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3.09.11

Lo difícil que es amar bien a los hijos

El amor de los padres por los hijos parece ser algo tomado por hecho, y parece algo contrario a la naturaleza de los padres el no amar a los hijos. Pero, así rezaba Sta. Teresa de Jesús de Ávila por los padres:

“Abridles, Dios mio, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están obligados a tener a sus hijos, para que no les hagan tanto mal, y no se quejen delante de Dios en aquel juicio final de ellos, adonde, aunque no quieran, entenderán el valor de cada cosa.” (“Fundaciones”, l0,9).

¿A qué mal se refiere esta Doctora de la Iglesia? A algo que una comentarista ha demostrado comprender a la perfección a pesar de las tragedias que ha sufrido en su familia.

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2.09.11

El peligro de la incertidumbre

En tiempos del Señor no había coches, ni faros de coches, o sea que mucho menos existía la expresión tan común en inglés que compara a los indecisos a un ciervo ante los faros de un coche (que acaba atropellado porque le paraliza la sorpresa del momento). No es precisamente una imagen grata ni linda de esa mansa creatura, pero en la vida espiritual se corre el riesgo de asemejarnos más a ese ciervo que al ciervo tan estimado en los salmos bíblicos.

Y no es que la indecisión sea en sí algo malo, como explica S. Antonio María Zaccaria en una carta a dos compañeros (4 de enero, 1931) [de donde son el resto de las citas del santo en este post]:

“Bien es verdad, queridos, que Dios ha creado el espíritu del hombre voluble e inconstante para que no se mantenga en el mal; y también, para que una vez alcanzado un bien, no se detenga en él, sino que pase a uno más grande, y de éste a otro mayor; de manera que, pasando progresivamente de una a otra virtud, logre alcanzar la cumbre de la perfección.”

Éste, según el santo, es el gran problema de la indecisión:

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1.09.11

Manteniendo vivo el hogar cristiano

Leyendo esta descripción del hogar cristiano hecho por el Bto. Juan Pablo II en 1979, uno podría pensar que es un ideal pasado de moda en el mundo moderno:

El hogar cristiano debe ser la primera escuela de la fe, donde la gracia bautismal se abre al conocimiento y amor de Dios, de Jesucristo, de la Virgen, y donde progresivamente se va ahondando en la vivencia de las verdades cristianas, hechas norma de conducta para padres e hijos.” (“Aloc. a los obispos de Argentina”, 28.10.1979).

Hoy en día, si uno hace caso a lo que se transmite en muchos medios de comunicación, no hay “norma de conducta para padres e hijos” excepto el hacer lo que le dé a uno la gana (aunque en eso no hay novedad). Vivir los valores de la fe en la familia no es tan idílico en práctica, como se ha dado cuenta una comentarista del blog, Alicia, que no deseaba que sus hijos asistieran a la catequesis de Primera Comunión.

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4.05.11

"Perdido y encontrado" por Oliver Jeffers

Mis mejores amigos son los que más me han perdonado. Son aquellos a quienes no les importa que no tenga la casa muy ordenada cada vez que les abra la puerta, los que me han excusado mis ratos de mal humor, los que han sabido mirar más allá de las desilusiones que les he causado, los que me sonríen olvidando el tiempo pasado entre llamadas o cartas…

Por eso será que me conmueve tanto “Perdido y encontrado” por Oliver Jeffers, que ilustra con sentido de humor un mensaje tan sencillo como profundo:el valor de una verdadera amistad.

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1.05.11

Antes de que sea demasiado tarde

El recién beatificado Papa Juan Pablo II, que declaró el II domingo de Pascua como Domingo de la Divina Misericordia, explica que:

El amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la “vanidad de la creación", más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro con el hijo pródigo […], y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo.” (“Enc. Redemptor hominis”, II,9).

Es el mismo Cristo Resucitado que, según el Evangelio del Domingo de la Divina Misericordia [1.5.2011]: “les enseñó las manos y el costado” (Jn. 20, 20) a los apóstoles cuando se les apareció. “También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.” (Bto. Juan Pablo II, Homilía 22.4.01] Teniendo en cuenta esas Sagradas Llagas del Señor, abiertas por el gran Amor de Dios por cada uno de nosotros, no sorprende que S. Agustín declare: “Toda mi esperanza estriba sólo en Tu gran misericordia” (“Confesiones”, l0). Entonces, ¿por qué necesitamos confesarnos sacramentalmente?

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