10.05.11

(135) Providencia divina –I. Dios nuestro Señor gobierna el mundo

–No olvide usted decir que Dios es omnipotente.
–De acuerdo. Cuente con ello.

En los dos artículos anteriores, Cristo vence los males del mundo (133-134), he respondido a los incrédulos y a los cristianos de poca fe que se escandalizan neciamente de Dios a causa de los males del mundo. Pero una respuesta más a fondo nos exige exponer la fe católica en la Providencia divina. Hago notar desde el principio que Dios entrega a Cristo resucitado el gobierno providente del mundo, dándole «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Pero de este aspecto trataré más a fondo al hablar del misterio de la Cruz gloriosa.

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2.05.11

(134) Cristo vence los males del mundo –y II

–Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos…
–Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Seguimos meditando en los males del mundo a la luz del Evangelio.

Al comienzo mismo de la historia humana de pecado, inicia ya el Señor la historia de la gracia y la esperanza. No hubiera permitido Dios el horror del pecado en la humanidad, si no hubiera decretado eternamente la salvación, que en la plenitud de los tiempos ha de manifestarse mucho mayor que la perdición. La historia, pues, de la humanidad y de la creación entera está orientada hacia una infinita esperanza.

Como enseña el Catecismo, «tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Gén 3,9.15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta» [410]. La Iglesia siempre ha reconocido en ese relato profético a la Virgen María, la Nueva Eva, y a su hijo Jesús, el Salvador del mundo [411].

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26.04.11

(133) Cristo vence los males del mundo -I

–Los males del mundo… Un tema triste.
–Es un tema alegre. Cristo Salvador lo vence todo: el pecado y la muerte, el dolor y el sufrimiento, y nos comunica su victoria. Es el Evangelio, la Buena Noticia.

Reforma o apostasía pretende, entre otras cosas, señalar aquellas verdades de la fe que están oscurecidas, olvidadas o negadas, para confirmarlas en Cristo, luz del mundo, de modo que iluminen y alegren nuestra vida, dándonos respuestas, concretamente, sobre el misterio del mal, que tantas veces hoy escandaliza y entristece. Escribo estos artículos poco después de las grandes catástrofes sufridas en Haití y en el Japón.

–Grandes males afligen al hombre, y le dan mucho que sufrir y que pensar. Enfermedades terribles, pobrezas y hambre, soledad e injusticias, guerras y exilios, el paro laboral… Males enormes que surgen bruscamente: pestes devastadoras, como la que a partir de 1348 hizo morir a un tercio de la población de Europa. La Bestia comunista, que mata cien millones de hombres en el siglo XX. La II Guerra Mundial, bombardeos como los de Hamburgo, Hirosima, Nagasaki. Guerras civiles. El terror rojo en Camboya, terremotos, sida, epidemias… A veces son males enormes que pasan, como un huracán, un terremoto, una epidemia, un tsunami arrasador. Pero otras veces son males enormes que perduran, y que, en cierto modo, vienen a ser asimilados socialmente, como los millones de abortos, la pobreza angustiosa de gran parte de la humanidad, las drogas, los crímenes y delitos… «Así ha sido siempre». Es un misterio.

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18.04.11

(132) Filo-lefebvrianos -y VII

–Perdone, pero la longitud de este artículo es para los lectores una verdadera provocación.
–Yo tengo a mis lectores en gran consideración, y espero que sabrán hacer un esfuerzo especial para leer en este largo artículo la síntesis y la conclusión de todos los anteriores. No creo que me fallen.

La situación actual de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en relación con la Iglesia Católica ha de ser conocida a la luz de varios documentos pontificios. Recordaré algunos principales, aunque sea en forma abreviada, dando siempre el enlace al texto íntegro.

–1988. Juan Pablo II, en la Ecclesia Dei (carta apostólica-motu proprio, 2-VII-1988) expresa «la gran aflicción de la Iglesia de Dios» causada por Mons. Lefebvre en las ordenaciones de cuatro Obispos para la FSSPX:

«Ese acto [30-VI-1988] ha sido en sí mismo una desobediencia al Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia, como es la ordenación de obispos, por medio de la cual se mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia –que lleva consigo un verdadero rechazo del Primado romano– constituye un acto cismático (can. 751)…

«La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición. Imperfecta, porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición… que va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo… Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie puede permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia (cf. Mt 16,18; Lc 10,16; Vaticano I, cp.3, Dz 3060)».
«El éxito que ha tenido recientemente el movimiento promovido por Mons. Lefebvre puede y debe ser para todos los fieles un motivo de reflexión sincera y profunda sobre su fidelidad a la Tradición de la Iglesia, propuesta auténticamente por el Magisterio eclesiástico, ordinario o extraordinario, especialmente en los Concilios Ecuménicos, desde Nicea hasta el Vaticano II. De esta meditación todos debemos sacar un nuevo y eficaz convencimiento de la necesidad de ampliar y aumentar esa fidelidad, rechazando totalmente interpretaciones erróneas y aplicaciones arbitrarias y abusivas en materia doctrinal, litúrgica y disciplinar». Desarrolla aquí el Papa, en este sentido, una exhortación especial a los Obispos y a los teólogos.

