado abierto, el cual es la bodega mística lleno de todas las delicias del Cielo. Venid, dice El, mi hermana, mi paloma, entrad en el hueco de la Peña, es decir en mis sagradas heridas.

Dom Jean Anadon, prior de la Cartuja de Zaragoza

13.06.17

Corpus Christi; Liturgia y ortodoxia doctrinal

Adoración eucarística

La espiritualidad litúrgica, que dimana de la Escritura y de la Tradición, interpretadas por el Magisterio apostólico, se caracteriza por la segura ortodoxia de sus rasgos. Pío XI afirmaba que la litur­gia «es el órgano más importante del Magisterio ordinario de la Iglesia» (al abad Capelle 12-XII-1935). Ella es, según Pablo VI, «la primera escuela de nuestra vida espiritual» (Clausura II ses. concilio Vat. II, 4-XII-1963). La Iglesia Madre educa a sus hijos, por la liturgia, en la fe apostólica más genuina y católica (cf. CEC 1124).

«Legem credendi lex statuat supplicandi» (CEC 1124), esto es, la ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. Los dogmas de la Santa Iglesia, lejos de atenuar el misterio, perfilan sus contornos y proporcionan el contenido para que el espíritu pueda avanzar, con certeza, en la oscuridad luminosa de la fe y adentrarse en la profundidad del misterio de Dios, sin temor de apartarse de la ortodoxia doctrinal.

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