III. Sabiduría de la fe

La confianza

En el lenguaje corriente, se entiende por fe, en el ámbito natural y sin relación con la religión, la actitud de fiarse de las palabras o de las promesas de alguien, porque se consideran  verdaderas por admitirse su autoridad, que tiene por su veracidad y bondad. Según este significado usual, fe es sinónimo de confianza.

Ya en su etimología la palabra «fe» tiene el significado de fiarse, o confiar en otro o en sus promesas. La razón es porque la palabra «fe» procede del término latino «fido», verbo que significa confiar.

 Sin embargo, la confianza, o el antiguo sinónimo «fiducía», no es el significado primario de fe. En la seguridad o confianza cierta en alguien, no sólo hay afecto o un acto voluntario, porque para tener confianza es preciso también un elemento intelectual y así poder comprender las palabras o la persona en quien se confía. El elemento primero de la fe es el intelecto y sólo después el de la voluntad o del sentimiento, que es así un constitutivo parcial y derivado de la esencia de la fe[1].

La definición real de fe debe incluir, por consiguiente, dos aspectos: uno intelectual, de comprensión y de creencia o asentimiento; y otro voluntario o afectivo, de confianza. Si se recogen estos dos constitutivos esenciales seriados, puede decirse que la fe es la aceptación o asentimiento de una aseveración por la autoridad o veracidad del que la afirma.

Además, con respecto a la confianza, constitutivo de toda fe, debe tenerse en cuenta, que  su objeto primero  es la persona  a quien se cree, porque, como nota Santo Tomás: «En los actos de fe, la voluntad se adhiere a una verdad como a propio bien; por donde la que es verdad principal tiene razón de fin último, y las secundarias de medios conducentes al fin. Dado que el que cree asiente a las palabras de otro, parece que aquel en cuya aserción se cree es como lo principal y como fin en toda fe; y, en cambio, secundarias aquellas verdades a las que uno asiente creyendo a otro»[2]. El fin de la fe, o de su adhesión, es siempre una persona y después al asentimiento a lo que manifiesta.

 

Fe  natural y fe sobrenatural

La fe,  o asentimiento intelectual  confiado en las palabras o promesas de otro, motivado por su autoridad o veracidad, no solamente se da en el orden natural, sino también en el sobrenatural.  Existe una fe humana, cuando la  confianza está en otro hombre. Es una fe necesaria para adquirir conocimientos y, en general,  para la vida social humana.

Sobre la fe natural, advertía el filósofo español de la primera mitad del siglo XIX, Jaime Balmes, que: «El individuo y la sociedad necesitan esta fe, sin ella, la sociedad y la familia serían imposibles; el mismo individuo estaría condenado al aislamiento, y, por tanto, a la muerte. Sin la fe en la palabra del hombre, el linaje humano  desaparecería (…) el hombre necesita creer al hombre, y le cree»[3].

No es, sin embargo, una fe absoluta, porque el hombre es falible por su propia naturaleza, puede engañarse, sin culpa, o puede querer engañar a los demás con mala intención. La fe natural no tiene, por ello, la certeza propia de la ciencia, conocida por el mismo hombre. Sólo puede llegar a la certeza en sentido amplio o certeza moral. Por esta falta de certeza, o por una certeza imperfecta, además de la falta de indagación, la fe natural, no es, en sentido estricto, sabiduría.

Además de la fe natural, existe la fe divina. Sólo tiene el carácter  auténtico de fe divina la fe sobrenatural o teológica. La fe divina por basarse en lo que ha revelado Dios es siempre sobrenatural, porque la revelación de Dios ha sido de modo sobrenatural. No hay sobre Dios fe natural. Dios no ha comunicado directamente nada a los hombres en el plano natural. Sólo a través de las criaturas como huella o vestigio de Dios, que permiten un conocimiento racional o natural de Dios, aunque indirecto, imperfecto y limitado.

La fe es además sobrenatural, porque se necesita imprescindiblemente la gracia para tenerla y para producir un acto sobrenatural de fe. La fe es, por ello, un don de Dios, inmerecido y gratuito. Los argumentos apologéticos que prueban la credibilidad no producen la fe.  Conducen hasta las puertas de la fe, pero no hacen entrar en ella.

Hay que reconocer, no obstante, que puede existir una fe natural en Dios, un asentimiento racional y humano a la revelación sobrenatural de Dios, y es entonces una fe adquirida. Sin embargo, no coincide con la fe sobrenatural, porque el asentimiento o certeza que importa es  por motivos naturales o históricos y además nunca se llega a la certeza propia de la fe sobrenatural, porque: «tener fe y esperanza en cosas que exceden la capacidad de la naturaleza humana sobrepasa toda capacidad o virtud proporcionada al hombre»[4].