«En las presentes circunstancias deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia Católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia (can. 1364)».

–1999. La Pontificia Comisión Ecclesia Dei (PCED), respondiendo a consultas, se ha manifestado en varias ocasiones. Diez años más tarde de la Ecclesia Dei, Mons. Camilo Perl, Secretario de la Comisión, escribe en carta del 28-IX-1999: «Los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X están válidamente ordenados, pero se hallan suspendidos en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. En la medida en que ellos adhieran al cisma del ex Arzobispo Lefebvre, están asimismo excomulgados. Esto significa que la Misas celebradas por tales sacerdotes son válidas, pero ilícitas, es decir, contrarias al derecho de la Iglesia».

–2008. La misma PCED, una decena de años más tarde, por medio también de su Secretario, Mons. Perl, en carta del 23-V-2008 responde a unas consultas del Sr. Brian Mershon, entre ellas una en la que el consultante se refiere a las «repetidas afirmaciones del Cardenal Castrillón [entonces Presidente de la PCED] de que la FSSPX no está en cisma formal», en contra de lo que algunos canonistas católicos opinan. Responde Mons. Perl:

«Las afirmaciones hechas por el Cardenal Castrillón necesitan ser entendidas en un sentido técnico, canónico. Declarar que la Sociedad de San Pío X “no está en cisma formal” significa decir que no ha habido declaración oficial de parte de la Santa Sede de que la Sociedad de San Pío X está en cisma. Hasta ahora, la Iglesia ha buscado mostrar el máximo de caridad, cortesía y consideración por todos aquellos implicados, con la esperanza de que tal declaración no sea eventualmente necesaria».

«Las Misas ofrecidas por los sacerdotes de la Sociedad de San Pío X son válidas, pero ilícitas… Los sacramentos de la Penitencia y del Matrimonio requieren que el sacerdote goce de facultades de la diócesis o tenga delegación propia. Como ese no es el caso con estos sacerdotes, estos sacramentos son inválidos. Queda cierto, sin embargo, que si los fieles son genuinamente ignorantes de que los sacerdotes de la Sociedad de San Pío X no tienen la facultad propia para absolver, la Iglesia suple estas facultades para que así el sacramento sea válido (canon 144)».

«En tanto es cierto que la participación en la Misa en las capillas de la Sociedad de San Pío X no constituye en sí misma “adherencia formal al cisma” (cf. Ecclesia Dei 5c), tal adherencia puede acaecer en un período de tiempo en el que uno asimile una mentalidad cismática que lo separe a uno mismo de la enseñanza del Supremo Pontífica y de toda la Iglesia Católica»… Por eso esta Comisión «no puede recomendar que miembros de los fieles frecuenten sus capillas».

–2009. El levantamiento de la excomunión de los Obispos de la FSSPX (21-I-2009) y la posterior carta apostólica explicando esa remisión (10-III-2009) fueron actos del Papa muy importantes en orden a facilitar la reintegración de la FSSPX a la plena unidad de la Iglesia Católica. El Papa explica que el levantamiento de la excomunión de los Obispos tuvo por fin llamar a éstos «al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad», haciendo notar que «no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia».

«La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve le sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio».

–2009. La PCED es reformada, vinculándola a la Congregación de la Fe por medio de la carta apostólica-motu proprio Ecclesiæ unitatem (2-VII-2009).

Explica Benedicto XVI la razón del cambio: «Precisamente porque los problemas que se deben tratar actualmente con la Fraternidad son de naturaleza esencialmente doctrinal, he decidido –a los veintiún años del motu proprio Ecclesia Dei–… reformar la estructura de la Comisión Ecclesia Dei, uniéndola de manera estrecha a la Congregación para la Doctrina de la Fe». En adelante su Presidente es el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, actualmente Card. William Levada, y Secretario, Mons. Guido Pozzo.

–2011. Entrevista concedida por el Superior General de la FSSPX (2-II-2011), Mons. Bernard Fellay, en el Seminario de Santo Tomás (Winona, EE.UU.). En ella expone largamente la situación actual de la Fraternidad en relación a la Iglesia. Enlazo al texto francés, en una primera parte y en una segunda. Y en español, solo la primera (falta la segunda).

Comienza Mons. Fellay por advertir –y su aviso es muy importante– que en las conversaciones habidas entre la FSSPX y la Santa Sede «es preciso distinguir el fin que persigue Roma del que tenemos nosotros. Roma indicó que existían problemas doctrinales con la Fraternidad y que los mismos debían aclararse antes de un reconocimiento canónico –problemas que, tratándose de la aceptación del Concilio, obviamente provendrían de nuestra parte. Para nosotros, en cambio, se trata de otra cosa: queremos exponer a Roma lo que la Iglesia siempre enseñó, y con eso, señalar las contradicciones existentes entre esta enseñanza multisecular y lo que sucede después del Concilio. De nuestra parte, ése es el único objetivo que perseguimos».

