InfoCatólica / María Lourdes Quinn / Categoría: ........ - Religiosos

25.10.09

Cuando Dios no nos da algo bueno que le pedimos

El ciego Bartimeo tuvo la dicha, según el Evangelio del XXX Domingo de Tiempo Ordinario, de recibir la vista y de oír del Señor: “Vete, tu fe te ha salvado” (Mc. 10, 52). Consiguió lo que quería tras perseverar en su petición. Pero, a veces el Señor no nos da las cosas buenas que le pedimos y nos podríamos preguntar por qué.

S. Antonio María Claret (1807-1870), cuya fiesta fue ayer, fue un novicio jesuita unos meses hasta que una enfermedad en su pierna le indicó que no era voluntad del Señor que se hiciera jesuita. Antes también había visto frustrado lo que creía era una vocación cartuja. ¿Fue eso tiempo perdido?

No, según la generosa economía divina. Según nos cuenta S. Antonio María Claret en su “Autobiografía”, en sus tres meses de noviciado jesuita, Dios le negó por medio de su superior tres cosas buenas que pidió y quizás recordaría esa experiencia al dar consejos a un laico años después en una “carta ascética”.

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24.10.09

Consejos eficaces de un exorcista a los que se creen poseídos por el demonio

S. Antonio María de Claret (1807-1870), el fundador de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, fue también Misionero Apostólico de Cataluña Apóstol de las Islas Canarias, Arzobispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II. Diría de él el Papa Pío XII al canonizarle:

“San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios".

El santo explica que desde los cinco años tuvo un gran celo por la salvación de las almas, al pensar en la eternidad del infierno que espera a los que cometían pecado mortal y no se arrepentían, al igual que la gran ofensa a su amado Dios Padre que suponía cada pecado mortal.

En este fragmento de su “Autobiografía” (.pdf) da consejos a las muchas personas que le pedían un exorcismo por pensarse poseídos por el demonio y revela algunos de los engaños que descubrió:

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23.10.09

La ambición de ser santo

Muy conocido es el dicho de S. Pablo: “evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad, y ¡ay de mí si no evangelizara!” (1 Cor 9,16), que uno podría fácilmente aplicar a S. Juan de Capistrano (1386-1456), el gran predicador franciscano conmemorado hoy por la Iglesia Católica. Pero, “¡Ay de mí si no evangelizara!” palidece ante “¡Ay de mí si no amara!” S. Agustín le diría al Señor: “¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?” (S. Agustín, Confesiones, 2, 5, 5).

El Señor insiste en el Evangelio del XXIX Domingo de Tiempo Ordinario: “el que quiera ser primero sea esclavo de todos” (Mc. 10, 44). ¿Primero en qué? Primero en amor. “El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor [. . . ]. El alma piadosa e integra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite.” (S. Gregorio Magno, Sermón 92).

¡Cómo sacó a la luz el más profundo deseo de S. Pedro al preguntarle: “¿Me amas más que estos?” (Jn. 21, 15)! Siempre busca nuestra voluntad el Señor sin forzarla, aumentando nuestros deseos por Él. Como dice Sto. Tomás de Aquino: “quien no quisiera amar a Dios más de lo que le ama, de ninguna manera cumplirá el precepto del amor” (Coment. A la Epístola a los Hebreos, 6, 1).

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19.10.09

Esperaban el martirio, pero no estas otras pruebas

Llenos de confianza, S. Juan y Santiago pidieron al Señor puestos de honor en Su Reino, y en respuesta, según el Evangelio del XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario, Jesús les pregunta:“¿Sois capaces de beber el cáliz que voy a beber…? (Mc. 10, 38) Para agradar al Señor, eso precisamente le pidieron los 6 sacerdotes jesuitas y 2 laicos asociados a ellos que fueron martirizados en Norteameríca de 1642 a 1659. Escribe el P. Juan de Brebeuf:

“Dios mío y salvador mío, ¿qué podré ofrecerte a cambio de todo lo que Tú has sufrido por mí? Quisiera alejar de Ti el cáliz e invocar tu nombre… Mi Señor Jesús, yo hago voto solemne de no rechazar de mi parte la gracia del martirio si, en tu bondad infinita, un día cualquiera me la llegaras a conceder a mí, tu indigno servidor… Y en consecuencia, Jesús mío, yo te ofrezco alegremente desde hoy mi sangre, mi cuerpo y mi alma, de suerte que yo pueda morir sólo por Ti, si Tú me concedes esta gracia, Tú que te has dignado morir por mí. Hazme capaz de vivir de tal manera que Tú puedas finalmente otorgarme esta muerte“.

El Señor les preparó a esos 8 mártires para que fueran capaces de beber Su Cáliz, llevándoles por caminos que no se esperaban.

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11.10.09

Cómo se decide el ganador del Premio Nóbel de la Paz

El lector Foix me comentó hace poco que el Hermano S. Rafael Arnáiz Barón (1911-1938) (recién canonizado este 11 de octubre), le acompañó mucho espiritualmente en la recuperación de un problema médico.

Ese santo sufrió por la diabetes tras entrar en la Trapa y tuvo que salir unas veces debido a esa enfermedad, que causó su fallecimiento. Encontraba paz en medio de sus enfermedades dándose por completo al Señor, la paz que compartió con otros, como hizo con Foix.

¡Qué contraste entre esa paz que concede Cristo y la paz de este mundo galardonada por el Premio Nóbel de la Paz! Según el testamento de Alfredo Nóbel, el Premio Nóbel de la Paz se concede a quien en el año anterior “haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de congresos de paz”.

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