InfoCatólica / Reforma o apostasía / Categoría: Cruz gloriosa

22.09.11

(154) La Cruz gloriosa –XVIII. La devoción a la Cruz. 14

–Hoy, 23 de septiembre, memoria litúrgica de San Pío de Pietrelcina.

–Estrella muy grande en el cielo de la santidad de la Iglesia. «Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas, y una estrella se diferencia de la otra en el resplandor» (1Cor 15,41).

San Pío de Pietrelcina (+1968)

Nacido en Pietrelcina (1887), de familia muy cristiana, Francesco Forgione ingresó a los dieciséis años en los Capuchinos, y fue ordenado sacerdote en 1910. Fue destinado en 1916 al convento de San Giovanni Rotondo, región de Apulia, donde permaneció hasta su muerte. El Señor lo eligió y envió para convertir pecadores, y por eso lo configuró muy especialmente con Cristo crucificado por medio del sacerdocio, los estigmas, la celebración de la Misa –en la que revivía la Pasión–, las horas innumerables de confesonario, las enfermedades, las calumnias y las persecuciones, también de altos eclesiásticos, confortándolo a veces con éxtasis y apariciones, y concediéndole hacer milagros. Fundó un gran hospital, la «Casa de Alivio del Sufrimiento» y los «Grupos de oración». Fue canonizado en el año 2002 (cf. Leandro Sáez de Ocariz, capuchino, Pío de Pietrelcina. Místico y apóstol, San Pablo, Madrid 1999, 3ª ed.= LSO).

Leer más... »

14.09.11

(153) La Cruz gloriosa –XVII. La devoción a la Cruz. 13

–Hoy, 14 de septiembre, celebramos la Exaltación de la Santa Cruz.

–En este blog llevamos 17 artículos exaltándola. Nos gloriamos solamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo (cf. Gal 6,14)

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) (+1937)

Edith Stein nace en Breslau, Alemania (1891), última de los 11 hijos de una familia fervientemente judía. Sin embargo, ya a los 13 pierde la fe y no puede creer en un Dios personal. Estudia filosofía y llega a ser en Gottinga ayudante de Husserl. En 1921, invitada en la finca de unos amigos, toma un libro al azar, lee en una noche la «Vida» de Santa Teresa, y al terminarla se dice: «ésta es la verdad». Bautizada en 1922, añade a su naciente espiritualidad carmelitana el influjo litúrgico benedictino de Beuron, cuyo abad Rafael Walzer es su director. Ingresa en el Carmelo en 1933, y al año siguiente toma el hábito y el nombre religioso, que sin duda la identifica plenamente: Teresia Benedicta a Cruce. Sus escritos son numerosos y excelentes, especialmente los redactados en el Carmelo. En 1942 es ejecutada en el campo de concentración nazi de Auschwitz, junto a su hermana Rosa, también conversa al catolicismo, ingresada en otro Carmelo como terciaria. Edith Stein fue beatificada en Colonia (1987) y canonizada en Roma (1998) por Juan Pablo II. En los dos últimos años de su vida, cerca ya de su martirio previsible, escribe su obra principal: «Ciencia de la Cruz».


Leer más... »

8.09.11

(152) La Cruz gloriosa –XVI. La devoción a la Cruz. 12

–Qué cosa, una madre de familia, tan gran maestra espiritual…

–Para que vea usted las maravillas que puede hacer el Espíritu Santo en un laico cristiano.

Concepción Cabrera de Armida (+1937)

María de la Concepción nace en una hacienda de San Luis Potosí, México (1862), se casa y viene a ser madre de nueve hijos. Queda viuda en 1901. En su Diario confiesa frecuentemente su fe en que «todos los hombres nacen para ser santos» (24-II-1911). Funda varias «Obras de la Cruz», entre las cuales destacan el Apostolado de la Cruz, para seglares, las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, contemplativas, y los Misioneros del Espíritu Santo. Conchita, que siempre fue seglar, dejó a su muerte sesenta y seis volúmenes manuscritos. Sus virtudes fueron declaradas heroicas, y Juan Pablo II la reconoció como venerable en 1999. (Cito extractos del libro de Marie-Michel Philipon, O.P., Diario espiritual de una madre de familia, Desclée de Brouwer 1987, 6ª ed.; original francés, 1974; cf. hoy la misma obra puede hallarse en Edit. Ciudad Nueva, Madrid).