Las conversaciones con «los interlocutores romanos», sigue diciendo Mons. Fellay, van llegando a su fin, y a su entender no ha habido adelantos mayores: «ellos no aceptan reconocer las contradicciones entre el Vaticano II y el Magisterio anterior». Sin embargo, para la Fraternidad son encuentros importantes: «se trata de hacer oir en Roma la fe católica y, más aún incluso, de hacerla oir en toda la Iglesia». Pero habrá que esperar. «Hasta aquí se ha considerado siempre el Vaticano II como un tabú, lo que hace casi imposible la curación de esta enfermedad que es la crisis de la Iglesia».

La Summorum Pontificum, reconoce, ha sido «un paso capital», pero ha recibido «la oposición masiva de los obispos». Y han surgido dos dificultades nuevas, la reunión próxima en Asís, a los 25 años de la primera, y la beatificación anunciada de Juan Pablo II, que «no es solamente una consagración de la persona de Juan Pablo II, sino también del Concilio y de todo el espíritu que le sigue». A la pregunta: «¿como es posible que Dios permita verdaderos milagros para autentificar una falsa doctrina, con ocasión de las múltiples beatificaciones y canonizaciones realizadas en los últimos decenios?», Mons. Fellay responde que, a su entender, los milagros «son dudosos», y que por otra parte «se han cambiando los términos para la canonización, haciéndose menos fuertes que antes. Yo creo que ello va junto a una mentalidad nueva, que no quiere definir dogmáticamente comprometiendo la infalibilidad».

La Fraternidad ha cumplido ya los 40 años de existencia, y «es una obra que continúa creciendo, lo que, humanamente, parecería casi imposible. Es claramente la señal de Dios sobre la obra de Mons. Lefebvre». El entrevistador hace notar que crece el número de fieles y de capillas, lo que hace prever que quizá se haga necesaria la consagración de otros Obispos auxiliares para la Fraternidad; y pregunta: «¿Cree usted que Roma podría ser hoy favorable a otras consagraciones episcopales en la Tradición?» –«Para mí la respuesta es muy simple: habrá o no habrá [consagración de] obispos según que las circunstancias que ocasionaron la primera consagración se vuelvan a dar o no».

Partiendo de estos documentos y declaraciones, paso a comentarlos.

–La Fraternidad lefebvriana va creciendo y se siente fuerte en su posición actual. Ya vimos (130 in fine) la falsa interpretación triunfalista que la FSSPX dió al levantamiento de la excomunión de sus Obispos, tal como se manifiesta en la carta de Mons. Fellay (24-I-2009): se levanta una excomunión «que nosotros siempre rechazamos», es decir, que siempre fue tenida por nula; «ya la Tradición católica no está excomulgada», y «esperamos la pronta rehabilitación de Mons. Marcel Lefebvre». Por otra parte, Mons. Fellay, en la respuesta primera de la entrevista referida, da a entender claramente que la FSSPX no pretende en las conversaciones actuales con Roma lograr el reconocimiento canónico de la Iglesia, es decir, la unión plena y visible con la Iglesia Católica, que es justamente el objetivo principal de la Santa Sede. Eso, entiendo yo, implicaría una sujeción al Papa de la que actualmente están libres. Ahora, tal como están, gozan de una situación próspera y creciente.

Según estadísticas de julio 2010, la FSSPX desde 1970 hasta hoy ha ido creciendo con un ritmo estable. Tiene 6 seminarios, 14 Distritos, 161 Prioratos, 725 Centros de Misas, 90 escuelas, 529 sacerdotes y 214 seminaristas, 117 Hermanos, 176 Hermanas, 5 conventos de carmelitas y está presente en 31 países.

–La situación cismática de esta gran Comunidad lefebvriana se hace patente porque «rechaza la sujeción al Sumo Pontífice» (can. 751) y a los Obispos católicos, en cuyas diócesis normalmente instala sus Prioratos. Desde hace más de dos decenios la Fraternidad se gobierna a sí misma totalmente al margen de la autoridad apostólica del Papa y de los Obispos. Y sin ningún problema de conciencia, ejercita ilícitamente sus ministerios episcopales y sacerdotales, celebrando Misas, matrimonios, confesiones, confirmaciones, ordenaciones, catequesis, etc., pues estima que su situación sui generis en la Iglesia es perfectamente lícita, ya que viene exigida por la Providencia divina «para la continuidad de la Iglesia». Eso es lo que hace de ella una Comunidad cismática, aunque tal condición no haya sido formalmente declarada. Y por eso el Papa les llama «al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad», porque rompieron con ella.

–En la medida en que perduran en la Iglesia Católica los errores y abusos, la FSSPX se autojustifica y se desarrolla. Así lo hacía ya notar Juan Pablo II en la Ecclesia Dei (1988, 5a). Del éxito de la obra promovida por Mons. Lefebvre, decía, «todos debemos sacar un nuevo y eficaz convencimiento de la necesidad de ampliar y aumentar esa fidelidad… rechazando totalmente interpretaciones erróneas y aplicaciones arbitrarias y abusivas en materia doctrinal, litúrgica y disciplinar». Aquellas Iglesias locales que no respondan a esta exigencia apremiante del Papa verán crecer en ellas la apostasía o el lefebvrismo.

