3.04.23

XXIX. Primera tentación de Cristo

Las tentaciones de Cristo[1]

Después de exponer los motivos por los que Cristo quiso someterse a las tentaciones del diablo, Santo Tomás se ocupa, en el siguiente artículo, del lugar de la primera tentación, Después en el consecutivo examina la circunstancia de ocurrir después del ayuno de Cristo.

Toda la exposición de esta cuestión sobre las tentaciones de Cristo la hace según el relato del evangelista San Mateo, que es más detallado de los que hacen San Marcos y San Juan. En su exposición de las tentaciones, San Marcos no indica cuales fueron, sino sólo que Jesús: «estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, y Satanás le tentó; estaba con los animales del desierto y los ángeles le servían»[2]. San Lucas relata las tres tentaciones, invierte el orden entre la segunda y la tercera tal como se encuentran en San Mateo[3].

Se lee en el Evangelio de San Marcos que: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. El tentador se acerco a Él, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Él le respondió y dijo: «Esta escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre , sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ (Dt 8, 3)» Entonces el diablo le tomó, le llevó a la santa ciudad, le puso sobre la almena del templo, y le dijo «Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque escrito está: ‘Ha mandado a sus ángeles sobre ti y te tomarán en las manos, para que no tropieces con tu pie en una piedra’ (Sal 90, 11)». Jesús le dijo: «También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16)». De nuevo el diablo le subió a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces Jesús le dijo: «Vete de aquí, Satanás; porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás (Dt 6, 13)». Entonces el diablo le dejó; y he aquí que los ángeles se acercaron y le servían»[4].

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15.03.23

XXVIII. Las tentaciones de Cristo

El motivo principal del diablo[1]

En la segunda cuestión de la parte del tratado de la Vida de Cristo dedicada al curso de su vida pública, la dedica Santo Tomás a las tentaciones de Jesucristo por el diablo. Examina la conveniencia del sometimiento de Cristo a las tentaciones, del lugar y del tiempo de las mismas, y finalmente de su orden y modo.

Comienza con esta afirmación: «Cristo sufrió tentaciones por parte del diablo, porque se narra en el Evangelio que, después de su bautismo: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por Espíritu al desierto»[2], «para ser tentado por el diablo»[3].

A ella presenta la siguiente dificultad: «Tentar es igual que probar, «someter a prueba»; lo que no se hace sino con cosas ignoradas»; pero el poder Cristo era conocido de los mismos demonios, pues leemos en San Lucas que «no permitía hablar a los demonios, porque sabían que El era el Mesías» (Lc 4, 41)»–; por tanto, no parece que tuviera sentido que el demonio le tentará»[4].

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1.03.23

XXVII. Pobreza de Jesús

Conveniencia de la pobreza de Cristo[1]

En la cuestión que dedica Santo Tomás al modo de vida Cristo, después de ocuparse de la conveniencia de su elección a una vida entre los hombres y austera, lo hace seguidamente, en otros dos artículos, sobre la de su pobreza y sometimiento a la ley mosaica. Con ello queda teológicamente justificado el modo de vivir de Cristo.

Respecto a la vida pobre de Cristo en este mundo, comienza por recordar que: «se dice en el evangelio de San Mateo: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20)». Como si dijera, tal como lo expone San Jerónimo: «¿Cómo deseas seguirme por causa de las riquezas y las ganancias del mundo, cuando mi pobreza es tan extrema que no tengo ni un hospedaje, y el techo que me cubre no es mío?» (Com. Evang S Mt, 8, 20, l. 1,). Y sobre estas palabras «para no darles motivo de escándalo, vete al mar» (Mt 17,26), San Jerónimo comenta: «Esto, entendido sencillamente, edifica al oyente cuando escucha que cuan grande Señor vivió una pobreza tan extrema, que no tuvo con qué pagar el tributo por sí y por el Apóstol». (Com. Evang S Mt, 17, 26, l. 3)»[2].

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15.02.23

XXVI. La predicación del reino de Dios

El misterio de Cristo[1]

Después de estudiar todos los misterios de la entrada de Cristo en el mundo, Santo Tomás se ocupa en seis cuestiones de los de su vida pública. Debe tenerse en cuenta también que, como se dice en el nuevo Catecismo: «toda la vida de Cristo es misterio», porque, por una parte: «muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 31)»[2].

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1.02.23

XXV. El bautismo de Jesús

Conveniencia del bautismo de Jesús[1]

La cuestión siguiente, Santo Tomás trata ya del bautismo de Jesús. Como en la anterior, dedicada al bautismo de Juan en general, comienza con la cuestión de su conveniencia. Para probarla, da tres razones.

La primera: «porque, como dice San Ambrosio: «fue Cristo bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas y, limpias por el contacto de la carne de Cristo, que no conoció el pecado, tuvieron la virtud del bautizar» (Com. Evang S. Lucas, l. 2, sob. 3, 21) ; y, como escribe San Juan Crisóstomo: «las dejara santificadas para los que después habían de ser bautizados» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» ,

La segunda, porque, como también dice San Juan Crisóstomo: «aunque Cristo no era pecador, recibió, sin embargo, una naturaleza pecadora y la semejanza de la carne del pecado (cf. Rom 8, 3). Por esto, aunque no necesitaba del bautismo para sí, lo necesitaba en otros la naturaleza carnal» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» , Y, como escribió San Gregorio Nacianceno: «se bautizó Cristo para sumergir en las aguas a todo el viejo Adán (Disc. 39).

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