 

3. La certeza de la fe

El objeto de la fe son las verdades reveladas por Dios y el motivo o razón es la autoridad del que revela, Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. La fe sobrenatural no implica la evidencia o clara visión de lo creído. Es incompatible con la visión, por eso la fe no existirá en el cielo. Se cree, en definitiva,  por la autoridad del que la da.

Lo mismo ocurre en la fe humana, porque la fe no se funda en la visión, sino en el testimonio ajeno. Sin embargo, por una parte, la fe sobrenatural da una mayor certeza que cualquier certeza natural. La certeza de la fe sobrenatural es la mayor y es absoluta. La certeza natural se funda en la capacidad natural del entendimiento para ver, algo creado y finito. En cambio, la certeza de la fe sobrenatural se funda en la Verdad de Dios.

El contenido de la fe es más cierto que cualquier otro que la razón humana pueda conocer con la mayor certeza, ya sea metafísica, lógica, matemática o científica en general. «Como uno de poca ciencia está más cierto de lo que oye a un sabio que de lo que juzga por su propia razón. Con mayor motivo el hombre está más cierto de lo que oye de Dios, que no puede engañarse, que de lo que ve con su propia razón, que puede engañarse»[5].

También afirma Santo Tomás que: «La fe media entre la opinión y la ciencia»[6]. Por una parte, porque, al igual que  en la opinión, en la fe no hay un conocimiento claro de lo conocido, aunque en la primera, como resultado de una indagación imperfecta, y en la fe, en cambio, sin indagación personal de ningún tipo. Por otra, hay una  coincidencia de la fe con la ciencia en la certeza, porque ambas son perfectas.

La certeza de la fe es perfecta, e incluso, por su origen mayor que la de la ciencia. Sin embargo, la certeza de la fe no la proporciona la clara visión del objeto intelectual, como en el saber científico, sino la presión de la voluntad, movida por la gracia de Dios, al entendimiento.

 

4. Los contenidos de la fe

Se sabe  que Dios  ha  revelado lo que se tiene como tal por aquellos a los que lo reveló y por aquellos a quienes confió el depósito de su revelación[7].A los que Dios lo reveló son ante todo el primer hombre, a quien Dios se manifestaba directamente;   todos los profetas del Antiguo Testamento; y  los apóstoles en el tiempo de Jesucristo[8], en quien culmina toda la revelación.

             Enseñanza que se encuentra en  el Concilio Vaticano II. «Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Heb I, 1-2). Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (Cf. Jn I, 1-18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los hombres” (Epist. Ad Diognetum, c. 7, 4), “habla palabras de Dios"  (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (Cf. Jn 5, 36; 17, 4). Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna. La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (Cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13)»[9].

La Sagrada Escritura y la Tradición apostólica, oral o escrita, transmitidas de generación en generación, constituyen el depósito de la revelación, custodiado y explicado por el magisterio de la Iglesia.Claramente se indica también el  Vaticano II, que: «El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer».

La Escritura, la Tradición  y  el Magisterio infalible de la Iglesia están unidos y se relacionan mutuamente, porque nacen de una misma fuente y tienden al mismo fin. Como se concluye en este texto conciliar:  «Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas»[10].

 También, con la adhesión al depósito sagrado, constituido por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, confiado por Dios a la Iglesia, «se realiza una maravillosa concordia de pastores y files en conservar, practicar y profesar la fe recibida»[11].

La fe que se presta a la Escritura, a la Tradición y al Magisterio sólo se puede tener a ese único depósito sagrado de la revelación divina, no sólo porque es necesaria la gracia de Dios para asentir a su contenido, sino también porque es lo que Dios ha hablado con obras, hechos  y palabras. No sería natural que un hombre aceptase como verdadero lo que hubiera afirmado otro hombre, únicamente por la misma afirmación, sin ningún motivo o razón. No hay ningún hombre que puede exigir una fe total y absoluta a otro hombre.

Para que alguien puede constituirse en este tipo de autoridad  y exigir  una fe, que sea natural a los otros hombres, tiene que estar por encima o sobrepasar la naturaleza humana. Santo Tomás lo expresaba así: «El conocimiento de un hombre no está por naturaleza ordenada al conocimiento de otro, para que sea regulado por el mismo. De este modo está ordenado a la Verdad primera»[12]. Sólo a Dios puede prestarse una fe absoluta de un modo natural, o sin violentar la naturaleza humana y seguir sus inclinaciones más profundas.

 

La fe de Santo Tomás

Además del valor de toda su doctrina, de su valioso estudio de la fe y de la recomendación de todos los papas,  especialmente los últimos –por considerarla la mejor exposición de la fe católica–, Santo Tomás, el Doctor común de la Iglesia, es un ejemplo de fe y fidelidad al magisterio de la Iglesia.   

