San Juan Damasceno, 4 de diciembre

San Juan DamascenoSan Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia, nació en Damasco, Siria, hacia el 675, en el seno de una familia cristiana. Gran conocedor de la filosofía ingresó en el monasterio de San Sabas, próximo a Jerusalén. Ordenado sacerdote, fue gran predicador y escritor. Murió a mediados del siglo VIII.

Nace Juan en una «tierra santa», de muy antigua cristiandad, en la ciudad donde se convirtió San Pablo. Nace en la Siria de San Ignacio de Antioquía (+107), de San Policarpo (+155 ), de San Efrén (+373), también doctor de la Iglesia, de San Simón el Estilita (+459), en la tierra que por obra del Espíritu Santo engendró el monacato sirio, que, con el de Egipto, fue uno de los modelos más importantes del monacato antiguo. Nace en la Siria de los venerables templos antiquísimos, en la Siria que actualmente está dando a la Iglesia tantos miles de mártires cristianos.

Juan Damasceno es el último de los grandes teólogos antiguos de la Iglesia de Oriente. Son preciosas sus obras teológicas y espirituales, exegéticas e históricas, así como sus homilías y sus maravillosos cantos litúrgicos. Su obra De la fe ortodoxa, escrita poco después del 742, fue el manual clásico de telogía dogmática en la Iglesia griega y eslavo-ortodoxa durante la Edad Media, y aún hasta el día de hoy. Algo así como más tarde fue en la Iglesia latina la Summa Theologica de Santo Tomás. El 4 de diciembre, día de su memoria litúrgica, reproducimos un fragmento del capítulo primero de su declaración de la fe.

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tu mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, excelente congregación de la Iglesia, cima preclara de la más íntegra pureza, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.

Por intercesión de San Juan Damasceno, hoy pedimos al Señor que nos dé monjes y teólogos verdaderamente santos, y que proteja a nuestros hermanos cristianos de Siria, de Irak y de tantos otros países en los que los hoy sufren graves persecuciones, exilio, cárcel o muerte. Mártires de Cristo y de la Iglesia.