El caracter patógeno de la cultura contemporánea I

Depresión

En el presente post, queremos compartir con nuestros lectores un muy buen artículo de Martín Federico Echavarría sobre El carácter patógeno de la cultura contemporánea. Martín F. Echavarría es Doctor en Filosofía (Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma, 2004); Licenciado en Filosofía (UCA, Buenos Aires, 1999); Licenciado en Psicología (UCA, Buenos Aires, 1997); Director del Departamento de Psicología de la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona). Autor de los libros: La praxis de la psicología y sus niveles epistemológicos según Santo Tomás de Aquino; De Aristóteles a Freud: Historia filosófica de la psicología;yCorrientes de psicología contemporánea.

Para facilitar la lectura, hemos querido dividir este artículo en 3 post que serán consecutivos. Los destacados en negrita y cursiva son nuestros.

El carácter patógeno de la cultura contemporánea

Martín F. Echavarría

Introducción

Se nos ha pedido que hablemos acerca del carácter patógeno de la cultura actual. Evidentemente se trata principalmente del desequilibrio psíquico, no del orgánico. Este último, por el avance de las ciencias biomédicas parece en retroceso, si bien siempre surgen nuevos desafíos. Por otro lado, los trastornos psicosomáticos, en la medida en que dependen de circunstancias psicosociales, pueden estar también aumentando.

Muchos de nosotros podemos tener la sensación de que la situación cultural actual es generadora de desequilibrio mental. Tal vez no lo podamos probar con datos y cifras, pero tenemos la experiencia diaria de que así parece ser. Es verdad que ya Freud denunciaba a la cultura de su tiempo de ser causa de patología[1]. Él acusaba abiertamente de ello a la moral occidental judeocristiana. Después de más de un siglo del desarrollo de la obra de Freud y de la extensión del psicoanálisis, y de otras escuelas de psicoterapia, además del predominio de una mentalidad amoral, hedonista, centrada en la búsqueda del bienestar, la situación no parece haber mejorado, sino incluso empeorado.

1. Datos sobre prevalencia de enfermedades mentales

A continuación, pasamos a reseñar algunos datos de salud mental procedentes del Nacional Institute of Mental Health (NIMH) de los Estados Unidos. Como veremos, los porcentajes son elevados, a pesar de que hay estadísticas más alarmantes aun de otros países[2].

En general la prevalencia de trastornos mentales en la población estadounidense adulta es del 26,2%, de los cuales 22,3 (es decir, el 5,8% de la población adulta total) es calificado como grave. En los adolescentes (de 13 a 18 años) la prevalencia es aun mayor: 46,3% (21,3% de los cuales es grave)[3].

Los trastornos de la personalidad en Estados Unidos tienen una prevalencia del 9,1% en la población adulta[4]. Según la misma fuente, el trastorno evitativode la personalidad tiene una prevalencia del 5,2%, el trastorno límite de la personalidad tiene una prevalencia del 1,6% (hay estudios que lo elevan al 2%)[5], y el trastorno antisocial una prevalencia del 1%. En general, en torno al 40% de ellos están recibiendo tratamiento terapéutico[6]. La prevalencia del trastorno límite es superior en mujeres, y la del trastornos antisocial, superior en varones.

Según el NIHM[7], el 18,1% de los adultos americanos sufren alguna forma de trastorno de ansiedad; el 22,8% de ellos, un trastorno severo (4,1% de la población adulta)[8] El 60% son mujeres. De la población entre 13 y 18 años, la prevalencia es del 25,1%, y los casos graves alcanzan el 5,9%. El 8,7% de los adultos padece alguna fobia específica (21,9% de ellos, grave) y la prevalencia en los adolescentes es del 15,1%. La fobia social alcanza al 6,8% de los adultos (29,9% graves) y al 5,5% de los adolescentes. El 2,7% de los adultos sufre ataques de pánico. Los casos de trastorno obsesivo-compulsivo son el 1% de la población adulta, de los cuales más del 50% son considerados graves[9].

En cuanto a los trastornos del estado de ánimo (como la depresión mayor y el trastorno bipolar), la prevalencia en la población adulta es del 9,5% (45% de ellos, graves)[10] y en los adolescentes es del 14%. Los trastornos de la conducta alimentaria en los adolescentes tienen una prevalencia del 2,7%[11]. En relación al consumo de drogas, según el Observatorio Argentino de Drogas, en el año 2005 la prevalencia del consumo de marihuana era del 8,5% y de la cocaína del 3,4%, elevándose el consumo en general de alguna droga ilícita al 11,9% de la población total del país[12]. En España, el consumo de hipnosedantes se sitía en el 11,4%, el de cánnabis en 9,6% y el de cocaína en el 2,3%[13].