Lo confirman sus postreras  palabras al recibir su última comunión, que se han convertido en oración famosa, y en cuyo espíritu se intentan escribir todos estos pequeños trabajos sobre la Sapientia christiana.

 

«Te recibo, precio de la redención de mi alma, viático de mi peregrinación, por cuyo amor  estudié,  vigilé y trabajé. Te prediqué,  te  enseñé  y nunca dije nada conscientemente  contra ti. Pero si algo he dicho menos bien contra este sacramento, o de otros, lo dejo todo a la corrección de la santa Iglesia Romana, en cuya obediencia  salgo ahora de esta vida»[13].

 

Eudaldo Forment



[1] En su concepción de la fe, Lutero ponía el acento en la confianza y, por eso, la  llamaba «fe fiducial».

[2] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, II-II, q. 11, a. 1, in c.

[3] JAIME BALMES, Filosofía fundamental, en Obras completas, Madrid, BAC, 1949, 8 vols., v. II, pp. 3-824, I, c. 32, 321, pp. 192-193.

[4] SANTO TOMÁS, Suma teológica,  I-II, q. 63, ad 2.

[5] Ibíd., II-II, q. 4, a. 8, ad 2.

[6] Ibid., II-II q. 1 a. 5 ob. 4.

[7] Cf. Ibíd., II-II, q. 1, a. 6 y 10.

[8] Cf. Ibíd., II-II, q. 1, a. 7.

[9] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, «Dei Verbum», I, n. 4.

[10] Ibíd., II, n. 10.

[11] Ibíd.

[12] SANTO TOMÁS, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, III, d. 24, q. 3, a. 2, ad 1. Cognitio unius hominis non est naturaliter ordinata ad cognitionem alterius, ut per ipsam reguletur. Sed hoc modo ordinata est ad veritatem primam».

[13] BERNARDO GUIDONIS, Vita S. Thomae Aquinatis, en 1D. PRÜMMER, OP (ed.), Fontes vitae S. Thomae Aquinatis. Notis historicis et criticis illustrati(E. Privat, Tolosa 1911-1924) Prologus, 7-15; fasc. 1: P. CALO, Vita S. Thomae Aquinatis, 17-55; fasc. 2: GUILLERMO DE TOCCO, Vita S. Thomae Aquinatis, 57-160; fasc. 3: BERNARDO GUIDONIS, Vita S. Thomae Aquinatis, 161-263; p. 175.

 

3 comentarios

  
Cristian Iglesias
Estimado Eudaldo:
¡Que alegría encontrarlo por aquí!
Estuve personalmente con usted escuchando sus clases de Metafísica hace unos años atrás en Mar del Plata, Argentina.
Le agradezco su libro "Id a Tomás": tanto bien me ha hecho.
Y también que en su primer post haya nombrado en uno de sus comentarios al Prof. Dr. Rodolfo Mendoza.
Dios lo bendiga.



16/10/14 1:48 PM
  
Franco
"No sería natural que un hombre aceptase como verdadero lo que hubiera afirmado otro hombre, únicamente por la misma afirmación, sin ningún motivo o razón. No hay ningún hombre que puede exigir una fe total y absoluta a otro hombre.
Para que alguien puede constituirse en este
tipo de autoridad y exigir una fe, que sea
natural a los otros hombres, tiene que estar
por encima o sobrepasar la naturaleza
humana".

Cuando los hombres tienen una fe absoluta en lo que dice otro hombre sin motivo o razón alguna, nacen la ideologías totalitarias que, al ser consideradas por sus seguidores como algo superior al ser humano, se justifica el eliminar a quienes disienten. Esos hombres(los que siguen ideologías humanas) no sólo se ponen en contra de Dios, sino también en contra del hombre mismo.

Excelente artículo, don Eudaldo.


16/10/14 2:51 PM
  
Mariana
Dr. Forment:
He oído hablar mucho de usted a mi directora de tesis la Dra. Luz García Alonso.
Encontré en su artículo, la siguiente frase de donde me surgen dos dudas:
"La fe, o asentimiento intelectual confiado en las palabras o promesas de otro, motivado por su autoridad o veracidad, no solamente se da en el orden natural, sino también en el sobrenatural".
Mis dudas son las siguientes.
¿Es la Crítica o Teoría del conocimiento quien establece los criterios para llegar al conocimiento de la verdad y dentro de estos criterios se encuentra el testimonio de Dios?
¿En el "realismo" se puede hablar de que existen algunos principios o supuestos fundamentales que dentro de la Teoría del conocimiento se deban considerar? Y en caso afirmativo, respecto de la Teoría del conocimiento, cuáles son estos supuestos que una Crítica o Teoría del conocimiento debe considerar para ser verdaderamente "realista"?



29/10/14 3:53 AM

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