Leer más... »

1.09.11

(151) La Cruz gloriosa –XV. La devoción a la Cruz. 11

–¿O sea que también a los santos franceses les daba por enamorarse de la cruz de Cristo?

–Pues sí, también les daba, como usted dice, por ahí. San Luis María Grignion de Montfort (+1717), en uno de los cantos populares que compuso, decía: «Voulez-vous rendre à Dieu mon Père / Un très grand et parfait honneur? / Souffrez bien, aimez la douleur, / Et que la croix vous soit très chère» (Cantiques 28).

Santa Teresa del Niño Jesús (+1897)

Nacida en Alençon, Francia, ingresa muy joven en el Carmelo de Lisieux. Muere a los 24 años, y deja unos cuadernos con sus preciosos Escritos Autobiográficos. Es Doctora de la Iglesia.

Dios le enseña muy pronto la vanidad de las cosas temporales. «Los amigos que teníamos allí [en Alençon, a los 10 años de edad] eran demasiado mundanos y compaginaban demasiado bien las alegrías de la tierra y el servicio de Dios. No pensaban lo bastante en la muerte… Veo que “todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol” [Ecl 2,11]…, y que el único bien que vale la pena es amar a Dios con todo el corazón y ser pobres de espíritu aquí en la tierra» (Manuscritos autobiográficos A 32v).

–También muy pronto, en la primera comunión, le es dado un gran amor a la cruz. «Después de comulgar… sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran número de cruces. Y me sentí inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias de mi vida. El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado. Tenía un hechizo que me fascinaba, aun sin acabar de conocerlo. Hasta entonces, había sufrido sin amar el sufrimiento; pero a partir de ese día, sentí por él un verdadero amor.

«Sentía también el deseo de no amar más que a Dios y de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia, durante las comuniones, le repetía estas palabras de la Imitación: “¡oh Jesús, dulzura inefable, cámbiame en amargura todos los consuelos de la tierra!”… Esta oración brotaba de mis labios sin el menor esfuerzo y sin dificultad alguna. Me parecía repetirla no por propia voluntad, sino como una niña que repite las palabras que le inspira un amigo» (Ms A 36r-v).

Ya en el Carmelo, vive crucificada con Cristo (Gal 2,19). «Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me arrojé en ellos con amor… A los pies de Jesús-Hostia, en el examen que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carmelo: “he venido para salvar almas y, sobre todo, para orar por los sacerdotes”. Y cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesús me hizo comprender que las almas quería dármelas por medio de la cruz. Y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento» (Ms A 69v).

El sufrimiento es para ella el cielo en la tierra. «Mi consuelo es no tenerlo en la tierra» (Ms B 1r)… «Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Ésa es la hora de la perfecta alegría [la de San Francisco de Asís] para ese pobre y mínimo ser débil. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe!» (5r). «Permitió [el Señor] que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas… Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad… [Sin embargo,] me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra, para que él [Jesús] lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad. Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar: “tus acciones, Señor, son mi alegría” [Sal 91,5]. Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor?» (Ms C 5v-7r). «El mismo sufrimiento, cuando se lo busca como el más preciado tesoro, se convierte en la mayor de las alegrías» (10v).

Una muerte santa. Santa Teresa del Niño Jesús se acerca a su muerte con toda conciencia y paz. Solamente le desconcierta un tanto el pensamiento de que va a dejar de sufrir. «¡Qué contenta estoy de morir! Sí, estoy contenta no por verme libre de los sufrimientos de aquí abajo –al contrario, el sufrimiento unido al amor es lo único que me parece deseable en este valle de lágrimas–; estoy contenta de morir porque veo que ésa es la voluntad de Dios y porque seré mucho más útil que aquí abajo a las almas que amo» (Carta 253: 13-VII-1897).

«Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra, y realmente me cuesta entender cómo voy a poder aclimatarme a un país en el que reina la alegría sin mezcla alguna de tristeza. Será necesario que Jesús transforme mi alma y le dé capacidad de gozar; de lo contrario, no podré soportar las delicias eternas (Carta 254: 14-VII-1897).