Se acrecienta el número de lefebvrianos y el de filolefebvrianos, y se autoconfirman todos ellos en sus posiciones, cada vez que en la Iglesia Católica –un Cardenal celebra una Misa con globitos, –otro hace notar que la resurrección de Lázaro no fue, por supuesto, tal como el evangelista la describe, –otro prohibe en su Catedral la celebración de la Misa antigua, –otro exige respeto por la decisión médica de provocar el aborto a una niña embarazada, –otro publica un libro en el que se avergüenza de la Humanæ vitæ. Se autoafirma la FSSPX y se acrecienta –cada vez que un teólogo católico, sin perder su cátedra, admite la posibilidad de que la resurrección de Jesús no le hizo recuperar glorificado su propio cuerpo; –cada vez que un Obispo impide, «para evitar divisiones en la Diócesis», que sea publicada una eventual Notificación romana reprobatoria de un teólogo de su jurisdicción; –cada vez que en Librerías religiosas, a veces diocesanas, se difunden libros heréticos; –siempre que en los funerales parroquiales se elimina el purgatorio, declarando simplemente que «nuestro hermano goza ya de Dios en el cielo»; –siempre que la soteriología, salvación-condenación, es suprimida en la predicación y en la catequesis; –siempre que algún misionero presume de no predicar el Evangelio y de limitarse a la inculturación y a las obras benéficas, etc.

–Reservas sobre la autoridad del Papa. Benedicto XVI en su carta explicativa sobre el levantamiento de las excomuniones (10-III-2009), dice que «fue posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio». Es ésta una frase de compleja y delicada interpretación. ¿Cómo entender esas reservas en la obediencia a la autoridad doctrinal de la Iglesia, es decir, esas reticencias en «la obediencia a la fe» (Rm 1,5)?

Si alguien dice creer con reservas en la virginidad de María, entendemos que no tiene fe en ella, pues la certeza es nota propia de la fe teologal. Si alguien cree con reservas en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, deducimos que no tiene la fe católica. Aunque pudiera ser en este caso que esas dudas versaran sobre la condición verdaderamente sacerdotal del consagrante: si no es sacerdote ordenado, no hay presencia real eucarística en su falsa consagración. Esas dudas que pueda tener una persona, por tanto, no se refieren a la doctrina de la fe católica, sino a la concreta realidad sacramental o no sacramental que tiene ante sí.

Pues bien, ya señalé en el anterior artículo (131) que la fe católica es aquella que cree en esta Iglesia Católica, la que existe visiblemente en nuestro tiempo, visible, audible y palpable, y en este Papa, con su nombre propio… Y ya indiqué que quien no cree en esta Iglesia y en este Papa, se queda en la incredulidad, en la intemperie espiritual solitaria o en algún modo de lefebvrismo, creyendo en «la Iglesia eterna» y en «el Primado de Pedro», pero fuera de la unidad de la Iglesia. Las aludidas reservas acerca de la autoridad del Papa me parecen una expresión suave y benigna de Benedicto XVI. Pero en realidad no parece haber intermedio en esta grave cuestión: o hay fe en que este Papa es el Papa, y en tal caso no hay lugar para las reservas, o no hay fe en que este Papa sea el Papa, y se cae en el sedevacantismo, que se edifica a la medida de sus pensamientos y deseos una Iglesia tan eterna como imaginaria, con un Primado romano ilusorio.

Estas reservas en la autoridad y la obediencia al Papa explican que la Fraternidad siga considerando lícita y aun heroica la ordenación cismática de sus Obispos: la consideran plenamente justificada y lícita. Estas reservas explican también que, en buena conciencia, continúe más de veinte años estimando totalmente nulas las sanciones de la Iglesia, y en consecuencia ignorando que «sus ministros no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia» (Benedicto XVI, 10-III-2009). Más aún, explican que la FSSPX esté hoy dispuesta, si estimara que las circunstancias de mañana así lo exigen –como lo consideró Mons. Lefebvre en 1988–, a realizar nuevas ordenaciones episcopales «para asegurar la continuidad de la Iglesia»…

En una entrevista concedida recientemente por Mons. Fellay en Buenos Aires (31-III-2011) contaba que cuando en junio del año anterior preparaba la FSSPX unas ordenaciones de subdiáconos en Alemania, hubo grandes protestas, especialmente del Episcopado alemán. «Tres llamados consecutivos recibimos del Cardenal Castrillón Hoyos, pidiendo en nombre del Papa que no realizáramos las ordenaciones». Pero, reunidos los cuatro Obispos lefebvrianos, sigue narrando el Superior General de la Fraternidad, decidieron realizarlas, como una medida irrenunciable de supervivencia, aunque trasladándolas a Suiza. Como se ve, el reconocimiento que la Fraternidad hace «en línea de principio del Papa y de su potestad de Pastor» es puramente verbal.

–Reservas sobre la autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II. La fe católica nos obliga recibir sin reservas un Concilio ecuménico y a interpretarlo a la luz de los Concilios anteriores, pues la fe nos da la certeza de que la cadena del Magisterio apostólico desarrolla a lo largo de los siglos, bajo la asistencia del Espíritu Santo, un crecimiento homogéneo a la doctrina católica. Por eso la hermenéutica continuista del Vaticano II es una exigencia de la fe, no es simplemente una argucia para defenderlo; y por el contrario, una interpretación rupturista es contraria a la Tradición y a la fe católica.

Y muy paradójicamente coinciden progresistas y lefebvrianos en dar al Vaticano II una interpretación rupturista. En su magnífica conferencia Necesitamos un nuevo Syllabus (17-XII-2010), Mons. Athanasius Schneider, Obispo auxiliar de Karaganda (Kazajistán), hace notar que

«se evidencian dos agrupaciones que sostienen la teoría de la ruptura. Uno de estos grupos intenta protestantizar doctrinal, litúrgica y pastoralmente la vida de la Iglesia. En el lado opuesto están aquellos grupos tradicionalistas que, en nombre de la tradición, rechazan el Concilio y se sustraen de la sumisión al supremo viviente Magisterio de la Iglesia, a la Cabeza visible de la Iglesia, el Vicario de Cristo en la tierra, sometiéndose por ahora solo al Jefe invisible de la Iglesia, esperando tiempos mejores».

Los progresistas no interpretan el Concilio a la luz de la Tradición apostólica, el único modo legítimo de entenderlo, sino que le hacen decir –cuando se dignan citarlo; raras veces– lo que ellos piensa y desean. Y los lefebvrianos tampoco lo interpretan a la luz de la Tradición, como está mandado, sino que lo rechazan como opuesto a ella en graves cuestiones, es decir, guardan «reservas sobre la autoridad del Concilio».

–La mala interpretación lefebvriana del Concilio Vaticano II en no pocas cuestiones muy graves es patente. Me limitaré a recordar los tres errores capitales del Concilio que Mons. Lefebvre señaló en su larga y solemne conferencia La fraternidad Sacerdotal San Pío X y Roma (1987), un año antes de las ordenaciones episcopales cismáticas (cf. 130).

«Hay tres errores fundamentales, que, de origen masónico, son profesados públicamente por los modernistas que ocupan la Iglesia. [1] La sustitución del Decálogo por los Derechos del Hombre [en referencia a la libertad religiosa]… [2] Este falso ecumenismo que establece de hecho la igualdad entre las religiones… [3] Y la negación del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo mediante la laicización de los Estados… La situación es, pues, extremadamente grave, porque todo indica que la realización del ideal masónico haya sido cumplido por la misma Roma, por el Papa y los cardenales. Es esto lo que los franc-masones siempre han deseado, y lo han conseguido no por sí mismos sino por los propios hombres de la Iglesia».

1.-El teocentrismo del Decálogo es sustituido en la Iglesia conciliar por el antropocentrismo de los Derechos del hombre. En las 1000 páginas del Concilio Vaticano II podemos encontrar algunas expresiones retóricas algo ambiguas acerca del hombre como centro del universo, que erróneamente interpretadas pueden dar lugar a un cristianismo antropocéntrico. Hallamos, por el contrario, cientos de expresiones conciliares netamente teocéntricas, bíblicas y tradicionales, que dan la verdadera doctrina del Concilio y que, con un mínimo de honestidad intelectual, obligan a interpretar en sentido católico aquellas otras posibles expresiones ambiguas. De modo sistemático, estas expresiones tan claras y precisas son omitidas por los lefebvrianos, que se atienen solamente a las frases ambiguas.

El teocentrismo del Vaticano II se manifiesta ante todo en su preciosa doctrina litúrgica: «La Liturgia es el culmen al que toda la acción de la Iglesia tiende y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10; cf. principio muy reiterado, OT 16, PO 5). Toda la vida de la Iglesia, de esta forma, está orientada hacia la glorificación de Dios. Pero ese teocentrismo se afirma igualmente con insistencia desde otras muchas perspectivas: «La ley divina, que es eterna, objetiva y universal, es la norma suprema por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor» (DH 3). «El hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente» (GS 16). Los fieles han de empeñarse en procurar el bien común, «teniendo presente que en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede substraerse al imperio de Dios» (LG 36). Por eso, «si “autonomía de lo temporal” quiere decir que las realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece» (GS 36). Por el contrario, todas las actividades temporales, familiares, profesionales, etc. han de vincularse con «los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios» (ib. 43).

2.-Una falsa igualdad ecuménica entre todas las religiones pretende llegar a «una especie de sincretismo que logre reunir todas las religiones». Atribuir esa enseñanza al Concilio y al postconcilio es una grave calumnia. Podríamos demostrarlo con innumerables textos.

«Esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia» (LG 14). Una y otra vez el Vaticano II insiste en el «unicus Mediator Christus» (ib. 14, 28, 49, 50, que cita a Trento, Dz 1821). En el decreto sobre la libertad religiosa enseña el Vaticano II que el hombre «redimido por Cristo Salvador y llamado por Jesucristo a la filiación divina, no puede adherirse a Dios, que se revela a sí mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe» (DH 10). «Y como el que no cree ya está juzgado, las palabras de Cristo son a un tiempo palabras de condenación y de gracia, de muerte y de vida» (AG 8). Por eso es deber sagrado de la Iglesia anunciar por las misiones el nombre de Jesús, ya que «en ningún otro hay salvación (Hch 4,12). Es necesario, pues, que todos se conviertan a Él, conocido por la predicación de la Iglesia, y por el bautismo sean incorporados a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo» (ib. 7), excluyendo en la acción ecuménica «toda especie de indiferentismo y confusionismo» (ib. 15, cf. 22; cf. SC 9). Bastarían, por otra parte, la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (1975) y la encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II (1990) para demostrar que la Tradición se mantiene espléndidamente íntegra también en los documentos postconciliares.