Por motivos ideológicos, es muy difícil obtener cifras fiables referidas a la homosexualidad y las parafilias, así como a otros trastornos de la identidad y de la conducta sexual. El demógrafo Gary Gates publicó recientemente un estudio en el que afirma que en torno al 1,7% de la población adulta americana se declara homosexual, el 1,8% de la población, bisexual, y, tal vez el dato culturalmente más significativo, el 8,2% de la población adulta declara haber tenido relaciones sexuales con personas del mismo sexo (incluyendo todos los grupos: homosexuales y bisexuales, pero también personas que se declaran heterosexuales)[14].

Según el National Center for Chronic Disease Prevention and Health Promotion (CDC), en el año 2009 el 46% de alumnos de escuela secundaria americanos tuvo relaciones sexuales, de los cuales el 14% tuvo cuatro o más parejas sexuales. En 2002, el 11% de los adolescentes comprendidos entre los 15 y los 19 años tuvo relaciones sexuales anales, y el 3% de los varones lo hizo con otros varones; para el sexo oral la cifra para ese año es del 55%[15].

Los datos mencionados de por sí pueden ser insuficientes para determinar el carácter patógeno de nuestra cultura. Habría que estudiar en detalle la incidencia de cada uno de los trastornos, y su aumento o disminución respecto de otros tiempos, con otros valores culturales. Esto es muy difícil de hacer, entre otras cosas por falta de datos fiables. Valgan estos datos simplemente como un cierto indicio. Remarquemos algunos de ellos:

1. Más de un cuarto de la población adulta, y casi la mitad de la adolescente podrían estar padeciendo algún trastorno mental.

2. Nueve de cada cien adultos, o tal vez más (del 10 a 15%), presenta algún trastorno de la personalidad.

3. Casi un cuarto de la población adulta padece algún trastorno de ansiedad. Casi nueve de cada cien adultos, y quince de cada cien adolescentes, padecen alguna fobia.

4. Nueve de cada cien adultos, y casi quince de cada cien adolescentes, padecen algún trastorno del estado de ánimo.

5. Casi tres de cada cien adolescentes sufren algún trastorno de la conducta alimentaria.

6. Si bien los índices de homosexualidad y bisexualidad se mantienen relativamente inferiores a lo que la influencia mediática podría hacer pensar, entre los dos hacen la no despreciable cifra del 3,5%. Pero más extraordinario, y más claramente atribuible a factores socioculturales, es el dato de que ocho de cada cien adultos declare haber tenido experiencias sexuales con personas del mismo sexo, aun cuando la mayoría de ellos (4,7%) se declaren heterosexuales.

7. Son muy preocupantes los datos sobre la sexualidad adolescente, con casi la mitad de ellos teniendo relaciones sexuales tempranas, con alta promiscuidad y variación de parejas, y un altísimo porcentaje del tipo contra natura (sexo anal u oral).

8. Preocupante también el alto índice de consumidores de droga.

2. Un ejemplo de patología de nuestro tiempo: El trastorno límite de la personalidad

Si atendemos a estos datos estadísticos, así como a la experiencia cotidiana, tanto del experto en psicopatología, como del lego, hay algunos trastornos que aparecen como característicos de nuestra cultura: ansiedad, depresión, trastornos de la identidad y la conducta sexual, a lo que hay sumar el alto número de trastornos de la personalidad, y especialmente la incidencia creciente de los trastornos límite de la personalidad (TLP).

Quisiera detenerme brevemente en este último trastorno, del que muchos autores sostienen que está en crecimiento como consecuencia del estilo de vida de la sociedad posmoderna[16]. La incidencia de los otros trastornos del Clúster C del DSM IV[17] es alta, pero se los encuentra con frecuencia y describe desde la época clásica de la psicoterapia, porque corresponden a los clásicos caracteres neuróticos obsesivo y fóbico. Hay quien sostiene que el TLP corresponde a entre el 30 y el 60% de los diagnósticos de trastornos de la personalidad[18].