Finalmente, dos meses antes de morir, declara en la enfermería con toda lucidez: «he encontrado la felicidad y la alegría aquí en la tierra, pero únicamente en el sufrimiento, pues he sufrido mucho aquí abajo. Habrá que hacerlo saber a las almas… Desde mi primera comunión, cuando pedí a Jesús que me cambiara en amargura todas las alegrías de la tierra, he tenido un deseo continuo de sufrir. Pero no pensaba cifrar en ello mi alegría. Ésta es una gracia que no se me concedió hasta más tarde» (Últimas conversaciones 31-VII-1897, 13).

Y el mismo día en que murió: «Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es una gran verdad… Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor» (ib. 30-IX-1897).

Beato Charles de Foucauld (+1916)

Nace en Estrasburgo, Francia (1858). Queda huérfano a los 6 años, a los 17 sufre una crisis de fe que le lleva a una vida disipada. Ingresa en la carrera militar, y sirve como oficial en Francia y Argelia, pero es expulsado por mala conducta. Inicia su conversión a los 28 años, pasa unos años en la Trapa, vive retirado en Nazaret, cuidando el monasterio de las Clarisas, es ordenado sacerdote, y desde 1901 vive hasta su muerte como ermitaño en un lugar del desierto argelino. Actualmente varias asociaciones laicales y congregaciones religiosas, como los Hermanos de Jesús (1933) y las Hermanitas de Jesús (1939), siguen la espiritualidad del Beato. (Cito textos de Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld, Seuil, Paris 1958, 846 pgs.)

Solo por la Cruz se alcanza la unión perfecta con Cristo. El Bto. Carlos contempla y describe uno tras otro todos los dolores, heridas, humillaciones, que sufre Jesús en la Pasión. Y exclama: «Oh, el más bello de los hijos de los hombres, oh Dios de gloria, oh Señor mío y Dios mío, en qué estado te encuentras … ¡Ay Dios mío, hazme llorar de dolor sobre ti, hazme llorar de gratitud y de amor, y haz que llore sobre mí mismo y sobre mis pecados, que tú expías con tantos tormentos!

«¡Amemos a Jesús, que nos ha amado hasta sufrir tanto por nuestro amor, hasta sufrir tanto para redimirnos y santificarnos! Amémosle obedeciéndole, imitándole, contemplándole sin cesar. Amémosle recibiéndole con la mayor frecuencia que podamos y lo mejor que podamos en la Eucaristía, entregándonos a Él como la esposa se entrega al esposo, y abrazando por su amor los más grandes sacrificios. Así le probamos nuestro amor como Él nos ha probado el suyo, sufriendo por Él y, si es su voluntad, muriendo por Él. ¡Que Él mismo nos haga dignos de esta gracia! Amén, amén, amén» (La Passion 268-269).

«Dios mío, cómo nos has amado, tú que por nosotros te has hundido en un pozo de sufrimientos y desprecios, tú que has querido así darnos tantas lecciones, pero que por encima de todo has querido probarnos tu amor, un amor inaudito por el cual el Padre entrega a su Hijo único, y lo entrega a tales sufrimientos y abajamientos, para darnos así la certeza de un amor tan inmenso, tan probado, declarado de una manera tan conmovedora, tan enternecedora, a fin de llevarnos a amarle nosotros a Él, a quien es tan amable al amarnos tanto…

«Queramos amarle como Él nos ha amado, y aprendiendo el amor en su escuela, declararle y probarle nuestro amor como Él nos ha declarado y probado el suyo: deseando, buscando, abrazando por Él los mayores sufrimientos y los más grandes desprecios, sin más límites que los impuestos por la santa obediencia» (La Passion 274-275).

«Cuanto más nos abrazamos a la Cruz, más estrechamente nos unimos a Jesús, que está clavado en ella. Cuanto más nos falta todo en la tierra, más encontramos lo mejor que la tierra puede darnos: la CRUZ» (Diario 1901-1905, inicio: 339; igual en Cta. a Louis Massignon, 5-IV-1909).

Per Crucem ad lucem. «Oh, mi Señor Jesús, hazme ver, cada vez más claramente, esta verdad esencial [de la cruz], tan necesaria, y que el demonio trata sin cesar de oscurecer ante nuestros ojos… Haz que la doctrina de la cruz resplandezca a mis ojos, y que me abrace a ella… Haz que yo también pueda decir [como San Pablo] que lo único que yo sé es una cosa: “Jesús y Jesús crucificado”… Ay, Dios mío, ¡“haz que vea” [Mc 10,51], haz que siempre brillen estas verdades ante mis ojos, y que a ellas se configure mi vida, en ti, para ti, por ti! Amén. Y concede las mismas gracias a todos los hombres» (La Passion 271).