3.-La negación del Señorío de Cristo sobre las naciones es la causa de la laicización de los Estados. Sabemos bien que en Occidente las naciones ricas de antigua filiación cristiana han dado en buena parte la espalda a Dios y a su enviado Jesucristo, en un proceso que tiene sobre todo su inicio en el siglo XVIII: «no queremos que Él reine sobre nosotros» (Lc 19,14). Y que después de la prosperidad recuperada tras la II Guerra Mundial, ese proceso llega a una eclosión de apostasía colectiva, que afecta muy especialmente a la estructura política de los Estados. Culpabilizar de todo esto al Concilio Vaticano II y al Papa es, pues, un enorme error y una gran injusticia. Dice Mons. Lefebvre en la citada conferencia de 1987: «El Papa ha querido y ha conseguido prácticamente laicizar las Sociedades, y por tanto suprimir el reinado de Nuestro Señor Jesucristo sobre las Naciones». Ésta es una de las grandes calumnias que la FSSPX mantiene viva, difundiendo los escritos de Mons. Lefebvre y formulando con otras palabras la misma enseñanza.

Por el contrario, la Iglesia, Esposa fiel de Cristo, siempre ha querido y quiere que «Cristo reine» sobre las naciones y sobre todos los hombres (1Cor 15,25). Así lo expresó el Vaticano II: que los laicos procuren con todo empeño «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43), y trabajen «para instaurar el orden temporal de forma que se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (AA 7). Y no es éste un deber que obligue solamente a las personas, pues como dice el Catecismo (2105), citando lugares del Concilio,

«el deber de rendir un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Ésa es “la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo” (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive” (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única religión verdadera, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica. Los cristianos están llamados a ser luz del mundo. La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas [cita aquí: León XIII, enc. Immortale Dei; Pío XI, enc. Quas primas]».

El Vaticano II mantuvo, pues, íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades, también de los Estados, para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo. Jamás la Iglesia en el Concilio o después de él ha enseñado que la confesionalidad cristiana de una nación es ilícita o siempre inconveniente. Es ésta una tesis falsa, contraria a la Tradición y a la enseñanza conciliar. La Comisión redactora de la declaración Dignitatis humanæ sobre la libertad religiosa, precisando a los Padres conciliares el sentido del texto que habían de votar, afirmó que

«si la cuestión se entiende rectamente, la doctrina sobre la libertad religiosa no contradice el concepto histórico de lo que se llama Estado confesional… Y tampoco prohibe que la religión católica sea reconocida por el derecho humano público como religión de Estado» (Relatio de textu emmendatu, en Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II, Typis Polyglotis Vaticanis, v. III, pars VIII, pg. 463). El Vaticano II, por tanto, no prohibe ni exige la confesionalidad del Estado, cuya conveniencia dependerá de las circunstancias religiosas de cada país. Y enseña que, en principio, estando la Iglesia y el Estado al servicio del bien común humano, «este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellos, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo» (GS 76).

¿Como se atreven, pues, Mons. Lefebvre y la FSSPX a ignorar en el Vaticano II tan numerosas enseñanzas tradicionales de la Iglesia Católica actual y a interpretar los textos conciliares y postconciliares en clave de ruptura con la Tradición, acusando al Papa y a la Iglesia, entre otros muchos errores, de un antropocentrismo craso, de un sincretismo herético y de una resistencia laicista al Reinado de Cristo? ¿Por qué no interpretan los textos ambiguos que pueda haber a la luz de los numerosísimos textos claros y ciertamente tradicionales –presentes a veces en el mismo documento que incluye textos oscuros–, como lo exige una hermenéutica honesta? Aplican deliberada y habitualmente una hermenéutica de ruptura, como lo hacen los progresistas, logrando así traicionar la misma esencia de la Tradición que buscan defender..

–Ciertos «gestos» de Juan Pablo II nos causaron profundo desagrado a no pocos católicos, incluídos Cardenales. Pero siempre, repetando como es debido al Vicario de Cristo, les dimos una interpretación benigna. Besando El Corán, no estaba el Papa expresando su veneración por las doctrinas de Mahoma, sino su amor inmenso por los mil millones de musulmanes cautivos de ese libro falso. Recibiendo en la frente la marca de Shiva que una señora india le imponía con afectuoso respeto, en modo alguno expresaba su sintonía con los mitos del hinduismo, sino que simplemente agradecía sonriente el acto, como si en Hawái le impusieran un collar de flores. Ésa es la única manera de interpretar honradamente y con veracidad esos actos ambiguos del Papa.

En efecto, los gestos expresan en lenguaje no-verbal pensamientos e intenciones que pueden tener interpretaciones muy variadas, aunque éstas suelen ser patentes por la persona y las circunstancias. Las palabras, en cambio, tienen una expresividad mucho más precisa y unívoca. Es evidente, por tanto, que si el gesto concreto de una persona adolece de una expresividad ambigua, ésta debe ser interpretada ateniéndose a sus palabras. Otra cuestión, sin duda, íntimamente anexa, pero distinta, es la conveniencia de un determinado gesto. San Pedro, por ejemplo, no comiendo con gentiles, realiza un gesto que merece la censura de San Pablo (Gál 2,11-13), pero que en modo alguno compromete la fe en la salvación cristiana de los paganos, fe ciertamente común a los dos Apóstoles (Hch 1,15; 14,27).