El TLP -que no se debe confundir con otros trastornos denominados como ”límite” o “borderline”,es decir la esquizofrenia borderline o trastorno esquizotípico de la personalidad[19], y el retraso mental limítrofe- es un trastorno que se caracteriza por los siguientes rasgos: a) inestabilidad emocional e impulsividad; b) variabilidad del humor, con períodos depresivos y períodos de excitación cercanos a la manía; c) problemas de identidad, entre ellos de la identidad sexual; d) relaciones interpersonales que oscilan entre la idealización y la denigración; e) sentimientos crónicos de vacío; f) episodios disociativos en situaciones de fuerte estrés; g) conductas autodestructivas (autolesiones, intentos de suicidio); h) conductas compulsivas y adictivas altamente peligrosas (sexualidad promiscua, consumo de drogas y alcohol, conducta temeraria, compras compulsivas, etc.). Aunque personalidades como éstas han existido probablemente siempre, los especialistas detectan una mayor incidencia en el último tiempo, a la vez que destacan su altísima comorbilidad por encontrarla en la base de muchos trastornos clínicos. En efecto, este tipo de personalidad se encuentra detrás de muchos diagnósticos de trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, de la conducta alimentaria, así como del comportamiento y la identidad sexual, de impulsividad y compulsivos, y de drogodependencias.

Aunque algunos señalan que este trastorno presupone una predisposición biológica[20], hay importantes indicios de una causalidad principalmente psicosocial. Estos tienen que ver con una importante disfunción de la relación con sus padres y con otras figuras adultas de autoridad, en particular “la posible separación o pérdida parental, una implicación parental alterada y abuso físico, psicológico o sexual durante la infancia”[21]. Del 40 al 71% de las personas diagnosticadas de TLP reportan haber sido abusadas sexualmente durante su infancia[22]. En todo caso, parecería que muchas veces detrás del desarrollo de este tipo de personalidad hay una actuación paradójica por parte de los adultos, es decir, contraria a lo que se puede esperar de una figura paternal o de autoridad.

Son muchos los que insisten en que este trastorno está relacionado con el estilo de vida posmoderno[23]. Los autores de línea psicoanalítica sostienen que, mientras que la conformación de la identidad supone la represión y lleva a la neurosis, que es el precio que se pagaría por el desarrollo cultural (ya que el psicoanálisis niega de hecho la naturaleza social del ser humano), la disolución de la identidad cultural, promovería la caída en la inmediatez, la impulsividad y la disolución de la identidad psíquica individual[24].

Desde otro punto de vista, podemos sospechar que en estos trastornos hay una falta de sentido, pero no al estilo de la falta de sentido del adulto desarrollado de hace cincuenta años, sino que se remonta a la niñez, y que deriva de la ausencia o mala presencia de la influencia de los adultos significativos, cuando no del shock proveniente del maltrato y abuso. Esto lleva a la instauración temprana de disposiciones afectivas premorales (que no ajenas a lo moral) de huida impulsiva a través de la inmersión en el presente (pues nadie puede vivir en una perpetuo vacío interior), lo que mina las bases para la adquisición de las disposiciones que conducirán en el futuro a la templanza, y por lo tanto, a una vida dirigida por la razón, y que es capaz de sortear la atracción que para nuestra dimensión sensitiva suponen los estímulos del momento presente. El rechazo a la influencia de los adultos lleva a un fundamental desconcierto sobre la propia identidad, así como a la búsqueda de apoyo y confirmación exterior de la propia valía, y la ruptura de las relaciones, a causa de la inconstancia y la desilusión, provoca episodios de profundo desconcierto, depresión o disociación, y un cíclica caída en excesos encaminados a alejar el malestar por la satisfacción presente[25].

El desarrollo de la persona humana supone como punto de partida la acogida gratuita amorosa (con amor de caridad traducido y vivido también como amor sensible) en el seno de una familia. La progresiva disolución de la familia tradicional -es decir, de la familia en sentido estricto, en cuyo seno la naturaleza dispuso que el hombre fuera criado, con un padre y una madre determinados, establemente unidos y dispuestos a educar- y de sus condiciones de posibilidad sociales, legales, económicas, laborales (de estabilidad, previsibilidad, seguridad, suficiencia, etc.), la disolución de las protecciones de la infancia frente a la invasión y promoción mediática de imágenes y costumbres inmorales y contra natura, y la exaltación del individualismo, del oportunismo, de la búsqueda del éxito y de la artificialidad, son sin duda factores que no se pueden descontar como disposiciones para este tipo de desequilibrio. Tal como dice Fuchs:

Tenemos que tener en cuenta dos cambios culturales que han contribuido no sólo a la incidencia de la patología narcisista, sino también de la límite. El primero, es la ruptura en la estructura de la familia y de la comunidad, dejando a muchos niños al cuidado de un único pariente, solo, trastornado, y muchos adultos sin un sentimiento de seguridad en relaciones duraderas. El segundo cambio brota del surgimiento del pluralismo ideológico y de la pérdida de roles vinculantes o “ritos de paso” que proveen al individuo con patrones de identidad preformados y visiones del mundo compartidas. Una sociedad pluralista, móvil, anómica, en la que los vínculos entre las personas son efímeros, es probablemente el peor entorno posible para individuos con dinámicas borderline, que tienen una necesidad particular de estabilidad interpersonal e ideológica[26].

Fuchs insiste en esta idea, aportando más detalles:

[…] el carácter prominente de la sociedad presente refleja el crecimiento, no sólo de la patología narcisista sino, hasta cierto punto, de la borderline. La aceleración de los eventos momentáneos, la movilidad de la vida laboral, la futilidad de la comunicación, la fragilidad de las relaciones, el retroceso de la lealtad y el compromiso -estos son síntomas de una creciente fragmentación de la sociedad como un todo-. Esto es sólo reflejado por los individuos, quienes cada vez más tienden a “compartimentalizar” sus vidas, sus relaciones y sus actitudes, sin un esfuerzo hacia la coherencia. Simultánea o sucesivamente, viven en mundos muy diferentes que no se relacionan mutuamente. […] Este desarrollo culmina en personalidades límite con su self escindido y su desintegración de la identidad en fragmentos transitorios[27].

Estamos, pues, ante una clara afirmación de las raíces culturales (y, por lo tanto, morales) de la incidencia de un desorden psíquico. Por eso, hecha esta presentación de la situación actual, pasamos a desarrollar un intento de explicación teórica de la misma.


Notas:

[1] Por ejemplo, en La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna y en El malestar en la cultura.

[2] Según la Mental Health Foundation, del Reino Unido, uno de cada cuatro británicos sufre algún trastorno mental durante el año y la depresión afecta a un anciano de cada cinco: http://www.mentalhealth.org.uk/help-information/mental-health-statistics/ (28/05/2011).

[3] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1anydis_child.shtm (28/05/2011).

[4] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1anypers.shtm (28/05/2011). Bibliografía española señala una prevalencia mayor, que va del 10 al 13%; cf. Escribano Nieto, T. (2006). Trastorno Límite de la Personalidad: Estudio y Tratamiento. Intelligo, 1 (1), 4-20.

[5] Cf. Escribano Nieto (2006).

[6] El NIMH cita como fuente el estudio de Lenzenweger MF, Lane MC, Loranger AW, Kessler RC (2007). DSM-IV personality disorders in the National Comorbidity Survey Replication. Biological Psychiatry, 62(6), 553-564.

[7] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1anyanx_adult.shtml (28/05/2011).

[8] Kessler, R.C.; Chiu, W.T.; Demler, O; Walters, E.E. (2005). Prevalence, severity, and comorbidity of twelve-month DSM-IV disorders in the National Comorbidity Survey Replication (NCS-R). Archives of General Psychiatry, 62 (6) 617-27.

[9] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1odc_adult.shtml (28/05/2011). Kessler, Chiu, Demler, & Walters (2005).

[10] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1anymooddis_edult.shtml (28/05/2011). Kessler, Chiu, Demler, & Walters (2005).

[11] http://www.nimh.nih.gov/statistics/1eat_child.shtml (28/05/2011).

[12] http://www.asociacionantidroga.org.ar/superint/Estadisticas/Estado%20de%20situacion%20del%20consumo%20y%20tr%E1fico%20en%20la%20argentina.doc (28/05/2011).

[13] Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad: http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/observa/pdf/edades2011.pdf (21/10/2014).

[14] http://narth.com/2011/04/1-7-percent-of-the-18-and-over-population-identify-as-gay/ (28/05/2011).

[15] http://www.cdc.gov/HealthyYouth/sexualbehaviors/ (28/05/2011).