«Bendito San Huberto, a quien se festeja en tantos lugares y con tanta alegría, tú viste un día la Cruz de Jesús entre los cuernos de un ciervo… Consígueme la gracia, por Nuestro Señor Jesucristo, de que yo vea también su Cruz en todos los instantes de mi vida, vea su signo en todas las cosas, su mano en todo suceso… Tú que recibiste un día esta aparición ante tus ojos corporales, consígueme que yo tenga sin cesar esa aparición ante los ojos de mi alma, que yo vea resplandecer siempre ante mí la Cruz de Jesús… ¡Ruega por mí, San Huberto, para que ese signo bendito, esta Cruz bendita de Jesús, brille sin cesar ante mis ojos, lo aclare todo, lo ilumine todo, se me manifieste en todo, para que a su luz pueda yo seguir a Jesús paso a paso, haga yo en todo su voluntad, le bendiga sin cesar, en Él, por Él y para Él! Amén» (Sur les fêtes de l’Année, 3 novembre, saint Hubert, évêque de Tongres, Belgique, 292-293).

Carguemos con amor nuestras cruces. «¡Dios mío, qué bueno eres! ¡Qué dolores sobrehumanos! ¡Dios mío, todos esos dolores por nosotros! ¡Todos esos sufrimientos los abrazas voluntariamente por nuestro amor!… Recibamos con amor, bendición, reconocimiento, valentía y gozo, todo sufrimiento, todo dolor de cuerpo o de alma, toda humillación, todo despojamiento, la muerte, por amor a Nuestro Señor Jesús, imitándole y ofreciéndolo todo a Él en sacrificio. Y no nos contentemos con esperarlos; con el permiso de nuestro director, abracemos nosotros mismos todas las mortificaciones que él nos permita, sin poner a nuestras penitencias otros límites que los que la santa obediencia imponga» (La Passion 276-277).

«El camino real de la Cruz es el único para los elegidos, el único para la Iglesia, el único para cada uno de los fieles. Esta es la ley hasta el fin del mundo: que la Iglesia y las almas, esposas del Esposo crucificado deberán participar de sus espinas y llevar con Él la cruz. La ley del amor exige que la esposa participe de la suerte del Esposo» (Correspondance, In Salah 12-I-1909, 715-716).

«Llevar la cruz es llevar la cruz que sea, pero que sea la nuestra, aquella que Dios nos da; es llevar en todas las horas de nuestra vida la cruz que Dios nos concede, y es por tanto obedecer perfectamente a Dios, cuya voluntad se manifiesta sobre todo por sus representantes; es llevarla durante todas las horas, todos los instantes de nuestra vida, recibiendo en cada momento, amorosamente, pacientemente, valientemente, con obediencia, con aceptación de la voluntad, con fe y gratitud, todo aquello que Dios nos envía; y es, pues, obedecerle perfectamente» (Sur l’Évangile; Dieu seul, 236).

–Solo por la Cruz podemos hacer el bien a nuestros hermanos. «La ley de la cruz es ésta, que no podemos hacer bien a las almas que a condición de darlas a luz en Dios [les enfanter, parirlas]por nuestros propios sufrimientos, por nuestra crucifixión… Si queremos hacer bien a las almas, abracemos la cruz, y cuanto más bien queramos hacerles, más necesitamos entregarnos a la mortificación» (Sur les fêtes de l’Année, Lundi saint 304-305).

«La penitencia –es decir, el sacrificio, la aceptación de las cruces enviadas por Dios y los actos de mortificación voluntaria autorizados por el director espiritual– es como una oración. Y ella, como la oración, obtiene gracias para nosotros mismos y para el prójimo. Jesús ha salvado al mundo por la cruz, y por la cruz, dejando que Jesús viva en nosotros y complete en nosotros por nuestros sufrimientos lo que falta a su Pasión, es como debemos nosotros continuar hasta el fin de los tiempos la obra de la Redención. Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Si queremos ser enamorados de Jesús, abracemos su cruz; y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada» (Le Directoire de l’Union des Frères et Soeurs du Sacré-Coeur, 490).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

25.08.11

(150) La Cruz gloriosa –XIV. La devoción a la Cruz. 10

–¿Y eso de alegrarse en el sufrimiento no será un poco morboso?