La reunión de Asís fue el gesto pontificio más abominado por Mons. Lefebvre. Lo dispuso Juan Pablo II en el Año Internacional de la Paz (1986, y después en 2002) con su mejor intención de coadunar en la búsqueda unánime de la paz a todos los hombres religiosos del mundo. El gesto, así nos pareció a muchos, corría graves peligros de ser interpretado torcidamente en clave sincretista por personas malformadas o malintencionadas. El mismo Papa intentó justificar su gesto en una alocución a los Cardenales (22-XII-1987). Y el Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación de la Fe, hizo también más tarde el mismo intento, con ocasión de Asís-2002 (30 Giorni II-2002). Y estas explicaciones nos convencieron a unos más y a otros menos. Pero ninguno de los hijos de la Iglesia dudamos un instante de la perfecta fe católica de Juan Pablo II, expresada miles de veces, ya en los mismos textos antes recordados del Vaticano II sobre las misiones, que él formuló como Padre conciliar con el Papa y los Obispos, ya en tantos otros documentos suyos personales, hasta llegar a la formidable declaración Dominus Iesus (2002).

Por el contrario, nos parecen vergonzosas y totalmente disparatadas las declaraciones que Mons. Lefebvre hizo una y otra vez sobre el Papa con ocasión de Asís-1986. Fué ésta una de las cuestiones que más influyeron en su decisión de ordenar Obispos contra la ley canónica y contra la voluntad expresa del Papa.

«Nos enfrentamos con un dilema gravísimo que, creo yo, esto nunca ha existido en toda la historia de la Iglesia: que el que está sentado en la Sede de Pedro participe en cultos de falsos dioses. No lo sé. Me lo pregunto. Pero es posible que estemos obligados a creer que este papa no es papa» (Écône, hom. del domingo de Pascua 1986; Tissier 564). Relatando ese suceso, Mons. Tissier aprovecha la ocasión para citar el Código de 1917: si un cristiano incurre en la communicatio in sacris, en la participación activa en ritos no católicos (can. 1258), viene a hacerse «sospechoso de herejía» (can. 2316). Mons. Lefebvre, como ésta, dijo otras barbaridades enormes: «Realmente creo que puedo decir que no ha habido nunca una iniquidad más grande en la Iglesia que la jornada de Asís» (Sermón en la ordenación cismática de Obispos, 18-VI-1988).

–La reintegración de la FSSPX en la Iglesia católica no parece posible por ahora, siendo sin embargo tan heróicamente procurada por Benedicto XVI, Pastor universal, y tan deseada por todos los católicos que amamos la unidad de la Iglesia. No parece posible.

1. No parece que sea querida hoy por la FSSPX. Y no pueden dos unirse si uno no quiere. Según vimos, por ejemplo, en la primera frase de las declaraciones citadas de Mons. Fellay, la vuelta a la plena unión es el fin pretendido por la Santa Sede en las conversaciones, pero la Fraternidad busca en ellas otro fin, afirmar su propia ortodoxia, «convirtiendo» a Roma, infectada de herejía; y solo eso.

La Fraternidad, al mantener sus «reservas» hacia la autoridad del Papa y del Vaticano II, no considera viable por ahora esa «unidad», que a su entender sería falsa. Por otra parte, sobre todo después del levantamiento de las excomuniones, no ve la conveniencia de cambiar su situación presente, creciendo en número y esperando la rehabilitación de Mons. Lefebvre. El Papa les llama «al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad», pero mientras sigan ellos viendo la Iglesia católica como ellos la ven, infectada de modernismo, neoprotestantismo, sincretismo, herejías y apostasía, se negarán, en conciencia, a dar un paso en esa dirección. Con el aplauso de los sedevacantistas, que le reprochan por otra parte sus esporádicas relaciones con la Santa Sede.

2. Tendría que confesar la Fraternidad abiertamente que Cristo confió a la Iglesia romana la misión de guardar a todos los cristianos en la fe ortodoxa y en la unidad, y que la FSSPX no ha recibido de Dios un misión superior, con autoridad apostólica para vigilar y garantizar la fidelidad de «Roma» en su misión propia. Es la Sede de Pedro la que recibe de Cristo el carisma supremo de confirmar en la fe a todos los cristianos; y no es la FSSPX quien recibe en nuestro tiempo esta misión, por encima de Roma, distanciándose de ella. Ésta última convicción sería totalmente inconciliable con la Escritura sagrada y con la Tradición católica.

3. La Fraternidad tendría que reconocer los dictámenes jurisdiccionales del Papa y de la Santa Sede sobre el carácter cismático de las ordenaciones episcopales realizadas por Mons. Lefebvre, sobre la validez de las excomuniones y suspensiones a divinis, y acerca de la ilicitud de sus celebraciones sacerdotales. Es la Autoridad de la Iglesia la que, en este mundo y en el nombre de Cristo, juzga a sus hijos; y no son éstos los que juzgan sus propias causas. No son ellos los que tienen la última palabra. La tiene, como ellos dicen, «Roma».

4. Tendría que renunciar la Fraternidad al ejercicio ilícito de los ministerios episcopales y sacerdotales, en tanto recibía de la Autoridad apostólica los reconocimientos canónicos necesarios, que por parte de la Santa Sede serían posibles, en la forma de Prelatura o como fuera conveniente.

5. La FSSPX habría de aceptar la Misa del Novus Ordo. Actualmente, entre los celebrantes de la Misa nueva hay muchos, lamentablemente no todos, que aprecian la Misa antigua y algunos que incluso la celebran algunas veces. Pero en los Prioratos lefebvrianos ninguno está abierto a la Misa nueva, todos permanecen hasta ahora herméticamente cerrados a ella, y no dan signos de cambio alguno. Se resisten así a la Summorum Pontificum, que por otro lado consideran un triunfo suyo.

Advierte en ella el Papa que «obviamente para vivir la plena comunión tampoco los sacerdotes de las Comunidades que siguen el uso antiguo, pueden, en principio, excluir la celebración según los libros nuevos. En efecto, no sería coherente con el reconocimiento del valor y de la santidad del nuevo rito la exclusión total del mismo». Así lo han aceptado otras Comunidades tradicionales integradas en la unidad de la Iglesia, como ya vimos (127 in fine).

6. Tendría la Fraternidad que retractarse públicamente de los innumerables insultos de Mons. Lefebvre contra el Papa, el Vaticano II y la Iglesia postconciliar, pidiendo perdón por ellos, y retirando la distribución de los escritos que difunden tantas calumnias.

No hay posible perdón sin arrepentimiento y confesión de los pecados. No parece viable la vuelta de la FSSPX a la unidad eclesial si no retiran de sus medios de difusión tan numerosas alusiones contra la Iglesia católica, Iglesia modernista, liberal, masónica, sincretista, neoprotestante, antropocéntrica, bastarda en su Misa, en su sacerdocio, en sus sacramentos, caída en herejía y apostasía, ocupada en la Sede de Pedro y en los principales puestos romanos por anticristos, etc. Pero tampoco parece que la Fraternidad tenga esta intención, aunque sí es cierto que en algunas páginas suyas de internet se han registrado últimamente vaciamientos muy considerables.

7. Los Obispos de la FSSPX habrían, en fin, de poner sus cargos a disposición del Papa, reconociendo la ilegitimidad de su origen. Este paso, tan duro, lo hallamos sugerido por Mons. Lefebvre, pero para ser dado en otro supuesto muy distinto: para cuando vuelva Roma a la verdad católica.

«El día en que Roma vuelva a la verdad de la Iglesia de siempre, estos obispos [que yo pudiera ordenar] pondrían su dignidad episcopal entre las manos del papa, diciéndole: “aquí estamos. ¿Qué quiere hacer de nosotros? Si así lo quiere, viviremos nosotros ahora como simples sacerdotes; y si quiere servirse de nosotros, estamos a su servicio» (en un retiro sacerdotal, IX-1986: Tissier 573). Y en su Carta a los futuros obispos (29-VIII-1987) les dice: «Yo os conferiré esta gracia, confiando en que sin tardanza la Sede de Pedro será ocupada por un sucesor de Pedro perfectamente católico, entre las manos del cual podréis vosotros depositar la gracia de vuestro episcopado para que él la confirme» (578).

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X considera hoy que este momento aún no ha llegado. Estima, al parecer, que Benedicto XVI no es «un sucesor de Pedro perfectamente católico»… Pero, en fin, por la oración de súplica, mantengamos la esperanza en que un día se logre la unidad eclesial con la FSSPX, ya que lo que no es posible por la miseria de los hombres, es posible por la misericordia de Dios. Oremos, oremos, oremos.

Mater Ecclesiæ, ora pro nobis.

José María Iraburu, sacerdote

Post post.- José Miguel Arraiz, abajo, en un comentario (20.04.11, 23:45), cita una carta (22-XI-1994) del Arzob. John P. Foley, Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, explicando que “la marca de Shiva” recibida por Juan Pablo II no es tal, sino el “Aarti", “usado como saludo ceremonial por los católicos indios".


Índice de Reforma o apostasía

Los siete artículos de esta serie pueden descargarse en un archivo .pdf, Filolefebvrianos, publicado en ApologéticaCatólica.


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9.04.11

(131) Filo-lefebvrianos -VI

–¿Y ahora qué hacemos? Mire usted lo que dicen en…
–Tranquilo. Bendigo al Señor en todo momento y su alabanza está siempre en mi boca. ¿Vale con eso?

En el artículo precedente expuse que la enfermedad lefebvriana tenía como causas principales un discernimiento condenatorio de la Iglesia postconciliar y de sus Papas, y una convicción de que la Fraternidad San Pío X era necesaria e imprescindible para la continuidad de la Iglesia. Una síntesis histórica vino a confirmar este diagnóstico. Y como medicina a esa enfermedad, se hace necesario reafirmar algunas verdades fundamentales de la fe en la Iglesia.

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