[16] Escribano Nieto (2006), 4: “el trastorno límite de la personalidad es para muchos autores el trastorno de la personalidad más complejo y frecuentemente uno de los más graves, como viene sosteniendo Millon a lo largo de toda su obra […]. Algunos autores llegan a declararlo como el trastorno emocional más representativo de nuestro tiempo y como el resultado de una sociedad instalada en la banalidad y en la falta de cohesión”. Ver también el Trabajo de Final de Grado que Ángel Ubach Royo hizo bajo nuestra direccción en la Universitat Abat Oliba CEU: “Influencias ambientales en el Trastorno Límite de la Personalidad“: https://www.academia.edu/3205827/Influencias_ambientales_en_el_trastorno_limite_de_la_personalidad (07/03/2014).

[17] Este aporte se escribió antes de la salida del DSM V.

[18] Ibidem, 10.

[19] Kernberg, designa como borderline a varios de los trastornos de la personalidad (que se caracterizarían por ser estructuras que se situarían establemente entre la neurosis y la psicosis), y no sólo al que el DSM-IV llama borderline. Aunque muy interesantes, sus consideraciones sobre estos trastornos están completamente viciadas por la fe psicoanalítica, con su marco teórico que por momento parece bordear el delirio, el dogma freudiano de la continuidad entre neurosis y psicosis, y el carácter puramente psicogenético de ambas. Cf. O. Kernberg (2005). Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico. Barcelona: Paidós. El CIE-10, coloca a los trastornos limite como subtipo de la categoría “trastorno de inestabilidad emocional de la personalidad”. La designación de estos trastornos como “límite” es discutida, porque supone la concepción psicoanalítica que los sitúa al límite de la psicosis, y los designa extrínsecamente y no por sus características propias.

[20] Escribano Nieto (2006), 12-13.

[21] Ibidem, 13.

[22] Según el NIMH: http://www.nimh.nih.gov/health/publications/borderline-personality-disorder-fact-sheet/index.shtml#9 (28/05/2011), que cita el estudio de Gardner, D.L. & Cowdry R.W. (1985). Suicidal and parasuicidal behavior in borderline personality disorder. Psychiatric Clinics of North America, 8 (2) 389-403.

[23] Ibidem, 10: “Algunos autores señalan que la incidencia del trastorno límite de la personalidad podría estar aumentando debido a la denominada por Leighton (1963) desintegración sociocultural asociada a mayores índices de patología. Según este autor, la lealtad llegará a ser sustituida por la individualidad, perdiendo así entre la juventud el sentido de pertenencia al grupo (Cervera et al., 2005). Esto asociado a las actuales rupturas de las familias por la movilidad geográfica, el divorcio y los rápidos cambios sociales incrementa el riesgo de la patología límite de acuerdo con Caballo (2004), al interferir en la transmisión generacional de valores. Igualmente, Paris (1996) ha hecho hincapié en la posible influencia de factores como la educación, el ambiente familiar, la estructura social en el desarrollo de este trastorno, o al menos, en la expresión del mismo.”

[24] Cf. Fuchs, T. (2007). Fragmented Selves: Temporality and Identity in Borderline Personality Disorder. Psychopatology, 40, 379-387; 379: “The concept of narrative identity implies a continuity of the personal past, present and future. This concept is essentialy based on the capacity of persons to integrate contradictory aspects and tendencies into a coherent, overarching sense and view of themselves. In ‘mature’ neurotic disorders, this is only possible at the price of repression of important wishes and possibilities for personal devolepement. Patiens with borderline personality disorder lack the capacity to establish a coherent self-concept. Instead, they adopt what could be called a ‘post-modernist’ stance towards their life, switching from one present to the next and being totally identified with their present state of affect. Instead of repression, their means of defense consist in a temporal splitting of the self that excludes past and future as dimensions of object constancy, bonding, commitment, responsibility and guilt. The price, however, consists in a chronic feeling of inner emptiness caused by the inability to integrate past and future into the present and thus to establish a coherent sense of identity.” Sin embargo, un indicio del error en que incurre Freud al atribuir los síntomas neuróticos a la represión es que hay una alta comorbilidad del TLP con los trastornos clínicos característicos de los síndromes neuróticos clásicos (fobias, obsesiones y compulsiones, disociaciones, somatizaciones, etc.).

[25] Esto implica la disolución de la personalidad psico-moral, es decir del conjunto de disposiciones operativas que hacen coherente y unida a la persona en su dimensión funcional, y no ontológica como algunos piensan erróneamente. Cf. Echavarría, M. F. (2010a). Persona y personalidad. De la psicología contemporánea de la personalidad a la metafísica tomista de la persona”.Espíritu, 139, 207-247.

[26] Fuchs (2007), 384.

[27] Fuchs (2007), 385.