–Está mandado: «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). Y en la vida se suceden las alegrías y las penas. Luego debemos alegrarnos también en las penas. ¿Falla el silogismo por algún lado?

Santa Rosa de Lima (+1617)

Nació en Lima el año 1586. Como Santa Catalina de Siena, se hizo terciaria dominica y vivió siempre en su casa familiar. Se dedicó a una vida de oración y penitencia, y llegó a una altísima contemplación. Es Patrona de América, y la primera santa canonizada en aquel continente. Al doctor Castillo, su médico y confidente, le escribe:

«El divino Salvador, con inmensa majestad, me dijo: “que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”.

«Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición: “Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto. No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu”.

«El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo: “¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos”».

(De los Escritos de Santa Rosa de Lima: > LH 23 agosto).

San Luis María Grignion de Montfort (+1717)

Nacido en Francia, cerca de Rennes (1673), ordenado sacerdote (1700), terciario dominico, se dedicó a la predicación de misiones populares. Fue expulsado de varias diócesis por las Autoridades pastorales filo-jansenistas. Escribió varios libros excelentes, el más conocido el «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen», perdido y publicado mucho después de su muerte (1843). Su «Carta a los Amigos de la Cruz», dirigida a una hermandad, así llamada, que él había fundado al finalizar una Misión, es una preciosa síntesis teológica y espiritual sobre el misterio de la Cruz en Cristo y en los cristianos.

«Os llamáis Amigos de la Cruz ¡Qué nombre tan grande!» (3)… «Un Amigo de la Cruz es un rey omnipotente, es un héroe que triunfa sobre el demonio, el mundo y la carne en sus tres concupiscencias [1Jn 2,16] Al amar las humillaciones, espanta el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, vence la avaricia del mundo. Al amar el dolor, mata la sensualidad de la carne» (4).

«Acordáos, mis queridos cofrades, de que nuestro buen Jesús os está mirando ahora, y os dice a cada uno en particular: “Ya ves que casi toda la gente me abandona en el camino real de la Cruz… Y hasta las propios miembros míos, que he animado con mi espíritu, me han abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi Cruz [Flp 3,18]. ¿También vosotros queréis marcharos? [Jn 6,67]. ¿También vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi Cruz, como los mundanos, que son en esto verdaderos anticristos? [1Jn 2,18]. ¿Es que queréis vosotros, para conformaros con el siglo presente [Rm 12,2], despreciar la pobreza de mi Cruz, para correr tras las riquezas; evitar el dolor de mi Cruz, y buscar los placeres; odiar las humillaciones de mi Cruz, para ambicionar los honores?» (11).

Si alguno quiere venirse conmigo, cargue con su cruz… Esta frase «se refiere al reducido número de los elegidos [Mt 20,16], que quieren configurarse a Jesucristo crucificado, llevando su cruz. Es un número tan pequeño, que si lo conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor. Es tan pequeño que apenas si hay uno por cada diez mil» (14).

«Os gloriáis con toda razón de ser hijos de Dios. Gloriáos, pues, también de los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y os dará más adelante, pues él castiga a todos sus hijos [Prov 3,11-12; Heb 12,5-8; Ap 3,19]. Si no fuérais del número de sus hijos amados, seríais del número de los condenados, como dice San Agustín: “quien no llora en este mundo, como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo”…

«Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la Cruz es un misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos (1Cor 1,23), y despreciado por los herejes y los malos católicos. Pero es el gran misterio que habéis de aprender en la práctica en la escuela de Jesucristo, y que solamente en su escuela podréis aprender» (25).

«Sois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor, pero qué necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas ¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y ensuciada por el barro camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes sobre un trono?… No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz, no os engañéis: esos cristianos que veis por todas partes, vestidos a la moda, altivos y engreídos hasta el exceso, no son verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y si pensárais de otro modo, ofenderíais a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Ay Dios mío, cuántas caricaturas de cristianos, que pretenden ser miembros del Salvador, son sus más alevosos perseguidores!» (27).

