Permanezco pasmada de la grandeza de las ceremonias de la Iglesia (Sta. Teresa)

“Tres milagros florecen sin cesar en el jardín de la Esposa de Cristo: la sabiduría de los doctores, el heroísmo de sus santos y de sus mártires, el esplendor de su Liturgia. Et hi tres unum sunt!  (Y estos tres son uno).

Estas tres cosas hacen solo una, puesto que la Liturgia es ella misma un canto de sabiduría y de amor: resume los dos órdenes de la inteligencia y de la caridad y los hace subir en oración.

Por eso no es sorprendente que cuando la acción litúrgica golpea nuestros ojos y nuestros oídos, percibamos allí el secreto de nuestro destino y que un estremecimiento sagrado se apodere de todo nuestro ser como ocurrió con Juan Bautista a la voz de María.

La voz de la Esposa encanta el corazón del Esposo a la vez que santifica el alma de sus hijos, así cumple su doble función de culto hacia Dios y de santificación de las almas. Sin duda, ese estremecimiento de amor no puede ser para cada uno de nosotros lo que fue para Juan Bautista, el signo de su transformación repentina y total que hizo de él el más grande entre los nacido de mujer; sin embargo, tocados por la predicación litúrgica, presentimos un anuncio de la salvación y un sabor de vida eterna que nos transforma poco a poco.

Y si nos ocurre escuchar resonar esos acentos de otro mundo en una lengua sagrada, al interior de uno de esos templos de piedra que los antiguos elevaban dignamente, en acuerdo profundo con el espíritu de la oración, penetramos en un mundo misterioso donde los gestos y las palabras componen una armonía divina, como un débil eco de los cánticos de la ciudad celestial, los únicos capaces de distraernos un poco de las cosas de la tierra.

«Permanezco pasmada de la grandeza de las ceremonias de la Iglesia», decía santa Teresa de Ávila. Si nos interrogamos sobre el secreto de esta grandeza, nos apercibimos de que viene mucho menos del relieve y de la amplitud que le confieren nuestras industrias humanas, que de la esencia misma de la Liturgia y de su relación con dos órdenes de grandeza muy diferentes: la grandeza cósmica de nuestro universo creado y la grandeza sobrenatural del Reino de los cielos".

Dom Gérard, La Sainte Liturgie