InfoCatólica / Reforma o apostasía / Categoría: Mundo malo

23.03.12

(174) De Cristo o del mundo -XVI. Laicos y monjes. 2

–O sea que si quiero ser santo, tengo que salirme del mundo y hacerme monje.

–Si usted quiere ser santo, tiene que vivir la vida que Dios quiera darle, laico, monje o lo que sea.

La justificación teológica del monacato, o como se llamaría más tarde, la fuga mundi, se hace necesaria en el siglo IV, precisamente cuando en las ciudades y pueblos se produce una cierta relajación de la vida cristiana, y una buena parte de los más fieles discípulos de Cristo abandonan la sociedad del mundo y se retiran solos o en comunidades al desierto. Para no pocos cristianos esta salida es un escándalo, o al menos un error: una huída de la batalla, una derrota, y también un abandono de la caridad fraterna eclesial: «ahí se quedan ustedes». Muy pronto los Padres dan respuesta a estas graves objeciones, apoyando el gran valor del monacato. Los monjes, como los Apóstoles, no hacen sino cumplir, por especial gracia de Dios, el consejo de Cristo (Mt 19,16-26; Lc 18,18-22; Mc 10,17-21): «nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Lc 18,28).

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17.03.12

(173) De Cristo o del mundo -XV. Laicos y monjes.1

–Entramos en una nueva época de la Iglesia.

–Así es; la que se inicia en tiempos de Constantino.

Cesadas las persecuciones, los cristianos se relacionan con el mundo de una forma nueva. En el período que ahora estudiamos, que va del Edicto de Milán (313) a la muerte de San Benito (557), al acabarse las persecuciones, los cristianos no viven ya dentro de un marco social hostil. Es cierto que durante los siglos de persecución, también hubo tiempos de relativa paz. En tiempos de persecución, había mártires y lapsi, pero predominaba el temple heroico en los cristianos. En tiempos de paz, los fieles ba­jaban la guardia fácilmente y no pocos se iban acomodando al mundo.

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8.03.12

(172) De Cristo o del mundo -XIV. Los mártires de los primeros siglos. y 4

–Veo que terminamos ya con la Iglesia mártir de los primeros siglos.

–No, no terminamos, porque en realidad hoy la Iglesia sufre una persecución del mundo semejante o mayor.

Los primeros Padres mantienen la altísima doctrina espiritual de Cristo y de los Apóstoles. Esto se aprecia en sus escritos, pero también en varios documentos primitivos, como Dídaque, Pastor de Hermas, Carta a Diogneto, Actas de los mártires, etc. Así enseña, por ejemplo, San Cipriano (+258):

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1.03.12

(171) De Cristo o del mundo -XIII. Los mártires de los primeros siglos. 3

–¿Y cómo se las arreglaban los cristianos de los primeros siglos en un mundo tan hostil?

–Permanezca atento a la pantalla, que a ello voy.

¿Huir del mundo o permanecer en él? Los cristianos primeros se saben unidos al Cordero de Dios, que entrega su vida para «quitar el pecado del mundo». Y saben que ésa es también su propia vo­cación. Ahora bien, que en medio de un marco social tan hostil les convenga más huir del mundo y retirarse de él, o que, al contrario, les sea conve­niente participar más o menos de su vida, esto será ya una cuestión secundaria, prudencial, que ha­brá que resolver en cada caso, según la vocación y el don recibido de Dios y también según las circunstancias sociales. En general, como ya lo veremos, la renuncia al mundo, con la implícita huída de él, se dio paradójicamente más tarde, precisamente cuando en el siglo IV cesaron las pesecuciones y se fue desarrollando notablemente la vida monástica. En todo caso, como enseña Clemente de Alejandría (+215), dis­frutar del mundo o renunciar a él, las dos pueden ser formas de la virtud de la templanza (Stromata 2,18).

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24.02.12

(170) De Cristo o del mundo -XII. Los mártires de los primeros siglos. 2

–¿Va a seguir hablando de los mártires?

–Ya veo que ha leído usted el título, y que ha captado perfectamente la información que en él se comunica.

Crecimiento y alegría de la Iglesia en los tres primeros siglos de persecuciones. La difusión geográfica de la Iglesia y su acrecentamiento numérico es en estos siglos martiriales muy considerable. Sobre todo en el Asia romana, junto a regiones rurales com­pletamente cristianas, hay ya ciudades en que la mayoría ha recibido el Evange­lio.

El crecimiento da alegría. Y también puede decirse que solo lo que está alegre puede crecer. ¿Cómo va a crecer uncuerpo social angustiado, perplejo ante las circunstan­cias adversas, un cuerpo en el que abundan las dudas y divisiones, y en el que no faltan aquellas lamentaciones y quejas que llevan en sí escondida una protesta? Por el contrario, durante esta época martirial no hallamos en la literatura cristiana de la época nada semejante a una la­mentación ante el cúmulo de males que la Providencia di­vina permite que vengan so­bre su Iglesia. ¡Y «motivos» para las la­mentaciones hay entonces de so­bra!… Pero los cristianos saben que ésta es su más alta vocación en el mundo: «completar en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Por eso la Iglesia de Cristo en los primeros siglos, estando tan perseguida, crece más y más.

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