«Mirad, Amigos de la Cruz, mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos [Heb 12,1], que demuestran sin palabras lo que os estoy diciendo» (30)… «Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, expulsados, despreciados, clamando a una con San Pablo: mirad a nuestro buen “Jesús, el autor y consumador de la fe” [Heb 12,2], que en él y en su cruz profesamos. Él tuvo que padecer para entrar por su cruz en la gloria [Lc 24,26]. Mirad, junto a Jesús, una espada afilada que penetra hasta el fondo del corazón tierno e inocente de María [Lc 2,35]» (31). «Después de todo esto ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz?» (31).

«Llevad vuestra cruz alegremente: encontraréis en ella una fuerza victoriosa a la que ningún enemigo vuestro podrá resistir [Lc 21,15], y gozaréis de una dulzura inmensa, con la que nada puede compararse. Sí, hermanos míos, sabed que el verdadero paraíso terrestre está en “sufrir algo por Jesucristo” [Hch 5,41]… Imaginad todas las mayores alegrías que puedan darse en esta tierra: pues bien, todas están contenidas y sobrepasadas por la alegría de una persona crucificada, que sabe sufrir bien» (34).

«Alegraos, pues, y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz, porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz!» (35). San Juan Crisóstomo decía: «Si así me fuera dado, yo dejaría el cielo con mucho gusto para padecer por el Dios del cielo» (37).

«Aprovecháos de los pequeños sufrimientos aún más que de los grandes… Si se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y deslucidas, frente a otras más grandes y llamativas… No desperdiciéis ni la menor partícula de la verdadera Cruz, aunque solo sea la picadura de un mosquito de un alfiler, la dificultad de un vecino, la pequeña injuria de un desprecio, la pérdida mínima de un dinero, un ligero malestar de ánimo, un cansancio pasajero del cuerpo, un dolorcillo de uno de vuestros miembros, etc. Sacad provecho de todo, como el que atiende su comercio, y así como él se hace rico ganando centavo a centavo en su mostrador, así muy pronto vosotros vendréis a ser ricos según Dios. A la menor contrariedad que os sobrevenga, decid: “¡Bendito sea Dios, gracias, Dios mío!” (49).

«Cuando se os pide que améis la cruz no se os está hablando de un amor sensible, que es imposible a la naturaleza» (50)… «Dios no os exige que améis la cruz con la voluntad de la carne [Jn 1,13]» (51). «Existe otro amor de la cima del alma, como dicen los maestros de la vida espiritual. Por él, sin sentir alegría alguna en los sentidos, sin captar en el alma ningún placer razonable, sin embargo, se ama y se gusta, a la luz de la pura fe, la cruz que se lleva» (53).

«Mirad las llagas y los dolores de Jesús crucificado… Cuando os veáis atacados por la pobreza, la abyección, el dolor, la tentación y las otras cruces, armaos con el pensamiento de Jesucristo crucificado, que será para vosotros escudo, coraza, casca y espada de doble filo [Ef 6,11-18]. En él hallaréis la solución de todas las dificultades y la victoria sobre cualquier enemigo» (57).

«Jamás os quejéis voluntariamente, murmurando de las criaturas de las que Dios se sirve para afligiros» (59). «Nunca recibáis una cruz sin besarla humildemente con agradecimiento» (60). «Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación, y que son las mejores, procuráos algunas cruces voluntarias, con el consejo de un buen director» (61).

San Juan Eudes (+1680)

Ingresa en el Oratorio del cardenal de Bérulle, del que sale para fundar la Congregación de Jesús y María (1643), especialmente dedicada a los seminarios y a las misiones populares.

«La Cruz, y todos los misterios que se realizaron en la vida de Jesús, han de realizarse en los miembros de Cristo, es decir, en cuantos vivimos la vida de Jesús. Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

«Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en no­sotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

«Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edifica­ción y “a la medida de Cristo en su plenitud” [Ef 4,13],es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mis­mo apóstol dice, en otro lugar, que “él completa en su carne los dolores de Cristo” [Col 1,24].De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consu­mar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida….

«Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, mura­mos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y com­pletar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continua­dos y prolongados.

«Según esto, los misterios de Cristo no estarán comple­tos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo».

(Tratado sobre el reino de Jesús, parte 3, 4: > LH viernes, XXXIII semana).


José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía